El texto del presente fascículo ha sido preparado y redactado por Diego Dávila. El asesoramiento general estuvo a cargo de Haydée Gorostegui de Torres

17 de octubre

Un día como todos en el calendario, el 17 de octubre, pasa a ser una fecha clave para todo el proceso político argentino desde ese momento hasta nuestros días. De entonces a hoy es mucho lo que se ha escrito, debatido y reflexionado sobre esa fecha, su contenido y su significación para la historia del país. Y aún continúa abierta esta cuestión que, lejos de dirimirse en mesas redondas o discusiones académicas, se halla incrustada en el corazón de las luchas de clases en el país.
La práctica cotidiana de las masas obreras y populares, sus combates, sus triunfos y hasta sus retrocesos parciales, por un lado, y la política de los equipos gobernantes y los partidos tradicionales por el otro, contienen hoy como uno de los nudos centrales de la problemática política nacional la existencia del movimiento nacido el 17 de octubre de 1945. El peronismo, su líder máximo, su práctica política, el gobierno peronista, sus expresiones actuales, sus defensores y detractores, configuran hoy un conjunto de problemas vivos y acuciantes, de cuya dilucidación depende en gran medida la suerte futura del país, de sus habitantes, principalmente de su clase obrera.
Es en este marco agitado y cotidiano que el autor aborda el análisis del 17 de octubre, de la experiencia de esas masas lanzadas a la acción política de manera tumultuosa y arrolladora, derribando esquemas y barreras, irrumpiendo vitalmente en la historia nacional. No lo hace periodísticamente sino metiéndose de lleno en la polémica, viviendo - como lo dice explícitamente - aquí y ahora la situación, comprometido y militante.

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El 17 de octubre de 1945
Cae Alemania bajo la conjunción de las fuerzas aliadas. El Ejército Rojo ocupa Berlín. Mueren Hitler y Mussolini. Muere F. D. Roosevelt. La bomba atómica deja sobre Hiroshima 200.000 muertos y 80.000 heridos en sólo 9 minutos. Se producen las conferencias de Yalta y San Francisco. Triunfan los laboristas en Inglaterra. Se crean la república yugoslava y Vietnam. Europa del Este es ocupada por los ejércitos de la URSS. El 27 de marzo Argentina declara la guerra al Eje. Se convoca a elecciones y en Córdoba es abortado un movimiento rebelde siendo detenidos los generales Rawson y Osvaldo Martínez. El coronel Perón renuncia a la vice-presidencia. Y un día como todos en el calendario, el 17 de Octubre, pasa a ser una fecha clave para todo el proceso político argentino desde ese momento hasta nuestros días.
De entonces a hoy es mucho lo que se ha escrito, debatido y reflexionado sobre esa fecha, su contenido y su significación para la historia del país. Y aún continúa abierta esta cuestión que, lejos de dirimirse en mesas redondas o discusiones académicas, se halla incrustada en el corazón de las luchas de clases en el país. La práctica cotidiana de las masas obreras y populares, sus combates, sus triunfos y hasta sus retrocesos parciales, por un lado, y la política de los equipos gobernantes y los partidos tradicionales por el otro, contienen hoy como uno de los nudos centrales de la problemática política nacional la existencia del movimiento nacido el 17 de octubre de 1945. El peronismo, su líder máximo —Juan Domingo Perón—, su práctica política, el gobierno peronista, sus expresiones actuales, sus defensores y detractores, configuran hoy un conjunto de problemas vivos y acuciantes, de cuya dilucidación depende en gran medida la suerte futura del país, de sus habitantes, principalmente de su clase obrera. Es en este marco agitado y cotidiano que nos proponemos abordar el análisis del 17 de octubre, de la experiencia de esas masas lanzadas a la acción política de manera tumultuosa y arrolladora, derribando esquemas y barreras, irrumpiendo vitalmente en la historia nacional. Y no lo hacemos periodísticamente, poseídos de la obsesión minuciosa o deslumbrados por la anécdota, sino metiéndonos de lleno en la polémica, viviendo aquí y ahora la situación, comprometidos y militantes. Creemos que esa es la manera más digna de abordar la historia, equivocándose tal vez, pero apasionadamente, sin concesiones a la frialdad académica ni al folclorismo pintoresquista.
