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pie de fotos
-Jorge Antonio en Asunción. 1965
-La belle époque, con el ministro Erhard, en Buenos Aires, en 1954
-1955, una celda en Las Heras
-Tras la fuga en Chile: Kelly, Gomiz, Espejo, Cámpora, Antonio, Cooke

 

En el centro de Asunción del Paraguay, encima de sus 300.000 habitantes y debajo de su agresivo sol, un argentino suele huir de la siesta que paraliza la ciudad y tenderse junto a la pileta de natación para oscurecer aún más su piel tostada. Desde allí no le es difícil contemplar los estragos que el verano reparte entre los asunceños, en la infidelidad del asfalto o las piedras de las calles, en la cara cansada de los vigilantes o en el sudor que llueve sobre las vendedoras de frutas.
No es difícil porque la pileta de natación se abre en el segundo piso del Hotel Guaraní, construido en 1961 y uno de los dos edificios más altos de Asunción. Después, ese hombre puede elegir entre volver a los tres cuartos que alquila en el séptimo piso (el hotel tiene 13, erguidos en forma de torre triangular). O al bar y restaurante del primero, inundados por la música de melosas arpas folklóricas; en cualquiera de esos sitios, una milagrosa refrigeración lo resguarda del estío, y las cerradas ventanas de vidrio, de los mosquitos.
Allí lo visitó un redactor de PRIMERA PLANA, hace diez días, cuando todavía no se había mudado a un chalet de la zona residencial de Asunción (La mudanza fue el 22 de enero; uno de los secretarios de Antonio se quejó ante el representante de PRIMERA PLANA, de la atención brindada por el Guaraní. "Con lo que cobran —dijo— debían tratar mejor a los pasajeros. Bueno, yo no soy quien para preocuparse por lo que cobran".). Las entrevistas fueron cuatro: la primera, de noche; la segunda, a la mañana siguiente; las últimas, en la tarde del mismo día. Las horas variaron; Antonio, no. Sumergido en elegantes trajes de medida, de alpaca o dacrón ("Tengo diez o doce, me los hago en Madrid, donde hay muy buenos sastres"), transpirando contra impecables camisas de manga corta, encendiendo sus cigarrillos rubios de filtro con un dorado encendedor de gas, parece imposible arrancar a Antonio del marco de misterio que él o la leyenda o el simple paso de los años han construido.
Construido, particularmente en torno de su cabeza, en especial de sus ojos inquisitivos o de su enorme nariz aguileña o del bigote recortado que cae sobre un labio carnoso; también de las manos inquietas que jamás apagan el cigarrillo contra el cenicero, que lo deja caer para que se extinga solo, con una displicencia digna de un jeque o de un perdonavidas. Ese Antonio, que se confiesa ávido lector de historia, ensayos sociales y políticos, puede ser una mezcla de jeque y de perdonavidas.
No lo era, sin duda, hacia 1947, exactamente el 15 de noviembre, cuando alguien con quien luego se vincularía de modo casi filial, Juan Domingo Perón, echó su firma al pie de un decreto: el Nº 7402, cuyo artículo 1" declara cesante por razones de mejor servicio, en la Administración General de Obras Sanitarias de la Nación, al Oficial 7º con sueldo de seiscientos pesos moneda nacional ($ 600,00 m/n) D. Jorge Antonio".

"Pobre no soy"
Diecisiete años después (a los 47 años de edad), el cambio se advierte en los cuidados modales de Antonio o en la precisión con la cual da instrucciones a sus secretarios, el español Julio Germade y el paraguayo Julio César Riego ("Oye, Germade, ponte la corbata y recibe a ese ingeniero alemán que está en el bar; dile que dentro de quince minutos estaré con él"), en el cúmulo de miradas que atrae no bien atraviesa el hall del Guaraní, en el cerco que oponen los empleados del hotel a quien pretenda llegar directamente al raro habitante del piso séptimo.
Esos miramientos son también los que se dispensan a los pasajeros acaudalados, pero ayudan a velar la figura de Antonio. Por otra parte, él es un pasajero acaudalado ("Vea. Pobre no soy, pero ni en sueños tengo lo que la gente dice"), con una tabla de vuelos al alcance de la mano y una afabilidad que debe de haber aprendido a la mesa de los empresarios y banqueros europeos, a la que se sentó en los últimos tiempos.
