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El imperio de Julio Korn

 

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Esta es la historia de un desheredado. Podría empezar, cada noche, bajo las recovas del Paseo Colón, en Buenos Aires, entre ronquidos de camiones y médanos de papel, cuando los distribuidores de revistas las concentran para volcarlas después sobre los 7 mil quioscos de la ciudad. Allí, a lo largo de abril, sobre trescientos metros de vereda, reposaron 7 millones de ejemplares producidos por el imperio de Julio Korn, quizá el mayor grupo editor de la Argentina. Sus seis publicaciones semanales (Radiolandia, Antena, Goles, Vosotras, TV Guía y Anteojito) compiten entre sí por el primer lugar en el mercado, sin que ningún otro semanario (salvo Así, de Héctor García) amenace con desplazarlas. Son la ardua cosecha da un sembrador de estímulos populares.
"Mi intención fue siempre llegar a la gran masa del pueblo, sin pretender instruirla sino entretenerla —reconoció el propio Julio Korn—. Nunca me han entusiasmado las publicaciones de categoría o de lujo porque son de poca circulación. La gran tirada, es obvio, abarata los costos."
Pero la supuesta ingenuidad de su fórmula ha dado los mejores frutos; ya que Korn los vislumbró hacia 1936, a pocos meses de la muerte de Carlos Gardel, cuando Radiolandia comenzó a publicar su vida, a manera de folletín y explotando una vertiente sentimental —e inédita—, que elevó casi al triple su tirada habitual de 150 mil ejemplares. La vida de Gardel fue narrada por su madre, cuyos derechos de reproducción cedió gratuitamente.

El matriarcado
Ese fue, apenas, un eslabón más de la cadena de milagros que Korn produjo en un mercado reticente a las revistas; en la Argentina, las revistas siempre fueron el costado superfluo del periodismo, salvo para las mujeres, "y ellas son las que directa e indirectamente compran en el 99 por ciento de los casos. Ese convencimiento ha influido para que casi todas mis revistas vayan dedicadas a la mujer". Apela a su franqueza e, imprevisiblemente, a su sencillez: "En mi caso particular, toda mi ropa, hasta los zapatos, me los compra mi mujer. Yo no compro nada."
Esa política parece demasiado cándida para explicar —y menos para justificar— un liderazgo editorial que cada vez resulta más arduo arrebatarle. Tal vez entre los pliegues de su sincrónica organización, él mismo ("un hombre que nació empresario, aun cuando estaba desnudo y hambriento", definió un colaborador suyo) sea un rnaremagnum de complejidades.
En todo caso, tres testimonios contribuyen a revelar que, a los 59 años, el secreto de Julio Korn sigue siendo su simplicidad o, por lo contrario, una inocencia tempranamente perdida. Para Cecilia Litichver, su mujer, "es un pionero, un hombre que lucha tenazmente y arrastra a quienes lo rodean". La soledad que rodeó su infancia forjó su carácter: "En sus comienzos no tuvo mucho que perder." Para Jorge Cacho Korn (24 años, el menor de sus 3 hijos, a punto de graduarse de arquitecto), "cuando lo intentamos, nuestro padre no propició nuestro ingreso a la editorial; es posible que, en el fondo, no le gustara el trabajo que hacía". Más enjundiosa, casi sin puntos ni comas, su hija, Silvia Francis —Tuque—, casada y de 29 años, profesora da Metodología del Departamento de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, atribuye a otras razones el comportamiento de su padre; "Se formó en épocas en que nuestra sociedad capitalista era más primitiva, se daba en estado puro. Los valores del liberalismo tenían plena vigencia, y era más fácil hacer lo que él hizo. Mi padre se conforma idealmente con la caracterización que hizo Max Weber al desarrollar su tesis de la ética protestante y los orígenes del capitalismo: severidad, honestidad, laboriosidad, ahorro."
Julio Korn recorrió al mismo tiempo esos cuatro puntos cardinales. Desde los 9 años, huérfano de padre y madre, empleado de aprendiz en una tipografía, no dejó por un momento de creer en sus propias fuerzas y en su intuición antes que en cualquier otra cosa., "aunque no es tan ateo como él cree", acota su mujer.

