Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Ringo Bonavena
Ahora o nunca

 

Revista Primera Plana
3 de diciembre de 1968

Ya está haciendo ruido en los Estados Unidos. Al dejar Buenos Aires, Oscar Ringo Bonavena (26) abandonó también su piel seria, su andar discreto. El aire de USA, donde inició su campaña pugilística hace cuatro años, volvió a abrirle la boca: "Frazier se acuerde de mis golpes y será fácil para mí noquearlo." El ex campeón argentino de los pesados hizo las declaraciones pisando una pelota de fútbol; acababa de jugar un picado en un barrio neoyorquino.
Ese último episodio lo muestra a Bonavena de cuerpo entero; en 1964 sorprendió al mundo y más a los argentinos, cuando fue a USA para iniciar su campaña profesional. Louis Hicks fue su primer adversario y un impacto certero mandó a la lona al norteamericano en la primera vuelta. En ese momento Bonavena comenzó a creer en serio en el poder de su pegada. En el primer año realizó 8 peleas; ganó todas y sólo Dave Wipperman le resistió hasta la última campanada. Ya estaba lanzado; sus palabras comenzaban a ser recogidas por las agencias de noticias, y entonces el Madison Square Garden lo puso ante una prueba de fuego: en el primer combate de 1965 Zora Folley, un experto; lo vapuleó y le quitó el invicto. Muchos se rieron porque el fanfarrón argentino había recibido una lección; para Folley el plato resultó fácil: él tenía más de 80 combates y Bonavena 8.
Esa fue la primera vez que Ringo, con la cola entre las piernas, emprendió el regreso a Buenos Aires; la segunda fue en setiembre de 1966, cuando Joe Frazier lo zarandeó por todo el ring después de haber sufrido dos caídas; la tercera y última, en diciembre de 1967, al cortarle Jimmy Ellis el camino hacia la corona mundial, versión World Boxing Association. Esas son las tres derrotas de Ringo en una campaña de cinco años y 45 peleas.
Solamente después del match con Ellis, Bonavena bajó a lA Tierra; el bocón, como lo conocen en los Estados Unidos —haciendo parangón con Cassius Clay, el bocaza—, quedó callado. "Fue el golpe más duro de mi carrera —confiesa ahora en un tono desconocido—; hasta pensé en dejar el boxeo." Ringo recobró el aliento; un año fructífero en Buenos Aires le sirvió para volver a sentirse confiado, pero se prometió firmemente no bravuconear más. Es que en sus sueños íntimos se había considerado siempre un superdotado, un elegido; él tenía una seguridad dictada por la inocencia más que por la pedantería: la corona mundial máxima estaba hecha a su medida.
Pareció que todo se le daba el año pasado, cuando las autoridades internacionales decidieron montar una selección para cubrir el trono dejado vacante por Cassius Clay, el único grande. Sin embargo, el 2 de diciembre Jimmy Ellis le cortó las alas y Bonavena volvió a sentirse un habitante de la Tierra.
"Por primera vez me sentí solo; la gente me abandonó, me cargaban por la calle." ¿Que hizo Bonavena para recuperar a Ringo? Se fue a Córdoba, después a La Rioja; volvió a entrenarse, a pelear. Un día, el 20 de abril último, el Luna Park le abrió la puerta para enfrentarlo con Lee Carr; la publicidad era única en los anales del boxeo mundial; el antecedente de Carr: era el hombre al que Bonavena había mordido un hombro en los Juegos Panamericanos de San Pablo (1963). Todo el mundo fue a reírse. Y las carcajadas volvieron a sonar como monedas a los oídos de Bonavena. Ese día empezó a vivir el año más próspero de su carrera en la Argentina. En los dos combates de 1967 por la selección mundial (Mildenberger y Ellis) había reunido 125.000 dólares; en las cinco peleas de este año en el Luna Park juntó 25 millones de pesos.

