Revista Siete Días Ilustrados
15.10.1973 |
A 37 años de su debut profesional, el veterano cantante y autor
mantiene incólumes su fama y pasión tangueras. En vísperas de
presentar su último longplay, evoca sus comienzos y define su
personal, inconfundible estilo.
Cuando aparezca el próximo long-play de Roberto Rufino (52, tres
hijos) se habrá consumado una hazaña casi sin precedentes en la
música popular argentina: un cantor de tangos que desde hace 37 años
se mantiene en los primeros puestos del ranking de su especialidad.
Claro que en la dilatada carrera de RR se produjeron altibajos,
frustraciones y períodos oscuros; pero una y otra vez logró superar
esas caídas, reconquistando con creces su sitial en el panorama
tanguístico nacional. Tal vez el secreto de Rufino sea su decisión
de desdeñar la adopción de un estilo definido y rígido, para darle a
cada interpretación un sabor propio. Esa circunstancia, unida el
hecho de que en su repertorio intercaló siempre los éxitos
tradicionales del compás porteño con las más modernas creaciones de
la especialidad, le permitió adaptarse al gusto popular con el
correr de los años. De esa manera, el próximo disco permitirá a los
fanáticos del 2x4 comparar las primeras grabaciones de RR en 1935
con las actuales, pudiendo establecer diferencias concretas entre el
tango de antaño y el de 1973, que al decir del veterano cantor, "no
ha muerto ni mucho menos".
Esa superposición de estilos —siempre en tono romántico— de que hace
gala Rufino parece también haber ganado su vida cotidiana. Así, el
lujoso chalet en el que vive, en la coqueta localidad bonaerense de
Acassuso exhibe un curioso cartel: Disneylandia, reza. Sucede que
allí funciona un centro de recreación infantil, guardería, natatorio
y colonia de vacaciones, que Rufino regentea junto con su mujer.
Debido a esa razón, la entrevista que el veterano cantante mantuvo
la semana pasada con Siete Días tuvo un desarrollo muy peculiar:
debía ser interrumpida frecuentemente ante la irrupción de
bulliciosos grupos de niños. De esa manera, no extrañó que las
primeras palabras de Rufino fueran referidas, precisamente, a su
niñez.
—Desde muy chico me gustó el tango. En realidad toda mi vida estuve
mezclado con la música de Buenos Aires. Por eso, a mi familia no le
pareció raro que yo debutara como cantor profesional a los 14 años.
¡Usaba pantalones cortos!
—¿Cómo fue su debut profesional?
—Empecé cantando en el café Nacional y en Radio Mitre, con el
maestro Francisco de Rosel. El Nacional era un café típico del
Buenos Aires de la década del 30. Estaba en la calle Corrientes casi
esquina Carlos Pellegrini. Era angosto y largo como la calle. Mi
primer tango como profesional fue Milonguero viejo, que en aquella
época se cantaba y hoy ya no. La letra decía: "linda pebeta de mi
sueño en tango llorón..." y no me acuerdo más. ¡Cuánto hace que no
lo canto!
—En una carrera tan larga debe haber conocido a todos los grandes
maestros del tango...
—¡Uff! Actué con todos, absolutamente todos. Hasta con el tío de
Ringo Bonavena, don Antonio Bonavena, en el famoso Petit Salón, que
estaba en Montevideo y Corrientes. Actué con Pichuco Troilo,
Francini y Pontier, Carlos Di Sarli, qué sé yo, canté con todo el
país...
—¿Lo conoció a Gardel?
—No, no tuve esa suerte aunque nací en la zona del mercado de Abasto
en Agüero y Zelaya, cerca de la casa de él. Después fui amigo de
Armando Delfino, su apoderado. Un día, estaba actuando en un teatro,
se me acerca y me dice: "Roberto, te quiere conocer la madre de
Gardel". Entonces lo acompañé y la conocí.
—¿Cuál fue su mejor época?
—Sin duda, los cinco años que pasé con el maestro Di Sarli. Calcule
que él me contrató cuando yo recién empezaba y todavía usaba
pantalones cortos. A veces, cuando me daba vergüenza, le robaba un
traje a mi hermano, de pantalones largos, gris a rayitas. Así anduve
un tiempo, hasta que el maestro Di Sarli me compró mi primer traje
en Los 49 Auténticos.
—¿Y no había problemas en que actuara un chico de pantalones cortos
en confiterías?
