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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Pérez Celis en París

Revista Mercado
16 de julio de 1981

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

 

Tiene motivos para exhibir casi permanentemente una sonrisa segura, comunicativa, de triunfador: vive desde hace tres años en París, casi sobre el bailoteo de las aguas del Sena; obtuvo el premio de Montecarlo, en Mónaco; figuró entre los poquísimos sudamericanos y los muchos célebres plásticos internacionales que participaron del famoso Salón de Mayo y ha sido incluido en la nómina de pintores de L'Officciel des galeries, catálogo que prefigura un prestigio dentro del mercado mundial de la pintura. Además, acaba de vender a un príncipe de Kuwait más de una docena de cuadros suyos, que compondrán una valiosísima colección, y expondrá en diciembre en la galería Dellecasse donde presentará también su libro de arte editado por Gaglianone en la versión francesa. Expondrá el mes próximo en Buenos Aires, en la galería de Jacques Martínez, en Florida al 900 y, cada tanto, viajará a Buenos Aires para alimentarse de sus calles, y volverá a París a tomar champagne junto a Astor Piazzolla, y recibirá la visita de Guillermo Vilas, y se juntará una vez por semana con sus amigos pintores radicados en París, Leopoldo Pressas, Raúl Russo, Felipe Noé, Ernesto Deira, y seguirá sonriendo.
Sí, Pérez Celis, tiene motivos para sonreír además de hacerlo por cortesía. Por eso su casa del número 16 del Quai de la Mellisserie, cuyos balcones miran hacia la cercana Consergerie, por la noche iluminada mágicamente, la misma casa donde vive con Iris, su mujer, donde tiene su caballete y sus telas, desde donde ve como en una postal turística la aguja de Notre Dame, la de la Santa Capilla y la de la Torre Eiffel, es un refugio de tránsito permanente de cuanto argentino visita la ciudad. "Bruno Gelber suele decir que esta casa es el corazón de París", recuerda Celis mientras enciende una pipa.
A los cuarenta y dos años, este pintor del que Jean Cassou dijera: "Distingamos, pues, en el arte de Pérez Celis ese punto con que él
mismo quiere marcar su diferencia. Ese punto es América...", puede mostrar una trayectoria signada por los elogios de la crítica y por la cotización elevada de su obra. El diálogo frente al Sena fue franco, cálido, donde casi siempre lo intelectual o conceptual quedó oculto bajo la espontánea temperamentalidad del artista.

