Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

CUANDO PA CHILE ME VOY

 

Revista Periscopio
13 de enero de 1970


Onganía recibe las arras del castrista Luis Muñoz

Desde Viña del Mar, donde asistió a la entrevista de los Presidentes argentino y chileno, escribe Roberto García

Y el argentino sorteó la Cordillera. El jueves último, al llegar a Santiago, el ejemplar criollo —cabeza corta y pelo largo— mostraba todo su valor: en 35 días, el estudiante de arquitectura Máximo Coll había repetido la proeza de San Martín sobre el lomo de Machete Pajonal, una altiva jaca puntana. Con menos complicaciones, en la misma jornada el Presidente Juan Carlos Onganía se ofreció a los chilenos para inaugurar la ruta elegida por el Libertador, en la memorable gesta de 1818. Ahora son 429 kilómetros de asfalto —de los cuales faltan completar algunos tramos— los que unen a Valparaíso con Mendoza. Antes, otro prócer argentino —Sarmiento— también los surcó al huir nadie sabe de quién. En Los Andes, una localidad donde Onganía y Frei cortaron la cinta tricolor, una ansiosa multitud acosó a la estricta guardia reservada al mandatario argentino. Un día antes, 150 agentes privados y 200 carabineros reforzaron el minúsculo grupo de "congrios" que custodia la aldea. Cuando en la tarde del jueves los aplausos, la retreta y el desfile saludaban a ambos ejecutivos, un contingente de detectives se afanaba en el segundo y tercer pisos del Plaza Hotel, al centro del villorrio, por descubrir actitudes sospechosas.
Pero no había nada que temer. El aluvión de gentes que desbordó un par de veces el cordón policial se limitó a estrechar las manos de los altos dignatarios. Al principio, el inquieto Eduardo Frei tomó de un brazo a Onganía. En la segunda parte del trayecto, más confiado, fue el mismo general argentino quien alteró los esquemas de la vigilancia al destilar simpatía sobre un grupo de obreros. Claro que a su vera se destacaban dos fornidos personajes, con inocultable pistola en el sobaco.

EL ABRAZO DE LOS ANDES
Así, posado en un sillón de roble barroco, sobre una tarima dispuesta en la plaza, Onganía se convirtió en el Huésped de Honor de la Ciudad, un ditirambo concebido por el nervioso alcalde socialista, Luis Muñoz, quien además le obsequió una bandeja de plata maciza. Pese, claro está, a sus declaradas tendencias "guerrilleras" que documenta un enorme poster del Che Guevara, ostentosamente entronizado en su despacho comunal. Mientras tanto, los reporteros pugnaban por acercarse a la comitiva, pero los vigilantes se mostraban inexpugnables. Con todo, la urbanidad chilena los indujo a pedir disculpas luego de amenazar a alguien con la porra.
Tanto Frei como Onganía coincidieron en los gustos: se embutieron en ternos oscuros —cruzado el del argentino—, con detalles rojos en las corbatas. Quizá molesto por la temperatura de 33 grados, el militar se veía circunspecto, y a cada momento llevaba su mano derecha al cuello o a las solapas de su vestón: la izquierda permanecía inútil por mantener el reglamentario sombrero de fieltro negro. Más dúctil. Frei desplegaba sonrisas a una población anhelante, que rebalsaba la plaza y los balcones del caserío.
Luego de una breve caminata, el manido corte de las cintas, un paseo en automóvil por la carretera prologó el ascenso del helicóptero H-86, capaz de llevar a diez personas, y que apuntó hacia Viña del Mar sin miedo a las turbulencias. Ya eran las nueve de la noche y todos estaban cansados: hasta los periodistas, quienes, según el hábito chileno, habían rociado las tripas con "poca comida y harto vino".

