Revista Periscopio
2 de diciembre de 1969 |
SINDICALISTAS:
ECCE HOMO
Había esperado toda la tarde frente a la cárcel de Caseros; algunos
tomaban mate bajo el alero de una peluquería cercana, mirando el
chaparrón. Eran pocos (el esqueleto de la CGT de los Argentinos y
algunos dirigentes gráficos), y estaban demasiado conmovidos para
festejar una victoria. Ismael Ali, suplente del jefe arrestado, se
paseaba con los puños en los bolsillos; la Policía lo buscó durante
muchas semanas; por fin, el peligro había pasado.
Estaba también Elvira Isabel Carusso, más delgada que entonces y con
un bonito peinado. Vestía de negro. Todos los viernes, durante cinco
meses, visitaba a su marido, Raimundo Ongaro.
A las 17 frenó un Chevrolet 400 de color celeste, para llevárselo a
lugar seguro. Pero eran muchos los Decretos que debía elaborar el
Ministerio del Interior; la orden de liberación tardaba en llegar.
La impaciencia patrocinaba absurdas versiones: "Lo traen
pichicateado para que apoye la procesión a Luján". Elvira tenía una
inquietud más menuda: "No esperaba este plantón; me hubiera venido
con zapatos de taco bajo".
Ongaro salió esa noche, a las 2 de la madrugada. Adelgazó unos doce
kilos, parece. "No comí ni bebí nada de lo que me dieron; sólo lo
que ella me traía: jamón, queso, dulce, pomelos, cigarrillos."
Tampoco aceptaba la hora de recreo que se concede a los detenidos,
porque "aquí yo era el único preso político'". Se afeitaba
regularmente, pero "los días en que venía mi mujer, trataba de estar
buen mozo". Tiene el cabello largo: "Quería llevarme un recuerdo de
Caseros".
El día anterior (jueves 27) se había institucionalizado, por fin, el
diálogo del Gobierno con los sindicatos: Rubens San Sebastián
recibió a sus buenos amigos, los 23 gremialistas que forman la
Comisión Normalizadora de la CGT, quienes llegaron conducidos por
Rogelio Coria (participacionista) y Gerónimo Izzeta (vandorista).
Entregaron un escrito de 1.500 palabras que reitera los socorridos
cinco puntos de la abortada huelga de octubre, y pidieron audiencia
con el Presidente, quien —la noche anterior— ya había concedido el
más difícil: libertad de los presos gremiales, aun los sometidos a
la Justicia militar, que saldrían en los próximos días.
Llamó la atención la ausencia del encantador de serpientes Valentín
Erundiano Suárez, quien —luego de haberlos seducido con su ocarina—
creyó elegante enviar una nota a Onganía con quejas contra la
Secretaría de Trabajo. No constaba en el pliego, pero él mismo había
sugerido a los periodistas su intención de renunciar. San Sebastián
lo llamó, alarmado; el Subsecretario, Héctor Villaveirán, no
disimulaba su furor. "Nunca nos pidió un solo expediente", dijo a
periscopio uno de sus amanuenses.
Pero ya se viene la maroma: la Mesa de las 62 prohibió a todas sus
organizaciones integrar la Comisión Normalizadora: los que no
renuncien serán expulsados del peronismo gremial. Esto explica tal
vez la actitud de Suárez.
PERONISMO:
MISION INSOLITA
Jorge Daniel Paladino iniciaba la semana pasada —con inocultable
desasosiego— su más difícil etapa como secretario general del
Movimiento Justicialista, una designación que le cayó del cielo
cuando Perón tuvo que transar entre la línea beligerante de Bernardo
Alberte y la oportunista de Augusto T. Vandor. El viernes 22 había
regresado de Madrid con una triple misión:
1.Producir "hechos", que sitúen al peronismo en una oposición
activa.
2.Esto, sin romper las tácitas negociaciones con el Gobierno, en
tomo de la unidad obrera.
3.En esas negociaciones, debe asegurar el control de la CGT por
parte de las difuntas 62 organizaciones.