¿Fanfarrón o hipócrita?
Es el eje del clan Bonavena, ¿cómo no va a ser fanfarrón? "La gente confunde fanfarronería con sinceridad. Van al Luna y me gritan fanfa; a mí qué me importa, si los que gritan en contra, sobre todo las mujeres, ya se pusieron en la boletería." ¿En qué se reconoce su fanfarronería? En la manera de caminar, de mirar, de reír, de hablar; hasta la famosa pelea con Ellis estaba sobrando a todos las 24 horas del día. "¿Yo? No. Yo tenía la seguridad de ganar. El fanfarrón hace alarde porque sí; yo tengo razones; lo que pasa es que no soy hipócrita. El boxeo para mí es un negocio y una necesidad; una necesidad física. Por los dos motivos hay que ganar y para ganar es necesario pegar y lo más fuerte posible; entonces yo pienso: a éste tengo que arrancarle la cabeza, y lo digo; qué me importa que el otro sea un buen muchacho, el que tengo que ganar siempre soy yo".
¿Será por eso que Bonavena está callado? "Yo estuve a punto de dejar; volví porque después de las vacaciones comprendí que no me iba a quedar tranquilo en toda la vida si no ganaba el título mundial. Ya no me importa otra cosa." Entretanto, es claro, sigue embolsando millones, "pero la plata ya no me interesa; tengo suficiente como para mi, mi esposa, mis hijos, mi madre y mis hermanos". Es verdad, en dos años de bolsas grandes, Ringo se ha transformado en el máximo magnate del boxeo argentino. Este mastodonte carón, dueño de un físico que provoca hilaridad (1,78 de altura, 93 kilos y una capacidad torácica de 6 litros), construyó una pequeña fortuna con sus mandobles; sus propiedades (departamentos, casas, locales) sobrepasan los 120 millones de pesos nominales, con títulos extendidos a su nombre, o compartidos con su esposa, o a nombre de sociedades formadas con sus hermanos.
A esos millones recolectados se van a sumar ahora 75.000 dólares por la pelea con Frazier, en el Spectrum de Filadelfia, un estadio con 18.000 asientos —los precios oscilan entre los 10 y 50 dólares—; de esa cantidad recibió en Buenos Aires un adelanto de diez mil. El 20 de noviembre, cuando estaba por partir, realizó su última sesión de entrenamiento en Buenos Aires. Mientras Héctor Nesci, el manager que lo tomó este año, lo vendaba, Ringo indicaba un cartel anunciando el combate, pegado en la pared, sobre su cabeza: "Para los incrédulos", soltaba con su voz increíblemente fina. Entonces sonreía el chico, el de las travesuras de Parque Patricios, el que es capaz de pelearse con el chofer de un ómnibus o de deglutir un kilo de ravioles en casa de la mamma. "Y esto lo conseguí yo; Tito (Lectoure) me trajo algunos boxeadores, sí; pero esta pelea con Frazier la conseguí yo; yo hablé, yo discutí." Sí, Bonavena está más discreto, más sereno, pero sigue siendo "yo". No tiene más remedio; está rodeado por Ringo. En el gimnasio, en el Luna Park, en su suite del Alvear Palace, en su departamento de Las Heras y Malabia, en Parque Patricios, al volante de su Mercedes Benz Sport, en Buenos Aires y en Nueva York, Ringo precede constantemente sus pasos.

