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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Forte, o la pintura como evasión

Revista Mercado
21 de septiembre de 1978

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

 

Sonriente, exaltado, extravertido, así es Vicente Forte y su pintura no lo desmiente. Quizá, el largo trazo de su vida de artista pueda servir a quienes no satisfechos con los símbolos de la obra, se proponen adivinar indicios en otro tipo de certidumbres: la infancia, su formación, sus ideas y sus amigos. Como ejemplo de pintor la vida de Forte es casi un arquetipo. Pibe de barrio (nació en 1912 en un suburbio de Lanús), creció y se crió en un medio social donde había que resignarse a trabajar desde chico y donde cualquier propuesta intelectual era sólo quimérica. "Fui obrero hasta los treinta y seis años, recién entonces comenzó a transformarse mi vida", recuerda sistemáticamente a quienes se proponen sospechar otra cosa debajo de su camisa manchada de óleo. Y él es y quiere ser únicamente eso: un artesano, un pintor.

Pero la fama, el éxito, el reconocimiento, los premios, empezaron allá por 1950 a perturbar esa tenaz predisposición a ser feliz sin elementos accesorios, a ser feliz con esa simplicidad que él había heredado de una familia obrera y que ahora tiene que defender con esfuerzo. Pocos — no más de uno o dos— recorrieron en el camino de la pintura tanto terreno en dos décadas. Distinciones en los salones nacionales y provinciales; premios de honor, medallas de oro; seleccionado para realizar el sello postal en homenaje al centenario del Martín Fierro; invitado a exponer en Estados Unidos, San Pablo, París, Puerto Rico, Caracas y Berlín, el curriculum de Vicente Forte se fue haciendo tan copioso que ahora resulta incómodo transcribirlo. Hombre de una espontaneidad innata, responde a los interrogantes sin ninguna solemnidad y reconoce su estrecha dependencia con un vocabulario "que manejo tan pobremente que no sé si podrán desentrañar mis ideas". El diálogo que sigue se desarrolló en su taller del barrio Norte mientras pintaba sentado en una butaca alta frente al caballete. En un clima de total expresividad, sin ninguna clase de especulaciones dialécticas, el grabador en el suelo, junto al pie del caballete, registró las voces.
MERCADO — ¿Qué le parece si comenzamos un diálogo cronológico, su barrio, su infancia, su formación? Digamos, una introducción a Forte por Forte.
FORTE — La pintura aparece en mí como un entretenimiento, como una forma de evasión de la realidad. No soy uno de esos tipos que tuvieron la "gran revelación", o que se sintieron tocados por un "llamado". Sentí y siento a la pintura como algo natural que en mi infancia me permitía desintoxicarme de la rutina de talleres y fábricas donde tenía que trabajar como tantos muchachos de aquella época. Tenía mi cajita de acuarelas y los fines de semana me iba a pintar a la Boca. Pero no me moría si no pintaba, porque también me gustaban el fútbol y el ciclismo, que practicaba. Esto quiero dejarlo claro para que nadie se engañe: aún hoy, si tengo un amigo que necesita verme y me llama en este momento yo dejo abandonado el cuadro que estoy haciendo y no me pasa nada., no agonizo, no me siento un artista condenado o desdichado. Me voy a ver a mi amigo porque estoy sintiendo que en este instante es lo mejor para mí y no me pregunto nada.
MERCADO — Usted insiste en recordar —porque lo cree necesario— su herencia humilde, apartada de toda vinculación intelectual. ¿Cómo logró romper esos límites, cruzar a la otra orilla del barrio?
FORTE - ¿Sabe cómo era nuestra elemental filosofía en esa época? Usábamos aforismos o sentencias tangueras: "Qué vas a hacer, la vida es así" o "un tropezón cualquiera da en la vida. . ." No, no se sonría: lo decíamos con toda seriedad, simplificábamos las cosas que nos pasaban con esa suerte de fatalismo. Y créame que no lo he abandonado; yo no me opongo al destino, me entrego, él manda. Sin embargo, hubo algo raro en todo eso, algo casi inexplicable en aquel suburbio de principios de siglo, con calles de tierra, aguateros, tranvías. . . lo inexplicable es que en nuestra barra había cuatro o cinco muchachos poetas. Eran poetas populares, tipos como Funes, Natiello; Cellini, Monteverde, que con su poesía terrestre y cotidiana me fueron ayudando a descifrar ciertos signos ocultos. Una mañana en el Riachuelo, mientras estaba pintando unos barquitos, se me acercó el pintor Antonio Linch y se ofreció a ayudarme, a conducirme. Lo primero que tuve que hacer fue terminar el sexto grado porque para entrar a Bellas Artes era necesario el certificado de estudios y yo sólo había cursado el segundo grado. Tenía entonces diecinueve o veinte años. Me apuré, claro, y lo logré en muy pocos meses. Allí comienza mi carrera de pintor dentro de un método, acatando la disciplina de ciertas leyes y conocimientos que yo hasta entonces ignoraba, o barajaba sólo con la intuición.