De todos modos, más que decir si ese día amaneció con sol o lluvioso, referir cuántas veces corrieron los emisarios desde la casa de gobierno hasta el Hospital Militar, o relatar diálogos jugosos mantenidos por los actores del hecho, nos importa rastrear las raíces que llevan a ese punto de viraje de la política argentina, desmontar cuidadosamente las piezas y esbozar una interpretación del grueso haz de factores que se expresan en esa fecha. El 17 de octubre, más que una importancia en sí mismo, encierra el interés de ser una bisagra histórica en torno a la cual se articulan la clausura de una época con la apertura de otra. Trataremos de mostrar en qué medida lo ocurrido ese día se corresponde o no con la historia anterior, y también, de alguna manera, tender líneas que puedan servir para una ubicación presente de dichos acontecimiento. He aquí los hechos.

Economía y política
1930. Los coletazos de la crisis que vive el mundo desde el "crash" de 1929, producen una serie de modificaciones en los países de la órbita capitalista, que en Argentina tienen una expresión concreta en el plano del poder estatal. Cae el gobierno de Yrigoyen, debilitado por su pretensión de combinar los intereses de sectores de terratenientes menores y de burguesía rural y comercial urbana, con el apoyo de grandes masas populares seducidas por el populismo del caudillo radical. El deterioro del yrigoyenismo arranca ya desde la primera presidencia de "el peludo", y tiene picos agudos en la represión a la huelga general de enero de 1919 y la masacre de los obreros rurales de la Patagonia en 1921. Yrigoyen, sin comprender el contenido fundamental de la época que se abría en el mundo, intentó mantener las tradicionales formas de inserción de la economía argentina en el mercado mundial. De allí que la crisis de 1929, con lo que implicaba de profundización de las contradicciones entre un país proveedor agrícola-ganadero y las metrópolis convulsionadas por los vaivenes del mercado, en medio de un gigantesco cambio de guardia imperialista en el mundo, golpeara en el corazón al gobierno radical creando las condiciones para el movimiento del 6 de setiembre. Uriburu, alentado por el grueso de las clases dominantes (el 22 de agosto La Bolsa de Cereales, la Unión Industrial, la Sociedad Rural y la Confederación de la Producción, Industria y Comercio, exigían cambios económicos y políticos estimulando veladamente al golpe) ocupa el poder apoyado por la fuerza militar y portando un programa de "orden", "limpieza administrativa" y contención de los reclamos obreros y populares. En realidad venía a abrir la puja entre los sectores económicos enfrentados a partir de sus lazos con el declinante colonialismo inglés o con la nueva potencia imperial: los EE.UU. En lo político, el régimen se caracteriza por su condición represiva, oligárquica e impregnada de explícitas simpatías fascistas. Pero no le resulta fácil gobernar a Uriburu.
La entente política que —a despecho de la pretensión de militarizar absolutamente el golpe por parte de Uriburu— debe ser incorporada desde el vamos, tiene ideas propias. Es así que el general Agustín P. Justo, hasta entonces en la sombra pero jamás inactivo, viene a expresar un nuevo momento de los forcejeos entre las clases dominantes. Su acceso al poder arrimaba un punto a favor de Inglaterra. Resulta claro que la coyuntura económica mundial incide poderosamente en toda esta secuencia de la historia nacional, siendo el cañamazo sobre el que se tejen y entretejen las alternativas políticas en el país. Durante toda la década del 30 se advierte cómo, traumatizada por la crisis mundial, la economía argentina intenta reubicarse apelando a diversas recetas ensayadas por la oligarquía terrateniente y los sectores burgueses del comercio y la industria.
La caída de los precios de los productos agrícola-ganaderos y la interrupción de las inversiones de capital extranjero significan para la Argentina un golpe que debe asimilar reorganizando la orientación de su economía con el consiguiente desplazamiento de sectores tradicionales. Básicamente se trata de introducir las modificaciones necesarias para:
a) Impulsar la inversión de capitales en la industria;
b) Desarrollar el mercado interno;
c) Redefinir el papel de la producción agropecuaria;
d) Tratar de recuperar paulatinamente los mercados endurecidos por la crisis y por las alternativas de la puja interimperialista.
