La cruz y la espada

El Ejército argentino, que libra sin límites una guerra contra la subversión, ha recibido la bendición de la jerarquía eclesiástica. Mientras los curas disidentes parecen haberse llamado a silencio, los obispos que llevan la voz cantante se muestran —aun a riesgo de disentir con el Vaticano — más preocupados por la ley y el orden que por la paz y la justicia. Opinan que, mientras la sedición no sea abatida, la guerra es prioritaria. Esto explica que la actual Iglesia argentina —netamente diferenciada de aquella iglesia latinoamericana a la que Rockefeller juzgó peligrosa— haya asumido su alianza con los militares "purificados en el Jordán de la sangre", de quienes monseñor Victorio Bonamín dijo que constituyen una "falange".

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El 23 de septiembre último, el provicario castrense, monseñor Victorio Bonamín, celebró en la iglesia castrense Nuestra Señora de Lujan una misa en memoria del coronel Julio Argentino del Valle Larrabure, asesinado por guerrilleros un mes antes. En su homilía, monseñor Bonamín sostuvo:
"Cuando hay derramamiento de sangre, hay redención. Dios está redimiendo, mediante el Ejército Argentino, a la Nación Argentina."
Según el provicario castrense, la muerte del coronel Larrabure fue "muerte de amor, como lo es ésta de los oficiales, suboficiales y conscriptos que han muerto en acción de guerra, en Tucumán ".
"El Ejército Argentino está expiando por todos", subrayó monseñor, quien definió a los militares argentinos utilizando el término falange:
"Qué bueno es que (. . . ) se pueda decir de ellos que (son) una falange de gente honesta, pura, (que) hasta ha llegado a purificarse en el Jordán de la sangre para poder ponerse al frente de todo el país, hacia grandes destinos futuros."
El provicario castrense confesó en su homilía que se había estremecido, días antes, al visitar el Colegio Militar de la Nación y conversar con los cadetes del cuarto año: "Saben que el año que viene van a ir a Tucumán, y lo aceptan. Esa sangre pura la quieren ofrendar a la Patria".
Toda la homilía indicaba que, a juicio de monseñor Bonamín, el Ejército está cumpliendo, en la Argentina, una misión encomendada por la Divinidad. En un párrafo quedó dicho más o menos expresamente:
"¡Cuántas veces Dios se ha servido de personas morales como si fueran personas físicas, individualidades, para sus fines! ¿Y no querrá algo más de las Fuerzas Armadas, que esté más allá de su función de cada día, en relación a una ejemplaridad sobre toda la Nación?"
La inesperada homilía del provicario castrense provocó diversas reacciones. Pero hay indicios de que no se las valoró suficientemente: los legisladores nacionales, por ejemplo, llamaron a Bonamín al Congreso. Querían saber si la oración fúnebre del prelado era golpista, y se conformaron cuando monseñor dijo que no. Sobre el mismo tema debieron haber interrogado, no al provicario castrense, sino al Comandante General, de quien el provicario depende y con cuyo consentimiento — previo o posterior— contó la homilía de monseñor Bonamín.
Pero esa homilía tenía un significado que excedía el marco de las especulaciones sobre una eventual interrupción del actual proceso político: el provicario castrense había dado su bendición a la guerra, rendido culto a la muerte, designado a los militares como cruzados contra el comunismo. Les había dicho que —al margen de que tomaran o no el gobierno— tenían, en la lucha contra la delincuencia subversiva, todas las facultades y prerrogativas de quienes libran una guerra santa. Los había llamado, en fin, falange.
Cuatro décadas atrás, el cardenal Isidro Gomá y Tomás, arzobispo de Toledo, declaraba —para bendecir al movimiento franquista— que "estaba ya España casi en el fondo del abismo" y venía a ser salvada "por la fuerza de la espada": una declaración a la que seguiría la "Carta colectiva de los obispos españoles", suscrita por el propio Gomá, otros 42 obispos y 5 vicarios capitulares, donde se diría que "la naturaleza y exigencias del espíritu nacional" estaban amenazadas, por lo que la Iglesia no podía "ser indiferente" ante la lucha de los militares nacionalistas, "lucha sagrada". Era la alianza de la cruz y la espada, que signó la vida de España desde 1936 en adelante.
En tanto monseñor Bonamín —lo haya pensado o no en esos términos— propuso seguir aquella experiencia, el tema en discusión es muchísimo más vasto que el de la permanencia o no de un gobierno.