Es que El Líder, aunque partidario de la unificación gremial —"la
masa de los participacionistas también es nuestra", arguye—, y aun
aceptando las reglas del juego ofrecidas por Onganía, no quiere
aparecer entregando a su gente: cuestión de "imagen".
Perón no puede ya hacer otra cosa; trata de recomponer el
aglutinamiento sindical para poder utilizarlo cuando sobrevenga el
choque definitivo entre los sectores liberal y católico del
Gobierno, según pronostica. Dos intentos anteriores, el del general
Eduardo Rafael Labanca —montado cuando Remorino aún vivía— y las
conversaciones con los radicales del pueblo, tuvieron un lamentable
final.
Paladino, 39 años, un agresivo pelirrojo, sabe que su continuidad en
la secretaría depende del resultado que obtenga en esta misión
veraniega. Un mes atrás, ya circulaba insistentemente el rumor de
que Perón iba a reemplazarlo —disconforme con la marcha de los
acontecimientos— por el teniente coronel (R) Jorge Osinde. La visita
de El Colorado a Puerta de Hierro parece haber detenido el relevo:
logró autorización para continuar con sus experimentos locales. Si
no funciona, con la llegada de la primavera europea deberá colgar
los guantes.
Ciertamente las cosas no se presentan fáciles para el atribulado
secretario general. Carece de flexibilidad política, don
indispensable para actuar frente al Gobierno y frente a los grupos
internos del peronismo que se le oponen. Ese don, precisamente, era
el que poseía el ex Canciller Jerónimo Remorino, un abogado
cordobés, aristócrata, educado en Francia y "representante personal"
de Perón en la Argentina. Hace un año y medio, Remorino empinó a
Paladino en la secretaría del Movimiento: se decía que él planeaba y
el otro ejecutaba. Al morir Remorino, nadie lo reemplazó en su
tarea.
Jorge Antonio es el principal opositor a la acción desplegada por la
actual conducción local; el enfrentamiento entre El Turco y los
remorinistas se remonta a la época en que El Viejo erraba por
Panamá, Venezuela y la República Dominicana. También se oponen al
actual secretario el gardeliano Raúl Matera —dedicado a formar
"equipos de Gobierno" en su centro de estudios (CISA)— y los
sectores que gustan definirse como "revolucionarios", un desinflado
frente que amalgama al mayor Bernardo Alberte, su colega Pablo
Vicente y los restos del MRP (Movimiento Revolucionario Peronista),
junto a infiltrados marxistas y católicos progresistas.
A pesar de todo, fatigosamente, Paladino logró dar una organización
formal mínima al peronismo. En realidad, Perón, para desarrollar sus
habituales giros, contramarchas y tácticas pendulares, necesita que
su movimiento se mantenga en una "desorganización organizada". Es su
mejor arma, y lo torna casi invulnerable: nadie sabe dónde pegarle
para descalabrarlo. La organización casera montada es una pirámide
con cúspide en Madrid: Perón y su esposa Isabelita (Isabel Martínez,
35 años) conforman el Comando Superior: aquí, Paladino hace las
veces de Comando Delegado, además de secretario general. También
existe un Consejo Nacional integrado por dos representantes de cada
provincia, un Congreso Nacional, convocado anualmente, Delegaciones
en provincias y municipios.
EL REINO DEL CAOS
Pero la maquinaria funciona mal: Córdoba, por ejemplo, con Julio
Antún —otro Turco— en la parte política, y con sus revoltosos
sindicatos, ignora prácticamente a la conducción nacional, En
cambio, cuenta con el apoyo de los eficientes Rodolfo Kelly (Bahía
Blanca), Fernando Riera (Tucumán) y Héctor Sáinz (provincia de
Buenos Aires).
El balance de lo realizado por Paladino hasta ahora arroja un leve
saldo a su favor. El pelirrojo llegó a la secretaría general en mayo
de 1968, tras la defenestración de Alberte, sobre el que pesaban
cargos de desviación ideológica, por su vuelco hacia los sectores
"revolucionarios". El peronismo era, entonces, el reino del caos:
asesorado por Remorino, el nuevo jefe local intentó reagrupar las
dispersas fuerzas.
