Entre dos aniversarios
GUÍA CAPRICHOSA DE BUENOS AIRES, por Baldomero Fernández Moreno; Eudeba, 1965: 144 páginas, 40 pesos.


Revista Primera Plana
06 de julio de 1965

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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Fernández Moreno por Brascó


 

Por puro azar, este volumen, hasta ahora inédito, de Fernández Moreno (*) aparece para reunir dos 
aniversarios esenciales: los 15 años de la muerte del autor, el 7 de julio de 1950, y el medio siglo de su 
primer libro, 'Las iniciales del misal', cuyos ejemplares salieron de la Imprenta de José Tragant, en 
Belgrano al 400, hacia julio de 1915. Si algún valor adicional necesitaba la conmovida 'Guía caprichosa 
de Buenos Aires', lo ha conseguido en la evocación que suscita.
Evocación obligatoria, no sólo porque Fernández Moreno dejaba detrás suyo, en 1950, una de las obras 
poéticas más considerables de la lengua española, sino porque a menudo traspapelado y poco 
frecuentado, el origen oficial de esa obra, su estallido público, entrañó el segundo golpe renovador que 
descargaban las letras americanas en el lapso de veinte años.
La reacción de los jóvenes poetas, en 1915, iba dirigida contra los excesos del modernismo; 
admiradores incondicionales de Darío, vástagos de él en el fondo, les era imposible seguir la ruta que los 
epígonos del maestro enrarecieron. No se ha dicho demasiado que fue Buenos Aires el centro de esa 
revuelta, y que la encabezaron dos escritores argentinos: Fernández Moreno, un médico, con sus 
'Iniciales', y el terrateniente Ricardo Güiraldes con 'El cencerro de cristal', también de 1915 y también 
impreso por Tragant. Ambos intentos diferían y los estratos sociales de sus protagonistas explican por 
qué: para Fernández Moreno, hombre de clase media, la realidad se convertía en sueño; para el 
aristócrata Güiraldes, el sueño se convertía en realidad.
La misma divergencia se advierte en las raíces literarias que los sustentaren; Güiraldes reflejaba la atenta 
lectura de los franceses post-simbolistas; Fernández Moreno, se apoyaba en los clásicos de su idioma, 
más atraído tal vez por la tersura de Berceo y Garcilaso que por el ascetismo de Quevedo o los fulgores 
de Góngora. Antonio Machado era la última escala de esa tradición, un modelo a venerar. Sin embargo, 
los primeros versos están lejos de ellos: es que Fernández Moreno buscaba su voz, aún a costa de negar, 
en el papel, a sus ídolos.

