Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Los artistas del régimen
Hugo Gambini

REVISTA PRIMERA PLANA
15 de agosto de 1967

LA maquinaria montada por la Subsecretaría de Informaciones y Prensa con el propósito de publicitar la acción de Gobierno fue engendrando, paralelamente, una autocensura en todos los medios de difusión, que no tardó en alcanzar hasta los teatros de revistas, uno de los escasos medios de expresión de que se valían los opositores para ridiculizar al oficialismo. Era allí donde los actores cómicos satirizaban por igual a funcionarios y políticos, en tradicionales parodias que habían sido respetadas por todos los presidentes.
"Las imitaciones de personajes políticos —recordó Dringue Farías a Primera Plana— empezaron en 1928, cuando León Zarate, Marcos Caplán, Alfredo Camina y mi hermano Abelardo caracterizaban a los presidentes Yrigoyen y Alvear. Este último venía a los estrenos y se reía a carcajadas. Tiempo después empecé yo también. Tenía 17 años (ahora 53, no soy tan jovato como muchos suponen) y mi primera creación fue el Ministro Federico Pinedo. Recuerdo que los únicos que nos plantearon algún problema fueron siempre los militares, con una sola excepción: el general Uriburu, quien durante su Presidencia reservaba el mejor palco y se desternillaba de risa observando su caracterización en el escenario." Farías, que hizo imitaciones políticas memorables (de Gaulle, Hitler, Palacios, Farrell), sería el primero en copiar en un escenario la sonrisa y los gestos de Perón, secundado en esos sketches por Mario Fortuna, Vicente Rubino, Carlos Castro (Castrito) y Sofía Bozán, sobre las tablas del viejo teatro Scala, al que ya se había rebautizado con el nombre de Maipo.
"Poco habría de durar ese género humorístico en las revistas porteñas —recuerda el mimo—, porque vino la orden de parar todo. Nunca supimos exactamente quién la impartió." Raúl Apold, el Subsecretario de Prensa, elude toda responsabilidad: "No era órbita mía. Esos teatros estaban en el área municipal, bajo la Dirección de Espectáculos Públicos". Pero lo cierto es que los chistes se terminaron y sólo quedó el rumor de escenas imaginarias: "La gente comentaba que la negra Bozán había dicho tal cosa en escena, y yo tal otra, burlándonos del Gobierno. Mentiras —asegura Dringue Farías—, esos rumores los hacía circular el empresario de la sala para no perder la clientela. ¿Cómo íbamos a hacer semejante cosa en esa época? ¡Ni que estuviésemos locos! Yo tengo 27 años de Maipo y sé muy bien todo lo que pasó y lo que no pasó allí dentro".

AYUDA Y RECONOCIMIENTO
Pronto el peronismo buscaría las simpatías de la gran familia artística mediante un decidido impulso a la cinematografía nacional y a sus figuras más populares. Apoyo que no siempre redituó espectáculos de jerarquía, aunque sí jugosos dividendos publicitarios. Apold había conocido las debilidades de las estrellas durante sus funciones como jefe de Prensa de Argentina Sono Film, la empresa que Perón visitó en 1944, cuando iniciaba su ascenso al poder, invitado por los hermanos Ángel y Atilio Mentasti. "En aquellos años se filmó Madame Sans Gêne y como resultaba costosísimo contratar tantos extras uniformados para simular la Revolución Francesa, yo conseguí gratuitamente, por Perón, a todo un regimiento militar de granaderos", evoca Apold.
Ahora, el ex Subsecretario se lamenta de lo que considera "un excesivo apoyo al cine nacional" y señala: "Fue una ayuda muy generosa, en primer término con la obligatoriedad de exhibir películas y noticieros argentinos en todas las salas del país. Yo mismo clausuré más de 100 cines por no cumplir con este Decreto. Los productores recibieron generosos créditos, por medio del Banco Industrial, para rodar films y también se compró el edificio que hoy ocupa el Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina, financiado con sobreprecios en las localidades. Personalmente creo que fue demasiado".
