Porteros


El ingreso a La Cabaña a cargo de Conrado Koster

"No hablo, no veo, no oigo" Este es el lema de veinte mil porteros de Bs. Aires, que saben aprovechar las debilidades de sus inquilinos. Orgullosos y hábiles conocen todos los secretos pero saben callar.

 

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José Lodi, custodio de la Casa Rosada


En la puerta de la boite Mau Mau reina Francisco Fraga


Ovidio Moreira en la puerta de la Recoleta


"Bicho Verde", de Harrods


Healión, del Claridge


Santis, del Maipo


G. Martinez, del edificio Alas


Fiore y la puerta del Zoo


El portero en la embajada soviética


Cancillería


La gente del Alvear Palace

 

 

Aquel hombre iba a morir. Faltaban horas nada más para que su cadáver fuese hallado sobre el lecho de su departamento del Barrio Norte. Ya tenía todo preparado. El testamento repartía su fortuna entre ALPI y cuatro amigos. Para tomar la última copa llamó a uno de ellos. El amigo subió desde la planta baja hasta el quinto piso del edificio de la calle Junín, sin saber que iba a verlo por última vez con vida.
Cuando hubo que dar la triste nueva a los deudos, el amigo dijo por teléfono con voz respetuosa:
—Buenas tardes doctor... Habla el portero de la casa donde residía el doctor José Figueroa Alcorta. Ha ocurrido un desdichado accidente...
En ese instante volvía a ser uno de los 25 mil porteros que existen en Buenos Aires. Se reintegraba a esa muchedumbre de seres profundamente individualistas, anodinos en apariencia e increíblemente importantes en su circulo de influencia. La investigación realizada por PANORAMA en ese mundo donde el sigilo y la reserva son condiciones celosamente cultivadas, resultó ardua y dificultosa. La mayoría de los entrevistados se sorprendió ante el interés periodístico por su oficio. "¿Qué pretenden descubrir ustedes? ¿Acaso todo el mundo no sabe lo qué es y lo qué hace un portero?", preguntó airado Rafael López Ribadeo, un asturiano de casi 60 años, atrincherado en la portería de un edificio de departamentos de 14 pisos allá por Barrancas de Belgrano.
"Lo que yo digo —concluyó, cerrando la puerta en las narices del periodista es que ustedes les van a hacer perder el puesto a más de cuatro..."

Una cortina de evidencias
Descubrir que el oficio de portero tiene algo de sacerdocio, no es ni inexacto ni irreverente. Solo hay una inversión de términos. Por cuanto el sacerdote es quien tiene algo de portero, literalmente hablando. Porque una de las órdenes menores que se le confieren lo convierten precisamente en "ostiario", o cuidador de la puerta ("ostia", en latín). El caso del portero amigo y heredero del doctor Figueroa Alcorta, llegó a conocimiento del periodista por la intervención policial y judicial —hubo una denuncia de presunto crimen, que fue investigada y desechada—. Sin tales complicaciones nada hubiese quebrado la consigna de "Ver, oír y callar" que mantiene el gremio. Por lo menos mientras le convenga.
Hay excepciones a la regla. Los inquilinos de Juan Fiore son alborotadores, especialmente a la hora de comer, y algunos llegan a ser feroces. Pero no tienen secretos culpables, ni intimidades comprometedoras. Todo está a la vista del público, por la módica tarifa de un peso, en el Jardín Zoológico porteño.
Hace cincuenta años, en Patense, Italia, nacía Fiore. Apenas acabada la última guerra un paisano le escribió desde Buenos Aires, ofreciéndole el puesto que iba a dejar vacante. Fiore aceptó y cruzó el mar para ocupar el cargo. Bonachón y comprensivo, los años lo han "aporteñado" más que a su compatriota y vecino Garibaldi. De una ojeada conoce a los "raboneros" —le caen antipáticos— y es un admirador de la muchachada quinceañera. "¡Hay que verlos! Siempre entran en grupos y salen en parejas. Especialmente en primavera".
Tampoco tiene problemas con sus inquilinos Ovidio Moreira. Cuando en su primera juventud sembraba papas y maíz, en su Santiago de Compostela natal, o cuando más adelante cristalizó su sueño de ser marino y navegar por los mares del mundo, Moreira no pensaba que iba a anclar nada menos que en la portería del Cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires.
Se siente orgulloso del severo portal de acceso: "esta puerta tiene la grandeza del reposo supremo". Los dolores de cabeza se lo traen quienes llegan a visitar a sus inquilinos. "Quisiera acabar con la costumbre de la propina. Le hacen perder a la gente el sentido del deber".
"Destinatario y custodio de una puerta", define al portero el secretario general del Sindicato de Trabajadores de edificios de Renta y Horizontales. Eligio García se ufana de que sus afiliados no se "meten en política" y que jamás estarán dispuestos a "tomar resoluciones de fuerza". Se queja de que hay 11 mil colegas que aún no se afiliaron al sindicato.
" Los que se oponen son siempre los más viejos", afirma. Y cree que el poderío económico del gremio —"movilizamos 63 millones anuales"— despierta la desconfianza de los remisos. "No conciben tanta plata: todavía siguen pensando que cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía".
Es que el portero es desconfiado por naturaleza. Quienes le pagan exigen que lo sea. El mismo sindicato ha decidido en fecha reciente separarse de la CGT —y pasarse a los independientes— porque la burocracia "no le inspiraba confianza". Atrás quedó la época en que un ex portero —José O. Espejo— ocupaba el puesto de secretario general de la central obrera, lo que colocaba al gremio de sus colegas en una posición de privilegio.

