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Laiño: sin estridencias / García: con estridencias

 

No había ocurrido en las últimas dos décadas: el vespertino La Razón, de Buenos Aires, dejó atrás otro aniversario, el 60º, bajo la sombra de un competidor amenazante. Lo que no lograron Crítica, La Época, Noticias Gráficas, Correo de la Tarde, El Siglo, reducidos a polvo por el inexpugnable dominio de La Razón, lo podía un tabloid aparecido a fines de julio de 1963: Crónica.
Tanto lo podía que 20 días atrás, al recordar esos 60 años, un editorial de primera página proclamaba: "La Razón, con sus títulos pequeños, sin fotografías espectaculares, sin estridencias ni demagogias, se ha convertido
en el diario de mayor circulación del mundo de habla castellana." Para lograr esa popularidad, añadía el artículo, La Razón no necesitó "exacerbar las pasiones ni cultivar el sensacionalismo".
Era una ácida alusión a Crónica, aunque los dos periódicos hayan llegado a servirse de los mismos recursos: en la guerra de primicias que desencadenó el caso Penjerek, mientras Crónica publicaba borrosos desnudos de una de las acusadas, La Razón erizaba a sus lectores con la descripción de misas negras vinculadas al crimen o con la historia de la mujer que afilaba sus colmillos para beber sangre humana.
Precisamente el caso Penjerek, ventilado al poco tiempo de nacer Crónica, proporcionó al nuevo vespertino un preciado caballo de Troya para imponerse en el mercado consumidor que nadie disputaba a La Razón. En 1964, otro inesperado episodio mezcló a los dos diarios e ilustró la mutua rivalidad.
Un redactor de La Razón llevó hasta el edificio de la Avenida de Mayo al 700 esta inquietante noticia: su vecino, Miguel L. Fitzgerald, iba a aterrizar en las Islas Malvinas y solicitaba el apoyo de un periódico. Las autoridades de La Razón desecharon la idea; Crónica la retomó y el 8 de setiembre no sólo brindó el único reportaje "in situ" de la aventura: agotó sus dos ediciones.
El impacto dañó al contendor: desde entonces, los canillitas consiguieron que La Razón aceptase las devoluciones de ejemplares sin vender, un hábito que evadía —caso único en el país— amparada en su poderío. La fricción no cesó; también en setiembre de 1964 Crónica denunció un desliz de su oponente: La Razón utilizó fotografías del partido Inter-Independiente jugado en Avellaneda, como radiofotos del match que disputaron en Milán.
Al margen de los laureles
Pero la posibilidad de que sea Crónica el vencedor de tan áspera puja se muestra lejana. Con un vasto edificio, todavía en construcción (y cuyas primeras plantas se habilitaron en julio último), una rotativa recién puesta en marcha (12 unidades impresoras y 4 dobladoras, 8 bocas, color) y una marca de abrumadora repercusión, deteriorar a La Razón parece factible en la medida en que La Razón permita que la deterioren.
Además, hay por lo menos un hombre dispuesto a no rendirse, quizá por que él redondeó el éxito actual de La Razón y porque acabó por convertir su profesión en un culto devorador: es el Jefe de Redacción —Félix Hipólito Laíño—, uno de los mayores artífices del moderno periodismo argentino. Pocas veces se sienta ya a la máquina de escribir o dicta alguna colaboración; pero su estilo asomaba detrás del editorial del 60º aniversario; aparentemente, tampoco el cauto Laíño pudo pasar por alto a Crónica.
De todos modos, si el auge de Crónica no basta para romper la hegemonía de La Razón, señala cómo el diario que dirige Ricardo Peralta Ramos había empezado a dormitar sobre sus brillantes laureles. En un lustro perdió una decena de sus mejores elementos (incluidos cuatro ejecutivos de la Jefatura de Redacción); no prosperó la ofensiva de anuncios en color que proyectó el año pasado; y hasta la tolerancia que observa hacia el gobierno, después de la virulenta actitud crítica con la que enfrentó a Frondizi, mella la pujanza que antaño encerraba su página política.
Ciertos indicios puntualizan que La Razón trata de superarse: al mismo tiempo que descuida sectores vitales de la información (espectáculos, asuntos internacionales, economía, turf), incorporó una columna de astrología, un suplemento semanal —Siete días—, que lanza en combinación con la Editorial Abril; se anotó una victoria al serializar la autobiografía de Charles Chaplin; y cuando el partido Inter-Independiente envió un corresponsal a Milán, un hecho inusitado para el periódico que cubrió la Conferencia de Cancilleres de Punta del Este con agencias, que apenas mueve a sus redactores dentro de la Argentina.