MERCADO —En sus nuevos cuadros se observan ciertas formas diferentes a las que se le conocen. ¿Qué significan esos cambios, una pintura diferente, una visión del mundo opuesta a la que lo impulsó en sus comienzos o hace unos diez años?
PÉREZ CELIS —No creo que sea una visión diferente u opuesta a la que yo sentía antes. Creo que un artista tiene siempre una obsesión y sobre esa obsesión esencial pueden operarse cambios formales. Esta ruptura de lo geométrico, más libre, con otras tonalidades quizá, las empecé cuando estuve dos años radicado en Venezuela y las acentué ahora durante mi estada en París. Siento que la influencia cercana de las obras de los grandes pintores de todos los tiempos, la permanente visita a los museos de Europa, marcaron en mí una suerte de inquietud que se percibe en una mayor libertad y soltura para la creación.
MERCADO —¿Quiere decir eso que París puede provocar en usted un mayor poder creativo, que le permite desarrollar toda la libertad de que es capaz un creador?
PÉREZ CELIS —Un artista puede ser libre y creador en cualquier ciudad, en cualquier parte, hasta en una cárcel. Sólo que en la cárcel además de la incomodidad es probable que no pueda divulgar su obra. Lo que quería decir era que la impresión que me causa, por ejemplo, la luminosidad de los cuadros de Turner o la sombra de un Rembrandt o el drama de un Goya, proponen un estímulo adicional. Pero siempre partiendo de mi obsesión por la morfología telúrica del continente americano, esa particularidad que ha hecho que mi pintura sea observada como muy diferente a la de los pintores europeos.
MERCADO —¿Cuál es la característica de los pintores de París, cuáles son sus hábitos, su famosa bohemia?
PÉREZ CELIS —Yo nunca pertenecí a grupos, tampoco a determinadas escuelas pictóricas, más bien fui un individualista. Digamos, una especie de solitario con mi pintura y mi oficio. Eso no quiere decir que no frecuente a los amigos, nos reunimos aquí cerca, una vez por semana en el restaurante Clare de Lune junto a Pressas Noé, Deira, algún escritor como Rubén Tizziani y charlamos largamente y después cada uno a su trabajo. No creo en la bohemia. Se ha confundido mucho con el arte y con el vino. Y las grandes obras no se hicieron en las tabernas sino en los talleres y trabajando muchas horas. Como todo artista serio lo hace en París o en cualquier parte. El mito de la bohemia ha trascendido, es cierto, pero en boca de quienes no pintan, no crean de verdad.
MERCADO —Usted suele emplear a menudo la palabra creación.
PÉREZ CELIS —Porque suelo anteponerla, calificarla frente a otra palabra en boga "profesional" y quiero hacer sentir las diferencias. Porque creador y profesional son diferentes. Un pintor profesional pinta para vender sus cuadros y un artista pinta cuadros que no sabe si se van a vender. El profesional es hábil, diestro con su oficio. Se adapta a las necesidades del gusto en boga y pinta bien y vende bien lo que sabe se está consumiendo. El creador hace lo que puede, busca cosas sin preguntarse para quien son. Un "buen profesional" se llevará inevitablemente de teorías, fórmulas, conceptos. Un creador, un artista se los olvida. No es lo mismo pintar para vender que tratar de vender lo que uno pinta.
MERCADO -Sus cuadros se venden, se cotizan. ¿Puede contarnos algo de ese proceso?
PÉREZ CELIS -Mi obra vale tanto en Buenos Aires como aquí en París: un cuadro puede costar diez mil dólares. Sucede con las cotizaciones un fenómeno: pintores valiosísimos en nuestro país pueden no valer nada ni bien cruzan el río. En Europa las cotizaciones son elevadas. Un Vasarelli, un Bacon, pueden costar 100.000 dólares; un Chagall 1.000.000. Son prácticamente inaccesibles para los coleccionistas argentinos. Por eso en nuestras colecciones abundan los pintores argentinos, por una cuestión de cercanía y de posibilidades económicas. En Europa la lucha por cotizarse en la llamada Escuela de París es dura, pero no imposible. Algunos sudamericanos lo han logrado. Alicia Penalba, la escultora argentina radicada hace años en Francia, cotiza sus obras en no menos de 100.000 dólares. Creo que en la Argentina casi no hay esculturas suyas.
MERCADO —¿Cuál es su opinión acerca de la actual pintura argentina respecto de la del mundo? 
PÉREZ CELIS —Que es buena, que algunos de nuestros mejores pintores están a la misma altura que los mejores del mundo, pero la falta de difusión, la lejanía, los hace oscurecer frente a los que surgen de los centros mundiales del arte. Hay algo negativo que he observado, sin embargo, en la pintura argentina de los últimos años: la falta de creatividad. La veo como a una pintura buena, de gran oficio, en la búsqueda formal, pero no en el salto riesgoso que propone la creación aun a costa de no alcanzar la perfección estilística. Le falta capacidad de audacia. Fíjese que los premios se adjudican en general a obras bien realizadas, no transformadoras.
MERCADO —¿Cuál es el valor que le asigna a la crítica en el arte? 
PÉREZ CELIS —Ah, aquí tengo algo que decir. Un crítico debe orientar, seguir paso a paso el trayecto de los creadores. Un crítico no tiene autoridad para pontificar. Por ejemplo, Jorge Romero Brest comete el mismo error de otros en la historia del arte: de tanto "teorizar" se le escapan los verdaderos creadores. Ellos eligen erróneamente a quienes responden a sus propias convicciones estéticas, lejos de la auténtica creación. Otros, como Rafael Squirru, cumplen esa misión con objetivos positivos, sin elecciones personales arbitrarias. De todos modos la verdadera obra sigue su camino, a pesar de todo.
Y finalmente uno acaba recibiendo algo de cada uno, hasta de los enemigos, que nos estimulan.
MERCADO —¿Y fuera de los enemigos, quiénes o quién lo estimuló a usted en su carrera de pintor?
PÉREZ CELIS —Un libro: "El hombre mediocre", de José Ingenieros. Cuando lo leí a los trece años yo dejé para siempre las historietas y decidí ser un genio. Estoy trabajando para eso y sé que se tarda toda una vida. Recuerdo que entonces me compré un cartón, pintura y pinceles, y empecé a pintar. Después recorrí América pintando. Mi primera exposición la hice a los dieciséis años. Soy un pintor viejísimo a los cuarenta y dos años.
MERCADO —Pero también un pintor al que le atraen los cambios, las incorporaciones de nuevos materiales. Hace poco usted incorporó los metales preciosos, la plata y el oro, por ejemplo.
PÉREZ CELIS —Siempre me interesaron los elementos primitivos de América, integrándolos en un lenguaje actual y cuidándome de no hacer folklorismo. En los museos europeos al descubrir la pintura bizantina se me reveló la idea de introducir el oro y la plata en mi pintura, pero no de una manera decorativa sino vital y profunda. Es decir: mantengo lo esencial de mi mundo. El hecho de vivir alternativamente en París y Buenos Aires no me ha alejado de nuestra realidad y yo cada vez que regreso a Buenos Aires, cada año, trato de alimentarme de ella.
MERCADO —¿Cree usted en la inspiración? Usando esa palabra tan vulgarizada para explicar muchas veces lo inexplicable...
PÉREZ CELIS —Yo creo en la pasión. En el "profeta"; el poeta Gilbran dice que la razón es el timón y la pasión es la vela. Con la vela sola, es verdad, uno podría estrellarse, pero sólo con el timón no se cruza el océano. En la creación está siempre ese riesgo; yo igual lo asumo. Aun a costa de quedarme solo entre los académicos y los temerosos. Ya le dije antes, a los trece años decidí ser un genio. Después de todo no es una mala intención.