Este programa introduce una modificación en el plano de las clases y sectores que detentan el poder, siendo el rasgo distintivo del momento la alianza entre la oligarquía agropecuaria y la burguesía industrial, en detrimento de la clásica hegemonía de los terratenientes.
Claro está que burgueses, industriales y oligarcas agropecuarios no formaban cuerpos antagónicos —aunque sus fricciones no esenciales produjeron numerosos enfrentamientos a lo largo de la historia— ya que los embriones de industria manufacturera y extractiva fueron alimentados con la propia renta agraria y con capitales imperialistas, conformándose un entrelazamiento que operará como rasgo típico de nuestro desarrollo capitalista dependiente. Esto es visible en dos aspectos centrales de la manera en que se estructura la economía argentina: 1) la introducción de relaciones capitalistas en el agro por medio del llamado "camino prusiano", o sea la tecnificación e implementación, la incorporación de métodos y sistemas modernos sin alterar el régimen de tenencia de la tierra; y 2) el desarrollo de una industria liviana sustitutiva de importaciones, esencialmente productora de bienes de consumo. Estos dos caminos conducen en definitiva en una sola dirección: el afianzamiento de la dependencia de las metrópolis imperiales a partir de la consolidación feudal y de la necesidad de la industria de equipos, maquinaria y asistencia que no se producen en el país. En 1946 la producción industrial argentina se dividía de la siguiente manera: 75 % de bienes de consumo, 25 % de medios de producción. La concentración industrial se afianza predominantemente en el Litoral (Capital Federal, Gran Buenos Aires y Santa Fe), según las cifras del año 1946 que aparecen en el cuadro número 1. Entre 1935 y 1945 los establecimientos industriales pasan, sin contar a la construcción, de 39.054 a 86.440, los obreros ocupados en la producción industrial aumentan de 430.143 a 770.541 en fábricas de más de 10 obreros, y el volumen físico de la producción industrial asciende en un 53,7%. Se expanden las industrias textiles y de la alimentación. Entre 1939-45 crece la producción de vehículos, máquinas y aparatos eléctricos, estimulada por la demanda interna no satisfecha por las importaciones. Pero este es un proceso signado no por la diversificación de la propiedad sobre los medios de producción, sino por una aguda concentración. En 1946, la industria de gran envergadura, con más de un millón de pesos de producción, representaba apenas el 2,6 % de los establecimientos, pero acumulaba el 65 % de la producción y ocupaba el 45,7 % de los trabajadores. Simétricamente a la concentración capitalista en la naciente industria, se opera la transformación del agro asentada también en una concentración en grandes establecimientos. Crece el proletariado rural y disminuye el peso de los productos familiares según las cifras que aparecen en el cuadro número 3.
Al mismo tiempo la producción cerealera, jaqueada por la creciente participación de los EE.UU. en el mercado mundial, cede posiciones a la ganadería, estimulada por la demanda internacional. De 1936 a 1946 las tierras ganaderas pasan de 43.718.000 hectáreas a 45.300.000 hectáreas.
Estos cambios tienen expresión social en la movilización de grandes masas agrarias, desplazadas de sus tierras por la concentración monopólica, que buscan en las ciudades ocupación y vivienda. Es así que durante el período 1935-1946 se incorporan a la industria 295.826 trabajadores, número que representa el 31,6 % de los obreros ocupados en 1946. En 1942, Buenos Aires, con 4.000.000 de habitantes sobre una población total del país de 14 millones y medio, ocupaba el tercer lugar entre las mayores ciudades de América y el sexto en el mundo. Sintetizando las grandes líneas de este período particularmente importante, señalemos que, en vísperas del advenimiento del peronismo, se producen dos modificaciones sustanciales respecto de los años anteriores:
1. Dentro de la producción agrícola-ganadera cobran preponderancia la producción ganadera (por las tendencias de la demanda externa) y los cultivos industriales (por las necesidades del mercado interno), pero en su conjunto la producción agropecuaria deja de tener el lugar mayoritario en la composición del producto bruto nacional, siendo reemplazada por la industria, el comercio y los servicios. El desarrollo capitalista dependiente se apoya ahora principalmente en la industria.