LA CASA ROSADA
Entretanto, en el balneario, el Palacio de Cerro Castillo endomingaba sus galas para los visitantes de la noche: pero no hubo demasiado trabajo: apenas se reforzó la guardia de carabineros. Según Francisco Couchot, el Intendente de La Moneda Número Dos, "la casa está preparada los 365 días del año". Y es cierto.
Desde el verano de 1930," siempre aguardan los ocho dormitorios —con sus lechos de sábanas celestes y rosadas—, sus seis baños, la cocina a cargo de marineros, los prados con 11 cuidadores, la fantástica terraza cubierta y los cancerberos. Construido hacia 1928, por la cesión que hizo la Marina del Fuerte del Callao (un bastión erigido por los españoles para atizar a los piratas ingleses), el Presidente Carlos Ibáñez del Campo lo gozó en sus primeros años de matrimonio con Doña Graciela Letellier.
El capricho de las damas quiso pintarlo de color rosa ("Como la Casa de Gobierno argentina", dijo, a la sazón, la esposa de uno de los arquitectos). Curiosamente, el día de su apertura, la estrella del baile fue Laura Allende, la hermana de Salvador 'Chicho' Allende, el sempiterno candidato de la izquierda. Hoy es Diputada socialista; por entonces, reina burguesa de Valparaíso. Más fastuosos debieron ser los saraos que disfrutaron los Príncipes de Gales y de Kent, cuando La Moneda les prestó ese albergue; bajo la tutela de Frei, igual que en otras Presidencias, el Palacio es una residencia veraniega.
Infaltablemente, todos los fines de semana es posible contemplar al caudillo democristiano cuando recorre el jardín o, simplemente, cuando franquea la doble puerta de hierro forjado para asistir a misa y luego errar por la costa del iracundo Océano Pacífico.
A Onganía, sin duda, lo sorprendió el panorama incomparable de la rada de Valparaíso, que se hamaca entre los cerros. O tal vez sonrió ante la tortuga gigante, que transita el parque, acaso pariente de la que Arturo Frondizi utilizara como sillón.
María Emilia Green de Onganía y Maruja Ruiz Tagle llegaron antes, pero no después que los cronistas, cuyos diarios, por entonces en la calle, llamaban "bigotudo" al huésped (Clarín), o "gorila en decadencia" (El Siglo). En el hotel Miramar, el viernes, un argentino retribuyó el banquete proclamando que "los periodistas llevan la libertad adentro". Al replicar, un colega chileno sostuvo que "si la libertad se lleva dentro, hay que saberla defender afuera". Varios argentinos se retiraron disgustados. Pero no había que escuchar a los que bramaban —"Onganía es un gorila decrépito, una fiera con los dientes rotos por la revuelta popular" (El Siglo, viernes)—, pues, como lo determinó el embajador de un matutino porteño, centenario, se trataba de comunistas. En cambio, no hubo distingos políticos para quejarse de la actitud de Onganía, que se empecinó en no otorgar entrevistas. Para compensarlo, el propio Frei —visiblemente envejecido para quien lo escoltó en las jornadas de 1965— hizo la corte una media hora: respondió a las banales preguntas de los sedientos reporteros argentinos, en el hotel O'Higgins. En Chile todo es distinto.
En su democracia —una isla en América latina—, los periodistas tutean a los Ministros, se cambian chanzas. Ninguna bandera señalaba la estancia de los Presidentes; es que enarbolar un pabellón equivale a un desafío a la ley. Basta recordar que en setiembre un par de tanques —al salir de su base para el cuartelazo del Tacna— volvieron al redil por orden de un carabinero: iban de contramano.
Pero ni las horribles marinas de paisajistas locales, ni estos detalles suplementarios, turbaron la charla que en la mañana del viernes Onganía y Frei —junto a sus Cancilleres —mantuvieron sobre la pretendida "agenda abierta". Al margen de las recepciones oficiales, enterradas por la catástrofe de Mendoza (más de 150 personas devolvieron sus smokings a la naftalina), los mandatarios parecieron cosechar ciertos frutos, luego de 43 horas en común.
En verdad, ambas Cancillerías estaban ya de acuerdo sobre los temas discutibles; no es difícil rescatar dos de ellos: 1) el conflicto de 300.000 obreros chilenos en la Patagonia argentina. 2) La urgencia de convocar a una nueva reunión de la CECLA para urdir una táctica que permita enfrentar al Mercado Común Europeo, dispuesto a erigir más obstáculos en el camino de los productos de Latinoamérica. Era evidente, también, que la inamistosa cuestión limítrofe del Canal de Beagle quedó relegada a último término. Es que si los dos mandatarios no se ponían de acuerdo sobre el tema, los demás puntos quedarían estancados. Por ejemplo: la carrera armamentista, la nivelación de la balanza comercial (por ahora favorable a Buenos Aires), la integración física, el plan caminero, las redes ferroviarias, la complementarios industrial. Si bien es cierto que la entrevista de Viña del Mar no arrojó una estrategia común a largo plazo, al menos permitió cierta distensión, inhabitual desde 1966. "No me interesa saber si Canoro fue un Ministro eficaz para la Argentina —derramó un técnico del Ministerio de Relaciones Exteriores de Santiago—, pero la verdad es que nos entendemos mejor con este Canciller Juan B. Martín."
No es vana su hipótesis. En diez días, la Argentina ha reemplazado a sus emisarios en Brasil (Mario Amadeo, por Osiris Villegas), y en Chile: Manuel Malbrán por Javier Gallac. En el Palacio San Martín se huele el aroma de un cambio: la renovación de la política exterior del Plata frente a sus pretendidos "enemigos", geográficos e históricos. No es casual que tal giro coincida con una táctica latinoamericana: unir a los países en los puntos comunes para enfrentar en forma concertada el determinismo económico de las naciones más influyentes. Esta ambición —que fraguaría en el próximo consejo de la CECLA— hará que nazcan otros encuentros similares para estudiar los asuntos pesqueros, o la sumisión de América latina no sólo a la órbita de USA y Europa, sino también a la del ascendente bloque socialista.