Acusó a Raimundo Ongaro y sus amigos de poner la masa peronista al
servicio de la infiltración marxista y de no acatar la disciplina
del movimiento y las órdenes de Puerta de Hierro. Arguyendo que los
mayoritarios sindicatos del vandorismo están formados por
trabajadores peronistas, dio a El Lobo la oportunidad de volver al
redil: El Líder le levantó la excomunión y le encargó la creación de
una nueva agrupación de las 62. Muchos sindicatos que habían seguido
a Ongaro lo abandonaron entonces: Sanidad hizo punta y Paseo Colón
quedó desmembrada.
Los revolucionarios no lograron, desde entonces, detener la pujanza
de Paladino: sin gremios —y copados por grupos extraños—, cayeron en
agudas diferencias internas. En enero último, un congreso realizado
en Córdoba separó a los rebeldes: el sector liderado por Alberte
propuso lanzarse de inmediato a la lucha armada, formando un frente
de liberación con las restantes fuerzas antiimperialistas, instaurar
un Estado Socialista. En cambio, el MRP sostuvo que aún no es tiempo
para la insurrección; antes, los sectores revolucionarios deberían
dejar de ser una minoría dentro del peronismo, ganándose a las
masas. Cumplida esa etapa, vendrían los núcleos guerrilleros y el
paso a la acción directa. Los albertistas tacharon de "reformistas"
al MRP y la tendencia se atomizó.
Paladino tuvo entonces el campo libre y, a pesar de la muerte de
Vandor, supo aplicar la sinuosa estrategia de Perón para no quedar
mal parado tras el "cordobazo", que no previó y que escapó a su
control. Las circunstancias lo ayudaron y el peronismo se dio el
lujo de hacer fracasar las últimas huelgas "rebeldes" dejando en
descubierto la estructura subversiva (marxista-católicoprogresista)
y abriendo las puertas de la unificación con los participacionistas,
que también provienen del peronismo. Era el comienzo de la tácita
negociación con el Gobierno.
El sábado antepasado, Paladino y los integrantes del Consejo
Nacional escudriñaron —una vez más— las vías que permitan hacer
realidad el triple deseo del Jefe: oposición con "hechos", sin
entorpecer la unidad sindical y obteniendo el control de la CGT.
Tímidamente eligieron a San Juan, conmocionada, sedienta, para
ensayar sus primeras protestas contra Onganía.
Al margen de su insólita misión. Paladino lograba, la semana última,
incorporar a su equipo un elemento de cierto valor: Edgar Sá, un
abogado que acaudilla algunos sectores en la Capital y el Gran
Buenos Aires. Quizás en él encuentre el consejero y el diplomático
apto para negociaciones peligrosas. Sá, Diputado peronista hasta
junio de 1966, fue el factótum de la hoy silenciosa Comisión Pro
Retorno, hasta que su organizador, Pablo Vicente, se pasó al sector
de Ongaro; entonces se alejó, prudentemente.
La actual dinámica peronista condujo a la movilización de otros
"periféricos" como Sá, especialmente entre los ex "neos". Los ex
Gobernadores Deolindo Bittel y Felipe Sapag, por ejemplo, sin
reticencias, al igual que Leopoldo Bravo, un camarada de ruta del
peronismo que siempre ha sabido mantener su individualidad. Débil en
Mendoza, El Colorado intentaría ahora ganarse a Alberto Serú García,
un amigo del ex Ministro Borda que intentó dividir al peronismo de
su provincia en 1966. La infiltración frigerista, cuyas puertas
abriera años ha el ingeniero Alberto Iturbe, parece haber cesado.
Otros "periféricos", como Francisco Anglada, desaparecieron del
escenario.
Pero nadie puede estar seguro: en el justicialismo es axioma una
conocida frase del Tenorio de José Zorrilla: "Los muertos que vos
matáis gozan de buena salud". En cualquier momento, la Puerta de
Hierro los resucita.