No hay pregunta que no conteste, ni vez en que no aluda a "mi memoria de elefante"; sin embargo, cuesta aceptar sus respuestas, muchas de ellas lanzadas como si alguien las hubiera trazado previamente en un papel. Detrás de esas contestaciones merece haber algo más, aunque ese algo más nunca saldrá de los dientes simétricos y blancos de Antonio, no importa que lo sugieran hasta los hechos fortuitos, por ejemplo, cuando abandona a su interlocutor para atender una llamada telefónica, y corta el comienzo de la conversación-, el ruido de la puerta que se ha cerrado tras él.
"Acepté el reportaje porque me lo pidieron sin recurrir a intermediarios; yo soy el único responsable de lo que diga", admite, mientras aparta de una mesa un par de libros y sus anteojos de armazón negra (los usa para leer) y mientras de un diminuto tocadiscos saltan melodías flamencas, "Nunca las preguntas son indiscretas, las respuestas son las indiscretas", se sonríe después de que PRIMERA PLANA esboza un largo cuestionario. Obviamente, no proporcionará rasgo alguno de indiscreción.
En ningún tema: al recomponer el puzzle de su vida, tampoco al proporcionar opiniones o informaciones políticas. El monosílabo no es el que enhebra sus palabras; el rechazo de toda sospecha o suspicacia es constante en su charla. Aun así, conferenciar con él es tiempo ganado; sus frases deslizan algunas pistas para empezar a descifrarlo o a descifrar su actividad, meramente comercial según él, decisivamente política según otros, amigos o rivales.
"Yo no soy político, soy un observador de la política. No entiendo la podredumbre como política", repite. No obstante, al extenderse sobre el peronismo (su credo) o cualquier otro tema, las Fuerzas Armadas o el gobierno, el Paraguay mismo, o Fidel Castro y Ben Bella, se convierte en un observador apasionado, vale decir en un político. Y que la política obra sobre cada uno de sus pasos es un axioma que afluye inclusive de sus negativas, de su pasado y de su biografía.

Misión en Paraguay
Antonio llegó a Asunción el 30 de diciembre de 1964, a la madrugada, en un avión que tomó en Nueva York. Venía de París, adonde lo condujo la resolución del gobierno de Franco que le ordenó dejar España (en la cual Antonio fijó su residencia a fines de 1959), como consecuencia del frustrado viaje de Juan Domingo Perón. Compañeros de vuelo de Antonio relataron en Asunción que en la escala de Caracas, el comandante del avión le exigió a él y a su secretario la entrega de dos pistolas que llevaban, un episodio que convocó a la policía de Maiquetía.
Al minuto de instalarse en el Guaraní, comenzó a crecer la imagen de un Jorge Antonio emplazado allí por Perón como su adelantado en América del Sur, o tal vez más, como el arbitro supremo elegido por el ex presidente para que a él recurrieran los dirigentes peronistas en busca del veredicto final. Quien hable con Antonio no alcanzará a precisar qué transportan de cierto aquellas imágenes; Antonio las aventa; pero es que aventa cualquier vestido que alguien trate de colgarle.
"Estoy en el Paraguay por varias razones —enumera—. Primero, hay una de carácter espiritual: en Asunción se está muy cerca de la patria. Luego, porque tengo aquí algunos intereses. Además, me encanta el Paraguay, es un gran país, un país de orden, de seriedad. El paraguayo es el pueblo más homogéneo de nuestra América."
Quizá sí, quizá esté en el Paraguay por sus intereses financieros. Algunos de sus enemigos sostenían, en Buenos Aires, que controla la mayoría accionaria de un banco asunceño, mayoría estimada en 50 millones de pesos argentinos, "Es falso, mi dinero está invertido aquí en ganadería y agricultura", replica. Veinticuatro horas más tarde, en un arranque confesional, anunció al periodista: "Usted sabrá si usar o no la primicia que voy a darle. Se construye en Paraguay un ingenio para la producción de azúcar de remolacha. Yo entré en la combinación, con una parte muy chica, claro, muy chica. El ingenio es de la empresa alemana Krupp."