"Dejarse vivir"
Tenía 28 años cuando publicó 'Iniciales'. Baldomero Eugenio Otto Fernández Moreno, hijo de un próspero 
comerciante santanderino luego arruinado, nació en Buenos Aires, a fines de 1886, vivió en Bárcena (la 
aldea paterna) y Madrid entre 1892 y 1899 y se diplomó en la Facultad de Medicina en 1912. Ejerció, 
desde , entonces, en Chascomús, provincia de Buenos Aires, y en Catriló y otros pueblos de la 
Gobernación de La Pampa.
Entre mediados de 1914 y 1917 se aposentó en la capital; ya guardaba, en los cajones de su consultorio, 
los poemas de 'Iniciales'; lo ayudó a reunirlos y a ordenarlos en libro su amigo Nicanor Newton, y el dinero 
para la imprenta lo facilitó el capitán Gabriel Monserrat, "pues el señor doctor no podía disponer entonces 
de los quinientos pesos necesarios para una edición", recordó el propio autor, en 1931.
Estaba dedicado a Rubén Darío, "por cuya salud piden a Dios las estrellas, las rosas, los cisnes y el 
corazón de todos los poetas de América y el mundo". Y aunque habría de pasar casi una década hasta 
que abandonara su profesión (1924), Fernández Moreno confiesa que la salida de 'Iniciales' decretó la 
desaparición del médico.
Nadie como Jorge Luis Borges desentrañó el significado que ese tomo de 160 páginas tiene en la poesía 
argentina. El autor —señala— "había ejecutado un acto que siempre es asombroso y que en 1915 era 
insólito. Un acto que con todo rigor etimológico podemos calificar de revolucionario. Lo diré sin más 
dilaciones: Fernández Moreno había mirado a su alrededor". Era el primero en hacerlo; su único 
predecesor, Evaristo Carriego, se conformó con la pintura tibia, dulzona.
El mismo Fernández Moreno define su credo —cultivado a pesar de los cambios y las evoluciones— al 
explicar por qué 'Las iniciales del misal' fue un título que le disgustó: "Altisonante y lleno de resabios, no 
decía con su contenido, que era humilde, polvoriento, de caminata y ventanilla". Cuatro versos de ese 
libro, en los que se autodescribe, completan el panorama: "Ingenuo para creer, / enorme para soñar, / 
romántico para amar, / fácil para padecer",
La poesía argentina daba un profundo viraje, se despojaba de la solemnidad que acuñaron Echeverría y 
Andrade, Lugones y Banchs; quizá porque el país se despojaba de solemnidad, un país que ya 
presenciaba el ascenso de Hipólito Yrigoyen y el desborde de las masas urbanas. Paradójicamente, fue 
Enrique Banchs uno de los pocos en percibir la bocanada de gracia que escondía el desaliño de Iniciales, 
sus líneas juguetonas y sentimentales, su pureza sin alardes, su tácito vanguardismo.
De 1915 a 1950, ese torrente iba a despeñarse, con una fuerza abrumadora, en decenas de volúmenes; 
iba a dotar a Fernández Moreno de una honra que sólo la muerte parece conceder: la celebridad. Más 
concretamente, lo obligaría a vivir para escribir (o a "dejarse vivir", como aconsejaba), a usar y abusar de 
la poesía, a ser su dueño en la medida en que era su esclavo. Un dominio y una sumisión que lo 
fecundaban como hombre, lo henchían de júbilo y lo preparaban pata la derrota.
En 1937, la muerte de su hijo Ariel, de 10 años, derrumba a Fernández Moreno; es la poesía la que lo 
arranca del marasmo, pero sólo después de haber pagado su tributo a la poesía, de ganarse el derecho a 
resucitar a través de ella. No se trata de una fuga, tampoco de una transferencia o un impulso 
demagógico; sí, de una consustanciación como pocas veces se observa. El tributo de entonces, 
'Penumbra', no conoce parangón en la lírica nacional; curiosamente, es hermano de los 'Poemas 
humanos' que por la misma época redactaba en París el peruano César Vallejo, un bardo que comenzó 
reverenciando a Darío y quebrando las formas y los preceptos.
Si algo identifica a Fernández Moreno, desde que se toma contacto con él, es su pasión por divisar y 
capturar poesía, de lo minúsculo a lo gigantesco. Como un mago, un cazador anhelante, un catador de 
intimidades y armonías. Es un gozo que él trasmite intacto, gozo de pena y de alegría, eufórico y 
nostálgico, esperanzado y desalentado. En lo exterior, la riqueza verbal, la invención, el suelto manejo de 
los más férreos cánones, marcan también hasta dónde era un poeta latente, una bomba de tiempo.
Esa tenacidad por ver "el mundo en trozos líricos", por crear otra realidad superior a partir de la realidad 
misma, ha confundido a algunos comentaristas de su obra. Para muchos, sigue siendo todavía el poeta 
de la ciudad, del hogar, del campo; marbetes fáciles, porque conducen a designarlo poeta de la noche, 
del invierno, de los balcones sin flores, de la aviación, del musgo. Ningún tema le era ajeno, trillado.
Que cantó a la ciudad larga y fervorosamente, es una evidencia. Y si no alcanzaran sus versos, esta 'Guía 
caprichosa de Buenos Aires' sirve para cubrir lagunas o acentuar visiones. Chorro de imágenes, sus 99 
estampas reclaman al poeta más que al cronista, al observador sensible cuya capacidad de 
encandilamiento está virgen. Libro de calles y plazas, de cines y cafés, de hombres y objetos, es también 
libro de experiencias y de reflexiones. Y de humor, a veces trágico: "No me detengo nunca. Para eso soy 
caminante. Si me detuviera se me acabaría el aliento, la vida". 

(*) De sus seis libios de prosa, sólo Vida (memorias) se publicó íntegramente, en 1957; hoy se añade 
Guía caprichosa. De La mariposa y la vida (aforismos), se divulgaron dos selecciones en 1947 y 1955; 
falta, por lo tanto, la edición completa. Permanecen inéditos, aunque algunos fragmentos se esparcieron 
en diarios y revistas; Quiosco, Figuras del polvo y de la garúa, Un kilo de araña y otros hilos.