Revista 7 Días
24 de mayo de 1966 |
Lo llamaron charlatán, en todos los tonos, con
cualquier tipografía. Eso fue en 1965. Han transcurrido cinco meses
del 66 y todavía se advierten algunos rezagados. Pero los hechos
mandan y la mayoría de los despiadados críticos de Renato Cesarini
debió recoger sus juicios. En columnas donde ayer se leían adjetivos
agraviantes hoy se encuentran otras definiciones, igualmente
terminantes: "Es el mejor director técnico que ha tenido nunca el
fútbol argentino".
Para la hinchada de River, la más numerosa en lo que va del año si
las millonarias recaudaciones de la Copa de Campeones y del torneo
oficial son un indicio, Cesarini tiene dimensión de héroe nacional
cuando se gana. Desde las tribunas ellos asisten al hecho —Cesarini,
al fútbol y al resultado— Cesarini. Y asisten también al show de
Cesarini, ese hombre bajo, dinámico que se mueve nerviosamente en el
banquillo de los técnicos, allá abajo, junto al campo, haciendo
expresivos gestos y gritando roncamente cuando trata de inyectar
claridad a sus hombres en los momentos decisivos.
Pero cuando termina el juego, el estadio, la multitud y Cesarini
quedan solos, tan incomunicados como antes del espectáculo. Cesarini
desconoce a la multitud y la multitud poca cosa sabe sobre Cesarini.
Dejando estaturas de lado, Cesarini es como la Torre Eiffel. Depende
de quien sea el observador y desde que punto mira.
Él es una extrañísima mezcla de italiano de alcurnia con porteño
callejero. Es cordial, fino, elegante y sutil como un conde romano.
Pero es "buenazo", desbordante, vital, algo caprichoso, generoso y
gritón como esos guapos de barrio de hace medio siglo.
Donde la mezcla desaparece es cuando Cesarini habla. Entonces surge
la marca de fábrica: es un "fato in Italia" auténtico. Habla con
todo el cuerpo, con los brazos y las manos, con toda la cabeza.
Nació en Sinigaglia y como todos los que llegan a la vida cerca del
Adriático, es rubio y de ojos claros. Sus padres lo trajeron hace 58
años, cuando solo tenía 9 meses y recién comenzaba a gatear. Se
instalaron en Chacarita y allí creció Renato, salvaje,
intuitivamente. En "La Curva" de Jorge Newbery y Córdoba instaló su
cuartel general. No se dejaba atropellar por nadie —ese es uno de
sus perfiles de hoy—, tenía a raya hasta los policías y era un
caudillo nato. Según cuentan quienes lo conocieron, en 1942 rechazó
mil "patacones" de los fuertes que le ofrecía un cacique político
para que le acercara su influencia, nada despreciable.
Después vino la gran paradoja. Este italiano aporteñado viajó a
Italia contratado como jugador argentino. Fue jugador (insider
derecho) aquí y en Torino. Después fue director técnico —entrenador
se decía entonces— de equipos campeones, River (incluyendo a "La
máquina") en Argentina, y Juventus en Italia.
Desde su primer viaje de ida a Italia en 1930 a hoy, ¡35 años!,
Cesarini acumuló una experiencia muy valiosa, enriquecida por su
capacidad de observación y de trabajo. También acumuló una fortuna
que le permite una envidiable independencia de criterio sin sufrir
las penurias de antes. Hoy se pueden rechazar más deportivamente
muchos miles de "patacones" si las cosas no se dan como él pretende.
¿Y cuántos "patacones" tiene este hombre que hace 40 años rechazaba
una fortuna para no corromperse? El no quiere hablar del asunto:
"Mire, dejemos eso. . . Soy amigo de todos los reos de Buenos Aires,
¡Me van a enloquecer!
Los reos deben saber, sin embargo, que con lo que pagó de impuestos
para introducir al país el automóvil que usaba en México —un
espectacular y ultrachato Thunderbird— cualquiera soluciona el
problema de su vivienda. Y deben saber que es dueño de un campo a 32
kilómetros de General Belgrano y de algunas inversiones aquí.
Sumando lo conocido se llega a determinar: fortuna de unos siete
ceros. La intriga reside en el número que va a la izquierda de los
ceros. Hay para elegir: del 1 al 9.
Este año Cesarini cobrará en River más de siete millones de pesos,
algo así como 20 mil pesos diarios. No es mucho teniendo en cuenta
su trabajo y su fortuna. Tampoco resulta excesivo si se sabe que
llega a menos del 10% de lo que River recaudó en la clasificación y
en las semifinales de la Copa de América, recaudaciones nutridas,
principalmente, de los triunfos que él supo arrancar a sus hombres.