No obstante, si las continuas salidas de Antonio hacia establecimientos de campo tienden a atestiguar su posiblemente única intención económica, otras salidas resultan menos convincentes: la de los jerarcas argentinos que peregrinaron hasta los gélidos cuartos del Guaraní; los diputados nacionales Alberto Serú García y Juan Carlos Cornejo Linares; los líderes políticos Alberto Iturbe, Rodolfo Tecera de Franco y Carlos Bramuglia, el jefe gremial Augusto Timoteo Vandor,
—¿Cumple usted alguna misión política en el Paraguay? ¿Es ahora el nuevo personero de Perón, o sólo un emisario? ¿Le ha conferido algún poder?
—Mi misión en Paraguay es un asunto privado mío: tratar de unir a todos los peronistas y ver si a través de ellos puede lograrse la pacificación de mi patria. Ellos me respetan mucho. En cuanto a poderes, nunca los aceptaría. Tengo demasiada personalidad como para no actuar por cuenta mía. Y no soy personero ni emisario de nadie.
—Sin embargo, fuentes vinculadas con las 62 Organizaciones aseveran que usted invirtió 200 millones de pesos en la Operación Retorno y que Perón, como recompensa, le confirió por tres meses la dirección del movimiento. ¿Qué opina?
—Que ni gasté 200 millones ni Perón me entregó dirección alguna.
—Pero esta misión que usted llama "privada", ¿le cuesta dinero?
—Sí, claro, pero considero que es mi obligación gastarlo.
—¿Cuánto dinero? 
—Un poco...
—Hay quien, además, afirma que usted provee los fondos para la campaña preelectoral.
—No creo que el peronismo necesite de mis fondos. Los fondos se los dará el Estado, como a cualquier agrupación. Por otra parte, a esta altura son muchos los que han ofrecido sus fondos al peronismo, con la condición de permanecer en el anonimato. Siempre sucede así; es un proceso humano, aunque yo no lo justifico.

El imán de las urnas
Los comicios de marzo constituyen, por más que Antonio lo niegue, si no el impulso que lo condujo al Paraguay, al menos uno de los pivotes de su actividad asunceña. Hasta en esferas peronistas de la Confederación General del Trabajo (CGT) se murmura que la decisión concurrencista del movimiento y la orden de mantener a José Alonso al tope de la central obrera se gestaron en las limpias pero feas habitaciones del Guaraní.
Naturalmente, Antonio espanta esas murmuraciones a pesar de que las coincidencias abrumen. En verdad, nada parece capaz de abrumarlo, menos todavía el periodismo: lleva una década tratando a periodistas. Sus respuestas, lanzadas "a título personal", arrojan luz en definitiva.
—Yo no manejo a los cinco, Iturbe, Lascano, Parodi, Vandor, Framini, como dicen mis enemigos. Somos amigos, los respeto y me respetan. Eso es todo. ¿Por qué pretender que exista lo que no existe?
—Usted se presta. ¿Quién fabricó su leyenda?
—La fabricaron algunos peronistas envidiosos. Al que triunfa, sea donde fuere, no se le perdona. (Más tarde pidió al reportero que tachara el sustantivo peronistas y dejara solamente el adjetivo envidiosos.)
Mientras el pañuelo va del bolsillo a su frente, Antonio jamás pierde su inmutable parsimonia. A lo sumo, se levanta y disminuye el volumen del tocadiscos ("¿No le molesta la música, no?") o se sirve café de una jarra-termos acercada momentos antes por un mucamo del hotel ("Déle la cuenta a mi secretario, él la firmará. O traiga, tráigala, yo la firmo").
—Según versiones de Buenos Aires, usted habría exigido a Vandor e Iturbe, en la reciente visita, digitar un candidato por distrito.
—Mire, nunca propuse nombres. Sólo una vez apoyé a un hombre, por considerarlo mi amigo. Y no me hizo quedar bien. Se imagina quién es...
—¿Raúl Matera?
Antonio sonríe. Enseguida agrega: "Por lo tanto, tampoco propuse ni apoyé a nadie en estas elecciones." Tiene, también, una apreciación para un episodio que extraña a los observadores políticos: Perón, en su última carta, no sugería concurrir a las elecciones, pero sí reclamaba dureza e intransigencia a sus seguidores, ¿La resolución de ir a las urnas provino de Perón, de Antonio o de las 62 Organizaciones?