EL LOBO DE MAR
El viernes, Frei sorprendía a los observadores al anunciarles que —contrariamente a lo previsto— en el diálogo con Onganía se tocaron los problemas limítrofes. La declaración del mandatario chileno ¿indica que Santiago vuelve a aceptar el sistema de tratativas directas, que rechazó en diciembre de 1967?.
De hecho, la noticia del 9 parece confirmar esa impresión.
Chile y la Argentina mantienen un litigio en cuanto a las aguas y los islotes ubicados en el Canal de Beagle; esas diferencias causan choques esporádicos. El más enojoso: la incursión del rastreador "Quídora" en aguas argentinas, en noviembre del 67.
Un mes después, Santiago pedía a la Corona británica su intervención arbitral, en los términos del acuerdo firmado en 1902. El Palacio San Martín rechazó esa pretensión: indicó que el juicio de Buckingham sólo es un recurso para las controversias "que no puedan ser resueltas por negociaciones directas", según reza el documento de 1902. Esas negociaciones —sostuvo el Canciller Nicanor Costa Méndez— nunca fueron interrumpidas, es decir, jamás existió el "defecto de acuerdo", necesario si una de las partes quiere recurrir a Londres. Tres años atrás, el Foreign Office lo admitió y desde entonces —por no contar con el asentimiento de Buenos Aires— mantiene en suspenso la petición de los diplomáticos chilenos.
Parecía; inconcebible que no se tocara el asunto fronterizo en las conversaciones de Viña del Mar; ambas naciones encaran su despegue económico, pero el desarrollo es imposible si a retaguardia una amenaza de conflicto empaña la tarea. Esa brecha pareció visible en el lustro anterior: tras el encuentro Illia-Frei, en 1965, las dos naciones vecinas simularon ignorarse. Los informes del Consejo Nacional de Seguridad de Buenos Aires aconsejaban firmeza: fue tanta, que el Ministro chileno Gabriel Valdés pasó de largo en 1967, luego de la Conferencia de Presidentes de Punta del Este, según versiones, por un desaire argentino. Sólo en 1969 el nuevo Canciller argentino, Juan B. Martín, retomó los contactos con el aristocrático Gabriel Valdés.
El dominio en la zona del Beagle emana del Tratado de Límites de 1881 y del Protocolo Aclaratorio de 1893, que en lo substancial:
• Disponían partir la Tierra del Fuego según una línea vertical que la atravesara por el meridiano occidental de los 68 grados 36 minutos "hasta tocar el Canal de Beagle". De esta manera, la parte occidental de la isla sería chilena y la oriental argentina. En cuanto a los islotes, cabrían a Chile "todos los situados al Sur del Canal de Beagle hasta el Cabo de Hornos, y los que haya al Oeste de la Tierra del Fuego".
• Indicaban que "Chile no puede pretender punto alguno hacia el Atlántico, como la República Argentina no puede pretenderlo hacia el Pacífico".
Tales normas, naturalmente difusas, plantean las diferencias de hoy:
1) La extensión del Canal — "Chile opina que al redactarse el acuerdo de 1881 —escribió el tratadista santiaguino Jaime Eyzaguirre— se entendió por Canal de Beagle el brazo de mar situado al Sur de la Tierra del Fuego, que va desde el seno Navidad, fin un curso casi recto, hasta el Cabo San Pío (línea A-B en el mapa de página 55). Luego, se hallan al Sur de él las islas Hoste, Navarino, Picton, Nueva y Lennox. Como según el artículo tercero del convenio de 1881 «pertenecerán a Chile todas las islas al Sur del Beagle», no puede ponerse en