Más Bonavenas
"Yo tengo que darme categoría, porque si no no se consigue nada; para ir a Filadelfia exigí el mejor hotel y cinco pasajes de ida y vuelta." Es claro, ¿por qué no? Y así Bonavena partió con la esposa, el manager, el hermano José, su intérprete personal y su hija ,de 6 años. Y doña Dominga, la madre más popular de Parque Patricios, fue a despedirlo a Ezeiza con un beso y una rama de ruda macho; es el amuleto: "En lugar de una herradura, me pongo la ruda dentro del guante". El chico grande estaba contento: salía rumbo a su máxima aspiración; estaba orgulloso; dejaba en casa de su madre a Natalio Oscar. El nacimiento de su segundo hijo, el 15 de setiembre, dio a Bonavena un impulso decisivo en este camino en el que lo precedió un solo argentino: Luis Ángel Firpo, en 1923. "Después de 45 años yo soy el único argentino que va a disputar un título mundial pesado." Y también tiene razón.
"Lo tengo que ganar para mi hijo." El 27 de setiembre, veinte días después de haber vencido a Leotis Martin en la mejor pelea de su carrera, y de haber embolsado la mayor cantidad de dinero que ganó en el país (8 millones), Bonavena abría el diario Crónica y en un aviso de un cuarto de página leía: "Natalio Oscar Bonavena ante Dios: Hoy. transmisión exclusiva de Séptima Edición, Canal 7". Y el bautismo del hijo de Ringo fue televisado a todo el país. ¿No es también único? ¿Cómo no va a manejar un Mercedes y cómo no va a vestir una robe e chambre de seda celeste, con guardas románicas, comprada en USA, mientras se concentra en el Alvear? ¡Y cómo no va a tener cinco clases de perfume francés desparramados en su baño!
"Cuando voy en el Mercedes me acuerdo del viejo, que era motorman de tranvía. ¡Cómo le gustaría a mi viejo estar ahora!" Es claro que le gustaría. Pero está doña Dominga, que sigue atendiendo al Titi como si fuera aquel rabonero de Parque Patricios, que se trenzaba a puñetazos en cuanto podía. Doña Dominga sigue recibiendo mil dólares a la vuelta de cada viaje de Ringo, para comprarse sus cositas y tener siempre pasta para amasar a mano. Porque la mesa grande de los Bonavena es famosa en todo Parque Patricios, en el ambiente boxístico, en los diarios y canales de televisión, en Lima y en Nueva York. Los ravioles, los tallarines, los agnoletti de doña Dominga, que se descargan todas las noches de pelea de su hijo sobre quince o veinte comensales, no tienen igual. Es la ofrenda de la madre a su hijo campeón. Desde la escalerilla del avión, mientras apretaba la ruda en su manopla, el Titi lanzaba; "Vieja, tené los ravioles listos para cuando vuelva". Y doña Minga los tendrá, porque el Titi y sus amigos son su razón de vivir; ella sigue habitando la casa humilde de Parque Patricios, pero tiene televisor, calefón de gas, sillones y una invasión permanente que sigue la estela dejada por el gran campeón. 
Y Ringo llega allí con su Mercedes; deja atrás sus aposentos del Alvear y se sumerge en los brazos empastados de la mamma.

Preparando el terreno
José, el hermano-secretario de Ringo, viajó primero a USA para arreglar alojamiento, conseguir un lugar para entrenarse y un par de sparrings (20 dólares diarios cada uno) para ayudar a Oscar en la parte final de su preparación. "Me escribió diciendo que no pudo ver a Frazier porque se entrena en secreto. ¡Se cree que me va a asustar con eso! Si él tiene que acordarse de mi mano." "Frazier debe haber progresado en este tiempo —comenta Nesci, el manager—, pero Oscar está mejor." Se pudo comprobar en sus dos últimos combates; se nota en las sesiones de guantes. Todo el ambiente rinde tributo a Nesci por haberle inculcado al ogro ciertas nociones técnicas que nunca había podido capitalizar. "Antes yo no hacía caso a nada; le gané a Mildenberger sin dejarme guiar y perdí con Ellis lo mismo; ahora es otra cosa."
Aún no se puede creer que Bonavena realmente haya madurado; se espera una nueva explosión; se intuye que éste de la humildad es otro libreto armado por ese cerebro intuitivo que rige sus pasos, que ha tornado famosa en todo el mundo esa quijada impetuosa, esa melena que cae a chorros por su nuca. Ya no calza botas, no se pelea con la policía, no desafía a todo el mundo en el gimnasio, pero lo más probable es que tenga algo guardado. Ellis marcó un hito importante en su vida; lo obligó a cambiar de tono, pero no puede haber borrado a Ringo; la prueba está en que cuando pisó suelo norteamericano volvieron a brotar sus bravuconadas. Su espíritu histriónico, que lo ha llevado sucesivamente a grabar discos, a trabajar en escenarios de revistas, lo impulsó a mitad de año a otro anuncio detonante: "Correré en el Gran Premio de Turismo Mejorado —declaró en julio desde Mendoza—; por eso estoy recorriendo los caminos con mi auto". A la vuelta, en agosto, tuvo una entrevista con Juan Manuel Fangio. "Yo nunca me echo atrás en mis decisiones", insistió. El Chueco lo puso en contacto con el preparador Oreste Berta, para conseguirle un Torino. Llegó a dar unas vueltas en el autódromo: "No dejaré el boxeo, pero voy a demostrar que puedo destacarme en otro deporte".
La fiebre duró un par de meses: el 3 de octubre, en una conferencia de prensa, presentó al empresario norteamericano Lou Lucchese y enseñó el contrato que había firmado con él para enfrentar a Frazier. Se olvidó del automovilismo, quiso olvidarse del Luna Park, de todo. Pero Lectoure ya había contratado a Jimmy Fletcher, y ante una amenaza del manager de Fletcher, Ringo no tuvo más remedio que aceptar; ni el pretexto de su mano izquierda enyesada durante gran parte de octubre le permitió escabullirse. No tenía miedo a Fletcher, por supuesto, pero "puede haber un cabezazo, un corte y adiós Frazier". No sucedió nada de eso; de la primera trompada Bonavena definió un pleito inexistente. En el ring saltaba de alegría; después confesó: "Todos los pesados son peligrosos, hasta los desconocidos. Estaba muy nervioso pensando en Frazier, pero ya ven, no hay quien me aguante. Nunca había pegado una piña tan fuerte, si hasta me dolió la mano'', Y también es verdad.