Sobre la ayuda de Perón a los artistas, Apold menciona "sólo dos casos de los muchos que conozco" y cuenta: "Una vez me vino a ver García Smith para explicarme la situación de Enrique Muiño, a quien por una orden judicial le rematarían su rancho de Capilla del Monte, cosa que él ignoraba. Ese día almorcé con Perón y le conté todo. Se conmovió y dio orden de que se levantara la deuda (era de 118 mil pesos) con fondos reservados de la Presidencia. Cuando Muiño se enteró, quiso agradecerle y juntos fuimos al despacho de Perón. Se puso a llorar y le dijo: '¿Cuándo en mi tierra un Presidente se ocupó de un artista? Gracias, mi general, y perdóneme, esta aflojada...' Perón me ordenó mantener todo en silencio. Fue Muiño quien se encargó de contar lo ocurrido. El otro caso involucra al actor Ángel Magaña, quien me trajo su preocupación por las deudas que lo acosaban, debido a sus inversiones en el Hotel Vuriloche, de San Carlos de Bariloche. Debía fuertes sumas a los bancos oficiales y me pidió ayuda: 'Usted puede darme una mano, logrando que alguna repartición pública se haga cargo del hotel y de la deuda.' Hablé con Perón y el hotel fue adquirido por el Ministerio de Educación".

EL ATENEO EVA PERÓN
En uno de los cajones de la casa del ex Subsecretario se esconde un documento que es fiel testimonio de la gratitud del mundo artístico "por su brillante, esforzada e incansable labor en pro del arte y de la industria cinematográfica de la Nueva Argentina". Cada vez que Apold desenrolla ese pergamino, resalta aviesamente: "Fíjese quiénes lo firman. Son todos nombres conocidos". Y lee: "Atilio y Ángel Mentasti, Lola Membrives, Sixto Pondal Ríos, Alberto Ginastera, Luis César Amadori, Mirtha Legrand, Daniel Tinayre, Alberto Glosas, Zully Moreno, Rene Mugica, Amelia Bence, Juan Carlos Thorry, Analía Gadé, José Cibrián, Ana María Campoy, Laura Hidalgo, Kurt Land, Román Viñoly Barreta, Mariano Mores, Elina Colomer, Antonio Merayo, Horace Lannes, Narciso Ibáñez Menta, Beba Bidart, Chas de Cruz y Mendy. ¿Usted cree que todas estas estrellas fueron obligadas a firmar?" De sus recuerdos surge también el nombre de Pedro López Lagar, "quien quería que Perón le firmara la carta de ciudadanía y como no correspondía, se la hizo autografiar".
Con escasas excepciones, la gran mayoría de las estrellas cinematográficas optaron por una espontánea adhesión al credo oficialista, por temor a que sus imágenes se desdibujaran de las pantallas. ("Nadie fue obligado", testimonió Apold), y fingiendo un nuevo rol, cada uno se interpretó a sí mismo. Los espectáculos programados por el Partido Peronista se poblaron así de personajes familiares, aunque algunos, más entusiastas, prefirieron sumarse directamente a los organismos paralelos de ese partido. De este modo cobró importancia el Ateneo Cultural Eva Perón, que presidieron Fanny Navarro y Delia Degliuomini de Parodi, y al que concurrían asiduamente a prestar su colaboración las afiliadas Mirtha Legrand, Elena Lucena, Olga Zubarry, Zully Moreno, Amelia Bence, Blanca Podestá, Silvana Roth, Malvina Pastorino, Nelly Daren, Tania y Pierina Dealessi. Por su parte, Malisa Zini (casada entonces con Roberto Pettinato, Director de Institutos Penales) y Perla Mux (esposa del dirigente sindical Juan Saponaro) se encargaban de incrementar las afiliaciones desde los cargos directivos del Ateneo. En el área de los actores esa misión fue asumida por Pedro Maratea.