La fábula y el tango
"¿Y ahora qué"?, es probable que se hayan dicho Korn, sus dos hermanos y sus dos hermanastros cuando Hermann, el padre, un inmigrante judío de la Besarabia rumana, murió en 1915, cinco años después que la madre. Pero Julio, el mayor de los varones, sabía ya, a los 9 años, cómo escapar de la incertidumbre. En la imprenta ganaba diez pesos mensuales, lo suficiente como para rescatar del asilo a su hermano menor, Ricardo, y saltar hacia adelante.
A los 12 (en 1918), sus compañeros lo proclamaron delegado gremial ante la Federación Gráfica; a los 13 volvió a cero cuando fracasó en su intento de montar una imprenta propia en San Fernando, Buenos Aires; a los 14 se atrincheró en un mohoso zaguán de la Corrientes angosta, instaló un puesto de venta de revistas y piezas de música, y comenzó a sentir de lleno el dulce aroma de las cosas populares. Ya por entonces, Korn solía recorrer los piringundines del Bajo, contagiado por el fervor que irradiaban los tangos. Ese entusiasmo de adolescente redobló su confianza en sí mismo y desembocó en dos hechos definitivos:
• A los 15 años, su descubrimiento del tango 'A media luz', que escuchó en la sala del cine Select Lavalle, lo decidió a sentar las bases de su propia editora de partituras; a viajar por primera vez al exterior —a Montevideo— para discutir de negocios con el compositor Edgardo Donato; a relacionarse con "un tal Shulman, empleado de la casa importadora Curt Berger, casi un desconocido para mí", quien le salió de garantía para que pudiera comprar, en 700 pesos, su primera máquina impresora. "El suyo fue un gesto de confianza en los hombres —recuerda Korn—, y tuvo mucho que ver con mi vida futura. La honestidad no es sólo un instrumento formativo del ser humano; también puede ser un magnífico negocio." La editora musical Julio Korn imprimió ya más de 35 mil títulos.
• Al compás de un tango, un 1º de enero de 1929, Julio Korn conoció a su mujer, y con ella, años después, se adjudicó el primer premio en un concurso para bailarines organizado por el Hotel Royal de Mar del Plata.
Su ojo clínico y su juvenil avidez casi no dejaron resquicios sin explorar; su tacto psicológico para abrir nuevos negocios lo enseñoreó en la categoría de los infalibles. A mazazos forjó su aventura, y uno de ellos, que recibió en un ring, cuando quería ser boxeador, apeñuscó su, nariz para siempre y confirió a su cara la paradójica apariencia del gladiador quieto, circunspecto y resbaladizo, enemigo de la notoriedad, a quien ahora sus súbditos respetan por lo que parece, antes de por lo que es. Paradójico también.
Pero Julio Korn no es un infalible. Una vez, hace 36 años, el compositor Ernesto de la Cruz, El Negro, puso en sus manos su última creación, un tango que había escrito sobre letra de Alfredo Marino. Korn, un veterano de 23 años, leyó los primeros versos, frunció el ceño y se negó a publicarlo. Pero la insistencia del autor pudo más. Después de todo, pensó, no era mucho riesgo invertir 30 pesos para echar quinientos ejemplares. Aquellos primeros versos —"Como con bronca y junando / de rabo de ojo a un costao", los del tango El Ciruja— anticiparon uno de los mayores best-sellers de la música popular, y sucesivas ediciones redondearon el millón de partituras vendidas.
Otro ejemplo: el fracaso de la revista Ultimo Momento Deportivo, restañado después con la aparición de Anteojito. Lo cual le demostró que toda su sabiduría no basta, a veces, para abrirle las puertas de un público que Korn acunó con bucólica astucia desde que, a los 18 años, mientras el país boyaba plácidamente, mecido por el gobierno de Alvear, decidió expandir su área, fundar La Canción Moderna y metamorfosearse en editor de revistas.