"En la Argentina —salmodia Antonio— hay autoridades constituidas, lo suficientemente responsables como para decidir. Conocen profundamente el pensamiento de Perón y son serias, muy serias, como para que él respete sus decisiones. Creo, además, que el acto eleccionario es una de las formas de esa lucha que Perón pedía en su carta. Cuando la escribió no estaba como para pensar en elecciones, con todo lo de Brasil..."
Antonio se declara partidario de la concurrencia: "Es una ventana muy pequeña, y hay que entrar por ella." ¿Juega algún papel en ese ingreso? "Una simple colaboración." ¿Entrar por la ventana es una metáfora o una definición sobre la vuelta del peronismo a la vida política argentina? "Una metáfora, claro. El peronismo es una realidad; ignorarla es una ceguera."
—¿Ganará el peronismo las elecciones?
—Por abrumadora mayoría.
—¿Esa presunta victoria será para ustedes sólo un triunfo político?
—No, servirá también para que el peronismo persevere en la pacificación de la Argentina.
—Pero se acusa al peronismo de haber intentado, antes de concurrir a los comicios, derribar al gobierno mediante una alianza con militares. El generar Enrique Rauch se entrevistó, al parecer, con Paulino Niembro y Gerónimo Izetta. La fuente que reveló esos encuentros va más lejos: sostiene que usted destinó diez millones de pesos a promover esos contactos y el golpe en el que desembocarían. ¿Es verdad?
—Sí, a mí me achacan todo. No conozco esas entrevistas, mal podría haberlas respaldado. La gente cree que yo soy el rey Midas, que cuanto, toco se convierte en oro. Ya verá cuando usted llegue a la Argentina: van a decir por ahí que usted es mi nuevo agente financiero.
—Como se dice de Luis González Torrado, en Nueva York, o de su hermano Rubén, en Buenos Aires?
—Rubén es solamente hermano mío. González Torrado tiene un buen trabajo en Nueva York.
—La decisión tomada en Buenos Aires, de concurrir a las elecciones, ¿entraña una quiebra de la conducción omnipotente ejercida por Perón?
—De ningún modo. Perón es y será el orientador máximo, pero su acuerdo con el gobierno español le impide actuar en política.
—Si Perón renunciara a esa orientación, ¿podrían desempeñarla las autoridades de Buenos Aires?
—Ellos no aceptarán que renuncie.
Por un lado, Antonio afirma que no es un político; por el otro, distribuye juicios sin cesar. El se ataja: "Yo estoy informado de todo, muy bien informado." Y acude a sus rústicas parábolas: "Con la Argentina pasa como con una buena obra de teatro que no tiene éxito. Los actores y el director se preguntan por qué, se devanan los sesos y no consiguen averiguarlo. Están demasiado metidos en la obra. En cambio, el espectador que está en la platea, tranquilo, descubre el defecto en seguida."
Cinco diagnósticos del espectador , Jorge Antonio:
• Los neoperonistas "son oportunistas, disociadores. Quien bable de peronismo sin Perón, muere políticamente a corto plazo. El gobierno los usa a los neo-peronistas porque son proclives a pactar, porque están detrás de sus intereses personales. Considero vergonzoso el apoyo que alguno de ellos dio a algunas medidas del gobierno, no porque sea el gobierno de la UCRP, sino por que deben estar en una posición distinta". Empero. Antonio supone que los neoperonistas terminarán por reintegrarse al rebaño. ¿Hay gestiones en marcha? "No lo sé."
• El diputado Alberto Serú García "es amigo personal, le apadriné un chico en Chile. Políticamente, prefiero no opinar de él; siento mucho su actuación, porque es un hombre inteligente..."
• En cuanto a Raúl Matera, su antiguo camarada, dijo: "En política, el que se equivoca muere. Y en política sólo se muere una vez. Hay que tener gran sentido del límite, porque quien lo cruza está acabado. No mantengo relaciones con él." Admitió, después de larga reflexión, que Matera intentó reanudar vínculos.
• Del senador nacional Elías Sapag comentó: "Es un buen comerciante. Serú, cuando estuvo aquí hace unos días, quiso traérmelo. Le expliqué que no era necesario. Si teníamos que conocernos, ya llegaría el momento."
• En la Argentina actual, "hace falta imponer una legalidad, primero. Ahora no existe; si existiera sería obligatorio y simplemente patriótico respetarla". "Si yo fuera el presidente Illia, no sólo hubiera dejado entrar a Perón; le hubiera mandado a Montevideo una comisión de recepción, para aunar esfuerzos en pos de la pacificación argentina."