"Puede usted decir textualmente que ejercemos el monopolio de la publicidad de la tarde. Eso es más gráfico que detallar el centimetraje", sintetizó Laíño a PRIMERA PLANA. No exageraba: La Razón concentra gigantescos volúmenes de publicidad, y se diferencia así de los vespertinos extranjeros, que viven de sus copiosas ventas antes que de los anuncios.
Según Laíño -que no gusta demasiado de los reportajes, que pocas veces accede a ser fotografiado-, "tiramos un promedio de medio millón por día, de los cuales el 20 por ciento va al interior".
El despido de 120 gráficos, como consecuencia de la huelga que se realizó a fines de 1964, ha provocado una campaña del gremio contra La Razón: carteles murales y solicitadas procuran obtener el descrédito del vespertino entre sus lectores. Tampoco así naufragará La Razón. Se atribuye al a veces irascible Laíño esta frase: "Lo importante no es que nos lean, sino que nos compren, como si se tratara de un vicio." Y es un vicio, o al menos una necesidad, que no hace falta vocear.
Unas 600 personas, entre periodistas, técnicos, personal de taller y administración, concurren a que la necesidad se torne más imperiosa. Los ayudan tres agencias internacionales de noticias, dos locales, una escasa red de corresponsales (La Plata, Mar del Plata, Rosario, Córdoba) y un reciente síntoma de progreso: automóviles con motorolas que facilitaron, en setiembre de 1962, una magnífica cobertura de la crisis militar, desde Campo de Mayo.
Pero el progreso suele demorar en La Razón: las teletipos con el interior datan de 1962; la información sobre TV comenzó en 1961, y todavía se apela a los tradicionales ciclistas para acercar a la Avenida de Mayo las noticias salidas de la Casa de Gobierno, el Congreso y los ministerios (los cronistas parlamentarios, en los días de sesión, y para llegar a tiempo al cierre, tienen que remitir sus notas manuscritas, que son las que van al taller).
Ese retraso obedece a una certidumbre; sólo en la década del 60, consolidada su prosperidad, La Razón estuvo en condiciones de crecer. En la calle desde el 19 de marzo de 1905, impulsada por José Cortejarena, se debilitó entre 1925-1935 —ya desaparecido Cortejarena— y repuntó en los años 40. El gobierno de Perón y el de la Revolución Libertadora (el primero sumó a La Razón a su cadena; el segundo la intervino) frenaron el vértigo; en 1958 el diario volvió a manos de la familia Peralta Ramos, y los planes de expansión pudieron urdirse.
Más allá del día 29º
Curiosamente, también Crónica necesitó expandirse, si bien dentro de un plazo más corto. Héctor Ricardo García (32 años, casado, una hija) llamó, en 1963, a 20 periodistas y les propuso: "Vamos a hacer un diario que se llamará Última Hora. El ensayo durará 29 días. Si no se cumplen mis previsiones, cerramos y cada uno de ustedes cobrará su mes. Si anda bien, seguiremos." Una sola modificación entró en el esquema de García: no logró la marca que perseguía, y se decidió por Crónica.
La redacción se instaló en la avenida Corrientes, en una casa de departamentos contigua al cine Premier, y el vespertino se imprimió en una planta de Rivadavia al 800, a una cuadra de La Razón. El 29º día —relata García—, con 35.000 ejemplares vendidos (tirada inicial: 50.000), "comuniqué que continuábamos porque las previsiones se cumplían".
Al agonizar octubre de 1963, la tirada había aumentado a 80.000 copias y exigía un taller propio. Un mes después, García se trasladaba al antiguo edificio de Noticias Gráficas, en Río Bamba al 200, lo reparaba, le añadía 9 linotipos, 2 máquinas tituleras Ludlow, matrices y tipografía. El 1º de enero de 1964, Crónica, que contaba ya con dos ediciones, se escribió, compuso e imprimió en la calle Río Bamba.
El emprendedor García no se detuvo allí: creó una edición matutina en abril del 64, adquirió el terreno vecino "para levantar un nuevo edificio" y proyecta la financiación de mejores rotativas para sus diarios. Fuera del IVC ("pedimos su afiliación hace seis meses"), afirma que las tres ediciones de Crónica promedian hoy una venta de 440.000 copias, de las cuales 240.000 corresponden a la tarde.