Ahora bien, la homilía, susceptible de tal interpretación, ¿refleja la actitud de la Iglesia, o solamente la de monseñor Bonamín?

No era una voz solitaria
El 28 de septiembre, en Paraná, el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Adolfo Tórtolo, dijo refiriéndose a la oración fúnebre de Bonamín:
"Leí la homilía y no me causó ninguna extrañeza; me pareció que estaba dentro de lo que debe ser el magisterio de un obispo, al celebrar una santa misa, el hablar como ha hablado."
El 6 de octubre, el Episcopado -con la firma del mismo monseñor Tórtolo- emitió un documento, condenatorio de la violencia, en el que aparece un párrafo que puede ser interpretado en más de un sentido; inclusive, como una adhesión a las esperanzas que monseñor Bonamín cifró en el Ejercito:
"El Episcopado apela a la conciencia de toda la Nación y pide un claro y positivo esfuerzo —hasta heroico si fuere necesario— para devolver la paz y la seguridad interior."
El 7 de octubre, el arzobispo de Rosario, monseñor Guillermo Bolatti, pronunció una homilía durante la misa que ofició ese día para celebrar las fiestas patronales rosarinas. Bolatti sostuvo entonces que "estamos padeciendo la peor crisis de nuestra historia"; aludió a la amenaza comunista que pendería sobre la Argentina y a una ola de inmoralidad que, si no es detenida, nos llevará "al derrumbe como Nación". No mencionó directamente al Ejército, pero remarcó que "vivimos la zozobra cada día frente a la guerrilla de los montes de Tucumán y la guerrilla urbana" y añoró el "orden". Los párrafos más significativos de la homilía —por el programa de "restauración" que, a 'contrario sensu', puede deducirse— fueron los dedicados a inventariar las causas de la crisis:
"Primero, el liberalismo, con su concepto de la sociedad permisiva y su afirmación lanzada como un dogma de que los males de la libertad se remedian con más libertad." Esa actitud "suicida" permitió "el libre accionar de partidos o entidades" que pretenden sustituir esta sociedad por la comunista; hizo que "nuestras universidades fueran centros de adoctrinamiento marxista"; y llevó al error, inclusive, a algunos sacerdotes: "también en iglesias se han incubado guerrilleros". "Por inconsciencia o falta de visión de los gobernantes se ha permitido que una ola de podredumbre moral se abatiera sobre la sociedad para mancharlo todo."
Monseñor Bolatti finalizó diciendo que "si se sigue tolerando la penetración marxista, la Patria caerá bajo esa dominación y la Argentina habrá entrado en un cono de sombras, como ya han entrado Vietnam y Laos (. . . ) Si el comunismo se apodera de nuestro país, se habrá bajado sobre él la cortina de acero y si esa cortina se cierra sobre la Argentina, no lograremos levantarla más".
Resumiendo: a juicio de por lo menos tres altos dignatarios, la Argentina vive una crisis que amenaza con destruirla, provocada por la guerrilla y favorecida por el pragmatismo, cuya gravedad reclama con urgencia un esfuerzo heroico de este Ejército que ha llegado a purificarse en el Jordán de la sangre.
El arzobispo de Buenos Aires, monseñor Juan Carlos Aramburu, no se pronunció abiertamente sobre el tema, pero el 26 de octubre, en una misa que ofició en la Catedral Metropolitana en acción de gracias por los policías caídos en el cumplimiento del deber, aludió al "heroísmo de la sangre" y encomió a la Policía — "benefactora de la sociedad"— entre cuyas funciones subrayó la lucha contra el "libertinaje" y el "desorden".
Un comentarista católico, el doctor Mariano Grondona, lo admitió expresamente en un artículo titulado "La hora de la Cruz", que apareció el 16 de octubre en el semanario Mercado. Escribió allí Grondona:
"En los países latinos, la espada y la Cruz velan por el sistema. Más abajo de sus democracias o sus dictaduras, los países latinos cuentan con cimientos militares y religiosos. Esto ha de ser admitido sin merma del ideal democrático, civilista y laico que gobierna la vida cotidiana. En las grandes crisis, los cimientos quedan al desnudo. En 1923, el verbo encendido de Leopoldo Lugones declaró que habla llegado 'la hora de la espada', aludiendo a la necesidad de que el Ejército, como en 1810, respaldara a una Nación cuya identidad vacilaba en función del proceso inmigratorio y la difusión del comunismo en el mundo. En 1975 el mal, quizá, es todavía más hondo. Es la moral y no sólo la política la que se halla en juego. Es la adhesión de los argentinos a una escala de valores, a un sentido de la vida, a una vocación histórica irrenunciable, lo que parece debilitarse. El problema late en esta hondura; vivimos, por lo tanto, la hora de la Cruz".