2. En cuanto a la inversión de capitales monopolistas extranjeros, la cuota aportada por Inglaterra comienza a disminuir, mientras que la proveniente de Estados Unidos permanece fija; al finalizar la Segunda Guerra Mundial ambas potencias están ya a la par. Y desde entonces comienzan a cobrar creciente ventaja los capitales yanquis. El carácter dependiente de la economía argentina no se altera, aunque sí la orientación de esa dependencia.
Desde el 20 de febrero de 1932 hasta el 6 de setiembre de 1943, mientras se estaba operando este proceso de reacomodación de los grupos productivos a las nuevas circunstancias mundiales, el país conoce un período de fricciones y forcejeos a nivel estatal, que estaba expresando la necesidad de estabilizar en la superestructura la correspondencia con los reajustes en la estructura.
Es así como "La Década Infame", "El Fraude Patriótico", el pacto Julio A. Roca-Walter Runciman, el asesinato de Bordabehere, la presidencia de Roberto M. Ortiz (abogado de las empresas ferroviarias inglesas), su reemplazo por Ramón S. Castillo, configuran algunos de los mojones principales del enfrentamiento entre fuerzas que, de no ser iluminado por las cifras y el análisis de la realidad económica, podría confundir por la complejidad política con que se expresa. En efecto. Mientras en 1930 el Partido Socialista otorgaba un voto de confianza al gobierno del fascista Uriburu ("Apenas se constituyó el Gobierno Provisional surgido de la revolución del 6 de setiembre, nos apresuramos a declarar que de nuestra parte no crearíamos al Gobierno Provisional la más mínima dificultad para el cumplimiento de una tarea que reputábamos ardua e indispensable", dice una nota del P. S. dirigida al ministro del Interior, M. Sánchez Sorondo(1), en 1938 Orestes Ghioldi decía del gobierno de Justo que, "siendo Justo un gobierno de tipo reaccionario, no podía, sin embargo, ser identificado con el de Uriburu. En los primeros meses, inclusive, permitió la existencia legal del Partido Comunista".
Pero hay otros ejemplos de las idas y venidas de los políticos y sectores por esta compleja franja de la historia nacional. Tal es caso de Federico Pinedo, quien puede ser sólidamente proinglés en 1935 al punto de elaborar un Plan que contemplaba la vinculación de la economía nacional con Inglaterra frente al avance yanqui; y furiosamente pronorteamericano en 1942, cuando le aconseja al presidente Castillo que cambie de guardia a favor de los EE. UU. ¿Ezquizofrenia? No. Lucidez política de un viejo zorro de los elencos gobernantes. Y un último caso: mientras los sectores más lúcidos de la oligarquía terrateniente desplazaban los excedentes de la renta agraria hacia la industria, avizorando las épocas venideras, en 1931 una Comisión de Fomento de la Tracción a Sangre, presidida por Horacio Sánchez Elía, elabora un trabajo destinado a demostrar la conveniencia de arar un campo de 100 hectáreas con caballos en 50 días, en lugar de usar un tractor y realizarlo en 16 días y medio2.
Claro está que la confusión es sólo aparente. Un profundo cambio se estaba gestando en la arena internacional, un cambio que, sin alterar las condiciones de dependencia de nuestro país, obligaba a la reestructuración y reorientación de esa dependencia. Y esto moviliza a todos los sectores, con mayor o menor conciencia de su papel a jugar, complejizando —como en los momentos álgidos de toda crisis— el panorama político, produciendo el entrecruzamiento de necesidades y reclamos, alterando la tradicional disposición de piezas en el damero nacional, para dar cabida y expresión al nuevo momento en el seno del estado. En este momento, de 1930 a 1945, se libra la batalla entre las clases dominantes para estabilizar el cambio del contenido de clase en el estado argentino, de terrateniente-burgués a burgués-terrateniente.

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