—Cuando actuaba de noche, sí. Yo, para disimular, trataba de cantar
medio escondido detrás del piano. Pero una vez, en la boîte Moulin
Rouge, tocaron los dos timbrazos que indicaban que había llegado la
taquería. Entonces, Di Sarli me tiró un sobretodo largo, que me
llegaba hasta los pies y me hizo salir por una puerta de atrás.
Después de eso, no actué de noche hasta que me compraron el traje
con los pantalones largos.
—Usted habla de actuaciones nocturnas. ¿Las orquestas de tango
ofrecían funciones durante las horas del día en aquella época?
—¡Claro! Antes el tango era cosa seria. Empezaba en el café Nacional
a las 9 de la mañana y terminaba recién a la madrugada.
—De todas las cosas que se fueron perdiendo con el correr del tiempo
en la vida de la ciudad, ¿cuál es la que usted más siente?
—Sin duda, la gran cantidad de clubes y bares que han cerrado sus
puertas, especialmente los de la calle Corrientes. Aquellos locales,
además de un reducto del buen tango, constituían una fuente segura
de trabajo para muchos compañeros.
—¿Y el público varió de una época a otra?
—Yo me acuerdo de algunas actuaciones mías, por ejemplo en la
audición radial Ronda de Ases, o los bailes de Marabú, que tenían un
público numeroso y entusiasmado. En aquel momento actuaban casi
simultáneamente duplas sensacionales, como la de Pichuco con
Florentino, D'Agostino con Angelito Vargas, D'Arienzo con Alberto
Echagüe y Di Sarli conmigo. Ahora hay menos público y un poco
distinto. Algo menos de fervor. Aunque, en mis últimas actuaciones
en un boliche, Cheyenne, de Martínez, el público me hizo acordar un
poco al de antes. Creo que hay una especie de resurgir del tango.
—Usted nombró unos cuantos valores del pasado, ¿no surgen nuevos, de
recambio?
—Sí, en la última hornada están Néstor Fabián, Alberto Marino y
Marina Dorell, por ejemplo.
—¿Le gustaba más el tango de antes que el de ahora?
—Mire, a mí me gusta llegar al público. A veces, el público quiere
el tango de antes, pero hay muchos temas nuevos que también llegan a
la gente. Yo también voy a cantar esos nuevos temas. Tampoco hago
distingos entre mi profesión de cantor y la de autor de temas. En
los dos aspectos y a lo largo de mi carrera, lo que siempre me
interesó fue estar en contacto con el público. Y fíjese que eso lo
logré antes de ser profesional y cuando era un adolescente. En 37
años de actividad creo que logré bastantes cosas.
—¿Cómo fue su carrera de autor?
—Empecé a escribir temas después de unos 10 años de actuación como
cantor, y esa actividad terminó siendo una de mis labores más
trascendentes. Tuve muchos grandes éxitos y no me acuerdo ni del
número de ellos ni de la mayoría de sus nombres. Le podría citar,
por ejemplo, El clavelito, Déjame vivir mi vida, Manos adoradas,
Soñemos, Calla, En el lago azul, Cómo nos cambia la vida, Romance
del pueblo, El bazar de los juguetes, qué sé yo, un montón. Hasta
hice varios boleros. Uno de ellos, La Luna y el Sol, de 1950, tuvo
199 grabaciones en todo el mundo. Fue un gran éxito internacional.
En realidad, tengo que agradecer a todas las orquestas y a todos los
cantores que constantemente me piden temas para interpretar.
—¿Está conforme con su trayectoria?
—Yo no estoy nunca conforme con lo que hago. Siempre trato de
mejorarlo. De no haber sido por esa actitud de permanente crítica,
posiblemente mi carrera no habría durado ni la décima parte de lo
que duró.
—¿Cuáles fueron sus mejores éxitos a lo largo de su carrera?
—Curiosamente, los tangos que a mí más me gustaron y que más fueron
pedidos por el público, por una serie de imponderables nunca los
grabé. Ellos son Cambalache, Alma de bandoneón y Buenos Aires.
También me gustó mucho A la luz de un candil, pero ése lo grabé
varias veces.
—¿Cuál es su verdadero estilo?
—iMás bien romántico. Creo que debo ser el último romántico del
tango.
—¿Y en la vida privada también así romántico?
—¡Mucho más!
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Roberto Rufino |
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