El texto del presente fascículo ha sido preparado y redactado por Diego Dávila. El asesoramiento general estuvo a cargo de Haydée Gorostegui de Torres.

17 de octubre
continuación

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

OTRAS CRÓNICAS NACIONALES

La destitución de Onganía
Córdoba: el apogeo de los "duros"
Cuadros de miseria
El presidente electo
Como ve un francés a Buenos Aires
Charlas del pebete
Atahualpa canta
Artesanos: ni hippies ni faloperos
La televisión en Argentina

Aquí yace Eva Perón

 

 


Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945


cuadro  5 Inmigración, decenio 1871-1880: 240.885 / decenio 1880-1890: 841.122
en la foto Perón y Mercante


Cipriano Reyes

 


 

El 17 de octubre
Enormes masas populares se volcaron desde todos los puntos sobre Plaza de Mayo para expresar su opinión como hacía largo tiempo no lo hacían. Los sindicatos peronistas movilizaron todos sus recursos y concentraron a los obreros en los lugares de trabajo, en las barriadas, para iniciar la marcha sobre el centro de Buenos Aires. En Berisso los Reyes agrupaban a los trabajadores afiliados y no afiliados a los sindicatos; otro tanto ocurría en Morón, en La Matanza, en San Justo, en Avellaneda, en Quilmes, en la Boca, en Mataderos, en Villa Lugano. Claro, es lógico suponer que una movilización de esa envergadura no se basó sólo en los obreros agremiados, cuando en esa fecha éstos sólo sumaban algo así como el 30 % del total de trabajadores. Esto permite entender que el aporte de obreros "nuevos" fue decisivo en la formación del movimiento peronista. Aunque también los viejos sindicalistas participaron en alguna medida, pero el conjunto más importante lo formaron los recién venidos, los campesinos y obreros rurales industrializados, estuvieran o no integrados a las estructuras sindicales.
Marcharon juntos y se apretaron en la Plaza para exigir la libertad de Perón y su retorno al puesto en el que lo habían conocido. Eran auténticos trabajadores los que protagonizaron esa jornada memorable, que aun hoy es centro de debates en el seno mismo de las luchas populares.
Eran trabajadores que buscaban la continuidad de las importantes jornadas de lucha que atesoraba ya la clase obrera argentina. Y habían sido obligados a optar entre dos términos igualmente inválidos: la reacción oligárquica, vestida con todos sus ropajes democráticos, y el populismo de Perón como abanderado de los humildes, apoyado en el trípode ejército-sindicatos-iglesia. Faltó en todo momento la fuerza independiente, la alternativa propia, la organización que supiera ubicar las luchas en una perspectiva al margen de las coaliciones formadas. Faltó quien denunciara el proyecto latifundista con tanta fuerza como el proyecto industrialista, quien desnudara la esencia del imperialismo e impidiera la creación de falsas expectativas, quien entroncara las luchas nacionales con el ejercicio del internacionalismo más caro a las tradiciones obreras argentinas. Faltó el sujeto de la historia.
Así fue como las masas populares entran, una vez más, en una variante que no les es propia. Una vez más son uncidas al carro de los proyectos políticos de los sectores dominantes. Una vez más su maravillosa energía se quema tras alternativas ajenas, aunque esa energía renazca una y otra vez, incansable, a lo largo de la historia.

