Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


RADICALES
NO ESTA MUERTO QUIEN PELEA
Revista Periscopio
10.03.1970

"No hay mejor solución que el derrocamiento revolucionario de este Gobierno. Tenemos ideas claras de lo que debe venir después: naturalmente, será un Gobierno provisional, porque no hay posibilidades de que emane del pueblo, al menos por el momento. Pero no un Gobierno de intrascendencia; debe crear las condiciones de una democracia consolidada, coherente, fuerte, para que no se pueda repetir el asalto al poder civil", apabulló el jueves pasado Horacio García, dirigente de la UCRP cordobesa, durante un homenaje a la memoria de Amadeo Sabattini, en el cementerio de Villa María. Estaba presente Arturo U. Illia.
Un día más tarde, el vespertino Córdoba publicaba un extensa entrevista con el último Presidente depuesto. También él estuvo amenazante: "Si los actuales gobernantes nos cierran lo que para nosotros sería la manera normal de evitar la confusión, y no chocar con un callejón sin salida, la responsabilidad será de ellos. Estamos obligados a tomar un camino que no comulga con la esencia de nuestra plataforma; pero los hechos producidos, después de tres años y medio, nos obligan a enfrentarlos frontalmente".
La agresividad radical no se limitó a estos alardes: el sábado 7, los jerarcas quisieron ganar la calle en la industriosa Rosario. Son las primeras escaramuzas destinadas a aplicar la línea revolucionaria dispuesta por el Comité Nacional, reunido el 27 de febrero en una biblioteca popular de Flores y el día siguiente en la espaciosa residencia
del ex Vicepresidente Francisco Beiró, en Villa Devoto. El Plenario intentó sacar a la UCRP de la atonía que la embarga y dar paso a la generación "intermedia" —Enrique Vanoli, Raúl Alfonsín—, sin menoscabar a la vieja conducción —Ricardo Balbín, Eduardo Gamond—, ratificada en sus puestos. Aunque los radicales lo nieguen, la nueva etapa de "agitación y lucha" tiene, acaso, otra finalidad: el viejo partido serviría de base de sustentación a un Gobierno provisional encabezado por Pedro E. Aramburu.
Entre las dos guerras mundiales, el radicalismo francés se tituló radical-socialismo ; otro tanto simularon sus émulos de toda Europa; en los últimos años, el APRA (Perú) y Acción Democrática (Venezuela), creyeron también ponerse á la page. Los radicales argentinos, que experimentaron la misma tentación hace más de treinta años, supieron preservar su fisonomía nacional: de otro modo, hubieran desaparecido como fuerza política.
El plenario del Comité Nacional se desgañitó en estos términos: "El pueblo unido debe lograr el inmediato derrocamiento de la dictadura y la destrucción del régimen imperante en el país". "Las FF.AA. de no facilitar la urgente institucionalización del país, serán responsables de las crisis, que desembocarán en decisiones violentas."
Este tremendismo aún no ha asustado a nadie; pero, con la creación de "comisiones de acción política y acción popular", y el anuncio de que los radicales están dispuestos a alistarse codo a codo "con otras corrientes de opinión", sirve de prueba para apreciar si conserva esencias revolucionarias —según creen sus mentores—, o se convirtió en el "partido de los cementerios", como pretenden sus enemigos.