TODO ESTÁ COMO ERA ENTONCES
Atlético, morrudo, Jorge Daniel Paladino ocupa la Secretaría General
del Movimiento Justicialista desde mayo de 1968. Sarcástico y
desafiante —una máscara para ocultar su jovialidad— fue uno de los
líderes de la "resistencia" peronista entre 1955 y 1960. El Colorado
conoció entonces la cárcel y el exilio; también peregrinó por el
Caribe, junto a Perón, e hizo de correo secreto: introducía
subrepticiamente en Argentina las famosas órdenes y discos.
No se ha "aburguesado"; le siguen gustando la acción y el peligro;
su "hobby": el automovilismo (goza levantando su Torino azul a más
de 150 kilómetros por hora). Incorporado hace tiempo al equipo del
extinto Jerónimo Remorino, execra a Jorge Antonio y la línea rebelde
de Raimundo Ongaro, viaja con frecuencia a Madrid para consultar con
su jefe. Hace once días retornó de la Puerta de Hierro con nuevas
directivas.
—¿Las nuevas directivas implican un cambio o giro en la estrategia
del peronismo?
—El peronismo es un movimiento político con objetivos definidos; el
principal: la reconquista del poder. En consecuencia, adecúa sus
tácticas y estrategias al logro de esos objetivos. Claro está,
varían de acuerdo con el momento histórico en que se vive. Las
actuales circunstancias han determinado que el Comando Superior
introdujera variantes en sus planes. Los hechos demostrarán cuáles
son esas variantes.
—¿Cree que el peronismo está en condiciones de volver al poder?
—Siempre lo ha estado; pero ahora más que nunca. Ninguno de los
Gobiernos que tuvo el país, a partir de setiembre de 1955, hizo nada
positivo por él; al contrario, parecieron trabajar en contra. La
obra realizada por el peronismo brilló entonces más que nunca y las
fábulas e historias que fabricaron los gorilas se diluyeron sin
dejar rastros. La Verdad representada por la década peronista ha
vuelto a luz, depurada... Ahora todos añoran aquella época; salvo,
como es obvio, quienes militan en sectores de otra ideología.
—Pero ¿no sigue padeciendo el peronismo antiguos defectos, tales
como la indefinición, el personalismo, la desorganización?
—No creo que el peronismo haya padecido nunca de esos defectos.
Dista mucho de haber alcanzado un estado de perfección: no hay que
olvidar que está
integrado por seres humanos. Pero sus yerros han sido siempre
menores que los de las restantes fuerzas políticas que actúan en el
país. Prueba de lo que afirmo es que en tanto el peronismo continúa
indisolublemente unido, esas otras fuerzas están atomizadas.
—¿Entonces no existe "indefinición"'?
—Por supuesto que no. El peronismo se ha definido, desde su origen,
como humanista y cristiano, popular y—fundamentalmente— nacional.
—Pero, ¿de qué lado está, según las grandes líneas que se disputan
el dominio del mundo?
—Está con el país. Y con aquellos que, en todo el mundo, luchan por
acabar con la explotación del hombre por el hombre. Por eso, el
peronismo no está ni en la izquierda ni en la derecha, para utilizar
términos caros a liberales y marxistas. No aceptamos entrar en esa
opción, como tampoco el centrismo cómplice de algunos.
—Los postulados doctrinarios tras los cuales se lanzó el peronismo a
la lucha en 1945, ¿no están ya superados por la acción del tiempo?
—En absoluto. La esencia de esos principios no ha sido superada
históricamente. Las fuerzas internacionales que se disputan el mundo
actualmente, utilizan ideologías —ésas sí— pasadas de moda. Los
capitalistas, por ejemplo, siguen rindiendo pleitesía a los dogmas
de la Revolución Francesa, que tienen casi doscientos años; los
marxistas, al Manifiesto Comunista, que ya ha superado los ciento
veinte... El Justicialismo, en cambio, con una base espiritualista,
supo abrevar en las tendencias surgidas este siglo como reacción
contra aquellas dos viejas ideologías.
—¿Tampoco hay personalismo?
—El nuestro es un movimiento vertical, jerárquico, con un Jefe que,
además, es un doctrinario. Su personalidad es la de un auténtico
Líder, un Conductor que se ha ganado la plena adhesión del pueblo.