El personaje
¿Quién es este hombre que dispone de la facultad de encender a enormes masas populares al tiempo que concita sobre sí las críticas más acerbas? ¿Qué componentes se agrupan en Juan D. Perón para producir esta peculiar personalidad que es capaz de reemplazar la falta de ideología estructurada por el influjo mesiánico, la palabra campechana, el gesto demagógico? Es indudable que rastrear la extensa bibliografía, los abundantes discursos, los numerosos testimonios personales sobre Perón, requiere un espacio algo mayor que el que brindan estas páginas. Sin embargo, renunciando explícitamente a agotar un tema tan vasto, daremos aquí una descripción de sus rasgos más pronunciados y esbozaremos una explicación del papel que su figura jugó en un momento clave de la historia nacional.
"Este hombre no ha caído del cielo como estrella, como ente de un mundo superhumano venido de improviso y sin antecedentes necesarios, a ejecutar un designio divino; más bien proviene de un levantamiento gigantesco de instintos oscuros, de exigencias conscientes de vida y libertad, de preparaciones lentas y premiosas; es, en cierto sentido, obra de otros hombres, de otros dolores, de otros heroísmos, de otras voluntades; de esos levantamientos sociales hombres como Perón vienen a ser los vértices, las cimas, los puntos de convergencia, las insuperables alturas; todo en nuestra historia, lo pasado, los explica y determina; todo en lo futuro los demuestra; ellos son la resultante de una gran labor de historia; la historia posterior que de ellos recibe forma es en gran parte una labor suya, quizás no sólo suya, pero capitalmente les pertenece." [Perón, Enrique Pavón Pereyra, Editorial Espino, Bs. As., 1953, página 15). Juicios como el que antecede, que se asientan en una concepción heroica de la historia, en la que los "conductores" expresan el punto central de una época representando las necesidades de las masas, abundan entre los biógrafos y panegiristas de Perón. Y es comprensible. Perón siempre buscó aparecer como el portavoz de las aspiraciones de las masas, como el intérprete de sus necesidades y el custodio de sus intereses. Ofrecía así, ante la quiebra del liberalismo racionalista y las deformaciones coyunturales del socialismo científico, un puente hacia los sentimientos, hacia el hombre, hacia el corazón, como él mismo lo declara: "El hombre es más sensible al comando cuando el comando va hacia el corazón que cuando va hacia la cabeza. También los obreros pueden ser dirigidos así". (Discurso en la Bolsa de Comercio, 25-8-44). Y define más aún cuando escribe: "Por eso el peronismo es un sentimiento; y sus frutos, la acción nacida e impulsada a influjos de ese sentimiento". (Prólogo al libro de Raúl A. Mende, El justicialismo, Ed. G. Kraft, Bs. A., 1951, pág. 7). Esta pretensión de Perón de aparecer por encima de las ideologías e incorporar elementos sentimentales a su acción no representa una novedad en el terreno de la acción política. Paradójicamente, con sus invocaciones populistas y antioligárquicas Perón incorpora íntegro a su acción un rasgo típicamente feudal: el paternalismo. Aquella imagen del señor que impone su personalidad y juega con los sentimientos paternales para ejercer sus funciones, es simétrica de este moderno líder que les dice a los obreros: "Ustedes no tienen por qué temer. No son estos problemas que deben resolver por ustedes, sino que corresponden al Gobierno". (...) "porque yo debo interpretar lo que cada gremio quiere..." (Discurso en Berisso, 10-8-44). O cuando explica a los jerarcas de la economía: "Por eso creo que si yo fuera dueño de una fábrica, no me costaría ganarme el afecto de mis obreros con una obra social realizada con inteligencia. Muchas veces ello se logra con el médico que va a la casa de un obrero que tiene un hijo enfermo, con un pequeño regalo en un día particular; el patrón que pasa y palmea amablemente a sus hombres y les habla de cuando en cuando, así como nosotros lo hacemos con nuestros soldados" (Bolsa de Comercio, 25-8-44).
Este componente paternalista habrá de tener una poderosa influencia en masas de trabajadores que, precisamente, venían en gran parte de zonas agrarias en las que los caudillos latifundistas, a lo largo de años y años de sujeción y explotación, habían logrado arraigar en esos hombres la admiración casi mágica por el conductor, por el señor, por el patrón que apelaba, también él, al sentimiento y al corazón antes de llegar al látigo. Es así que el peronismo no significó en modo alguno un ascenso en la comprensión por parte de las masas de su situación de explotación, sino que cristalizó un nivel de espontaneísmo y lo canalizó carismáticamente hacia la figura del líder, casi sin diferencias con la figura paternalista del terrateniente. Al fin también Perón sabía que si la seducción no alcanzaba a tranquilizar a los trabajadores, debería usar la violencia: "Si la lucha es tranquila, los medios serán tranquilos; si la lucha es violenta, los medios serán también violentos. El Estado no tiene nada que temer cuando tiene en sus manos los instrumentos necesarios para terminar con esta clase de agitación artificial", afirma en el memorable discurso de la Bolsa de Comercio. Y aunque la relación peronismo-masa está presidida por la participación de esa masa en una alternativa no propia, es necesario reconocer que, en un proceso dialécticamente rico, la irrupción de los trabajadores en el peronismo obliga muchas veces a su cúspide, a conceder para no irritar, a adoptar formas y contenidos más ligados a los intereses populares.