También dijo Grondona que la Iglesia argentina es "parte esencial de la Nación Argentina, como el Ejército"; razón por la que no debe sorprender — subrayó— "que, en una hora de crisis, estas dos instituciones fundamentales celebren su aproximación".
Mientras no se demuestre lo contrario, debe admitirse que, efectivamente, ambas instituciones, como tales, están celebrando, no sólo una aproximación, sino una suerte de comunión política.
Por la Iglesia, han hablado el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, el obispo de Rosario y monseñor Bonamín. Puede entenderse que el provicario también habló por el Ejército, dada su subordinación castrense. Por lo mismo, puede decirse que el teniente general Jorge Rafael Videla, quien no creyó necesario sancionar al monseñor, demostró su adhesión al contenido de la cuestionada homilía. Por otra parte, Videla hizo explícita su adhesión a la idea de la redención por la muerte: en Montevideo, donde participó en la XI Conferencia de Ejércitos Americanos, el Comandante General declaró, el 23 de octubre, que "si es preciso, en la Argentina deberán morir todas las personas necesarias para lograr la paz del país".
Por otro lado, algunos oficiales retirados se encargaron de hacer expresa la conformidad militar con las palabras de monseñor Bonamín: en una carta abierta, dieciséis oficiales retirados declararon su esperanza de que las ideas expresadas por el provicario castrense fueran "guía de la inmensa mayoría de nuestros pares". Otros catorce oficiales retirados, de las tres armas, figuraron entre los numerosos firmantes de una solicitada que se publicó en el diario La Prensa para adherir a "los conceptos vertidos por el señor provicario castrense" en su homilía.
En cambio, tres civiles que también usaron La Prensa para manifestar su solidaridad con Bonamín, parecieron desconfiar de que los militares recogiesen la iniciativa de monseñor: "Como soldado de Cristo, usted honra su fe. Lástima para la Patria que no ciña espada".
Era, sin embargo, una desconfianza injustificada. ¿Por qué lamentar que Bonamín no fuera militar, si el presunto mérito del provicario castrense era haber echado agua bendita sobre lo que hacen los militares? A lo sumo, su homilía podía interpretarse como la afirmación de que, en caso de ser soldado, él haría lo mismo que los soldados reales hacen. Es decir, combatir a la subversión, arriesgar la propia vida a cambio de la posibilidad de terminar con la de aquellos a quienes se acusa de conspirar contra la Nación y sus tradiciones

La barrera de la muerte
Realmente, no sería justo decir que las Fuerzas Armadas cumplen tímidamente esa tarea. En Tucumán han demostrado decisión, falta de repugnancia a la acción y un espíritu expeditivo. Los jefes militares han declarado reiteradamente que están resueltos a "aniquilar", "exterminar" "sepultar" a la guerrilla, y en el norte argentino está comprobándose que no usaban esos términos en sentido figurado. Un militar de alta graduación sostiene: " Tenemos que actuar drásticamente. El Operativo Independencia no puede consistir en una recolección de nuevos 'presos políticos', porque el Ejército no va a arriesgar la vida de sus hombres y comprometer todo su prestigio para actuar como una policía calificada, que termina su labor entregando un número equis de presos a jueces temerosos, que aplican leyes insuficientes, cuyas consecuencias pueden ser, además, contrarrestadas mediante amnistías dictadas por funcionarios con ambiciones políticas. Estamos en guerra, y la guerra tiene otra ley: gana quien acaba con el enemigo".
Otro oficial (retirado) explica: "El Ejército ha vivido un siglo hablando de la guerra, pero a fuerza de no practicarla la concebía como algo antinatural. Los hombres que están peleando en Tucumán han tenido que renunciar a esa suerte de virginidad. Han cruzado una barrera que sólo cuesta cruzarla la primera vez. Poco a poco han ido admitiendo que es natural destruir al enemigo, para evitar que sea el enemigo quien destruya. Cada vez que cae un hombre del Ejército, en batalla o asesinado en cualquier parte del país, hay algo que se conmueve en el militar y le recuerda que su profesión consiste en evitar que eso ocurra, anticipándose a quien está enfrente".