Sin embargo, a veces la ofensiva oficialista se estrellaba contra inesperadas resistencias. Fue el caso de Arturo García Buhr, quien en la cúspide de su carrera (acababa de filmar Los isleros, con Tita Merello) rechazó, en 1951, los ofrecimientos de la Subsecretaría de Informaciones y Prensa para actuar en programas radiales de propaganda oficialista. García Buhr, que había participado en la Marcha de la Constitución y la Libertad (setiembre de 1945), pudo trabajar sin problemas durante seis años, hasta que llegó aquel llamado. "Nadie me había molestado ni obligado a someterme al Gobierno —dice ahora, corroborando el testimonio de Apold— y pude filmar sin necesidad de afiliarme a nada. Pero el día que recibí un sobre con el membrete de la Subsecretaría no quise abrirlo y lo devolví intacto a su remitente. Era el 4 de octubre de 1951, y ya salía al aire un ciclo radial de propaganda peronista titulado 'Pienso y digo lo que pienso'. No sé todavía si me proponían o no para actuar allí, pero por las dudas no quise averiguarlo. Ya me habían adelantado telefónicamente que iba a recibir una invitación por el estilo y preferí rechazarla." Por esos días, García Buhr y su mujer, la ex bailarina Aída Olivier, representaban dos obras en el teatro Versailles (Con agua en las manos y La pequeña cabaña), del que se habían hecho empresarios junto con Alberto Iribarne. "Por las dudas, Aída y yo esperamos toda la noche a que abriera el Departamento de Policía, a las 7 de la mañana del día 5, y acudimos a renovar los pasaportes con intención de irnos a Montevideo. Le dije al comisario Romariz que debía escriturar un terrenito en Punta del Este y me prometió los pasaportes, firmados por el general Arturo Bertollo, para el día siguiente. Pero cuando fuimos a retirarlos sólo nos dieron excusas y presentí que tendríamos problemas. Iribarne me advirtió que no me dejarían entrar al teatro, pero fui lo mismo y coloqué un cartel en la boletería anunciando mi reemplazo por el actor Florindo Ferrario." El lunes 8 de octubre, mientras Perón festejaba sus 56 años de edad, los diarios de la cadena oficialista iniciaban una campaña contra García Buhr, acusándolo de "irresponsabilidad profesional". Una semana más tarde, por el histórico camino del general José de San Martín, el actor cruzaba ceremoniosamente la Cordillera de Los Andes a bordo de un taxi que lo llevaría hasta la frontera con Chile "por propia voluntad, sin que nadie me obligara a salir del país". Quince años después de aquella aventura, Apold agrega un dato más a la crónica: "Si García Buhr hubiese abierto el sobre, se habría enterado de que no lo invitábamos a actuar en 'Pienso y digo lo que pienso', sino en Estrellas a mediodía".
Además de García Buhr, hubo otros dos casos famosos de exilio voluntario: Francisco Petrone y Libertad Lamarque. Sobre ellos, Apold dice: "Recuerdo perfectamente que dos días antes de las elecciones del 24 de febrero de 1946, Petrone fue agasajado con una comida ofrecida por sus amigos del diario La Hora, órgano oficial del Partido Comunista, según decían las invitaciones. Presidió ese acto Rodolfo Ghioldi. Poco después salió del país con una misión de Artistas Argentinos Asociados, para colocar películas argentinas en los mercados del Pacífico y en México. Volvió a Buenos Aires, formó una compañía teatral y en 1950 salió en gira por el interior. Siguió hasta Bolivia y Perú. En Lima se disolvió la compañía y Petrone se fue a trabajar a México. En cuanto a Libertad Lamarque, sobre quien mucho se ha hablado, yo sólo sé que una noche, en 1950, la encontré con su esposo, Alfredo Malerba, charlando muy cordialmente con Eva Perón en el Ministerio de Trabajo y Previsión. Después me enteré de que habían ido a agradecerle un favor. Resulta que dos años antes, en abril de 1948, al producirse el bogotazo (tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán), Libertad estaba actuando en Colombia. Su hija Mirtha, preocupada, le pidió a Eva que averiguara algo de su madre, y por medio de la Cancillería se supo que Libertad estaba en una ciudad cercana a Bogotá, donde no había disturbios".
El solo hecho de figurar en los ficheros partidarios del Partido Comunista le valió al pianista Osvaldo Pugliese largas horas de encierro en la cárcel y repetidas ausencias en la conducción de su orquesta típica, la que iniciaba sus actuaciones en los clubes colocando un clavel rojo sobre el teclado y haciendo caer un foco de luz sobre el taburete donde debía sentarse el maestro. Su colega Aníbal Troilo, en cambio, gozaba del afecto oficial y de la amistad de Apold, quien recuerda que "cuando el teatro Presidente Alvear (luego llamado Discépolo) fue transferido a la Subsecretaría, llamé al gordo y a Cátulo Castillo para montar un espectáculo popular y tanguero de jerarquía". Así nació 'El patio de la morocha', estrenada en abril de 1953, donde Troilo dirigía una costosa orquesta de 30 músicos y un elenco de conocidas figuras (Pierina Dealessi, Pedro Maratea, Aída Luz, Mario Danessi, Agustín Irusta, entre otros) interpretaba los libretos de Cátulo Castillo, bajo la dirección escénica de Román Viñoly Barrete. Otro músico que vio facilitada su tarea fue el director de jazz Héctor Lomuto, cuyo hermano Francisco había compuesto varias marchas peronistas. Pero de todos aquellos intérpretes musicales, teatrales y cinematográficos había uno que se sentía marginado. 