Balbín, el de siempre
Asegurada su continuidad en la jefatura del partido, Ricardo Balbín recibió a Periscopio en su casona platense. Fue el miércoles pasado: cuatro días antes, había impuesto otra vez su criterio político en la semiclandestina aunque publicitada reunión en que los capitostes de la UCRP fijaron las bases revolucionarias de su acción futura.
Parapetado tras un antiguo escritorio de abogado, en su estudio atiborrado de libros y diplomas —una de las paredes ostenta retratos de Alem e Yrigoyen—, El Japonés se mostraba eufórico; es que, a los 65 años, ha comenzado una nueva etapa de lucha. En mangas de camisa, verborrágico como siempre, interrumpió la corrección del documento que el Comité Nacional dará a conocer en breve.
—¿Qué motivos han impulsado al radicalismo a lanzarse a una línea socializante?
—El radicalismo sigue su marcha hacia el logro de una democracia social, adecuándose al tiempo presente. Así lo ha venido haciendo en cada una de las épocas que le ha tocado vivir; pero los principios fundamentales del Partido permanecen inalterables.
Si recorremos la literatura política partidaria, encontraremos que el radicalismo se definió en cada uno de los momentos históricos claves. Determinada literatura va adecuando también la nueva terminología; pero las soluciones radicales siguen siendo idénticas. Por ejemplo, la plataforma de 1937 fue una expresión de ideas con el lenguaje político en vigencia entonces; como muchas de sus soluciones siguen siendo actuales, se puede proponerlas empleando una terminología actualizada.
—Si esas ideas no son nuevas, ¿por qué el radicalismo no las llevó a cabo cuando estaba en el Gobierno?
—Los monopolios internacionales lo han impedido sistemáticamente. El radicalismo ha sido siempre enemigo de esos grandes intereses opresores. Durante el gobierno de Illia, por ejemplo, tras soportar dos años de presión ejercida por los monopolios petroleros y energéticos vinculados al Fondo Monetario Internacional, logró enunciar una política económica que contaba con el apoyo de organismos internacionales de desarrollo y permitiría llevar adelante el país sin compromiso alguno, ya que esos organismos habían prometido la financiación. Pero sobrevino la revolución militar.
Desde entonces, el Fondo Monetario Internacional aplicó nuevamente sus garfios; un proceso de extranjerizaron total se puso en marcha; cualquiera sacará conclusiones sobre quiénes se opusieron al Gobierno radical. También se puede concluir que las Fuerzas Armadas fueron utilizadas por esos monopolios y han contribuido a liquidar la política emancipadora para dar paso, nuevamente, a la de entrega.
—Teniendo en cuenta el poder de sus enemigos, ¿cómo podrá la UCRP llevar a cabo sus proyectos?
—El futuro descansa en la decisión del pueblo. Lo acaecido, esta dura experiencia que estamos viviendo, le advertirá sobre la necesidad de defender con vigor sus instituciones.
—¿Se trata de volver a lo anterior?
—No, ahora es menester pensar en Gobiernos con gran respaldo popular, verdaderamente mayoritarios, y retocar la institución del Congreso, para lograr una ley fundamental que asegure mayoría parlamentaria al Gobierno que resulte electo. Hay que proyectar, también, una forma de legislación que agilice la sanción de las leves vitales y adecuar la Carta a los tiempos que corren. En suma, un mejoramiento institucional que deje atrás defectos y afiance la democracia.
Pero es necesario antes que desaparezca la actual situación. Hemos iniciado una etapa de lucha activa y no nos detendremos. También es indispensable una figura que encauce el país a través de un Gobierno provisional, pero ejecutivo, capaz de reconquistar la soberanía nacional perdida en los últimos años. El pueblo unido debe terminar con la dictadura y con el régimen que la sostiene.
—¿Las fuerzas triunfantes participarían del Gobierno surgido de elecciones a través de una coalición?
—No lo estimo conveniente. Repito: creo que, en el futuro, la Argentina debe ser conducida por partidos mayoritarios. Eso no es antidemocrático: el radicalismo ha sido siempre una fuerza popular por excelencia, aunque últimamente sectores interesados han pretendido encasillarla en un conservadorismo de principios de siglo. Nunca renegará de su origen antioligárquico. Creo que la proporcionalidad no es aconsejable; sí la aceptamos cuando la recordada "Asamblea de la Civilidad", en 1962, pero fue por excepción y a los efectos de demostrar nuestra buena voluntad con las agrupaciones de menor envergadura. Sin embargo, cuando estuvimos en el Gobierno, la proporcionalidad se convirtió en nuestro peor enemigo; en el Congreso, una decena de bloques partidarios frenaron nuestra labor.
—¿No coincide este planteo con lo que pretenden las fuerzas políticas que se han nucleado en torno de Aramburu? ¿No es el hombre indicado?
—De ninguna manera. La preservación de la personalidad política del radicalismo está por encima de todo. No somos sectarios, pero nuestras soluciones sólo las pueden aplicar los radicales. Nada hay de cierto en los rumores según los cuales el radicalismo servirá de base para un Gobierno encabezado por Aramburu.
—¿Se avizora algún cambio de posición frente al peronismo?
—Seguimos esperando que se institucionalice; desearíamos verlo actuar como partido. Debo recordar que, a partir de 1960, fuimos los campeones de la no-proscripción y reclamamos la integración del cuerpo electoral. No podemos negar que en las elecciones de 1963, cuando alcanzamos el Gobierno, no participó el peronismo, que fue proscripto; pero, llegados al poder, convocamos elecciones provinciales con la participación peronista y permitimos que políticos de ese sector ocuparan Gobernaciones y bancas.
El peronismo es, indudablemente, una fuerza popular con orígenes y fines muy similares a los nuestros. Ambos tienen un sentido auténticamente nacional y popular. La diferencia estriba, a mi modo de ver, en que el radicalismo es esencialmente democrático y da prioridad al individuo; en cambio, el peronismo practicó formas totalitarias y valoriza la comunidad a expensas del individuo.
No propongo, en absoluto, una colusión de ambas fuerzas: pero creo que, si coincidieran en el futuro, la Soberanía del país estaría asegurada. Juntos, radicales y peronistas atajarían la actividad destructiva de los monopolios, que ya no podrían organizar revoluciones contra el pueblo.
—El radicalismo —se dice— carece de juventud: ¿cree usted que el nuevo rumbo la atraerá?
—El radicalismo cuenta con juventud. En el Gobierno Illia, el promedio de edad de Diputados y funcionarios era poco más de 30 años.
—-¿Por qué, entonces, se perpetúan Los dirigentes de viejas generaciones?
—Los procesos negativos del país determinan su permanencia. Si, desde 1930, hubiera imperado la democracia en el país, habrían aflorado nuevos valores. Los veteranos siempre ponemos a disposición del Partido nuestros cargos directivos. Lo hicimos, una vez más, la semana pasada en el Plenario. Se nos ha brindado un voto de confianza porque en estos momentos hay que superar las diferencias internas que pudieran existir, para impedir la anarquía. Nuestra carta contempla la permanencia de las autoridades partidarias en épocas especiales, como la actual. Cuesta mucho permanecer: yo lo tomo como una obligación, en estos momentos cruciales para el país; el voto de confianza no fue un éxito personal, sino la ratificación de la unidad radical.
Cuando se haya recuperado la democracia, el radicalismo entrará —estoy seguro—, en un período de total y necesaria renovación. Al reorganizarse, surgirán nuevas autoridades y sobrevendrán las vivificantes luchas democráticas internas. Nosotros, los dirigentes de la vieja guardia, estamos urgidos por el deseo de la renovación, porque comprendemos bien que los partidos deben renovarse periódicamente, en tiempos normales.

 

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