No obstante, los preconceptos religiosos son muy acendrados en los hombres de armas y seguramente ellos necesitaban palabras como las de monseñor Bonamín para convencerse de que no era el "mal" sino el "bien". Una sola campana ¿Representan esas jerarquías locales a la Iglesia Católica, o sólo a un sector de ella? En el orden interno, parece que, si hay opiniones disidentes, quienes las tienen no están dispuestos a hacerse oír. La única voz de la Iglesia argentina que —sin entrar en la polémica desencadenada, al menos entre los laicos, por la homilía de Bonamín— siquiera demostró la posibilidad de examinar la crisis argentina desde otro punto de mira fue la de monseñor Eduardo Pironio, quien llamó a los argentinos a lograr "la unidad en un marco de paz y amor; una paz verdadera, para que seamos mensajeros no de tristezas sino de alegrías". No obstante la vaguedad de esta exhortación, cabe deducir de ella que el ex obispo de Mar del Plata no está preso de las mismas emotividad y combatividad que han abrazado a algunos de sus pares. Aun sin necesidad de estas declaraciones, por lo demás, quienes conocen a Pironio descontaban que él no se sentía partícipe de una "guerra santa". Pero ocurre que este obispo ha sido designado pro-prefecto de la Congregación para los Religiosos, en la Santa Sede, lo cual lo ha sacado de la Argentina. Quedan, sí, obispos como Zazpe, Devoto y aun Primatesta, pero no se conocen sus opiniones actuales, salvo la sensata —aunque no definitoria en este aspecto— convocatoria a la sinceridad efectuada por monseñor Antonio Zazpe. El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo parece haber desaparecido. Se habla de un pacto no escrito con la jerarquía, por el cual aquellos sacerdotes no sufren interferencias en sus diócesis, a cambio de haber dejado de actuar como un cuerpo disidente. Exista o no ese pacto, lo cierto es que, ante el cariz que ha ido tomando la política argentina en los últimos tiempos, casi todos los sacerdotes progresistas se llamaron a sí mismos a la prudencia. En general, entendieron que, en estos momentos de crisis, o se dedicaban a la política plenamente, abandonando antes los hábitos —cosa que algunos hicieron, aunque su trayectoria política ulterior sea en casi todos los casos desconocida— o circunscribían su participación al trato con la feligresía, tratando de difundir el espíritu de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (celebrada en Medellín, 1968), es decir, procurando persuadir por lo menos a sus feligreses de que, en la escala cristiana de valores, antes de la ley y el orden están la paz y la justicia.
Actualmente, hay sacerdotes en la cárcel, como el padre Luis Bayón (detenido el 11 de octubre del año pasado en Córdoba, sobreseído por la justicia y puesto, entonces, a disposición del Poder Ejecutivo) y hay sacerdotes que predican la paz y la justicia. Pero no hay, en la Iglesia argentina, otra campana que se deje oír.
Es así que conceptos como los de monseñor Bonamín no tienen contrapartida y suenan —por ahora, al menos— como la voz de la Iglesia. De la Iglesia local.

¿Es, también, la voz del Vaticano?
La línea de pensamiento seguida en las encíclicas del actual Santo Padre y las de su antecesor, así como por el Concilio Vaticano II y la Conferencia Episcopal Latinoamericana, no integran por cierto, la misma línea de pensamiento seguida por los monseñores Bonamín, Tórtolo o Bolatti. Podría argumentarse que las encíclicas, el Concilio y la Conferencia Episcopal hablaron de paz y justicia en términos abstractos, mientras que estos dignatarios —quienes, en tales términos, pueden compartir los criterios vaticanos— debieron hablar sobre una realidad concreta, dramática, acuciante.
Lo cierto es que hay una diferencia. Por lo demás, cuando el Papa llama a un obispo argentino a la Santa Sede, llama a monseñor Eduardo Pironio, no a otro; es decir, se inclina por un dignatario acorde con el pensamiento posconciliar.
Hay indicios, además, de que la jerarquía local desearía que el Vaticano asumiese, respecto de la crisis argentina, una posición que no tiene.
El principal de esos indicios lo dio, inesperadamente, la revista Gente, un magazine dedicado a la frivolidad que, en los últimos tiempos, ha asumido una clara posición política, identificada con los criterios esbozados por los monseñores Bonamín y Bolatti, quienes, además, han aparecido en Gente, escribiendo o respondiendo a las preguntas de la revista.
