Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Oposición
El desván de los sueños

 

Revista Primera Plana
10 de diciembre de 1968

—Créame, este Gobierno cae.
—Estamos a las puertas de otra crisis económica: el déficit real será de 180.000 millones.
—¿Sabe que lo de Rauch es para el jueves que viene?
El viernes pasado, en el cementerio porteño de la Recoleta, mientras las fanfarrias militares tocaban a muerto junto a los despojos del general antiperonista Arturo Ossorio Arana, un millar de liberales presentes en la ceremonia intentaban convencerse, con frases nerviosas, de que el régimen actual tiene los días contados.
Tan sólo la palabra del sumo sacerdote, Pedro Eugenio Aramburu, consiguió dominar el murmullo: reclamaba la vuelta a las instituciones tradicionales. "Apartarse de la Constitución —objetó Aramburu, sin aludir directamente a Onganía— significa sustituir el mandato de las leyes por la dictadura de los hombres, casi siempre de unos pocos, a veces de uno solo. No nos alejemos de la Ley."
El homenaje tuvo un final impensado: Guillermo P. Kelly, 46 —quien tres meses atrás fuera calificado de agente oficialista—, intentó perturbar, lo vociferando epítetos desde el campanario lindero, en la Basílica del Pilar. Cosechó, entonces, una paliza descomunal: casi lo linchan.
En esos momentos, a 300 kilómetros de allí, en Rosario, frente a las cenizas de Lisandro de la Torre, los mismos rumores de cambios engolosinaban a los demócratas progresistas. "El país —dijo Héctor Félix Bravo— vive una crisis que refleja el descreimiento del pueblo, debido a la frustración de la voluntad cívica y a una prédica disolvente renovada durante casi cuarenta años: así se echaron las bases para un sistema totalitario."
Cuando los opositores comulgan ante sus muertos es que se sienten revivir. ¿Qué pasaba? Seguramente los viejos jerarcas percibieron las rivalidades que conmueven al Gabinete en la última quincena: es que durante la discusión del Presupuesto cada Ministro trata de sacar la mayor tajada para su departamento, y los ánimos llegan a encresparse. Además, cunde el descontento en las Fuerzas Armadas por la ausencia de una política excepcional en materia de sueldos: si se esperaban alzas del 30 por ciento, ahora es posible que los aumentos no superen el nivel general. Jinetes de tales querellas, los opositores creen acorralar a Onganía, despojarlo de su trono.
Por eso, mientras Aramburu exigía el retornó a la Carta Magna, el radicalismo del Pueblo giraba hacia Aramburu: uno y otro piensan que cualquier desgarrón oficialista instalará en la Casa Rosada al Comandante en Jefe del Ejército, Alejandro Agustín Lanusse, un firme liberal al fin de cuentas, como que participó del motín antiperonista de 1951.
De todos modos, para intrigar entre los militares, la UCRP necesitaba aventar públicamente los restos del diálogo que existió entre Arturo Illia y Juan D. Perón. El sábado pasado, bajo el cetro de Ricardo Balbín se reunía, en un lugar de Buenos Aires, el Comité Nacional del partido; hasta la madrugada del domingo, había dos líneas.
• El balbinismo, por boca de su jefe, planeaba anunciar la ruptura de las tratativas entre la UCRP y Madrid "por inconsecuencia de Perón, quien ahora apoya a Onganía", según explicó un caudillo bonaerense, el jueves 5, al cabo de las deliberaciones previas del Comité provincial. La denuncia de Balbín tendería también a probar la ineptitud de la generación intermedia, cuyo líder, Facundo Suárez, inició en 1966 los contactos con Madrid.
• El sector adicto a Illia no pretendía firmar la ruptura; sí, la inoperancia del balbinismo para enfrentar con hechos —y no con asados— al Gobierno Onganía. El vocero del núcleo, Miguel Ángel Zavala Ortiz, preparaba una ardiente perorata que finalizaría solicitando el advenimiento de una Comisión de Acción Política. En la práctica radical, ese tipo de cuerpos sirve para vigilar al Comité Nacional y, a veces, también para anularlo.