Sociólogos de entrecasa
"Es la mentalidad de inmigrantes por una parte, y las dotes de psicólogo práctico que se adquieren con algunos años de experiencia, lo que nos hace perder la fe en los demás". Heriberto García —veinte años de portero y ahora, en evolución fuera de lo común, dueño de una librería de la avenida Santa Fe, en Martínez— sostiene que al desarraigarse del terruño, el emigrante queda libre de compromisos afectivos con sus prójimos y se convierte en un ser crudamente egoísta.
Coinciden con él, en atribuir al portero especiales condiciones de psicólogo, Francisco Fraga, el amo de la puerta de la boite Mau-Mau y Walter Silva, que cumple idénticas funciones en Scherezzade. Fraga dice sentir "como una descarga eléctrica que le permite radiografiar a los presuntos clientes".
Y si le falla el fluido, apela al análisis de su vestimenta. Especialmente los zapatos. Silva, por su parte, es partidario de analizar las manos de los desconocidos. "Sus manos —le dice al periodista de PANORAMA— buscaron un cigarrillo cuando llegó a la puerta. Yo sabía que no iba a entrar. Encenderlo hubiera significado demorarse, y por estas puertas la gente acostumbra pasar muy rápido".
Conrado Kloster se ha convertido en un experto en "psicología turística". Mira con cariño y tristeza a las dos vacas embalsamadas que montan guardia a su lado, en la puerta de La Cabaña. "Ellas son las que pagan el pato. Los turistas norteamericanos por lo general no conocen los buenos vinos. Los prueban, les gustan y acaban tomándoselas con estas dos pobres vacas. Se montan sobre ellas como si estuviesen en un rodeo.
"Después sufren un acceso de hilaridad cuando los médicos de la casa llegan con su maletín y sus sales. Finalmente, cuando se van, echan mano al bolsillo y dejan las propinas más sorprendentes. Desde dólares o dinero argentino en grandes cantidades, hasta billetes de cualquier país del mundo que no valen nada".
Francisco Healión, portero del Claridge, es otro experto en turistas. Se interrumpe para tomar unas valijas de cuero blanco y acompañar a un extraño personaje texano de relucientes botas rojas y explica: "Este hotel trabaja en combinación con las compañías de turismo norteamericanas. Me encuentro a gusto con ellos: dejan buenas propinas y son muy ingenuos. Nosotros los prevenimos siempre contra los "avivados" porteños demasiado dispuestos a venderles un buzón, pero hay algo que no entiendo: no simpatizan con los negros. Digo esto porque cuando vienen los Globe Trotter's y se hospedan aquí, algunos hacen las valijas y se van a otro hotel. Los que se quedan prefieren no subir en el ascensor en que vaya alguno de ellos".

