Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


La autenticidad del creador
Abel Bruno Versacci

Revista Mercado
16 de agosto de 1979

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

 

En su taller de pintor, Abel Bruno Versacci se obstina en hacer suya una frase que alguna vez acuñara González Lanussa: "No jugar con el arte, sino jugarse". Discípulo del maestro Juan Batlle Planas, se dejó contagiar por él sin contaminarse, que es la mejor forma de defender su identidad y enriquecer el vínculo. Desde 1964 viene obteniendo algunas distinciones que, interesantes, no agotan su dimensión entre halagos: Medalla de oro en el XIII salón anual de Dibujantes Argentinos; 1965, Premio de Honor de Grabado en el LIV Salón Nacional; Menciones especiales en las Bienales internacionales de Buenos Aires, en 1970, y en Montecarlo en 1973 y 74; obtuvo, hace pocos años, el Premio adquisición en el Salón de Santa Fe. Córdova Iturburu, el destacado poeta y crítico de arte, escribió alguna vez sobre Versacci: "una voluntad creadora que permite situarlo dentro de las corrientes artísticas gobernadas por la imaginación, pero una imaginación serena, sin desbordes, orientada sobre todo a crear realidades plásticas que no traicionan la realidad pero tampoco se someten servilmente a ella... "

La proximidad del hombre pareciera mantener y aun confirmar aquella calificación plástica pensada por Iturburu: Versacci es vital e imaginativo; dueño de una aparente simplicidad que poco a poco compromete a cualquier interlocutor en un diálogo de matices profundos. Durante muchos años aceptó la dualidad o la escisión que tantas veces provoca la vida y fue funcionario del Banco de la Provincia, aunque rara vez faltaba a su cita al taller, al puerto de la ribera o a una plaza de Buenos Aires, desde donde captaba escenas y personajes.
Ahora, la galería Altamira, de San Martín 881, continúa el itinerario de exposiciones que hacen de Versacci un incesante expositor trotamundos: Brasil, Panamá, Estados Unidos, España, Francia, Mónaco, Inglaterra, Italia, completan ese itinerario diverso. El tema de sus nuevas realizaciones obra de estímulo para el diálogo.
MERCADO — La nueva muestra suya, Versacci, aparece variada: por un lado el clásico grabado; por otro, la pintura. ¿Son dos etapas diferentes, dos disciplinas antagónicas?
VERSACCI - Diferentes y unidas entre sí. Pero no antagónicas. En realidad he asumido un riesgo al presentar una muestra así, porque en general el grabado es un género sólo frecuentado por una élite de iniciados, un género a veces sometido a juicios ligeros que lo marginan en relación con el ámbito de la pintura. El grabado requiere, además del acto de creación, todo un proceso artesanal donde el artista interviene intensamente de la misma manera que durante la creación misma. Paradójicamente, en el mercado existe una subestimación acerca de él, similar a la del dibujo. El color ejerce su superioridad restallante, atrapando al espectador aun en sus juicios; logra seducirlo como la miel a la mosca. Es que aquello, la artesanía, requiere un conocimiento previo que le permita al observador juzgarla, seguir uno a uno los pasos y el entretejido de su urdimbre, antes de poder consumirla. Todavía, en nuestro país, el mercado para el grabado es estrecho, casi para coleccionistas o entusiastas.
MERCADO — Y si ese mercado, como usted dice, es estrecho, ¿por qué esa obstinación con el grabado?
VERSACCI — ¡Ah, no importa! Este es un trabajo íntimo, inseparable de uno. Se puede estar dialogando horas y horas con la plancha, con la herramienta, abstraerse del mundo como con una droga. Con la pintura la cosa resulta más frontal, menos elaborada. Con ella el error puede subsanarse o eludirse con un espatulazo hábil, o con un estratégico collage. Pero con el grabado no. Exige la minuciosa, casi exasperante, aplicación de todos los sentidos. Cuando una pintura está concluida, puede suceder que el pintor no sepa por qué puso tal o cual color. Pero, cuando un grabado se termina, nada ha sido por azar. O por magia gratuita. Entre nosotros se dio hace años un arquetipo de artista total, que producía grabado como color: Spilimbergo. Aunque en general los pintores están divorciados de ese proceso artesanal.