MERCADO — ¿Cuándo vislumbró su destino, su éxito, Forte?
FORTE — Eso fue un milagro que no esperaba. Un día cualquiera empiezan a amontonarse uno tras otro una serie de premios importantes que me sirven para entrar en la sociedad de consumo de la pintura argentina. Aquí surge esta transformación: de pintor de fines de semana que yo era, porque fui obrero hasta los treinta y seis años, me convierto en pintor profesional, de todos los días. Empiezo a vivir para la pintura porque la pintura empieza a mantenerme. Hay en todo esto un proceso paralelo que, creo, puede explicar esta circunstancia personal. Ocurre que después de la segunda guerra mundial se incorpora a la sociedad una nueva clase social: profesionales, ingenieros, industriales, creadores de una nueva mentalidad de consumo. Antes de esto la pintura argentina se desarrollaba caprichosamente de acuerdo a la voluntad de los escasos coleccionistas que había y que pertenecían exclusivamente a una élite. Ellos, hasta ese momento, adquirían únicamente obras trascendentes, por lo general extranjeras. Dentro de este proceso cultural debe anotarse mi incorporación a la pintura de consumo.
MERCADO — Pero, antes de eso, Forte, ¿no hubo otros pintores como Quinquela Martín, Victorica, Spilimbergo? ¿Qué pasaba con ellos?
FORTE — De Quinquela hay que hacer un estudio aparte porque su caso es demasiado particular e inédito. Fueron el Presidente Alvear y su esposa quienes lo descubren y lo lanzan, curiosamente, al mercado internacional. Entonces los figurones, aquí, comienzan a imitar la actitud de los compradores extranjeros y Quinquela es prácticamente idolatrado mientras pintores como Fader o Quirós seguían siendo ignorados y desconocidos. No se trata de que él no sea un gran pintor sino de que los otros también lo eran. Con Quinquela Martín se produce el extraño caso de un artista de concepción eminentemente popular sostenido por una élite. En realidad, él es el símbolo de una empresa cultural llevada a cabo con éxito. Calcule que desde entonces la Boca es un barrio donde convergen todas las clases sociales a través del liderazgo de un pintor. Fuera de este ejemplo atípico estaban los de la "pesada": Spilimbergo, Urruchúa, Planas Casas, Audivert, Berni, Soldi, que luchaban denodadamente para romper el ostracismo y lo lograron no bien entraron a los salones nacionales y propusieron un desafío. En tanto, en el Riachuelo, se concentró un grupo de pintores que por diversos caminos después lograron también destacarse.
MERCADO — Nos ha hecho todo un panorama retrospectivo que cada tanto es interesante reelaborar. Ahora, una pregunta Forte: ¿Por qué está pintando de color beige ese pedacito de tela? Sí, ¿por qué de color beige y no rojo o azul, Forte?
FORTE — Áh, usted quiere hacerme hablar de lo que no puede hablarse: de la pintura en sí misma. Pero le voy a decir lo que siento sobre esto que me pregunta. Yo no trabajo inspirado, pero trabajo, sabiendo a priori, qué gama voy a usar. Quiero decir: todo se engama subordinándolo a un color, a un detalle del cuadro que manda sobre el resto. Es una cuestión artesanal de la que no está exenta la actitud creadora, claro. Pero yo no parto de lo que muchos llaman creación pura, que no existe, sino de una realización. Sé que hay quienes andan por allí exagerando: "Yo trabajo únicamente cuando estoy inspirado", entonces tienen la excusa para no trabajar nunca. Es que hay quienes confunden desgano con falta de inspiración. Yo ahora, al cabo de tanto, sé que la vida pasa mientras la miro a través de un color. Aun ante la muerte (no vale la pena acordarse de ese mal momento), yo ante la muerte, sólo llegué a ver colores. El médico que me operó de úlcera fue testigo que cuando vi la herida, en vez de quejarme, sólo hablaba de azul cobalto y cosas así. No sé, si usted quiere que defina estos hechos más intelectualmente ponga que veo a mi pintura como una búsqueda de la belleza a través de relaciones de forma y color partiendo de un sentido particular y enfáticamente purista. ¿No ve usted?, me preguntó por qué pongo tal color y eso, que es tan fácil y rápido (un poquito de pintura en el pincel o la espátula y ¡zas! queda para siempre en la tela), necesita de tanto palabrerío que no explica hada, absolutamente nada. Pero usted me lo pidió.