Las imágenes con moraleja
"Julio es algo conservador, se enamora de las cosas, de ver las cosas siempre en el mismo lugar —admite Cecilia Korn, al acordarse de que vivieron 27 años en un modesto departamento de la calle Carlos Pellegrini, aun después de alcanzar su actual prosperidad; y aunque no lo dice, pero lo sugiere su mujer, tal vez a regañadientes se haya rodeado de los esplendores de su actual residencia de la avenida del Libertador, frente a los jardines de Palermo, al abrigo de un refinamiento que Cecilia Korn consolidó mientras iba colgando, en sus paredes, originales de Carlos Alonso, Castagnino, Spilimbergo, Forte y Torres Agüero. "Julio no cree en cábalas, pero quizá en el fondo haya algo de eso. A lo mejor nos quedamos allí porque durante esa época las cosas le fueron muy bien. Vaya a saber."
Las cosas —un frenesí latente que Julio Korn volcó en las linotipos— empezaron a irle bien a partir de 1924, cuando inició la publicación de La Canción Moderna, un semanario dedicado a la transcripción de letras de tangos, del que llegó a vender ediciones de 40 mil ejemplares, a 10 centavos, y que en 1934 refundió bajo el título de Radiolandia.
Es probable que Radiolandia (nacida casi al mismo tiempo que su primogénita, Ada Mabel, Pussy, profesora de matemáticas, madre de 2 hijas) haya acaparado los mayores desvelos de Korn, tratando de que resumiera sus postulados básicos —entretener e interesar en términos masivos, sin aspirar más que a la amenidad—, gracias a una técnica que ha sufrido escasos retoques en más de treinta años: la revista sigue de cerca los desvaríos sentimentales de los astros argentinos del cine y de la televisión; la radio, donde por años la revista abrevó sus frivolidades, fue prácticamente desplazada desde que la palabra Tevelandia compartió el logotipo.
Radiolandia es la revista que ganó más premios a la popularidad, consecuencia directa de los permanentes incrementos de tirada, que alcanzaron picos de 450 mil semanales. Sólo las restricciones al consumo de papel, impuestas durante el gobierno de Perón, produjeron baches en ese ascenso. Muchas veces, sin embargo, se dio el fenómeno inverso: la revista excitó la idolatría por ciertas estrellas del espectáculo, y la cara sonriente de esas estrellas en la portada aumentó la venta. Palito Ortega es uno de esos estandartes. La vedette Zully Moreno fue otro, hace dos décadas, y por eso su fotografía es uno de los dos retratos que presiden el despacho de Julio Korn, en sus oficinas de la Diagonal Norte. "Ese retrato de Zully corresponde a la tapa de Radiolandia Nº 1.000 —explica Korn—, el símbolo de una meta cumplida." A sus espaldas, un anciano General San Martín, "símbolo de la honestidad", yergue su adusto perfil a orillas de un acantilado francés.
Hacia 1939 se asoció a dos distribuidores de revistas y comenzó a editar Vosotras; en el 41 nació Labores, que aparece cada mes y tira, además, un anuario; en 1945, Modas de Vosotras, que Korn publicó asociado con Mariano Biel Helguera —muerto hace un año—-, un productor de revistas de fotonovelas, a quien instaló al comando de una organización subsidiaría, la Editorial Vosotras S. A.
Otra de esas organizaciones, la Editorial Deportiva, pasó a integrar el emporio de Korn cuando, en 1950, decidió fundar Goles, un semanario que dedica el 95 por ciento de su espacio a reseñar la actualidad futbolística y que sigue la política de sus predecesores: el casamiento de un centro delantero o la compra de una casa por cualquier winger famoso interesan tanto como su rendimiento en el campo de juego. Todas las publicaciones de la editorial, en suma, crean estímulos en los lectores que no se satisfacen con ver, simplemente, a sus ídolos en acción.

Trabajo = vida
La estrategia permitió a Julio Korn paladear algunos lujos. Uno de ellos, adquirir a Jaime Yanquelevich el título Antena y manejar la única competencia que afectaba a Radiolandia. Otro: llegar al umbral de los sesenta años sin poder determinar, por más que lo intente, el monto de su fortuna personal. "Lo que sé es que podría vivir cómodamente con parte de mi renta"; sin embargo, trabaja tanto como en sus inciertos años del zaguán en la calle Corrientes, "o más, me preocupo más que antes —enfatiza—, aunque ahora sólo por el gusto de hacerlo." Esa preocupación ha ensanchado el escenario de sus actividades a extremos inescrutables:
* Fue el productor asociado de diez películas nacionales —Barrio gris, La Quintrala, La patota, entre otras—, y de esa incursión rescata una moraleja: "El cine no es buen negocio porque no se lo ha encarado con sentido empresario. La desgracia son los distribuidores mal organizados. Hay que producir con distribuidora propia, que asuma la defensa de todo un paquete de films, inclusive los malos."
* Presidió el directorio de Canal 9, del que todavía forma parte, quizá porque "la televisión es un negocio fabuloso que asegura grandes promociones".
* Actualmente es miembro del directorio del Banco Mercantil, de los laboratorios Odol, de la Inmobiliaria Korn y de otras siete sociedades anónimas.
Julio Korn edificó su prosperidad sin que "jamás tuviera inconvenientes por ser judío"; pero es posible que, de acuerdo con el diagnóstico del sociólogo José Luis de Imaz en su ensayo 'Los que mandan', Korn encontrase clausurados otros caminos al poder (el ejercito, la política) y tuviese que elegir por fuerza el abierto y fértil mundo empresario. "Siempre deseé tener una estancia, y nunca la tuve", añora Korn, y precisamente el agropecuario era en los años 20, según Imaz, otro de los caminos vedados.
Apenas comunicativo, trabajador obsesionado ("Me levanto a las 7, jamás uso despertador, me acuesto pasada la medianoche"), siempre con planes nuevos ("Algún día sacaré un diario, un vespertino"), tal vez lo que más le importa es desafiar a la suerte ("Tengo más de dos mil horas de avión"), porque ésa es también una manera de desafiarse a sí mismo.
revista Primera Plana
08 de junio de 1965