No es mucho calculando que la inflación le va a comer un porcentaje
gordo de lo que gane, de aquí a fin de año. Y no es mucho,
finalmente, porque los psicoanalistas cobran caro. Lo llamaron en el
65 para que le cambiara el alma a River. Y eso hizo.
Toda la riqueza de Cesarini no alcanza a ocultar sin embargo una
carencia muy notoria. Es un hombre solo. ¿Familia? Nada o casi nada.
Es soltero, no tiene hijos y sus padres murieron. Mantiene una
relación inamistosa con algunas hermanas: "La que quería murió;
vivía en el Chaco".
Cesarini no quiere hablar de su soltería (La explica con una
diagonal que no engaña a nadie y es toda una evasiva: "Siempre me
gustaron los viajes") ni de su soledad. Es un tema prohibido,
lástima. Pero en cada partido, una multitud rodea a este hombre solo
que es director técnico de fútbol porque eso le permite, entre otras
cosas, tener hijos adoptivos. Son los 100 jugadores de River, de
primera a novena división.
Seis de sus hijos de tercera división pasan y lo saludan mientras
Cesarini charla en el altísimo acceso al corazón del estadio. Los
mira caminar, ellos arrastran un poco los pies, y estalla: ¡Pero
véalos a estos! El jugador tiene que caminar como un bailarín y
estos parecen osos. Cuando los veo caminar me dan pena. Pero a estos
los voy a arreglar yo. No me interesa perder un campeonato (¡Hum!).
Me interesa salvar hombres. ¡Este año les voy a dar!
La cuestión se perfila pintorescamente cuando intenta transmitir
experiencia en el plano físico. Vio que algunos jugadores fumaban "a
escondidas" y entonces él, fumador intoxicado por medio siglo, dejó
el cigarrillo sin que el médico se lo pidiera: debía demostrar que
la gente puede manejar al tabaco. Sintió debilidades físicas en su
plantel y entonces ejemplificó para que no se quejaran de cualquier
incomodidad. Y entonces ve partidos bajo la lluvia, sin cubrirse, o
al rayo del sol en esas tardes insoportables. Tenía hombres flojos y
los hizo trabajar hasta un límite nunca alcanzado antes en la
Argentina: 7 partidos en 14 días. ¡Y a qué ritmo!
—Vio: yo tengo razón. Usted los ha visto jugar y después de cada
partido volver corriendo a los vestuarios. Créame: el físico es hijo
del rigor. Que a mi el físico no me diga que no quiere algo porque
¡sabe cómo le doy!
Cuando el físico de sus hombres quiere ciertas cosas, la conducta no
varía. La vida austera impuesta por Cesarini y el profesionalismo
que exige de sus hombres se han traducido por prolongados encierros
que los alejan de las tentaciones afectivas, la "más peligrosa
"plaga" qué persigue al jugador de fútbol". Con Cesarini River es un
convento, como dicen los jugadores.
Cuando Cesarini habla de fútbol, de enseñarlo, es difícil detenerlo.
El lo entiende así:
"Hay gente que no comprende que lo difícil del fútbol es justamente
lo fácil, valga la paradoja. Hacer correr la pelota, jugarla de
primera intención, jugar con el mínimo esfuerzo no permitiendo que
cuando se es dueño de la pelota el adversario le coma energías. El
fútbol es velocidad: mental, física, velocidad de pelota. Al jugador
le cuesta largar la pelota: es su chiche. Hay que extirpar ese mal.
Siendo el fútbol una técnica se hace difícil enseñarlo. Cualquier
carrera tiene una base. Un ingeniero, un dentista, sabe de dónde
partir. ¿Qué base tiene un director técnico de fútbol? ¿A partir de
qué puede profundizar sus conocimientos? Todo depende de su
capacidad de observación, de su inquietud para descubrir defectos.
"En el colegio el abecedario es para todos. Aquí hay que hacerle un
abecedario a cada uno. Uno para cada jugador. Es un trabajo de
creación. Debe haber en el mundo 4 o 5 que conozcan el secreto. Los
demás escuchan de rebote y enseñan sin saber bien porqué. Un DT
tiene que ser un experto en indagar la personalidad de los jugadores
(Juan Carlos Sarnari, hombre clave del nuevo River, dijo que la
mejor virtud de Cesarini es conocer a la gente). No se le puede
escapar ninguna de sus características individuales. Su
sensibilidad, su mentalidad, al compañero. Si no se sabe usar
correctamente en el momento oportuno ese capital que el jugador
arrastra desde la infancia, deja de ser un capital y se convierte en
lastre. Al jugador la mentalidad se la doy yo. La naturaleza le dio
el físico. Yo puedo modificar todo en la mentalidad de un hombre. Lo
que no puedo hacer es fabricarle células nuevas. Mire: no hay dos
piernas iguales como no hay dos hojas iguales. A veces, cuando
indico algo a un jugador no debo cuidar que no esté otro cerca
porque si ese me escucha puedo transmitirle un defecto, no una
virtud. Si el maestro sabe no hay nada que no se pueda corregir. Yo
le enseño a patear a cualquiera y a cualquier edad. Yo corrijo
cualquier defecto".