Si eso es personalismo, también existe en otros lugares del mundo, y
con distintas ideologías. Sin ir más lejos, podemos recordar el
culto a Mao, de Gaulle, Kennedy, Ho Chi Minh.
—¿Y en cuanto a la desorganización?
—Tampoco es tal. A pesar de las constantes persecuciones, hemos
conseguido mantenernos unidos, aglutinados tras el Jefe y la
doctrina. Muy pocos han defeccionado; por otra parte, es lógico que
existan divergencias en un
grupo político. De cualquier manera, son mínimas y a nivel de
dirigentes; las bases continúan firmemente unidas.
—¿Y la unidad obrera?
—Los trabajadores están unidos: son peronistas sin aditamentos; nada
ni nadie pudo ni podrá dividirlos. Los problemas que puedan existir
—repito— son a nivel de dirigentes y están en vías de ser
solucionados.
—A su juicio, ¿cuáles son los principales enemigos del peronismo?
—Los gorilas de izquierda y derecha, para seguir empleando esa
terminología. Más que la fuerza, tememos a la infiltración y la
corrupción, permanentemente intentada en nuestras filas.
—¿Qué infiltración?
—La de algunos grupos que se pretenden revolucionarios. Estaban con
la Unión Democrática cuando Perón llevaba a cabo su Revolución
Nacional y ahora quieren enseñarnos a nosotros cómo hacer
revoluciones... Es que saben cómo piensa la masa y les interesa
ponerse la camiseta peronista.
—Pero muchos de esos grupos exhiben cartas de Perón ...
—El general Perón puede cartearse con quien lo desee y, de hecho, lo
hace; eso no quiere decir que él y los destinatarios de sus cartas
piensen igual.
—¿El peronismo es revolucionario aún?
—Por supuesto. Y lo será siempre. Lo que ocurre es que la Revolución
Nacional Justicialista que aspiramos concretar es distinta de la
revolución clasista a que aspiran los seudorrevolucionarios que
quieren infiltrarse en nuestras filas. En la nuestra tienen cabida
todos los argentinos de bien que se opongan tanto a la oligarquía
liberal-capitalista, como a los que prometen utópicos paraísos
proletarios que, en realidad, terminan convirtiéndose en
superestructuras opresoras.
—¿Y la lucha de clases?
—La Revolución Nacional Justicialista la superaría definitivamente.
Sólo desaparecerían los zánganos que viven explotando a otros
hombres por medio de estructuras sociales injustas. Ello significa
también que los proletarios dejarían de ser tales para ascender en
todos los órdenes. Bajo el imperio de la justicia social, entonces,
sólo existirían las diferencias determinadas por la inteligencia y
la voluntad de cada integrante de la comunidad.
—Concretamente, ¿qué soluciones propone el peronismo al país?
—Allanar el camino para el triunfo de la voluntad nacional, que yo
entiendo representada por nuestro Movimiento; y no sólo porque
seamos mayoría... El pueblo debe participar nuevamente en la
construcción de una Gran Argentina; no puede ser que se quiera
gobernar traicionando, ignorando o enfrentando al pueblo. Ni
tratándolo como a un niño, con gestos paternalistas...
—¿Qué haría el peronismo en el poder?
—Instaurar nuevamente —perfeccionándolas— la soberanía política, la
independencia económica y la justicia social; construir un gran país
capaz de crear y hacer aportes culturales y científicos a la
humanidad, sin limitarnos a asimilar lo que crean otros; tratar de
lograr la unidad de los pueblos hispanoamericanos. Eso y mucho más.
—Algunos de esos objetivos figuran también en los programas de las
fuerzas revolucionarias que, según usted, quieren infiltrarse en el
peronismo...
—Por supuesto: la diferencia reside en que nosotros comenzamos esa
política. En especial la unión con los países vecinos; ellos, en
cambio, nos combatieron. Ahora quieren hacerlo; pero apoyándose en
una gran fuerza internacional para desalojar a otra. En el
peronismo, todo está como era entonces. No ha cambiado de razones.
Ni de collar.
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