El futuro
Al que finalmente eludió fue a Alberto Lovell, para beneficio de éste. Lovell, un púgil mediocre, lento y sin potencia, había desafiado a Bonavena por el título argentino. En setiembre Ringo renunció a esa corona; el 14 de este mes Alberto Lovell y Eduardo Corletti, que regresa de USA expresamente, se medirán por el título vacante: "No pagaría un peso por ver esa pelea", sentenció Bonavena. Para ese día ya estará definido el futuro de Ringo: el 10 enfrenta a Frazier; tiene dos posibilidades: llegar al estrellato o quedar estrellado. En esa noche de Filadelfia, Ringo Bonavena tiene la chance que se presenta una vez en algunas vidas: de pasar a ser el más grande boxeador argentino de todos los tiempos. Esa mención la mantiene, desde hace 45 años Luis Ángel Firpo. Nada más que por haber despedido, entre las cuerdas, en el primer round de su combate, a Jack Dempsey —después fue noqueado—, Firpo se identifica con el boxeo en la Argentina: cualquier púgil local que llega a los Estados Unidos "es de la tierra del Toro de las Pampas". Si Bonavena vence a Frazier, cosa nada fácil pero que puede suceder, empieza otro capítulo para el boxeo argentino. Se diluye Firpo, se empequeñecen aún más Pascual Pérez y Horacio Accavallo, queda relegado lo que, dos días después, pueda hacer Nicolino Locche en Tokio.
Es que la categoría de los pesados mueve los mayores intereses, despierta, desde fines de siglo, las principales polémicas. Frazier, que es dueño de media corona, cobrará 300.000 dólares por arriesgar su título. Acavallo apenas superaba los 30.000 en sus defensas. Gene Tunney, que le quitó el título a Dempsey, prometió retirarse al llegar al millón de dólares; cumplió. Ahora, sumados los derechos de radio y televisión, los campeones pesados pueden llegar a ganar esa suma en un par de años, O, de llamarse Cassius Clay, en un par de peleas.
Entonces, ¿cómo le dan la chance a un extranjero? Hay una razón importante: Bonavena Es blanco. Pero el negocio no lo perderán los norteamericanos, es imposible. Si Ringo triunfa, será absorbido por la organización yanqui.
Oscar Ringo Bonavena está frente a la cueva de Ali Baba; si acierta con las palabras precisas puede abrirse y derramar sobre el clan el oro que ningún boxeador argentino imaginó en medio siglo. Si no, habrá desperdiciado la única oportunidad. Gane o pierda, el hecho de llegar a disputar la corona máxima, la que lucieron Jim Corbett, Joe Louis, Cassius Clay, merece festejarse; el plan ya está esbozado: los Bonavena cerrarán la cuadra del 2100 de la calle Treinta y Tres y habrá ravioles, empanadas y vino para el que se acerque. Doña Minga tenderá la mesa más grande del mundo.
[Ricardo Frascara]