Los autos no los atraen
Buena presencia, algunos conocimientos del manejo de calderas, electricidad y mecánica. Estos son los conocimientos que se exigen al postulante a portero, según el secretario general del gremio. A cambio de sus servicios recibirá un sueldo que oscila entre 12 y 20.000 pesos mensuales; vivienda, electricidad, gas y teléfono gratis. Y las propinas. Tendrá que mantener el edificio en buenas condiciones y vigilar la entrada durante las horas en que la puerta permanece abierta.
Los horarios varían, pero por lo general comienzan al amanecer, se suspenden de 13 a 16 y concluyen con las primeras sombras de la noche. Desde la década del 45 al 55, los contratos incluyen un franco semanal y vacaciones anuales. Aunque en su gran mayoría los porteros prefieren embolsar el sobresueldo correspondiente, trabajando los períodos de descanso. Resulta fácil suponer que con tales condiciones las demandas de portería superan a las ofertas en una proporción que los directivos del gremio estiman en 500 a uno. Solamente el cebo de la vivienda gratuita bastaría para atraer una muchedumbre. "Se pueden ahorrar unos pesitos", sueñan los aspirantes a porteros. Sin embargo, la encuesta realizada por los redactores de PANORAMA mostró que el ahorro posible va más allá de unos pesitos. "Quedaría feo un portero con coche cuando muchos de sus inquilinos no pueden comprarlo. Por eso prefiero invertir mis ahorros en comprar algún departamento. Lo puedo vigilar de cerca y estoy en lo mío".
PANORAMA pudo certificar fehacientemente el valor económico de esta profesión. Respondiendo a un aviso que ofrecía la transferencia de una portería, un redactor se presentó en el edificio cuya dirección se suministraba — Avenida de Mayo al 1300—, mostrándose interesado en la oferta. Le fue mostrado el departamento destinado al portero —un ambiente de cuatro por cinco y dependencias, en la terraza— y se le comunicó que debía requerir las condiciones en otro lugar. La segunda visita la realizó a un señorial edificio de oficinas, de Diagonal Roque Sáenz Peña al 800. Allí informaron al supuesto interesado que la transferencia costaba 200.000 pesos. "Solo el departamento lo vale. Además está el sueldo mensual, de 14 ó 15 mil pesos y las propinas. En fin, si usted es del oficio, sabe cuanto puede dejar un edificio con cuarenta departamentos..."

Aduana y toque de queda
Antes los porteros eran civiles disfrazados de militares. Ahora se han sacado el uniforme y ocultan bajo ropas civiles un estricto espíritu castrense. Los reporteros de PANORAMA llegaron a esta conclusión tras numerosas entrevistas a inquilinos de casas de departamentos.
"Nos imponen el toque de queda y la aduana interna", claman los afectados. El toque de queda no consiste solamente en cerrar la puerta cancel, sino en desconectar el timbre, aun el portero eléctrico de la portería, en las horas de descanso del todopoderoso señor que la ocupa. Si alguien queda sin llave deberá confiar en la buena suerte para albergar la esperanza de volver a entrar en su domicilio.
Uno de los aspectos de la aduana particular implantada por los porteros porteños grava directamente los productos alimenticios. Rige para los edificios con entrada para el servicio o sin ella, y proveedores, panaderos, lecheros, carniceros y demás comerciantes del ramo de la zona, deben acatar el impuesto. Si se abona la regalía correspondiente —por lo general abastecer gratuitamente o con jugosos descuentos a la familia del portero— los mandaderos encontrarán todas las barreras levantadas. En caso contrario no habrá ni ascensor que funcione, ni puerta que se abra, ni corredor que pueda recorrerse libremente. La aduana cerrará herméticamente las fronteras.

Virtudes en cuotas
No hay hombre en la ciudad que pueda presentar una colección mayor de virtudes que un portero. Solo que cada una de ellas tiene su tarifa. Algunas están institucionalizadas. Sacar la basura a la calle, por ejemplo, se cobra 100 pesos mensuales. Ser discreto, servicial, atento, reservado, cauteloso, forma parte del oficio de portero.
Para José Calabró, portero jubilado desde hace una década, la dignidad que antaño rodeaba la profesión, hoy se ha perdido. "La culpa la tiene el invento de la propiedad horizontal. Ya no existen más porteros. Quedan solamente "encargados de conventillos de lujo". Y el anciano revive los tiempos en que un bronce empañado o una indiscreción involuntaria constituía para el portero todo un deshonor. La aristocracia del gremio la componían los integrantes de la servidumbre de familias adineradas. Los "encargados" eran la plebe. Conventillos e inquilinatos estaban dotados de este género de subporteros, que mantenían el orden, cobraban el alquiler por las buenas y por las malas, y defendían su puesto aun a costa de cualquier vestigio de sentimientos humanitarios.
Los consorcios de propietarios —o el minifundio de la vivienda— trajeron aparejado un incremento de la autoridad del portero. El interés claro y definido del patrón-empleador de antaño, cedió el puesto al nebuloso y elástico interés común del consorcio. Si todos los miembros del consorcio se llevasen de acuerdo el cambio no habría sido notable.
Como esa unanimidad no existe, el portero acaba identificando el interés común con su propio interés y proclamando de hecho la secular fórmula: "El consorcio soy yo".