En su número 532, correspondiente al 2 de octubre, Gente —publicación que nunca editorializaba— dedicó su página 3 a un editorial donde, tomando como pretexto el escándalo suscitado en el mundo por el fusilamiento de cinco guerrilleros españoles, formuló una sorprendente —por lo dura— crítica al Vaticano. Tanto más sorprendente por provenir de una revista que ha hecho de la complacencia un estilo.
El Sumo Pontífice había pedido al gobierno del generalísimo Francisco Franco clemencia para los cinco terroristas españoles condenados a muerte y, finalmente, ejecutados. Gente se agravió de tales pedidos vaticanos y observó que la Santa Sede no había protestado "por el martirio del coronel Larrabure o la muerte de la hijita del capitán Viola (3 años)" en la Argentina. Subrayó, además, que el Vaticano no había protestado, tampoco, "cuando los guerrilleros españoles mataron salvajemente a los policías, el crimen por el que fueron fusilados". "El Vaticano nunca protestó cuando los árabes volaron escuelas judías y mataron a chicos judíos; tampoco, casualmente, cuando los terroristas japoneses hicieron una masacre en Fiumicino, el aeropuerto de Roma, justamente la ciudad donde se levanta el Vaticano. Donde vive y reina el Papa. Y tampoco cuando en tres semanas dos extremistas trataron de matar al presidente de los Estados Unidos", agregó Gente, cuyo editorial concluyó afirmando que esto debía llamarse complicidad.
La injusticia de la crítica era palmaria. Nadie puede acusar al Papa de apañar la violación del primer mandamiento. La condena al terrorismo, por lo demás, ha aparecido reiteradamente en documentos vaticanos. Es natural que el Santo Padre no emita una declaración de repudio cada vez que un hombre mata a otro en alguna parte del mundo. Tan natural como que procure evitar la muerte que un Estado le ha prometido públicamente a un grupo de convictos: a través del Sumo Pontífice, es el Estado Vaticano que —invocando su ascendiente moral— se dirige a un par, rogándole por la vida de los condenados, cuando ellas todavía pueden ser salvadas. ¿A quién, sensatamente, puede ocurrírsele que para poder hacer ese ruego —que era casi una obligación papal— la Santa Sede debió haber repudiado antes cada uno de los crímenes guerrilleros en todo el mundo?
Un comentario de esta índole, inserto en una revista puramente comercial, no hubiese merecido mención alguna si no fuera porque fue al número siguiente que monseñor Bolatti escribió un artículo para Gente y monseñor Bonamín apareció respondiendo a las preguntas de la revista.
¿Es una ligereza presuponer que la Iglesia argentina, a medida que se aproxima al Ejército, se distancia del Vaticano? ¿Es apresurado sostener que las jerarquías obran en función de una Iglesia nacional, que concede, sobre todo en esta situación crítica de la Argentina, prioridad a lo político interno sobre lo espiritual ecuménico, y cree más en una "cruzada" interior que en la supuesta vox dei del Papa?

Rockefeller más tranquilo
En el artículo ya citado, el doctor Mariano Grondona subraya, sugestivamente: "La Iglesia sobrenatural es una y universal. Las iglesias históricas son española y francesa, argentina y chilena. Es inevitable". Un defensor de la alianza de la cruz y la espada aparece, así, distinguiendo la "Iglesia sobrenatural", limitada a predicar el Evangelio, de la "Iglesia histórica", nacional, argentina, que —él mismo lo dice— "vela por el sistema".
Esa Iglesia, ¿es unida? ¿Es homogénea? Grondona cree que sí y explica que, hasta hace dos años, estaba simplemente oculta —pero viva— bajo el volátil manto del progresismo tendido por los sacerdotes posconciliares. Estos párrafos del comentarista lo dicen claramente:
"¿Cuál era la imagen de la Iglesia hace sólo dos años? En cierto modo, la que difundían con sus intervenciones en el proceso político los sacerdotes del Tercer Mundo. Si bien esa imagen no coincidía con la Iglesia real, el hecho es que la asociación de ideas que suscitaba en mucha gente la mención de la palabra 'Iglesia' o 'cristianismo' era la actualización de un grupo de sacerdotes que se identificaba con la ultraizquierda peronista y el Socialismo chileno.