El rival: Joe Frazier
Por varios motivos Joe Frazier, 24, va a quedar en la historia: campeón olímpico en 1964 y campeón mundial, para la Comisión de Boxeo del Estado de Nueva York, en 1968; pero con el correr de los años quizá lo más importante sea que con su match por el título frente al gigantón Buster Mathis quedó inaugurado el nuevo Madison Square Garden. Es, además, el hombre hacia el que apuntaban las encuestas populares y periodísticas cuando se buscaba un sucesor para Clay.
Este negro de piel brillante y boxeo opaco, un par de centímetros más alto y un par de kilos más liviano que Oscar Bonavena, será el rival de Ringo en Filadelfia, su tierra natal. Manejado por un sindicato de comerciantes e industriales, Frazier conquistó la media corona de los pesados al batir a Mathis el 5 de marzo de este año; tres meses después retuvo el título al vencer por knock out en la segunda vuelta al mexicano Manuel Ramos.
Para entonces, Frazier ya se había convertido en una de las figuras más populares del boxeo norteamericano; ahora sigue manteniéndose invicto y fue precisamente Bonavena el que le hizo pasar el peor momento en aquel combate de 1966 en el Madison. Cuando enfrentó a Ringo, Frazier era solamente una esperanza (tenía 11 knock outs sobre 11 presentaciones como profesional), ahora es una realidad: campeón mundial, despojó del invicto a Mathis y fue el primer púgil que logró voltear al canadiense Chuvalo.
Aquella vez Ringo tiró dos veces a Joe en la segunda vuelta; los 150 espectadores de Filadelfia que seguían el combate estaban ya dispuestos a romper sus acciones, con las que participaban del negocio Frazier; todo Se venía abajo. Sin embargo el negro se recuperó y batió al argentino por puntos. Desde entonces las acciones, vendidas a 250 dólares cada una, han llegado a cotizarse cerca de los 4.000. Una caída más en aquel mismo round hubiera cambiado su destino, el de Bonavena y el de Cloverlay Inc., el sindicato que dirige a Frazier.
De haber ganado aquella pelea, Bonavena hubiese sido la siguiente víctima de Cassius Clay; al perder mejoró su futuro. A Frazier, en cambio, no se lo quiso enfrentar con Cassius para no cortarle su carrera ascendente y mantener un hombre en reserva. La táctica dio resultado; Frazier es ahora el campeón. Esa noche, frente a Bonavena, Frazier rindió un examen: era el primer combate en el que completaba los 10 rounds. Tres meses después abatía a otro nombre sonoro: Eddie Machen; esa noche, en Los Ángeles, Frazier marcaba un record: ganó por knock out en el décimo round luego de haber aplicado 53 impactos en el noveno. Era la segunda derrota por fuera de combate que sufría Machen en 12 años de boxeo. Después del match declaró: "Es el mejor peleador de infighting que conozco después de Marciano . De brazos cortos y piernas fuertes, Frazier es un perro de presa, un boxeador de tres minutos por round. Ninguno de sus 22 rivales, incluyendo a Bonavena, encontró la solución para contrarrestar su ataque constante y demoledor. El 10 de diciembre, peleando ante su público, Joe será el favorito; estará en sus dominios de Filadelfia y, por conocer el poder de Bonavena, sabrá que no puede darle respiro; Cloverlay Inc., toda la organización boxística norteamericana y un pasado de victorias, lo respaldarán frente al argentino.

Primera Plana
3 de diciembre de 1968

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Bonavena
Ringo


Bonavena con el hermano

 


 

 

 

 

 

 

 

Bonavena
Bonavena

Joe Frazier
Frazier

 

 

 

 

 

 

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