Operación Retorno
Jorge Antonio trazó un relato del viaje de Perón, frenado en Río, del que participó. Desde luego, entiende que a despecho de ese accidente "la Operación Retorno ha sido un triunfo absoluto"; desde luego, también acusa al Brasil, a "las presiones internacionales", a los mandatarios argentinos y rumia la historia del oficial norteamericano vestido con uniforme brasileño que estaba en el aeropuerto de Galeao.
Cuenta que al formalizarse el regreso (eligieron tres días de diciembre de 1964, para salir por sorpresa), se convino con tres compañías aéreas de magnitud el alquiler de un avión que volara sin etapas entre Madrid y Buenos Aires. Al poco tiempo, "una confabulación mundial" obligaba a esas empresas a desertar de sus contratos —se pagó la seña convenida— y a los protagonistas de la Operación, a comprar pasajes; sólo Iberia, según Antonio, accedió. "A las 9 de la noche del día 2 resolvimos partir."
Iban a Montevideo, porque confiaban "en la tradicional hidalguía de los uruguayos en los problemas de asilo". (El propio Antonio, al caer el régimen de Perón, se refugió en la embajada del Uruguay en Buenos Aires; lo curioso es que Perón y sus acólitos, entre 1946-1955, nunca vieron con buenos ojos la hospitalidad que Uruguay concedía a los emigrados antiperonistas.) "¿Cómo íbamos a sospechar lo de Brasil?"
Antonio asegura que "contra nosotros no había nada; el problema era Perón", y que "nos negamos a separarnos de él". En cambio, propusieron fletar por cuenta propia un avión a México: "Nos comunicaron que debíamos regresar a Madrid y que el embajador argentino ponía a disposición nuestra un aparato de Aerolíneas." Volvieron por Iberia, "no queríamos colocar en aprieto a las autoridades de la compañía y de España".
El agitado discurso de Antonio, cuajado de aparentes invenciones y golpes de vanidad, se detiene en una frase heroica: "Si algo tenían contra nosotros (el gobierno Illia), nos hubieran apresado o matado al llegar a Buenos Aires. No lo justifico, pero hubiera sido mejor." En ese rapto, el diálogo siguiente era previsible:
—¿La Operación fue un intento combinado de usted y los cinco por menoscabar o neutralizar a Perón, por desacreditarlo ante la masa?
—Él tenía una promesa que cumplir. ¿Cómo podía desacreditarse si cumplía la promesa y demostraba su valor y su generosidad? Por eso sostengo que el retorno fue un triunfo absoluto.
—Entonces, ¿Perón planificó el retorno? ¿Es o no un prisionero de usted y de los cinco? De usted, por meras necesidades financieras...
—Perón es pobre y le ruego que me lo crea. Yo no manejo sus finanzas ni él es prisionero de nadie. La idea de volver le pertenece, y Remorino la llevó a Buenos Aires junto con el plan que ideó para consolidarla. En Buenos Aires no gustó el plan. Remorino quería que Perón saliera de España disfrazado de mujer. Eso era poner a Perón en ridículo; imagínese bajando en Orly, disfrazado de mujer, delante de los fotógrafos. Por eso surgió la Comisión de los Cinco, que fue a Madrid con Remorino, que les pagó los pasajes.
—¿Quién eligió a los Cinco?
—Se eligieron ellos mismos. "Si Perón decide correr los riesgos de un regreso, nosotros también debemos correrlos", pensaron.
—¿Usted está de acuerdo con los integrantes de la Comisión?
—Ya le dije que somos amigos y nos respetamos.
—Sin embargo, se profetizaba en Buenos Aires que usted borraría a los candidatos propuestos por Andrés Framini para las diputaciones.
—Ya le dije que nada tengo que ver con las listas...
—¿Y las visitas de los dirigentes?
—Querían conversar...
El hilo de la narración prosigue con una referencia a la defenestración de Remorino: "Su plan fue rechazado en Madrid; se encargó a los Cinco que buscaran una solución, y en eso Remorino se enfermó, pasó unos días en cama y quedó fuera de la Operación." Ante los hechos de Río de Janeiro, ¿por qué no se insistió? "No había tiempo material." ¿Se insistirá? "Por supuesto. Perón volverá a su patria. Pero como no hay garantías legales, será necesario buscar otra salida."