duda —calcula Eyzaguirre— la soberanía chilena sobre ellas." De ser así, Picton, Nueva y Lennox taponarían el acceso argentino al puerto de Ushuaia. Buenos Aires sostiene que el Canal existe únicamente entre el seno Navidad y Punta Navarro (línea A-C del mapa), ya que hacia el este —y esto es visible al atravesar la zona—, el único ribazo corresponde a Tierra del Fuego. Al observar las islas Picton, Nueva y Lennox (la presunta orilla opuesta del Canal) se divisa claramente el mar abierto, ya que ellas no constituyen una margen coherente. "Si se admitiera la tesis chilena —dicen los expertos argentinos— tendríamos entre Punta Navarro y Cabo San Pío (trazo C-B en el mapa) un canal de una sola costa, algo verdaderamente inconcebible."
2) El límite oceánico — Los prácticos argentinos, utilizando las cartas en boga en 1881, demuestran que ya entonces se consideraba al Cabo de Hornos como la divisoria natural entre ambos océanos; entonces son argentinas todas las islas situadas en el Atlántico, es decir, al este del promontorio: no sólo Picton, Lennox y Nueva, sino también Deceit, Herschel, Evout y Barnevelt. A juicio del Palacio San .Martín, el Canal de Beagle, luego de Punta Navarro, se interna hacia el sur siguiendo la línea de profundidad máxima, por entre las islas Picton, Lennox y la chilena de Navarino.
3) Las aguas del Canal — El 1914, el chileno Augusto Fagalde descubrió en el convenio de 1881 que la línea divisoria de la ínsula fueguina lo era solamente "hasta tocar el Canal de Beagle". Con el rábano por las hojas, Fagalde dedujo que el texto de 1881, al no especificar la marcación hasta el eje medio del brazo acuático, lo adjudica totalmente a Chile. Es la teoría de la "costa seca", conforme a la cual la porción argentina de Tierra del Fuego carece de aguas propias sobre el Beagle. "Ushuaia no es un puerto",, escribía en 1967 el coronel chileno Mario Acosta. Pero los tratados no hacen asignaciones de mar, sino de tierra firme; aquella ridícula hipótesis no es utilizada en las conversaciones chileno-argentinas, aunque embarga la atención de muchos intelectuales y militares trasandinos.
Pero el sábado toda reflexión era inútil frente a un Gobierno listo a partir —Frei dejará su estrado el 4 de noviembre—, y al marco lujurioso de Viña del Mar. Más soportable era acercarse a la playa Renaca —murallón 3—, donde rutilan las mejores bikinis del balneario, estirarse en una romántica "victoria", o sacudirse en Topsy Top, una discothéque insólita. Quizá no exista en la Tierra un local semejante: una suerte de gruta dividida en cinco niveles, con túneles, piscinas, toboganes, vueltas al mundo, pantallas audiovisuales, cine, luces psicodélicas. En esa alucinógena recorrida se podía chocar con Florencia Varas —una pimpante corresponsal del Washington Post—, quien tornaba más lúgubre cualquier especulación política. "Los Presidentes chilenos —suspira— les traen «yeta» a sus colegas cada vez que se encuentran. Mira si no los casos de Perón, Frondizi, Goulart, Illia: todos cayeron a poco de cruzar los Andes." Onganía, con todo, parece dispuesto a romper esa fúnebre tradición. 

(Nota: Onganía cae a los seis meses)

 

 

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Martín: el deshielo argentino

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Valdés: La cortesía chilena

 

 

 

 

 

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