Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

PERSONAJES

 

24 de diciembre de 1968
Revista Primera Plana

Envejecer es un placer

Tiene la alta frente horadada de pequeños círculos. "Una vez por semana me someto, durante sesenta minutos, a una simple operación de trasplante. Estoy seguro de que va a crecer", sonríe esperanzado. Sin embargo, poblar la calvicie es sólo una forma de la aventura. Otra, asomarse a un personaje distinto. "Me divierte tanto la idea de no parecerme, de no ser una cara definitiva. ¿No ve que ni cejas tengo?" Entonces se recorre la cara con la mano, como sí la borrara, Y casi lo logra. Porque José Carlos Pepe Soriano se acerca, increíblemente, al actor mítico: el de la máscara inasible. Por eso, a los 39 años, su galería de viejos es ya casi infinita. Pero es el último, Don Berto, el que, indudablemente, emerge como la criatura más conmovedora y minuciosamente elaborada de su repertorio televisivo.
Contratado a principios de este año para integrar el vasto y empinado elenco de 'Vivir es una comedia', Soriano abrumó a los Sofovich, en la segunda entrega del cielo, con los esmerados fulgores derramados sobre una composición secundaria, Así, el viejito imaginado para eslabonar un sketch con Julia Sandoval y Ernesto Bianco, revivió, a la semana siguiente, en Operación Ja Ja. Desde entonces (a mediados de enero) hasta la interrupción del programa, una vereda de utilería y una silla de paja bastaban para ambientar la cosmogonía de Don Berto. Sólo Alberto Irizar (agonista imprescindible) y la nieta ("Abuelo, la leche está servida", es el pie convenido para cortar la secuencia) interrumpen las reminiscencias, las quejas, las ansiedades descargadas por el chisporroteante italiano.
Un abuelo que deliraba —en dialecto— por su Nápoles querida, inclinó al entonces infante Pepe a la regocijada observación de los añosos. Mucho después, un vecino español, don Jesús, que respondía a su "¿Qué tal?" con un "Esperando... ¡que venga el de arriba y me lleve!", completó el abigarrado inventario con que alumbró a Berto.
"Es tan tierno y maldito", se conmueve su creador. Y lo cuenta. Siempre en tercera persona, como si el otro existiera per se, fuera de sus propios límites. "Después de una reunión entre Irizar, Gerardo, Hugo (Sofovich) y yo, nunca ensayamos al vieja, sino que lo dejamos fluir, siguiendo la línea acordada, hasta que lo llaman a tomar la leche. A veces pasan tres minutos, pero llegamos hasta los ocho sin darnos cuenta. Es que se pone tan sinvergüenza a veces, tan cretino, que cuesta pararlo, controlarlo".
Otras veces, sin embargo, la melancolía exudada por el sketch sorprende al mismo Soriano. Es que los componentes de Berto son inobjetables: la rencorosa fijación en el yerno, el vital entusiasmo romántico despertado por la gorda, los desvaríos y desmayos de su memoria, el infantilismo de sus trampas, la mala fe de sus planteos, la idealización del pasado, el empecinamiento, en fin, con que valoriza su vida.
Absolutamente fuera de serie, la interpretación de Pepe Soriano nutre al personaje de claves y heterodoxias impecables: la mano que frecuenta las comisuras de la boca, el temblor que descargan los brazos, la picardía de los ojos que apenas ven, la acidez nostálgica que reviste a su dificultoso castellano de un aire de Italia al Sur pulen a su criatura hasta el paroxismo, la convierten en un ser accesible y cálido, vecino y prodigioso, despojado de todo lenguaje que no sea el documental. La acercan, así, al Parnaso habitado por las marionetas que saben violar las fronteras para instalarse en la vida de todos los días.


 

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