De las declaraciones del ex titular de la Mercedes Benz Argentina surge una impresión: si no es prisionero de Antonio y de los Cinco, lo es del gobierno de Francisco Franco. Por lo tanto, "buscar otra salida" equivale a abandonar esa cárcel: "Considero, es una opinión mía, que debe permanecer un tiempo más en España. Sí cambiara de residencia, quizá elija Egipto, por las facilidades de comunicación y transporte."
—¿Perón es amigo de Nasser?
—Probablemente hayan entablado contactos. Perón tiene vinculaciones en todo el mundo. Yo también. Mientras algunos países de América latina anunciaban que no lo recibirían, a nosotros nos enteraban de lo contrario, nos invitaban casi.
—¿Mantiene usted comunicaciones estables con Perón, desde Paraguay?
—En nueve años de exilio y casi cinco de convivencia sé perfectamente qué quiere Perón y cuáles son sus mayores inquietudes. No hacen falta las comunicaciones estables.
Sin transición, como dispulpándose, añade: "No parece usted muy convencido." Tenía razón. "Mire, 14 días atrás pedí una llamada telefónica a España, no para hablar con Perón. Sigo esperando que me den la llamada." PRIMERA PLANA comprobó, luego, que la demora en establecer una llamada telefónica con España, según los días, no pasa de las 14 horas. Como si Antonio prosiguiera disculpándose, reveló: "Le diré, suelo enviarle alguna correspondencia en las valijas de los amigos."
La Operación Retorno, o la estrategia de Perón, merecía un párrafo sobre Manuel Algarbe, que tronó contra Antonio —endilgándole el intento de regreso y la derrota—, y se sintió desplazado porque no se le advirtió de la partida. "¡Qué quiere con un futbolista que fracasó en segunda división!", se sobresalta el calmo Antonio.
Y, como un torrente, ataca: "Era un pobre tipo. Se presentó a Perón, le dijo que no tenía dónde comer ni con qué; Perón lo invitó a comer en su casa todos los días, y después me pidió que le pasara un sueldo. Se lo pasé durante dos años, y Perón también le pagaba; hasta le regaló un auto. Pronto sospechamos de Algarbe: la correspondencia para el general llegaba a su domicilio, y él no entregó muchas cartas. Tampoco envió varias cintas grabadas que Perón le confió."
Explica Antonio que Algarbe "no era secretario de Perón, él es su propio secretario, Perón lo usaba como mandadero, y como no tenía acceso a las grandes decisiones o a los temas secretos, lo siguió teniendo a su lado, por más que le advertimos que Algarbe no jugaba limpio".
—¿Para quién jugaba?
—Tal vez para la embajada argentina, tal vez para algún servicio de informaciones. Le habían prometido una suculenta suma si delataba el día en que debíamos salir para América. De ahí su furia, al no poder cobrar esa cifra. Que trabaja para alguien se lo prueban sus declaraciones y el último documento que hizo circular. Algarbe no es capaz de escribir esas cosas. Metía cizaña e intrigaba. Un día vino a mi oficina y me dijo: "Perón me ordenó que hable contra usted". Lo eché.
—¿No era Algarbe un celador impuesto por usted a Perón, para controlar algunos negocios que tienen en común, por ejemplo, la venta de yerba mate en el Medio Oriente, que se envasa en Beirut?
—Eso de la yerba mate es una invención que oigo por primera vez. Me causa sorpresa y risa. Yo le di un sueldo a Algarbe; me lo pidió Perón.
—No obstante, se insiste en que él quiso extorsionarlo a usted, so pena de revelar secretos...
—Chantaje moral, puede ser; como aquel día que vino a mi oficina. Ya le conté que ningún secreto ni cosa importante pasó por sus manos.
—Ya que estamos en el tema de la extorsión, se rumorea en Buenos Aires que José Espejo se quedó con 40 millones de pesos suyos, como condición para no revelar algunos aspectos de su carrera.
—No, pura patraña. Espejo estuvo aquí hace poco y subió a visitarme.
—¿Cuánto tiempo se quedará en Asunción?
—Sólo puedo decirle que será un tiempo estirable.
El tiempo de los pacientes como Antonio, siempre se estira. 

2 de febrero de 1965
PRIMERA PLANA