Pero no sólo el radicalismo deliberaba: clandestinamente, el Politburó del Partido Comunista hacía distribuir entre sus fieles las tesis: un folleto de 61 páginas colmado de esquemas que se discutirán en el XIII Congreso nacional del sector, previsto para febrero. El ritual exige analizar el documento a fondo, a lo largo de un bimestre, en las células y en la cúspide, para fijar luego, en la asamblea, la línea política final.
Las tesis insisten en proponer, como siempre, un frente popular donde las fuerzas "burguesas" tienen la misión de escudar al grupo conductor, obviamente al comunismo. Desde 1945 ese acuerdo no es sino un anhelo; ahora el Comité Central propone disfrazarlo bajo el rótulo de Centro Coordinador, cuyo eje debe situarse en la CGT rebelde, de origen peronista.
El peronismo, por su parte, seguía entregado a sus habituales boberías: sólo un necio puede atribuir importancia nacional a las minúsculas rencillas entre Paladino, Vandor, Chocha Nicolini o Guardo, que Perón fomenta. La semana pasada, la novedad interna más importante fue el retorno de Jorge Paladino desde Madrid, donde fue confirmado en la regencia del movimiento. Su primera maniobra: incorporar la Comisión Pro Retorno de Perón —que sesionaba en Montevideo bajo la égida de Pablo Vicente, como una suerte de comando paralelo— a la estructura general del justicialismo. Así, de un golpe, en el conventillo peronista Paladino silenció a un vecino demasiado molesto.
No es extraño que Perón envejezca y se anonade, porque tal es la ley de la naturaleza; lo llamativo es que el movimiento envejece con él: ya no produce estrategias, ni aporta soluciones ni genera dirigentes. En un partido que sólo puede prosperar enfrentando a un Gobierno de élites, el último caudillo, Raimundo Ongaro, intentaba hace pocos días organizar un paro nacional de dos horas, para esta semana. Quizá no lo siga nadie.
Es curioso, pero únicamente Augusto Vandor intenta imitarlo: como ambos líderes objetan, por magros, los aumentos de salarios, el metalúrgico prologó, el jueves 5, la acción general con una huelga que paralizó a la industria del ramo, en Córdoba.
Con todo, si Ongaro actúa desde la oposición, Vandor se mueve en los arrabales del oficialismo: sus embates buscan presionar al grupo "liberal" del Gobierno y apoyan al bando "nacionalista" que la semana pasada luchó por arrancar mejores salarios obreros a Adalbert Krieger Vasena.
No caben dudas de que la relación de fuerzas dentro del oficialismo enfrenta a un sector poderoso —el "liberal", que dirige la economía— con otro, "nacionalista", que no lo es tanto: debe aferrarse, para subsistir, al predominio ideológico, y necesita buscar aliados. Los árbitros son el Presidente y, desde luego, las Fuerzas Armadas.
Así se explica que Vandor y otros se ofrezcan al "nacionalismo" como apoyos críticos: prometen sumársele para doblegar a Krieger Vasena. Entre los filo-gubernistas militan, por cierto, Arturo Frondizi y Oscar Alende. El jueves 5, precisamente, Alende emitió una proclama en la cual justifica el golpe de junio, pero no la dirección económica, y alienta al Gobierno para que se abra a la "participación" (y los sume a sus filas).
"La llamada Revolución Argentina, para ser tal, debe traducirse en una efectiva transferencia del poder real —dice Alende—; el desencuentro de ciudadanos con igual sensibilidad permite que las minorías se atrincheren en los puestos clave y nos arrastren a destinos no queridos."
Desde luego que el Gobierno tiene, por ahora, el vigor suficiente como para diluir las fantasías de los opositores y dar calabazas a sus propios pretendientes; sólo el futuro sabrá mostrar si el proceso se invierte, si la fantaseada crisis económica entra a los cuarteles para devolver el poder a los partidos o si, por el contrario, la situación se agudiza y Onganía debe echar mano de sus posibles aliados.

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Oposición 1968
Los liberales en la Recoleta


 

 

 

 

 

 

Oscar Alende
Oscar Alende

 

 

 

 

 

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