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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


"Gracias a los políticos cada vez hablamos peor"

Lo dice Adolfo Bioy Casares, autor del "Breve diccionario del argentino exquisito". La grandilocuencia, las muletillas, la cursilería en un análisis con humor pero para tomar muy en serio

revista Somos
abril 1986

un aporte de Riqui de Ituzaingó




 

 

 

Posicionar, subóptimo, contactar, desestabilizar, parámetro, recepcionar, redimensionar, optimizar. . . qué palabras espantosas. Suenan mal. son tan fatuas y al fin de cuentas quieren decir tan poco que cualquier maníaco de las teorías conspirativas de la historia podría ver en ellas el avance maligno de una superpotencia. Adolfo Bioy Casares asegura que la epidemia no se circunscribe a la Argentina. "En Francia llaman 'Título de transporte' al simple boleto de subterráneos. En Inglaterra ya existe un diccionario que agrupa a estas fealdades complicadas y ridículas. En Estados Unidos se llama 'officialesse' al dialecto inventado por escritores mercenarios que redactan discursos y declaraciones para políticos, gobernantes y burócratas." Asegura también, y hay que creerle —nadie retrató antes ni mejor que él, a través de sus personajes, el habla de los argentinos—, que los primeros síntomas de este desenfrenado culto al mamarracho aparecen en el '71, durante el gobierno de Lanusse. "Cuando se empezó a hablar de elecciones y para escándalo de quienes profesamos afecto por nuestro idioma —al fin y al cabo hablándolo recorrimos la vida— la gente, sobre todo la clase política argentina, empezó a usar palabras rarísimas como coyuntural, reestructuración, programática, infraestructura." El escándalo se convirtió en diversión. Y la diversión en una joyita para lectores, el Breve diccionario del argentino exquisito. Colección a la vez juiciosa y delirante, asaz reeditada, emparentada con los registros de Landrú y con el 'Dictionnaire des idees reçues ou Catalogue des opinions chic', de Flaubert. Tomadura de pelo no a los cambios que llegan al idioma por la vía
popular, "casi siempre hechos en función de una mayor brevedad y, por lo tanto, de la eficacia. Dos ejemplos, cine y auto, que reemplazaron a cinematógrafo y automóvil", sino al crecimiento desmesurado por la otra vía: "La vía cursi y esforzada de quienes quieren quedar como personas cultas o instruidas".
—Una variante de esa cursilería, de ese fruncimiento, son los eufemismos. Uno, llamar a los viejos, 'miembros de la tercera edad. . .'
—Y llamar empleada doméstica a la mucama, y encargado al portero. Puede que quienes lo hacen sigan creyendo en el mito de que los nombres hacen a las cosas. Pero, ¿no se dan cuenta de que es ofensivo, porque transparenta lo otro, el intento de decirles: usted tiene algo un poco humillante; yo lo voy a elevar con una palabra que no engaña a nadie?
—Tanto como reemplazar 'esperar' por su variante fina, 'aguardar'. Y 'es' por constituye.
—Y 'lluvia' por precipitación, 'error' por equívoco, 'siguiente' por subsiguiente, 'desacuerdo' por disenso. O esta verdadera proeza del fruncimiento: en vez de 'Baje por atrás', Descienda por la parte trasera. No seamos injustos. No nos olvidemos de un verbo que no se nos cae de la boca: 'escuchar' utilizado indiscriminadamente en vez de oír. ¿Y qué es eso de decir que alguien "no se encuentra" en determinado lugar, o que se encuentra en otro lado?
Uno se pregunta si lo están buscando, o si Fulano, presa de inquietudes existenciales, se está buscando a sí mismo. Tan cursi como el eufemismo es ese temor, generalmente ridículo, a repetir palabras que invariablemente acompañan al culto de la riqueza del
vocabulario. Esto vale, claro, para la lengua escrita. Colmo del disparate, en un mismo y brevísimo parte meteorológico se habla de 'temperatura en aumento' y de leve descenso de las 'marcas térmicas'. El mismo ánimo emprendedor hará de Cervantes y sucesivamente, 'el autor del Quijote' y 'el Manco de Lepanto'. El Teatro Colón será 'nuestro primer coliseo'; la India, 'la tierra de Gandhi'. Y el que fue Ballet Bolshoi en la primera línea será 'la gran compañía soviética' en la tercera. Si tenemos en cuenta que estas pavadas y aquellas gemas, forman, según me dicen, entre el 10 y el 20 por ciento de nuestro vocabulario corriente, habría que empezar a alarmarse. Uno se pregunta si no alterarán el tono y aun la índole de nuestro idioma. Finalmente, tendremos que justificar una frasecita en la que nunca hemos creído demasiado:'los argentinos hablamos mal'.