"¿Por qué todos los artistas conocen a Perón menos yo?, me preguntó un día Tita Merello —recuerda Apold—, y entonces la invité a almorzar a la residencia de Olivos. Vino temblando como una hoja y cuando el Presidente le preguntó si necesitaba algo, Tita le pidió ayuda para los viejitos de la Casa del Teatro. 'Ni una palabra más. Le ordenaré a Atilio Renzi que les dé todo lo que necesitan', dijo Perón. Y así se hizo".
Claro que no todos tenían similares objetivos, pues otras estrellas preferían aprovechar de muy distinta manera su contacto con las altas esferas. "Obtuve para algunos órdenes para adquirir automóviles a precio de lista —señala Apold—, las que seguían el mismo trámite de los pedidos de altos funcionarios, miembros de las fuerzas armadas, de los poderes legislativo y judicial y de algunos sindicatos."

LOS QUE CANTARON AL LÍDER
Otros que no retacearon su colaboración artística al peronismo fueron los poetas, entre quienes los hubo de auténtica inspiración creadora y, como es natural, quienes especularon con la cuarteta obsecuente a cambio del favor oficial. Los primeros habían engrosado las filas peronistas durante los difíciles días de 1945, cuando la candidatura del líder estaba aún en gestación. Uno de ellos, Leopoldo Marechal, recuerda la reunión celebrada el 3 de diciembre de aquel año en un vieja casa de la calle Piedras al 300, donde se planeó la primera campaña electoral. "Esa mañana, Perón convocó a un reducido grupo de escritores y señaló la carencia de medios económicos para solventar la campaña. Recuerdo entre los presentes a Arturo Cancela, José María Castiñeira de Dios e Hipólito Jesús Paz. Yo me comprometí a escribir libretos para unos sketches radiales", cuenta Marechal, cuyas únicas inquietudes políticas hasta, ese momento se remontaban a un adolescente paso por el socialismo ("Unos tíos míos, ferroviarios, me metieron allí y después los seguí votando") y a sus amistades con militantes nacionalistas ("¡Participé de los cursos de cultura católica, donde conocí a Tomás D. Casares, César E. Pico, Atilio Dell Oro Maini y Manuel Ordóñez"). El peronismo atrapó a Marechal, según él, "por ser la única revolución auténticamente popular que hubo en el país, incluyendo la de 1810", y el soneto que dedicó Al 17 de Octubre tuvo su inspiración en una columna de obreros que marchaba esa tarde por la calle Rivadavia: "De pronto oí un rítmico estribillo que venía de lejos y se hacía cada vez más claro: Yo te daré / te daré niña hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con P: ¡Perón! Esta última palabra sonaba como un cañonazo. Bajé de mi departamento y fui con ellos".
Aquella participación les valió a Marechal y Castiñeira de Dios (ambos se consideran apolíticos) sendos cargos públicos. "Entre 1950 y 1952 —dice Castiñeira— fui Subsecretario de Cultura y Director General de Cultura. Marechal ocupó la Dirección de Enseñanza Artística, Francisco Muñoz Azpiri la de Acción Cultural y Carlos Suffern se hizo cargo del Departamento de Música. Nunca en este país hubo un apoyo tan grande a los músicos. Se estableció la obligatoriedad de tocar piezas de compositores argentinos en todos los conciertos. La divulgación cultural ganó la calle: hicimos grandes ciclos de cine documental y enviamos 90 músicos de la orquesta sinfónica del Estado a dar conciertos al interior, junto con conferencistas y exposiciones artísticas. Aquí, en Buenos Aires, realizábamos los Mensajes de Tierra Adentro, con artistas provincianos. Creamos salones nacionales de bellas artes, bibliotecas populares e inundamos la ciudad con afiches anunciando conciertos bajo el lema; Arte para el pueblo; ideamos los campamentos Eva Perón, para realizar trabajos artísticos en el interior; encomendamos a pintores argentinos la decoración de la flota mercante y periódicamente organizábamos en las provincias La Fiesta de la Cultura y la Fiesta de la Patria Grande. En 1951 se hizo el primer Festival Artístico 17 de Octubre." Como acto inaugural de esta celebración, en el Museo Nacional de Bellas Artes se habilitó la Muestra de las dos revoluciones argentinas, que comprendía "cuadros de episodios salientes de la Revolución de Mayo y las guerras de la Independencia, y notas gráficas de la Revolución del 17 de Octubre y las Campañas Justicialistas".