MERCADO — ¿Cuál es la verdadera importancia que usted le otorga al dibujo? En muchas obras actuales el color aparece como excluyente.
VERSACCI — ¡Sin dibujo no existe el cuadro! El artista, por más informalista que sea pasa antes por el dibujo, lo incluye dentro de la obra aunque parezca escondido. El dibujo está subyacente, de adentro hacia afuera, es el esqueleto donde se apoya el color. Sucede que, en aquellos cuadros que no son pintura dibujada, su presencia se hace menos notoria pero precisamente por eso imprescindible. Ahora, para algunos, resulta más fácil creer que pueden empezar a pintar sin antes haber empezado por el dibujo. Como también creen que pueden entrar en la abstracción sin antes haber pasado por la figuración. Cómo van a hacer desaparecer el gato sin antes saber lo que es un gato...
MERCADO - ¿Y cómo es ese gato? ¿Cómo es realmente la pintura? ¿Existe una ortodoxia, una manera de pintar correcta y otra incorrecta?
VERSACCI — Existen tantas formas como artistas o individualidades creadoras hay. Pero no es fácil el desarrollo de la individualidad, como no es fácil reconocerla entre tantas como hay y confunden. El artista debe comenzar por dibujar algo, decantar o agregar elementos, despojarse o hacerse más barroco o complejo, según su sensibilidad. Pero no puede resumirse de entrada en un punto sin haber sido antes, dueño del todo. Para ser Mondrian hay que seguirlo desde el principio, no desde el final, en la completa abstracción. La ortodoxia es saber.
MERCADO - ¿Y cuál es en general la reacción del espectador local frente a la pintura? ¿Es más proclive al figurativismo que a los ismos que propone la pintura moderna?
VERSACCI — En general, creo que hay bastante confusión. El dilettante vive atraído por el color. A veces me sucede que un comprador entra en mi taller o va a la galería a comprar un cuadro mío y elige, a mi pesar, aquel que me parece menor con respecto a los otros. Si intervengo, me llevo siempre esta sorpresa: el comprador me dice sonriendo y con suficiencia que él sabe más que yo. Todavía, además, el artista lleva una delantera de muchos años con respecto al espectador. Calcule, son como ciento cincuenta galerías que muestran un desfile incesante de escuelas y tendencias, de rupturas y propuestas, sin embargo la mayoría comprende el clásico paisaje o la inevitable naturaleza muerta. Y se sorprende y confunde ante cualquier otra pintura que compromete una sensibilidad o comprensión atada largamente a cánones establecidos.
MERCADO - ¿Qué debe despertar el arte, un sentimiento o la elaboración de ideas?
VERSACCI — Creo que la idea a través de un sentimiento. Yo, por ejemplo, me siento expresionista, dramático y a partir de allí se suceden ideas. Muchas veces aparecen a través del subconsciente de la manera más misteriosa. Cuando me convierto en espectador ocurre lo mismo. Me emociono ante un Goya, Velázquez, Picasso —fíjese todos artistas totales— y a partir de allí se me agolpan ideas y reflexiones. ¿Por qué ellos más que los otros? Porque nuestra vinculación afectiva es intensa y particular. De igual manera que para otro esa comunión le sucederá con Toulouse o Modigliani más intensamente. Si me preguntara qué es lo que sentí frente a un cuadro de Goya cuando estuve en Europa, le diría: No sé, algo inexplicable. Me quedé mudo. Y a la vez tenía tantas ganas de hablar... A mi alrededor había otras personas que pasaban delante como si nada. Es posible. El espectador tiene también que poner su parte, si no va imbuido de algo ni siquiera Goya podrá hacer nada por ellos. La sensibilidad es un ejercicio como tantos. Pero no crea que no me emociono con los argentinos. Ya le nombré a Spilimbergo, sigo con Daneri —dueño de una gran sobriedad en el color — , y cuánto decía con aquella paleta sorda, baja; y el otro, Victorica, con su vitalidad, sus cosas dejadas sabiamente a medias, su impronta... De alguna manera todos somos herederos de ellos.