Al borde del delito
"No existe un tipo de delito propio del portero —explica un oficial principal que prestó servicios hasta hace unos meses en la comisaría 17a.— sino más bien complicidad con cierta clase de delincuentes. Una forma de estafa muy difundida es la que se realiza con la provisión de combustible para los edificios dotados de calefacción central. Porteros y camioneros transportistas trabajando de acuerdo pueden obtener jugosas ganancias revendiendo parte de la carga de fuel-oil que 'olvidan' en el camión tanque. Existen en el Dock Sud y Avellaneda los denominados 'pozos de petróleo' que son depósitos clandestinos, aunque muy conocidos por el vecindario, donde se almacenan esos excedentes... Pero también hay quienes agregan agua al combustible. Cuando, como es de esperar, la calefacción 'no anda', se pide un 'técnico' para reparar el desperfecto y el portero comparte los honorarios correspondientes".
En la comisaría 21a, otras de las que abarcan zonas densamente pobladas por porteros, se recuerda aún el espeluznante caso de José Yorst. La madrugada del 14 de noviembre del año anterior se presentó en la guardia, semialcoholizado y manchado de sangre; mostrando un cuchillo de grandes dimensiones al oficial subayudante Greco, le confesó que acababa de degollar "a la infiel".
Yorst, de 52 años, viudo, era portero de la casa de departamentos de Billinghurst 1642. Mantenía relaciones con la doméstica Ramona Villanueva, que prestaba servicios en el departamento "A" del segundo piso. Ella quería acabar con esa situación y el sábado por la noche salió con otro amigo. Yorst la esperó hasta su regreso, a las 1.30 de la madrugada. La invitó a conversar en el sótano y allí la asesinó. Luego fue a entregarse a la comisaría.
Fue una excepción. Los porteros, por regla general, se consideran demasiado por encima del resto del personal doméstico como para entablar relaciones similares. No faltará alguna aventura... pero no pasa de allí.

¿Auxiliares de la policía?
"Bicho verde" se define a sí mismo como portero-policía. "Bicho verde" es el apodo que recibe Rosalindo Flores desde que se embutió en el verde traje de portero de la Casa Harrods. Más de una vez los transeúntes de Florida lo han visto correr tras una "mechera" o algún cliente que "se olvidó" de pagar.
La colaboración entre porteros y policía se da en Buenos Aires solo ocasionalmente. En otros países es distinto. En España, desde 1877, el portero posee la condición legal de "auxiliar de la policía" —algo así como un "Sheriff" delegado— y debe actuar como tal. Por eso se le exige no tener antecedentes penales al postulante al cargo. Aquí la policía se queja por la falta de precauciones que muestran al aceptar postulantes tanto los administradores de consorcios como muchos propietarios.
En los últimos años del gobierno peronista existía una verdadera psicosis entre los revolucionarios. Se hablaba en voz baja de una cadena de confidentes integrada por porteros y personal de servicio, formada presumiblemente como retribución a las mejoras otorgadas en las condiciones de trabajo. Lo que le pasó al doctor Sanmartino, confirma estas sospechas. Eva Perón había ordenado al general Bertollo, jefe de policía, que detuviera al doctor Ernesto Sanmartino indicándole el lugar y la hora donde lo encontrarían. Los encargados de cumplir la misión llegaron tarde y cuando fueron a confesar su fracaso, quedaron apabullados: "Salió a las 4.38 de su departamento, lo vinieron a buscar en el coche chapa tanto y tanto, y lo pasaron en el bote al Uruguay". La información llegada a la Residencia Presidencial había superado con creces a la reunida por la policía. Y nadie dudaba que partía de la portería de la casa de Sanmartino.
A pesar de esos resquemores, el secretario general del gremio es rotundo en su afirmación: "Ninguno de nuestros afiliados se mezclaría en política". El juicio parece excesivo porque hay quienes tuvieron que hacerlo por obligación. O por lo menos alternar diariamente con políticos. José Lodi, desde que el presidente Justo lo nombró portero de la Casa Rosada, ha franqueado la entrada y la salida a todas las figuras de importancia nacional en las tres últimas décadas.
Sus 74 años de edad y la proximidad de la jubilación lo liberan de inhibiciones. "Ha habido presidentes de todas clases: Buenos y malos. Desde el primer día que vienen aquí, yo ya sé si van a hacer un buen o mal gobierno. Hay testigos de lo que dije cuando lo vi bajar del coche a Frondizi: 'Este va a ser un liero bárbaro y lo van a sacar por la ventana'. ¡Dicho y hecho! Ahora, digan lo que digan, Juan Perón tenía esa cosa que solo Gardel podía igualar, y créame que no soy peronista ¡pero qué baile cuando se fue! Cuando cayó la primera bomba me pareció que todo lo que tengo adentro del cuerpo me había saltado afuera. Duró poco, eso si: yo a los dos minutos estaba como a veinte cuadras de aquí. La noche más enloquecida la pasé cuando lo trajo Farrell desde el Ministerio de Guerra. Esto era un loquero, lleno de gente gritando; la gendarmería se metió con caballos y todo, y todas las puertas estaban cerradas. ¡Nunca hubo un lío como ese! A Illia, aún presidente en funciones, lo definió así: "Dicen que es inteligente, además él sabrá lo que hace. A mi, verlo me da no sé qué".