MERCADO — ¿Sabe que junto con los elogios a su obra hay quienes le objetan una excesiva alegría, una alegría que les parece demasiado continua? 
FORTE — Tienen razón. Yo soy alegre, desmesuradamente alegre, de lo que soy y de lo que hago. ¿Cómo entonces puedo pintar algo trágico, algo negro, algo desdichado? Si usted mira mi pintura verá que no hay ningún bloqueo y siento que está lograda cuando el contemplador se alegra con ella. ¿Para qué voy a inventarme un temperamento dramático?; el día que venga lo recibiré resignado, pero por ahora ¡Me da tanto gusto vivir! Hay algo que me define; soy vulgar, típicamente vulgar. Siento emoción estética por las cosas más inverosímiles: un auto de líneas deportivas, una motocicleta sofisticada, un aviso publicitario, una pareja de enamorados armoniosa. No tengo predisposición a trances, éxtasis ni revelaciones y no simulo tenerlas. Soy esto que se ve: un pintor, un artesano que escucha la radio, se alegra con el triunfo de un deportista como Vilas o se entristece con la muerte de un boxeador desgraciado. Fíjese, allí, arriba de la repisa. Es una vela encendida todos los días en homenaje a Ceferino Namuncurá con quien tengo buenas relaciones espirituales.
MERCADO — Usted dice artesano, Forte, tratando de limitar los alcances de su arte. Sin embargo, sus cuadros suelen venderse por algo más que esa artesanía que les es inherente.
FORTE — Pero no puedo decirlo yo. Si alguien ve poesía en mis imágenes les adelanto que en ningún momento me he propuesto semejante arrogancia. Yo no soy un poeta. Quiero morir sin haber engañado a nadie y sobre todo a mí mismo. Hay algo que me preocupa: expresar en mi pintura mi ritmo interior sea cual fuere, mostrarlo aunque sea modesto, insignificante. Además el arte es raro, contradictorio. Ahí tenía usted a Leopoldo Marechal que proponía una cultura popular y a quien yo nunca he logrado entender en su literatura; realmente no he pasado de leer unas páginas. En cambio Jorge Luis Borges, que nace de una cultura de élite, creo que cualquiera puede leer con facilidad su prosa llana, lisa y a la vez tan honda.
MERCADO — "El más grande de todos". Así es la frase que usted mismo ha escrito en una fotografía de Picasso que he observado al entrar a este taller. ¿Qué significa esa calificación escrita tan visiblemente?
FORTE — Que no quiero olvidarme de ese hecho: que él es el más grande. ¿Sabe? he estado pensando últimamente que a lo mejor yo no soy humilde sino arrogante, presuntuoso. Me he dado cuenta que cuando alguien me elogia y yo no me enorgullezco es porque pienso en Leonardo y Picasso, esos grandes, y sé que todavía me falta aunque quiero alcanzarlos. Yo nunca me comparo a mis contemporáneos sino a ellos y claro, me siento insignificante. He estado pensando también que puede ser todo una táctica para que sin que nadie se dé cuenta ni me haga zancadillas me permitan acercarme a ese territorio de los elegidos lo más posible, en puntas de pie. Total —pensará Picasso— este tipo es humilde, no es ninguna competencia.
MERCADO — El auge de la pintura, Forte, que ha beneficiado a tantos, también ha causado confusión. La gente puede saber que el más grande es Picasso pero no sabe mucho acerca de tantos otros pintores que exponen en cientos de galerías de Buenos Aires y del mundo.
FORTE — Hay una palabra: el tiempo. Dejar pasar el tiempo, que todo se decante. El Renacimiento, recuerde, tuvo su moda. Nada que no estuviera encuadrado dentro del gesto del Renacimiento era valorado. El arte gótico fue considerado entonces, por el mismo Rafael, como producto de bárbaros. Después, el gótico ocupó su lugar. El artista es un fabricante de un producto que no sabe si va a ser consumido. El lo hace y si está encuadrado dentro de los gestos de su tiempo vivirá de ese arte. Allí está tanta gente que ahora se dedica al teatro y sabe de antemano que es un arte que no tiene consumidores. Sin embargo trabajan, estudian, elaboran, padecen. Diderot decía: es necesario que muchos pinten, para que unos pocos se destaquen.