En el horizonte de Crónica hay dos lunares: no circula en el interior y su publicidad no es abundante. Para solucionar el primer vacío, acaba de iniciar una experiencia piloto en Rosario, donde le aseguraron una venta determinada. Si ese cálculo no fracasa, García aceptará el ofrecimiento de una empresa distribuidora para expedición en provincias.
En cuanto a la publicidad, Crónica apareció sin avisos, no los promovía. "Queríamos imponernos con información", recuerda García. Por fin, el 15 de diciembre de 1963 incluyó un anunció y montó un departamento especializado. Tuvo que aguardar un año para que la publicidad cundiera en las páginas de Crónica; en diciembre de 1964, según García, "facturamos 24 millones de pesos" (en el mismo mes, La Razón totalizó 84 millones). "Ahora ya estamos en las grandes pautas de las empresas más importantes que venden productos de consumo popular", concluye.
Ese es el secreto de Crónica: un diario de consumo popular. De allí el cuidado que se destina a típicas regiones de información, como las noticias de policía y el deporte, el lenguaje sin virtuosismos que utiliza la redacción, el desparpajo y las bromas que navegan entre los títulos y el agotamiento de una fuente inagotable, la de los
episodios insólitos, algo que García admite al aseverar: "Cuanta cosa rara pasa en el país, Crónica es el receptáculo."
El receptáculo, antes, era La Razón. Hoy, los dos diarios comparten esa zona, capaz de deparar primicias como la de Miguel Fitzgerald o la transformación en mujer de un empleado de Correos, que La Razón explotó en su momento. Para García, la diferencia entre Crónica y su contendor se resume así: "Lo que ellos dan en un cuadro chiquito, nosotros lo damos ampliado y con foto."
Hay otra diferencia a retener: La Razón, dueña del mercado vespertino, debió contentar a una gama de lectores que iban del habitante de la villa Miseria al gran empresario. Por lo tanto, le era difícil enfatizar una única orientación. Crónica salió a golpear sobre un solo sector, el que quedó desguarnecido con el derrumbe de Crítico, el que Noticias Gráficas no se esmeró en capitalizar.
No en vano se identifica a Crónica como un diario pro-peronista. "Yo no profeso ninguna idea política, y mis colaboradores son un mosaico de ideas", afirma García. En todo caso, Crónica destaca la información originada en ese movimiento, la magnifica con sutilezas. La Razón, en cambio, la minimiza, le concede habitualmente un título a una columna.
Crónica vespertina se apoya en 161 gráficos y 104 personas de redacción y administración (el plantel de las tres ediciones es de 520), cinco agencias extranjeras (AP, AFP, Reuter, ANSA y DPA; La Razón: UP, que comparte con La Prensa; AFP y ANSA) y tres nacionales. García entregó la Dirección a Oscar Ruiz, y la Jefatura de Redacción a Juan Carlos Petrone, un periodista formado junto al legendario Natalio Botana. Pero prosigue atado a Crónica como algo más que el propietario, y no abandona el ritmo de sus otras dos publicaciones, la revistas Así es Boca y Así.
Laíño llegó al periodismo después de consumados algunos intentos literarios: pero entonces ya había concluido sus estudios de violín, y concurría a la Facultad de Derecho, una carrera que las circunstancias lo forzaron a desechar cerca del diploma. Su encumbramiento en La Razón fue meteórico: no tenía 30 años cuando asumió el comando de la redacción, obligado a resucitar un diario en aprietos económicos y sin público.
García, en cambio, ingresó en el periodismo como fotógrafo del matutino Democracia, a los 17 años, y circuló más tarde por Clarín, El Laborista y Crítica. Quiso independizarse con Sucedió, una revista que elaboraron él y sus dos amigos, y que se extinguió a los pocos números. Hombre-orquesta en Mundo Boquense, se asoció con otros dos compañeros y creó Asi es Boca, en 1953: ese mismo año anuló a Mundo Boquense. Los tres reincidieron en 1955 al fundar Así, que en 1958 desplazó a Ahora. El sábado pasado, un nuevo dato se computó en la lucha de los dos vespertinos: La Razón se vendió, desde ese día, a 10 pesos (Crónica sigue a 7 pesos). Sus ejecutivos no se inquietaron: hasta hoy, ningún incremento de precio raleó su masa de lectores.
revista primera plana
23.03.1965