MERCADO — ¿Qué piensa acerca de la valorización de una obra de arte? ¿Le preocupa?
VERSACCI — A todo artista le preocupa vender porque muchas veces de esos resultados depende la compra de materiales, una tranquilidad necesaria dentro de su etapa creativa. Pero no debería obsesionarlo vender porque es peligroso. Peligroso para la obra, claro. Además la valorización es azarosa y accidental muchas veces: rara vez coincide el precio que se paga con lo que vale la obra. ¿Quién dice cuánto vale? Una moda, un salto repentino, un coleccionista famoso que logra mover el mercado, son varios de los factores comerciales, digamos, a que está expuesto el artista. Pero el verdadero creador no puede pensar en eso cuando pinta, porque allí sí comienza a traicionarse. Cuando yo estoy frente a la tela no pinto para nadie, pinto para mí, en total libertad. No sé si lo que estoy haciendo servirá para exponer, para colgar de la pared de un living o para el catálogo de un iniciado. Qué importa eso si me estoy divirtiendo mucho, en el mejor sentido. Ese goce que me hace feliz aunque la obra sea torturada o dramática. He visto la declinación de grandes pintores, acuciados por la furia de vender. Parecería un proceso contradictorio: cuando envejecen, que es cuando menos habría necesidad, es cuando más se nota esa avaricia... que, claro, compromete el sentido total de la obra. La diferencia es ésta: uno es el artista con su total egoísmo (que finalmente le servirá para comunicarse con los otros), otro es el artesano lujoso que está al servicio del público y que, por lo tanto, le da aquello que lo complazca sin sorpresas. Cada uno elige su camino, aunque, para redondearle, le digo que la valorización aparece con solidez al cabo de muchos años. Quizá cincuenta o cien años. Los clásicos suelen tardar un poco en aparecer.
MERCADO — El permanente contacto con la obra de arte, ¿puede producir una especie de mal acostumbramiento? Y a la vez, un artista obsesionado en su perfección ¿no se intelectualiza demasiado en su obra?
VERSACCI — Cuando uno sabe se olvida que sabe. El pintor que conoce todos los secretos de su oficio los desarrolla sobre la tela con inteligencia y espontaneidad, sin que se note. No dice esto es bueno porque tiene buena perspectiva o porque el color amarillo está en armonía con aquel otro, no. Más bien se deja llevar por eso que, ya sabe que está bien, y disfruta de la obra. El endurecimiento, lo que usted pregunta, es una actitud ajena al arte. Se supone que un cuadro es algo que nos sensibiliza, nos espiritualiza. Por lo demás cualquier dialéctica fuera del propio contexto del goce es eso: dialéctica. Por mi parte soy solo un pintor, un grabador, un dibujante — para el caso es lo mismo— que intenta captar un fragmento de la realidad tal como la ve o la siente. Ahora por ejemplo, presento una serie titulada el Vía Crucis. Surgen dos riesgos: el tema religioso en sí y una constante renovación de la forma que aquí ensayo. Por supuesto que espero el éxito. Ahora habría que preguntarme: ¿qué éxito? ¿a costa de qué? La obra está hecha en mi taller pero ya no me pertenece. ¿Quién sabe el destino de cada cuadro? Si no sabemos lo que vamos a hacer dentro de diez minutos.
Me gustaría decir algo antes de despedirnos. Hace años se hicieron experiencias célebres y mamarrachos que poco y nada tenían que ver con la plástica. La gente empezó a confundirse y a creer que así eran los artistas. También se anunció el fin de la época de la pintura. Puede escribirlo nomás: el lenguaje pictórico tiene la misma validez hoy que en la época de Goya y en cualquier otra. Cada arte representa a su época; cada artista a sí mismo. Me gustaría reconocerme por Versacci.