"Si decimos 'Iglesia' ahora, ¿cuál es la imagen que se presenta ante muchos? No ya la de una Iglesia 'de izquierda' sino más bien la de una Iglesia que, por intermedio de sus obispos, viene llamando la atención sobre la crisis moral de los argentinos. A los nombres representativos de un padre Mugica o un padre Carbone en 1973, suceden los nombres representativos de un Monseñor Tórtolo o de un Monseñor Bonamín en 1975. La Iglesia ha cambiado mucho menos en términos reales de lo que esta sustitución de imágenes implica. Pero el hecho social está ahí, la Iglesia de 1975, a la inversa que la de 1973, deja de enviar mensajes de contestación, para enviar mensajes de sostén, de defensa. Los sacerdotes del Tercer Mundo se hallaban próximos a las formaciones irregulares del peronismo. Los obispos de hoy se aproximan al Ejército y a su lucha antisubversiva. Aquéllos eran sacerdotes. Estos son obispos. Al lado de la defensa de los valores tradicionales, la Iglesia recupera la voz dominante de su jerarquía."
Esta Iglesia de las jerarquías que envía mensajes de sostén y se aproxima al Ejército ha de resultar mucho más satisfactoria, no sólo para los conservatistas locales, sino también para los Estados Unidos; conjetura verosímil si se tiene presente un párrafo del informe que Nelson Rockefeller, luego de una gira por Latinoamérica, presentó al presidente Richard Nixon, en 1969. "Debemos tener cuidado con la Iglesia de la América Latina porque, si cumple con las conclusiones de Medellín, atenta contra nuestros intereses."
La actual Iglesia argentina le ha dicho al Ejército: "Con este símbolo, venceréis". El Ejército —reconfortado moralmente— se siente con más fuerzas para aniquilar a la subversión, un mal que aflige a la Argentina como al resto del continente, y obsede a la potencia rectora.
Suponiendo que la cruz y la espada triunfen, y terminen con los sediciosos, ¿qué auspician para después? ¿Cómo cumplir con los objetivos señalados en las encíclicas "Madre y maestra", "Paz en la Tierra" y "Sobre el desarrollo de los pueblos", cuya vigencias aparentemente se considera pospuesta por la necesidad de luchar contra la subversión? Los obispos argentinos, reunidos en la Casa de Ejercicios María Auxiliadora, en San Miguel, elaboraron hace ya seis años una declaración en la que decían: "Comprobamos que, a través de un largo proceso histórico que aún tiene vigencia, se ha llegado en nuestro país a una estructuración injusta. La liberación deberé realizarse, pues, en todos los sectores en que hay opresión, el jurídico, el político, el cultural, el económico y el social". En esa misma declaración, el Episcopado aludió a la perniciosa "acción de fuerzas foráneas", repudió las "disparidades hirientes en los niveles de vida entre diversas regiones del país y entre distintos sectores sociales" y auspició la participación — "activa" y "decisiva"— de toda la comunidad, "pero muy especialmente las clases populares", "en la construcción de una nueva sociedad". ¿Cómo cree la Iglesia actual que debe implementarse todo eso? ¿Qué medidas supone necesario adoptar, lo antes posible, para evitar que el mantenimiento de esa situación de injusticia "hiriente" se convierta en una "tiranía evidente y prolongada que atente gravemente a los derechos fundamentales de la persona y damnifique peligrosamente el bien común del país", circunstancia que, según el Papa, justifica la "insurrección revolucionaria"? Al parecer, en este aspecto la Iglesia argentina tiene mucho menos claridad que sobre la lucha contra la guerrilla.
"La necesidad de una transformación rápida y profunda de la estructura actual nos obliga a todos a buscar un nuevo y humano, viable y eficaz camino de liberación con el que se superarán las estériles resistencias al cambio y se evitará caer en las opciones extremistas, especialmente las de inspiración marxista, ajenas no sólo a la visión cristiana sino también al sentir de nuestro pueblo", decía la recordada declaración episcopal. ¿Cuál es ese camino ansiado? ¿Se llegará a él por vía de la muerte redentora? ¿Nos conducirá a él una falange de gente honesta que se purifica en el Jordán de la sangre?
Es necesario que, si son capaces de ello, los hombres que visten de púrpura, y los que visten de verde olivo, venzan su excitación —hasta cierto punto comprensible— para meditar acerca de esto que, en definitiva, es el destino de esa mayoría sin uniforme que aguarda el momento de iniciar la construcción de la nueva sociedad que la Iglesia ha preconizado.
revista cuestionario
noviembre 1975
Dirección Rodolfo H Terragno