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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Armani: un juicio a la poesía

"La poesía es cada vez más un género de minorías y al convertirse en un dominio donde su propia expresión parece ser su único objeto corre el riesgo de desaparecer: ya es frecuentada sólo por grupos muy reducidos", este pensamiento, aparentemente enemigo de los poetas, ha sido, sin embargo, escrito por un poeta y, sobre todo, un enamorado de la poesía. Horacio Armani, de él se trata, durante años ha permanecido recogido y silencioso; en ese recogimiento, al que seguramente lo empuja su carácter, Armani ha ido escribiendo y publicando una obra poética de relevancia: "La Vida de Siempre", "Los Días Usurpados", "Recreos del Tiempo" —este último, recientemente editado por Emecé — son ejemplos parciales. Algunas distinciones —beca del Gobierno de Italia, premio Dante por su labor de acercamiento entre ambas culturas, premio Iniciación y tercer premio nacional— no agotan ni definen tampoco los alcances de una rica personalidad que suele verter opiniones poco demagógicas: "Sería descabellado pretender una divulgación total: el sueño de la poesía comprendida por las masas corresponde a un futuro más que utópico..."

Revista Mercado
22 de marzo de 1979

un aporte de Riqui de Ituzaingó


Horacio Armani

 

 

 

 

No es la biografía de Armani una extensa epopeya de aventuras: pampeano, hijo de campesinos, periodista cultural desde hace veinte años, traductor de los grandes poetas italianos del siglo veinte, lector incansable de jóvenes poetas. Aun en su matrimonio —está casado con la escritora María Esther Vázquez— completa un círculo íntimo dedicado y absorbido en especial por el arte. No obstante su carácter, proclive a la austeridad antes que a la expansión, el diálogo con el cronista fue franco y estimulante "yo sólo puedo hablar, y muy poco, de lo poco que sé: poesía". El tema es vasto.
MERCADO —Usted ha escrito y hablado sobre las características de la actual poesía argentina. Ha cuestionado, creo, su inclinación excesivamente metafísica, hermética o intelectual. ¿Podría explicarnos un poco esto?
ARMANI —Yo dije que es necesario no descuidar, sobre todo, la realidad. Veo que se está haciendo una poesía de conocimiento que pone distancia no solo entre el poeta y lo que escribe, sino entro lo escrito y el lector. Se está haciendo una poesía sin espontaneidad, en la que el poeta juega sobre todo, con un exceso de intelectualidad, eso que se ha dado en llamar poesía impersonal. Pero, ¿qué significa esto? Si el poeta se aleja, se despersonaliza, pierde emotividad.
En consecuencia ¿dónde está la poesía? No, no puedo aceptar que el poeta participe sin emoción de una expresión poética. Sucede que el poeta, al ser eminentemente introspectivo, crea una zona que pretende ser de misterio que se convierte en un obstáculo insalvable para el lector corriente. Con nuestra literatura, como con tantas cosas que nos atañen, solemos ser extremos y antagónicos. Recuerdo que en la década del sesenta apareció una poesía —llamémosle social o realista— que no fue sino una chata expresión del género y que no dejó prácticamente nada. Ahora nos pasamos al otro lado.
MERCADO —¿Cuáles pueden haber sido los motivos que favorecieron la tendencia actual? ¿Acaso habría que rastrear en los poetas italianos, a los que en nuestro país se cita tan a menudo?
ARMANI —Oh, no estoy de acuerdo en que la actual poesía italiana haya generado nuestro intelectualismo poético. Ni Ungaretti, ni Pavese, ni aun Monta —quizá el más austero de todos ellos— se olvidan de su realidad ni dejan de incluirla en sus obras. Cualquiera de ellos se apoya siempre en hechos reales y cotidianos —una mujer, una casa, un puente, un río— y los llevan a alturas metafísicas. En cuanto a los motivos por los cuales los poetas argentinos escriben como escriben, creo que se debe a la influencia de la moda. Sí, aunque parezca un juicio de superficialidad, la moda no solo corresponde a quienes usan vestidos. También estimula a los poetas. Sobre todo influye la opinión de un grupo de intelectuales que manejan, digamos, ciertas zonas o medios de opinión (páginas, revistas, cafés literarios) y a los que, para darles el gusto, se les hace caso. La consecuencia es monótona: toda una poesía, similar, sin matices, sin personalidad. Aunque tampoco ésto significa permanencia ni perdurabilidad. Hace