—Otro embeleco utilizado hasta la exageración son las muletillas. Arrecian los 'de pronto', 'un poco así, 'en alguna medida', 'en este contexto'.
—Y los 'a nivel de' y 'en base a' —dejemos de lado su desdichada sintaxis—, que aparecen con frecuencia alarmante, para cualquier cosa. Un ejemplo: "Enfoquemos el análisis a nivel grupal", "Discutimos todo a nivel pareja".
—Ya que llegamos a la sintaxis, tomemos el caso de los dequeismos. Últimamente están desacreditadísimos. De modo que muchos usuarios (con perdón) han decidido desterrar los tan apasionadamente que van a parar en los queismos obligatorios.
—Y ya no dicen 'pienso de que' o 'estimo de que'. Pero sí dicen 'estoy seguro que'. ¡Cuántos son los políticos que, hoy, 'están persuadidos que'...!
—A propósito, usted dice que ha encontrado la mayor parte de las palabras del Breve diccionario en declaraciones de políticos y gobernantes.
—No seamos injustos: no nos olvidemos del aporte de psicólogos y sociólogos.
—Bueno, ¿y por qué le parece que los políticos, como hablantes, militan en el 'argentino exquisito'?
— Tal vez —y eso me han dicho—, porque inventan esas falacias premeditadamente, como si fueran baratijas para someter a los indios. Pero sigo pensando que detrás de cada una de esas manifestaciones de afectación ha de haber un señor vanidoso que se desvive porque lo admiren.
—Un sociólogo español, Amando de Miguel, afirma que los políticos prefieren palabras vastísimas qué todo lo quieren decir y a nada comprometen.
—Los políticos, generalmente, son personas que no saben lo que hablan y entonces tratan de parecer sabias. Además, palabras grandilocuentes como 'desfasaje, dinamizar, optimizar, posicionar, confrontar', o frases como 'descolocación de los mandos', son una forma de la cautela. Son palabras de significado impreciso, de las que uno se puede desdecir fácilmente. A nada comprometen. Por otra parte, si uno tiene poco que decir, mejor habla mucho y alambicado.
—Se supone, también, que a quienes han llegado al poder no les corresponde escuchar. Ellos son los que, presuntamente, deben informar. Pierden, entonces, la capacidad de autocrítica. Y de ahí a perder el sentido del ridículo —porque parece ridículo llamar 'deseconomías' al 'derroche', 'desutilidades' a las 'pérdidas' y 'desincentivar' a 'frenar' — hay un solo paso.
—Sin embargo, puede ser que acierten con la actitud, porque ya ve, les da resultado. Quiere decir que el país entero carece del sentido del ridículo. Pero mejor no decirlo, porque si no van a insistir en eso. Mejor sería que no tengan tanto éxito y que hablen de una manera más decorosa.
—Hablamos cada vez peor, en parte porque somos fruncidos. El fruncimiento es privativo de una clase?
—No, pertenece a todas las clases sociales. Yo creo que es una primera etapa hacia la poesía: llegan a elevarse mediante el fruncimiento, si no serían vulgares, no más.
—¿Por qué le parece que los políticos tienen éxito?
—Porque yo creo que piensan, o instintivamente saben, cuáles son los errores de un momento. Y como saben que la gente quiere más que nada a sus errores, a sus prejuicios, los fomentan. Y medran con eso. Medrar con la mala inclinación de la gente es una vieja tradición en la sociedad. Y es tremendo. 
—¿Los políticos serían escépticos?
—Los mejores serán escépticos. Y los peores estarán convencidos, porque lo que quieren es algo que se podría definir como un baño de multitud. Es lo único que les importa.
—Una apetencia rara.
—Una apetencia rara, si. Porque si hay algo desagradable, y algo que a uno le avergüenza ejercer, eso es el poder. El poder es algo que parece que ofende el pudor: uno casi pediría perdón por hacer algo que le está permitido.
Vilma Colina
Foto: Norberto Mosteirin