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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


La señora imaginación
Para vivir, pintar y crear
Renata Schussheim reniega del lugar común

 

 

 

Buenos Aires se ha acostumbrado a pensarla, unívocamente, a ella y a su obra. Renata Schussheim está —personaje o protagonista— dentro de ella. "Carlos Alonso me enseñó a mirarme al espejo y autorretratarme. Con el tiempo me di cuenta: a partir de mí, que es lo que más conozco, cuento una historia común a muchos, porque finalmente nadie es tan distinto de los demás", dijo a SOMOS. El público está acostumbrado a verla junto a su obra. "Los 16 días de mi última muestra, Travesía, estuve allí desde las 11 de la mañana y hasta la noche. Hablé con la gente, contesté sus preguntas. Ese contacto me resulta imprescindible, imponderable." Las 60.000 personas que pasaron por el Centro Cultural de la Ciudad de Buenos Aires ("Muchísimos adolescentes, un público que me interesa sobremanera") y se aventuraron en la parafernalia de fotografías, bocetos, trajes, máscaras, muñecos, textos, modelos vivos, dibujos, imágenes de video saben que la desmesurada imaginación de la Schussheim está detrás. Hasta qué punto lo está, resulta menos previsible. "Hubo cuatro meses de gestación, en donde lo creativo fluía maravillosamente. Trabajé, como siempre, de noche. Sentada, parada, arrodillada en el piso. Lo dramático fue, en cambio, conseguir dinero y los materiales para la producción."
De día y a pulmón, consiguió parte del dinero, 300 metros cuadrados de tela, 50 metros de papel para fotografía, papel para afiches, un fotógrafo con y por amor al arte, marquetería gratis y dieciséis monitores de video. "Debo ser una privilegiada: siempre consigo cosas que otros no consiguen", aventura. Parte del secreto —para reducir, en este caso con donaciones en dinero, material y mano de obra el costo de una muestra que pudo llegar a los 25.000 dólares— reside en la seguridad de la propuesta. "Desde chica, y esto es otro privilegio, supe qué quería ser". Reside en el talento y en la prepotencia del talento, en ese avanzar "como un tanque Sherman", obra en mano, vitalidad y fantasía como sustento. Y unos pocos buenos maestros, "esa gente que te alimenta cuando habla o cuando la miras vivir''.
Carlos Alonso, Vinicius de Moraes ("mi aparceiro, mi compadre. Con él saqué en 1976, un libro de poemas y dibujos, Vinicius y Renata"), Leopoldo Torre Nilsson. De ellos rescató "la elección de la intensidad, la coherencia, el vivir con el pedal a fondo". Sin solemnidad, afirma: "En este tránsito, lo que me entretiene es lo que hago". Por ahora —y como siempre— la energía se le desparrama en descubrir nuevas formas, nuevos lenguajes para contar la vieja historia. "Creo que todas las disciplinas artísticas se están mezclando, la danza con el teatro, la foto con el video, sin compartimentos estancos." Se mueve sola, sin marchand ni representante. Y, como desde la primera muestra (1966, en El Laberinto), vende. Y vende bien: sus dibujos, por ejemplo, se cotizan entre 90 y 100 mil pesos. "Una buena cifra si se tiene en cuenta que el dibujo -lo que me interesa, casi no pinto, no he hecho grabado- es la cenicienta de la plástica". Dinero -"que va y viene, que me llega tanto como se va"- tiene suficiente como para vivir bien. "Gasto mucho en taxis y poco en ropa: adoro comer con mis amigos". Son los amigos, también, las relaciones de su obra: Oscar Araiz ("dieciocho años y muchas complicidades y sobreentendimientos"), Jean Francois Casanovas, Ana Jelin. Charly García, con quien meses atrás hizo el clip Estoy verde.
Luis Alberto Spinetta, con quien, desde hace rato, tiene planificado otro. "Me gusta trabajar con la gente que quiero, porque hay un respeto y un amor particulares por lo que hace el otro, una manera de volver más entrañable cada obra." De esos trabajos de equipo ("tengo la manía de nuclear gente de diferentes disciplinas") salieron los ballets en el Grand Theatre de Ginebra (Sueño de una noche de verano, de Mendelssohn y Mathis Der Maler, de Paul Hindemith, entre otros), y salió Fénix.
Tiene, como ella dice, "un pie en el teatro y otro en la plástica". No desdeña hacer sociales: "Soy curiosa, me gusta la gente, que es un espectáculo en si misma . Y, en tren de generalizaciones, afirma que le interesa más "salir en Radiolandia que en una revista especializada, para que me conozca el ama de casa, y vaya a ver lo que expongo". Esa forma del no convencionalismo "hace que la crítica prácticamente me ignore: ni figuro en las reseñas".
Renata Schussheim, el pelo colorado, los ojos verdes implacables e inocentes desde cada dibujo, en cada foto, su curioso parecido con Colette. 35 años. Un hijo de 13, Demian. 24 muestras individuales. 33 autorías de diseños teatrales. Una última actividad conocida: la supervisión estética de 'Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?', obra de Marsillac que estrenará en enero Roberto Villanueva. Planes inmediatos: un libro de fotografías de hombres hecho por mujeres. Ningún premio, porque "no me presento. Ya pasé la época de los exámenes. Y por otra parte, ¿para qué competir? ¿Quién tiene la verdad y quién determina quién la tiene?" Vale. Al fin del cuento —enunciado de Víctor Hugo—, "la gloria no es más que un verso recordado''. Traslado a la plástica, si se tratara de recordar la línea fina, o el garabito inequívocamente schussheimnianos, se diría que a Renata la gloria hace tiempo que la estaba esperando. 
Vilma Colina
Fotos: Mario Manussia

 

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