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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Pintura
Soldi
Lo que dicen Dalí y Miró
Somos 1983

 

Para sacarse el sombrero
Lo hacemos ante la exposición de Raúl Soldi en Galería Rubbers: Figuras con sombrero. Después de tres años el maestro de los frescos de Santa Ana en Glew presenta su nueva producción. El pintor habló con SOMOS de su obra, de los que admira y de la violencia.

 

 

 

En marzo cumplió 78 años. Ha sido varias veces premiado y muchas han sido sus exposiciones. Raúl Soldi es un pintor consagrado, nadie lo duda. "Pero todo eso no me envalentona. Cada vez que hago una exposición me parece que estoy dando examen de sexto grado. Lo confieso: estos días he andado con unos nervios bárbaros. Siempre tengo dudas". En esta oportunidad el motivo de su ansiedad es la exposición que desde el 19 de mayo hasta el 7 de junio se puede ver en la Galería Rubbers. El tema de la muestra es Figuras con sombrero. "La idea de hacer esta serie nació a raíz de que hace un tiempo encontré un baúl viejo lleno de sombreros pasados de moda y montones de trapos y bordados. Con ese material me puse a trabajar. Aunque también agregué para esta exposición algunas obras de 1965 que se ocupaban del mismo tema. Los demás son de estos últimos tiempos". Hacía tres años que no se exponían obras nuevas de Soldi. Pero, durante ese tiempo, no estuvo inactivo. Después de "veintitrés veranos de trabajo" como dice él, "terminé los frescos de Santa Ana en Glew". Por ese trabajo no cobró nada. Como ocurrió con tantos otros: la cúpula del Teatro Colón o los murales de San Isidro Labrador. Además es un trabajador minucioso que retoca muchas veces su cuadros. "Porque en realidad los cuadros nunca se terminan. Simplemente se abandonan. Se abandonan porque a uno ya no le da más el cuero. Pero se podría seguir trabajando en ellos eternamente. Leonardo tardó nueve o diez años en pintar la Gioconda. Y la pintó y repintó mil veces".
No oculta su admiración por Giotto, pero reconoce sus afinidades con Piero della Francesca. "Hay en él una cierta afinidad en el sentido de la síntesis y de la prestancia". Y del sosiego angelical. "Yo quiero sólo ángeles en mis cuadros. Elimino todos los demonios que pueda haber borrando, raspando, corrigiendo. Sólo cuando llego a ver en mi obra a mis arquetipos me quedo tranquilo. Por eso casi no hago retratos. Además debo reconocer que cuando los he hecho mi representación se parecía poco al modelo. . . aunque, cosa curiosa, me ha ocurrido a veces que después de unos años mis retratados han comenzado a parecerse a mis cuadros. Como si el ojo del pintor saltara en el tiempo". Usa modelos a las que viste y adorna con ricos bordados y sombreros, "pero esto sólo me sirve de excusa para comenzar. Después uso la imaginación".
El uso particular de la luz en los cuadros de Soldi tal vez tenga su origen en su larga experiencia como escenógrafo tanto de cine (82 películas) como de muchas óperas en el Colón. "Es posible que esos años de jugar con luces reales me hayan ayudado a jugar con las luces imaginarias de mis cuadros".
—Como pintor, ¿cómo mira los cuadros de otros pintores?
—Primero como artesano. Después busco las calidades plásticas. Y recién al final me entrego a lo emocional. Para el profano el camino es al revés: primero entra por lo emocional. Pero hay que tener cuidado, porque ese camino puede conducir a errores.
—La violencia no entra en sus cuadros. ¿No lo perturba la violencia del mundo?
—Cuando estoy delante de un bastidor de ochenta por sesenta, por ejemplo, ahí termina mi mundo. Ese rectángulo es todo mi hábitat y ahí desarrollo mi problema. Además, ¿no le parece que ese sosiego que busco en mis cuadros es también una forma de denuncia contra la violencia? No hay que acrecentar la violencia. Hay que apaciguarla. Yo lo hago a través de mi pintura, si mis cuadros transmiten sosiego, estoy venciendo a la violencia.
Julio Sierra
Fotos: Humberto Speranza
SOMOS 20/5/83

Lo que dicen Dalí y Miró
Salvador Dalí y Joan Miró, dos de las más grandes figuras de la pintura de este siglo, coincidieron en hablar de su obra en los últimos días. Dalí, después de un merecido homenaje que España esperó demasiado para rendirle. Pero finalmente la hora llegó y la más grande exposición antológica de Salvador Dalí quedó inaugurada en Madrid el pasado 15 de abril. El artista, con 79 años recién cumplidos, faltó a la cita. Desde que murió su compañera, la divina Gala, el 10 de junio pasado, su estado de salud no ha hecho más que empeorar. Sin embargo, con la fiereza de un noble en el exilio, sus penosos 34 kilos no le impidieron recibir, el día mismo de la inauguración al periodista francés en su castillo de Pubol, en Cataluña. Alejado de las rocas y del mar de Port Lligat, donde siempre vivió, su pintura ha cambiado: "Ya no es la imaginación puesta al servicio del capricho, de la ensoñación o del automatismo. Tampoco se trata ahora de la evocación de los símbolos de mi propia existencia, de mi enfermedad o de los recuerdos que me han marcado especialmente". Sus seis últimas telas, por ejemplo, se inscriben en una serie titulada 'Una cama y dos mesas de luz atacan ferozmente un violoncello'. El violoncello pertenece a una de sus enfermeras; los muebles se parecen a los de su cuarto, el torbellino que da vuelta los objetos recuerda al torbellino en que transcurre la vida de un hombre. Con la fiereza de un noble en el exilio y la vida colgándole de un hilo, Dalí no se saca ni un minuto su toca blanca. "Fue Gala quien me convenció de usarla". Dalí vive siempre a la sombra de su pasión.

Joan Miró, a los noventa años, habló para la revista Visao y le aseguró que "es difícil definir mi pintura porque ella nace de un estado de alucinación provocado por un choque subjetivo u objetivo del cual soy absolutamente irresponsable".
—¿Cómo se da la relación cotidiana entre usted y su obra?
—Por la mañana, cuando entro en mi atelier, me siento atraído por una determinada tela, como un amante se siente atraído por la mujer que ama. Es ahí cuando se genera en mí una sensación animal, incontrolable. Los utensilios y las materias me dictan el resto, no hay nada planeado.
—Sus telas, a simple vista, parecen menos trágicas de lo que usted dice. ¿Por qué?
—En todo español hay una cierta aspereza, un cierto sentido de la tragedia.
—En otras palabras, su trabajo es el fruto de la desesperación interior.
—Lo que me interesa es colocar mis entrañas hacia afuera. Es decir, hacer la pintura como se hace la poesía, como se hace el amor: una mezcla de sangre, sin prudencia, sin límite, sin protección, con cuerpo y alma.

 

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