¿Cómo es la Torre Eiffel vista por la Torre Eiffel? Cesarini se ve
así: "Soy un hombre muy modesto. Puedo vivir bien sin recursos o con
dinero. En un gran hotel o detrás de una hoja de parra. Sé cocinar,
sé hacer asado y a veces me gusta que me sirvan. Puedo vivir en
cualquier ambiente sin desentonar. Desde el más bajo al más alto.
Hablo francés, italiano, español y portugués. Me quieren donde voy
porque soy sincero y buen amigo. Qué hablen los que me conocen: esa
es mi referencia. Tengo una pasión: pescar". Yo creo que Cesarini
dudaría si le ofrecieran cambiar el césped de River por un estanque
sembrado de buenos peces. Pesca donde tropieza con un charco. Pescó
desde el pez vela en Acapulco hasta mojarritas en el Salado, que
bordea su campo ("A ese río lo conozco a pulmón, por dentro, metro a
metro"). Cesarini sigue describiéndose: "Me gusta la vida al aire
libre porque todo es claro, diáfano. En las relaciones humanas busco
el equivalente. Me gusta encontrar la misma sinceridad, la misma
sensibilidad. No tolero la mentira. Los mentirosos están perdidos
conmigo. ¿Si leo la prensa? ¡NO! ¿Y sabe por qué? Yo he dado mucho
material al periodismo. Y algunos no han sido leales. Como quiero
seguir dándoles material entonces prefiero ignorar esas
deslealtades".
Que es esto, ¿el autorretrato de un vanidoso, de un mitómano? Yo
creo que es la descripción de un sincero, de un hombre que enfrenta
el miedo al ridículo, que paraliza a los que creyéndose buenos no se
atreven a decirlo.
¿Y cómo es la Torre Eiffel vista, por ejemplo, por Roberto Matosas,
el más brillante jugador de River y del país, según muchos críticos
especializados. La opinión de Matosas es importante: no busca
halagos (jamás hace declaraciones a la prensa), su opinión es
desinteresada ( en marzo rechazó la capitanía de River, según
trascendió) y es el hombre indicado (despliega un juego sutil
permitido por Cesarini, "sepulturero, según los que lo combatieron,
de la sutileza del fútbol"). Esto dijo el crack uruguayo.
"Mi pierna izquierda se la debo a él. Fue Don Renato quien
estableció el ángulo de tiro, porque yo no daba pie con bola. Como
usted sabe es fundamental buscar el centro de la pelota, no quitar
la vista de ahí. Cesarini me observó y diagnosticó mi defecto.
Después vino la parte práctica: los tiros de corrección al frontón.
No es un charla barata. ¿Puede ser charlatán un hombre que sabe y
dice que sabe? Cesarini regala conocimientos. Nadie, aquí, está
capacitado para juzgarlo en sus conocimientos. Porque, ¿quien sabe
más que él? El capitaliza al jugador trasmitiéndole conocimientos
que logró en 40 años de fútbol. Yo podría decir, Cesarini tiene este
o aquel defecto. Pero, ¿quién soy yo para decir algo semejante con
mis cinco años de fútbol? La mayoría de los DT ubican a los
jugadores en el campo. ¿Usted cree que hay algún técnico como
Cesarini? Don Renato es como un médico que le dice a usted: "Vea, mi
amigo, tiene tal cosa al riñón. Aquí están estas pastillas". Usted
las toma todos los días y se acabó".
Si Matosas tiene razón y Cesarini es como un médico, debió ocurrir
que en alguna de sus famosas declaraciones ("Los jugadores se
interesan demasiado en negocios."; "Por qué no hablan de los que sí
hacen contrabando?"; "Aquí hay una maffia. . .", etcétera) acertó en
la llaga: la bomba que el año pasado destrozó su departamento de
Palermo era demasiado importante para un hombre que hace fútbol.
En aquella inusitada y ruidosa agresión se pudo advertir, antes que
estuviera confirmado por otros medios, la importancia de este
desbordante italiano de Chacarita llamado Renato Cesarini.
nota de Carlos Aguirre
fotos de Osvaldo Dubini
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Renato Cesarini y Matosas |
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