De dónde viene el dinero
Durante la encuesta realizada por los investigadores de PANORAMA se pudo comprobar que los porteros de la noche, no aceptan confesar sus ingresos. En las boites del Bajo se los contrata "por changa" y cobran alrededor de 200 a 400 pesos por jornada. En los establecimientos nocturnos de categoría se mueve mucho más dinero. Hace quince años se pagaron 20.000 por el "pase" del portero Francisco Fraga, de Degón al Flamingo. Hoy, en la entrada de Mau-Mau, Fraga elude con una sonrisa la pregunta del periodista.
Solamente un oficial inspector de Seguridad Personal accedió a revelar las posibles fuentes de ingreso de los porteros del ambiente de diversión nocturna. Lógicamente, por oficio, puso el acento sobre las actividades que bordean lo ilegal. "Un buen portero se cotiza muy alto porque lleva consigo clientela. Su memoria es una libreta de direcciones que haría famoso a cualquier policía que pudiese investigarla fondo. Conoce a los clientes adinerados que buscan compañía, y a las compañías que buscan clientes adinerados. Domina el mercado del contrabando mejor que el Director de Aduanas, conoce al personal policial de Investigaciones mejor que el propio Jefe de Policía. Esos conocimientos valen oro".

Las puertas del dolor
Si las puertas del placer pueden traer beneficios económicos extralegales a quienes las vigilan, otro tanto pasa con las puertas que dan al dolor. El doctor Francisco Benvenutti, con más de 25 años de ejercicio de la profesión, revela que en los hospitales, aunque no trascienda al público, se mantiene una vigilancia especial sobre las actividades de algunos porteros y telefonistas para evitar que trabajen en combinación con los "lechuzas" o comisionistas de empresas de pompas fúnebres. "Enterados de una muerte repentina o por accidente se lanzan a la captura del cadáver con ambulancias propias. Después negocian su devolución —inventan complicados trámites que ellos resuelven mediante propinas— a cambio del servicio fúnebre". Un control estricto de tales actividades marginales demandaría sumas que el presupuesto no cubre. Lo sabe por experiencia Alberto J. Armando, presidente del Club Boca Juniors, que domingo por medio gasta 150.000 pesos en pagar a
los 100 inspectores que distribuye por el estadio para controlar a los porteros en los días de partido.