Castiñeira dedicó un poema a Evita titulado Alabanza, después de verla repartir cariño y dinero a los pobres que visitaban diariamente su despacho. Los días lunes acudía con otros amigos al comedor del Hogar de la Empleada, donde ella solía almorzar, y juntos participaban de la llamada Peña Eva Perón. Allí se recitaban y cantaban poemas dedicados al Presidente y su mujer, en reuniones de las que participaban los escritores Enrique Lavié, Juan Oscar Ponferrada, María Granata, Lulia Prilosky y Claudio Martínez Paiva. Este último fue autor del poema Cifra Suprema, donde recita: Tata Perón, permítame llamarle Tata / con esa unción humilde y respetuosa / que fue moral y tradición del Plata. 
Pronto aparecerían los poemas de autores anónimos, aquellos que dieron a su imaginación literaria un sentido electoralista antes que ideológico y que prefirieron ocultar sus nombres para no comprometerse políticamente. Fueron los creadores de versos como éstos: '¿Qué corazón no se ensancha / al ver al Pueblo obtener / con la jornada de ayer / un gol tal de media cancha?' O estos otros: Señores, yo soy de Boca/yo soy de Boca de corazón / por eso grito con toda el alma; / ¡yo soy de Boca y de Perón!' De esas mismas fuentes nacieron las dos canciones partidarias (con una misma música, la marchita) que coreaba la multitud en las grandes celebraciones. Los muchachos peronistas y Evita capitana, así se llamaron, fueron grabadas por la inconfundible voz de Hugo del Carril. Esos versos no habían demandado mayor esfuerzo imaginativo a sus creadores y decían así: Los muchachos peronistas / todos unidos triunfaremos / y como siempre daremos / un grito de corazón: / ¡Viva Perón! ¡Viva Perón!. El coro cantaba esta cuarteta: ¡Perón, Perón, qué grande sos! I ¡Mi general, cuánto vales! I ¡Perón, Perón, gran conductor, / sos el primer trabajador!
¿Realmente necesitaba Perón una maquinaria informativa y publicitaria tan poderosa para conservar su electorado? Es lo que se han preguntado decenas de investigadores. Apold, el vértice de aquella pirámide, responde: "Perón necesitaba esa maquinaria, más eficaz que poderosa, para hacer conocer y difundir en todo el país y en el exterior su extraordinaria obra de Gobierno. Con esa finalidad tuve la idea de montar, en 1951, la Gran Exposición Gráfica de la Nueva Argentina a lo largo de la calle Florida, desde Avenida de Mayo hasta Charcas. Fue algo único y espectacular. Las enormes fotografías mostraban no promesas sino realidades. Esa difusión la necesita todo Gobierno. Es indispensable. Así lo entienden, por otra parte, los países más poderosos del mundo". Esa muestra se inauguró el 5 de noviembre, exactamente una semana antes de los comicios presidenciales, y costó a la Subsecretaría 250 mil pesos. Había fracasado la idea de costearla con donaciones de los comerciantes, y éstos, que protestaban porque sus vidrieras perdían visibilidad ante la enmarañada estructura metálica instalada sobre las veredas, la llamaban peyorativamente: "La Exposición de los Caños".
Apold no quiere elogiar su propia actuación. ("Si fui o no un eficaz funcionario deben preguntárselo a Perón"), aunque le gusta resaltar que "la Subsecretaría fue un organismo de personalidad propia y de gran eficacia, como nadie puede desconocer, ni aun los enemigos". Estos últimos pudieron comprobarlo fácilmente, a costa de sus más caras aspiraciones políticas, en 1951, cuando aquella maquinaria contribuyó en forma decisiva a renovar el mandato presidencial.
Copyright Primera Plana, 1967.

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