La relación paternalista es, por otra parte, el seguro más claro contra la ideologización, contra las ideologías foráneas, el seguro que propone a los dirigentes de la Bolsa de Comercio, a quienes insta a "...saber dar un 30% a tiempo que perder todo a posteriori".
A todo esto, Perón —como no puede ser de otra manera— opera con una apoyatura ideológica que no alcanza a cubrir con la apelación sentimental o sus caracterizaciones de un ser nacional folclórico, de tarjeta postal: "Cuando en momentos de duda o desaliento me asaltaba el temor de que llegara a malograrse la oportunidad de enfrentarse resueltamente con las fuerzas ocultas que detenían el progreso económico del país y regateaban las concesiones más insignificantes a los trabajadores, me preguntaba dónde estarían los reductos de la virilidad criolla, de aquella hombría tan nuestra que sabe armonizar perfectamente la altivez con la ternura". Tal dice en el discurso que pronuncia ante las cámaras, el 4-6-46, al jurar como presidente de la Nación. Su ideología, la raíz de su acción política, puede rastrearse en la gestión al frente del Estado y de las propias manifestaciones del Gral. Perón. De estas últimas tomaremos dos discursos casi contemporáneos, pronunciados con un intervalo de quince días y ante públicos ciertamente opuestos. Uno es el ya mencionado ante la Bolsa de Comercio (25-8-44) y otro frente a los obreros de Berisso (10-8-44). La comparación de estos textos, la lectura crítica de los mismos, permite ver cómo el pensamiento de Perón se adecuaba a las distintas circunstancias que enfrentaba —obrerista frente a los trabajadores, capitalista frente a los señores de la Bolsa—, pero también cómo, por detrás de la trama, su pensamiento está presidido por una viga maestra: el Estado peronista ofrece la única posibilidad de encauzar las energías tumultuosamente revolucionarias de la clase obrera hacia un proyecto corporativo de colaboración de clases y de integración vertical al aparato estatal a partir de sindicatos oficiales. El principio de la colaboración de clases aparece claramente enunciado cuando explica ante la Bolsa: "Pienso que el problema social se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro". Esta cuestión de enhebrar a las clases antagónicas a partir del Estado, concentra lo central de los proyectos corporativos. Quienes así piensan, teorizan acerca de un fantástico Estado por encima de las clases, y no atado a ninguna de ellas sino obrando como arbitro de los distintos conflictos. ¿Es arbitraria la afirmación de que Perón levantaba el corporativismo como forma de organización estatal? Veamos: "A nadie se le puede negar el derecho de asociarse lícitamente para defender sus bienes colectivos o individuales; ni al patrón ni al obrero. Y el Estado está en la obligación de defender una asociación como la otra, porque le conviene tener fuerzas orgánicas que puede controlar y que puede dirigir; y no fuerzas inorgánicas que escapan a su dirección y a su control" (Bolsa de Comercio).
Otro elemento a desprender del pensamiento de Perón es su clarividencia respecto de la urgencia en estructurar el proyecto corporativo reformista. Así dice en la Bolsa de Comercio: "¿Cuál es el problema que a la República Argentina debe preocuparle sobre todos los demás? Un cataclismo social en la República Argentina haría inútil cualquier posesión de bienes, porque sabemos —y la experiencia de España es bien concluyente y gráfica a este respecto— que con este cataclismo social los valores se pierden totalmente y, en el mejor de los casos, lo que cambia pasa a otras manos que las que eran inicialmente poseedoras; vale decir que los hombres, después de un hecho de esa naturaleza, han de pensar que todo se ha perdido. Si así sucede, ojalá se pierda todo, menos el honor". Por último, incorporemos la pieza faltante para completar la definición de la ideología de Perón, al agregar su lucidez respecto del papel a jugar en todo el proceso por el Ejército. Perón sabe, y obra en consecuencia, que será preciso crear alguna forma de capitalismo de estado, para lo cual el Ejército estaba llamado a desempeñar el principal papel. Al mismo tiempo intuye que ese cuerpo orgánico, de ser equipado, instruido y aceitado, se convertiría en el más seguro apoyo de la experiencia por realizar. Es así que les dice a los obreros de Berisso: "Se ha dicho muchas veces que nosotros no estamos preparados para gobernar. Nosotros somos hombres de lucha y hemos sido educados para ser jefes. Es natural que a los políticos nos les haya convenido, ni les convendrá nunca nuestra presencia". Y vuelve a manifestar, esta vez en la Bolsa: "Nosotros somos hombres profesionales de la lucha, somos hombres educados para luchar, y pueden tener Uds. la seguridad más absoluta de que, si somos provocados a esa lucha, iremos a ella con la decisión de no perderla". ¿Cuál es el núcleo, entonces, que permite unir coherentemente este mosaico de ideas aparentemente sin orden y como al descuido? Creemos que esta frase de Perón puede resumir ese núcleo: "Se ha dicho, señores, que soy un enemigo de los capitales, y si ustedes observan lo que les acabo de decir no encontrarán ningún defensor, diríamos, más decidido que yo, porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa misma del Estado".

Notas
1 Citado por Milcíades Peña en Masas, caudillos y élites, Ed. Fichas, Buenos Aires, pág. 35.
2 Citado por Pablo Kulacs en Los terratenientes, Centro Editor de América Latina, 1971, pág. 41.
3 Ver: Julio Godio, Los orígenes del movimiento obrero, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1971, pág. 141 y siguientes.

continúa aquí