Discreción por contrato
El balance que arrojó la investigación realizada por los periodistas de PANORAMA recogiendo sus datos literalmente de puerta en puerta, muestra una desproporción evidente entre las exigencias del cargo de portero, fruto de la evolución de la vida urbana, y la preparación de quienes lo desempeñan. Su actividad les exige condiciones de "contact-man" y conocimientos de "relaciones públicas", pero estas partituras deben tocarlas de oído, dependiendo solamente de su intuición. Llegan a las porterías empujados por sus necesidades económicas y es natural que aprovechen cuanta oportunidad se les brinde para satisfacerlas. Hay casos en que la discreción "figura en el contrato". Como el de Juan Luis Hait, portero de la Cancillería, que se limitó a revelar a PANORAMA que "tiene 49 años, es soltero y odia al matrimonio"; o el del marine Thomas D. Pynn, integrante de la dotación militar que tiene a su cargo la custodia de la entrada a la Embajada de Estados Unidos, que solo se explaya sobre su afición al 'skiing'; o al anónimo portero del consulado de la URSS, a quien el cónsul, aunque no podía entenderse bien con él "por la diferencia de dialectos que hablamos", trató de convencer inútilmente para que accediera al reportaje. El portero de casas de departamentos, en cambio, prefiere realizar contratos individuales, alquilando su discreción a sus inquilinos.
Llegar a ser portero en Buenos Aires es como sacarse la lotería. Se llega a cualquier "parte. "Pepucho" Santis, el bonachón pero inflexible español de 61 años que de tarde y noche monta guardia en la "Entrada de Artistas" del Teatro Maipo -peligrosa frontera entre la tentación y la oportunidad-obtuvo el puesto como "yapa" de una función en la que actuaba Sofía Bozán. El gerente del teatro lo encontró en el vestíbulo y lo tomó. Desde entonces fue su hombre de confianza: "Siempre me cuidé de tener aventuras: aquí; para eso me iba al Nacional". Desdeña a los donjuanes y asume una actitud paternal hacia las coristas. "Nunca fui intermediario. Sé que alguno hace ese papel. Por cien pesos les alcanzan tarjetas a las chicas. Sí, sí, todo es por escrito; el que quiere establecer sus contactos no tiene más que cruzarse, tomar un café y esperar la respuesta. Yo no lo puedo hacer porque me da no sé qué. Las conozco una a una, sé cómo entraron. De todas me acuerdo de su primer día aquí. Quizás ellas no lo sepan, pero las siento como hijas y por ser así me pierdo gruesas 'changas' pero prefiero aguantármelas con los 13 mil pesos que me pagan y dormir tranquilo. ¿Dónde duermo? Aquí, arriba del teatro tengo un altillito con mis cacerolitas. Entonces, como le decía, todo lo que tengo que hacer por ese sueldo es apostarme en la puerta y no dejar pasar a nadie que no sea de la compañía". Su fuerza se ha manifestado más de una vez cuando alguien con algunas copas de más ha pretendido trasponer la puerta: "Hasta diplomáticos, a veces con sus propios hijos. Hoy día los que más vienen son los chicos 'bien', pero las chicas les tienen tirria, y si salen con ellos es para 'desplumarlos". El codiciado puesto incluye vivienda en el altillo del teatro y 13.000 pesos mensuales. 
El malogrado "Mono" Gatica, durante los últimos días de su vida, cumplía funciones casi de portero en el restaurante El Abrojito. En otros casos las porterías se construyeron alrededor del ya designado portero, quien mientras dura la construcción es el sereno de la obra. Esta variedad de orígenes trae también situaciones paradójicas. Como la que le toca sobrellevar a Guillermo Martínez. Personalmente sufre de vértigo, pero por su cargo —en el edificio Alas— ostenta el título de "portero del rascacielos más alto del país". (Es posible que el hobby de Martínez —aeromodelismo— sea una tentativa de curar su trauma). Y este fue un caso único en la investigación de PANORAMA. Porque no existen porteros acomplejados. Por lo menos de complejo de inferioridad.
El jubilado Calabró, tras una extensa disertación sobre geopolítica referida a la importancia estratégica del dominio de la entrada y salida del Mediterráneo, y cuyo significado desorientó en un principio al reportero de PANORAMA, acabó diciendo: "Por eso, y porque soy español, yo siempre que llegaba a un edificio nuevo a cumplir mi oficio, ponía dos letreritos en la puerta de mi departamento. El del lado de afuera decía 'Portería'. El de adentro, 'Gibraltar'. Y me sentía satisfecho".
HlLLYER SCHURJIIN y SALVADOR NlELSEN
1966
revista panorama