años, Vicente Barbieri concentraba el elogio unánime de la crítica. Pocas veces un poeta centralizó el monopolio de las citas y el reconocimiento como él. No había crítico, ni tertulia, ni página literaria que no lo citara, reporteara o calificara como excepcional. Pero, pasó el tiempo —Barbieri murió en el 56— y pasó su obra. Actualmente nadie lo cita, casi nadie lo lee, se lo ha olvidado. No creo que este olvido sea justo, simplemente sirve de ejemplo para señalar la temporalidad de ciertas modas circunstanciales. También está el caso de la poesía de Borges, que recién se descubrió en los años 70 cuando su primer libro data de 1923. Ah, sobre la poesía de Borges se suele decir que también es intelectual y es cierto. Pero, además y sobre todo, sigue siendo emotiva.
MERCADO —Esa situación que usted acaba de definir, acerca de la actual poesía argentina, ¿provocó el alejamiento del lector? Quizá, se podría hacer alguna propuesta para volver a atraerlo.
ARMANI —Sí, es posible. Y además contribuyó la pereza mental de mucha gente. También ese alejamiento puede producirse por la falta de una educación que aproxime a la poesía. Preguntémonos: ¿quiénes saben, de verdad, qué es la poesía? El argentino, en general, suele intimidarse ante las cosas que no conoce o cuya comprensión se les niega. Y ese panorama poético es en la actualidad cenagoso y confuso, aun para los críticos que prefieren abstenerse o no arriesgarse a decir lo que deberían decir en ciertos casos. Fíjese que en cualquier otro campo, los intelectuales no vacilan en cuestionar o enjuiciar lo que no les agrada. Pero en el mundo literario el cuidado es evidentemente excesivo. En cuanto a una propuesta para que el lector se vuelque a la poesía, sinceramente, a pesar de mis deseos, la poesía va a desaparecer. Dentro de muy poco ya ni se publicarán libros de poemas. No morirá como arte quizá, o como dice María Esther "Ha sido la primera y será la última de las artes", pero seguramente adquirirá otras formas modestas y silenciosas. De todos modos, como poeta apasionado de la poesía tengo la obligación de una esperanza y de hacer una propuesta. Tal vez, habría que regresar a las fuentes, a obedecer ciertas reglas y en base a esto seleccionar una antología universal y decir a todo el mundo: "señores: aquí está la poesía".
MERCADO —Hace unos instantes, cuando usted hablaba sobre la influencia de la moda en las corrientes literarias, pensó en cómo puede arrasar una moda a una personalidad definida. ¿O es que son pocos los que tienen una personalidad definida?
ARMANI —Acá hay un exceso de información. ¿Cómo es esto? Tomemos el ejemplo de nuestros caricaturistas actuales: en su mayoría, creo que sin excepciones, están imitando a los que hace años son célebres y reconocidos en Estados Unidos y Europa. Eso habla bastante de la falta de desarrollo de una verdadera personalidad que logre recibir aquellas influencias, pero pasándolas por el tamiz de su propia experiencia hasta convertirlas en otra cosa diferente. Y no sería del todo cuestionable que quienes copian no tengan personalidad. Lo cuestionable es que simulen talento creador cuando no lo tienen. En el prólogo de mi último libro hago una serie de aclaraciones acerca de las influencias de las lecturas. Digo: "el haber transcurrido algunos años traduciendo a poetas italianos me hizo comprender que, si adaptaba ciertas sensaciones personales a la concepción con que algunos de ellos (Pavese, Montale) enfocaban su realidad, podría quizás elaborar un tipo de poesía que interpretara la mía..." Es muy triste hacer pasar por original lo que no lo es.
MERCADO —Usted conoció personalmente al premio Nobel Montale. ¿Cuál es su impresión de esa proximidad?
ARMANI —Un hombre enfermo, melancólico y sabio. Con esa sabiduría que emana de sus pocas palabras, de sus silencios, de su casi completa soledad. Recuerdo que en mi último viaje pasé por Ravena. íbamos con mi mujer y me sentía atraído con la idea de contemplar de cerca un puente de madera que él hizo célebre a raíz de un poema... ¿se acuerda? "Fue donde el puente de madera..." Lo buscamos bastante y a pesar de nuestra curiosidad estábamos desalentados porque nadie parecía recordarlo o siquiera haberlo oído nombrar. Hasta que la dueña de una hostería cuando le preguntamos, hacia el final de la tarde, empezó ella a repetir todas las estrofas del poema. Después agregó en italiano que de aquel viejo puente ya no quedaba nada. Que en su lugar había modernas escolleras de cemento. No obstante, fuimos hacia allí e igualmente nos sentimos impresionados ante la evocación de lo inexistente, tan elocuente en los versos de Montale. Al poco tiempo pasamos por la ciudad de Milán y visitamos al poeta en su casa. Vive solo, con la única compañía de un ama de llaves y está muy enfermo por el mal de Parkinson y postrado. No sé, pero pensando, ésta podría ser la imagen de Borges. Cuando estuvimos con él le recordé nuestra frustrada visita al puente y le conté que lo habían reemplazado. El, quedamente me respondió: "¿El puente? quizá no ha estado nunca..." Como si me quisiera anunciar que todo no era sino producto de su imaginación.
MERCADO —La historia que acaba de contar ratifica aquello que discutimos al principio sobre la poesía italiana y su fuente en la realidad. El puente pudo ser ese hecho real que inspiró a Montale.
ARMANI —Puedo hablar del intento de mi experiencia personal. Si se leen mis últimos poemas se notará en ellos una concepción, sobre todo, realista. Quise, lo sé, recuperar ciertas zonas de nuestra realidad olvidadas de la poesía: un barrio, personajes de Buenos Aires como Arlt o Alfonsina, personajes anónimos, una casa, una esquina.
Usted, antes de sentarnos ante el grabador, me preguntó si se podía contar Buenos Aires como Withman lo hizo con América. Recuerde que tenemos al Martín Fierro (esa idea tan loca en un largo poema), que sin embargo sigue sosteniéndose. Cuando yo hablo de rescatar la realidad no estoy proponiendo un retorno al antiguo naturalismo popular. Precisamente, esto es lo que se observa en la actual poesía brasileña: que sea realista sin elevación, sin hondura, que se mantenga dentro de los viejos moldes parnasianos. Sostengo que cuando se debe decir mate no es desdoroso escribir mate. Pero lo extraño es querer ser folklórico y decir "cimarrón" en vez de mate, o "pebeta" en lugar de muchacha.
Cuando Pavese toma la realidad la exalta.
MERCADO —Se sabe que donde hay maestros hay discípulos. Pero, ¿hay maestros en la poesía argentina?
ARMANI —No. Seguramente es un detalle que puede agregarse a la situación general. Desde Borges, que si alentó, alentó gente muy mediocre por piedad o compromiso, ni Bernárdez, ni Molinari, por citar nombres, se preocuparon por estimular a ninguna clase de discípulos. Todavía los viejos poetas continúan en lo suyo, a solas, publicando como si no existiese ninguna otra generación. No digo que esto sea reprochable: es un hecho. Y un hecho que pudo ensombrecer a muchas generaciones poéticas. Recuerdo que en el 48 habían surgido algunas figuras entonces jóvenes: — María Elena Walsh, Ángel Bonomini, Silvetti Paz, Tomat Guido— pero tuvieron que aceptar el gran parapeto que se anteponía. ¿Después de ellos, qué?
Por lo demás, los que vinieron después son prácticamente desconocidos y casi no han publicado nada. Aunque yo sostengo que no es esto todo, sino que la poesía argentina no es de primer orden. Quiero decir: es de un dignísimo segundo orden. No hemos dado, como Chile, poetas de la dimensión de Huidobro y Neruda, o como Perú que dio a César Vallejo. Tampoco hemos dado ningún Rubén Darío. Pero tenemos, en cambio, una línea de poetas parejos y dignos.
MERCADO —¿Por qué, Armani, alguien se obstina en seguir escribiendo versos en una época que pareciera querer ignorarlos?
ARMANI —No creo que eso sea explicable: pertenece al campo de la creación y es un hecho muy misterioso. Hay gente que se siente atraída por la realidad y otra por la fábula, gente que quiere que le cuenten todo con hechos y gente que prefiere intuir a través de los símbolos. También sucede con el que escribe. Mis recuerdos son vagos e incompletos sobre los motivos que me impulsaron a escribir poemas. Tenía ocho o nueve años y escribí un largo poema a la Patria. Aún lo guardo. Vivía en una casa en el campo, sin padres intelectuales ni que alentaran mi vocación y leía cuanto llegaba a mis manos. A esa edad, una vez por semana iba a la estación del ferrocarril a recibir las pocas revistas que llegaban desde Buenos Aires. Ante la necesidad, uno se alimenta con lo que tiene a mano. Fue un hábito que me benefició y me hizo comprender todos los matices posibles. En el diario donde estoy, nunca me niego a leer un poema que me envían. Y si está bien construido, no me importa su escuela. Cuando tengo hambre de poesía como de cualquier plato.