Revista Panorama
10.05.1973 |
Rápidos como flechas pasarán, hasta el próximo viernes 25 de mayo,
los últimos días de la emergencia militar; hay todavía en el cielo
algunas nubes oscuras, pero ya nadie duda de que dentro de dos
semanas Héctor Cámpora asumirá el poder en la Argentina. El
miércoles 2 fue clave para la normalización política del país. Ese
día, por la mañana, Alejandro Lanusse, Carlos Coda y Carlos Alberto
Rey visitaron al presidente electo en su domicilio de la calle
Libertad al 1500, al tiempo que un grupo de oficiales —abrumado por
el azote de la violencia— trataba de persuadir a los generales sobre
el riesgo de "entregar el gobierno en medio del desorden". En la
cita de los comandantes con Cámpora y Vicente Solano Lima predominó,
como se esperaba, el gesto conciliador; el rapto preventivo de los
militares irritados murió en el capullo: los generales dijeron no.
En esencia, Lanusse, Alcides López Aufranc y Tomás Sánchez de
Bustamante rodearon a Cámpora en el capítulo final de la obra
política que ellos soñaron —con otro escenario, por cierto— hace
diez años.
En la noche del lunes 7 trascendió que Lanusse reiteraba, en
radiograma emitido a todas las guarniciones del país, la promesa de
entregar el gobierno a las autoridades electas y de oponerse, con
todo el poderío del arma, a cualquier intento golpista.
Cuando aún retumbaban en los corazones de los marinos las ráfagas de
ametralladora que abatieron al almirante Hermes Quijada, la Junta se
constituyó —en el lugar y hora fijados por Cámpora— para considerar
el tema de la violencia y, obviamente, el de la amnistía. Lanusse,
Coda y Rey llevaron a la cita las pruebas de la escalada miliciana:
los gráficos demostraban que los irregulares habían acentuado su
ofensiva en los seis últimos meses, y que el dinero y las armas que
habían obtenido en el lapso —incluidas dos ametralladoras
antiaéreas— podían pesar demasiado sobre el gobierno constitucional.
Cámpora, su sobrino Mario, Lima y Esteban Righi no se inmutaron.
Entonces, según parece, Coda intentó averiguar qué actitud
adoptarían Cámpora y Lima en el caso de que los guerrilleros
atentasen contra algún militar o funcionario después del 25 de mayo.
La respuesta habría sido de Lima: "Nosotros tenemos la terapéutica".
El comandante de la Armada quiso profundizar en la materia, pero el
vicepresidente electo —como esos médicos que guardan celosamente los
secretos profesionales— dio a entender que para la "cura" faltaban
muy pocos días; básicamente, como había dicho Juan Perón, Cámpora
ratificó que la violencia declinaría "con más libertad y justicia".
Empero" los comandantes retornaron a sus despachos convencidos de
que los gobernantes en cierne distinguen "a los patriotas de los
asesinos", la ecuación blanco-negro que la dialéctica trasformó en
gris.
A partir de ese miércoles, los diputados acentuaron la ofensiva para
que la amnistía fuese sancionada de acuerdo a las promesas
electorales, es decir, "amplia y generosa", sin agitarse por los
bandos que lanzaban los titulares de las zonas de emergencia. El
sábado 5, cuando Lanusse viajaba a Santa Fe, Arturo Mor Roig insinuó
en el Aeroparque que también el gobierno provisorio mantiene su
interés en decretar una ley de amnistía "lo más amplia posible"
aunque para concretar ese propósito tuviese que derogar las medidas
de seguridad sancionadas —a pedido del almirantazgo— luego del
atentado contra Quijada. Se recuerda que el ministro del Interior,
hace un mes, había propuesto una reunión con los titulares de las
oficinas de inteligencia y seguridad para estudiar la posibilidad de
decretar "algunas libertades", intención que se desvaneció ante la
negativa de los altos mandos.
El lunes 7 los voceros autorizados del Ministerio del Interior
mantenían la esperanza de que Lanusse citara a sus pares y al
gabinete para derogar las medidas precautorias y, de ese modo,
acelerar la consideración de la amnistía; pero hasta ese día, en los
estados mayores de las tres fuerzas se desconocía la convocatoria
formal de Mor Roig. Un par de argumentos, en desmedro de la
hipótesis del Ministerio del Interior, defendían los militares. El
primero: que las Fuerzas Armadas debían mantener el curso de acción
para combatir la guerrilla, "al margen de los vaivenes políticos y
hasta la asunción del próximo gobierno", porque no "era posible
ordenar acciones de represión contra los subversivos y al mismo
tiempo pensar en liberarlos". El segundo: que las Fuerzas Armadas,
antes y después del 25 de mayo, tendrán en cuenta las muertes de
Asúa, Sánchez, Iribarren, Berisso y Quijada, y los secuestros del
almirante en retiro Francisco Alemán y del comandante de Gendarmería
Jacobo Nasif, trasformados en rehenes de los guerrilleros "para
garantizar la sanción de la amnistía" prometida por Cámpora y Lima.
LA SUCESION MILITAR. Mientras tanto, pulverizada la amenaza de los
autoritarios, la atención de los jefes y oficiales del Ejército, la
Armada y la Fuerza Aérea tornó al tema del nombramiento de los
futuros comandantes. En el Ejército se descontaba el pedido de pase
a retiro de los generales López Aufranc y Sánchez de Bustamante, al
tiempo que reverdecía el pronóstico sobre la designación de Jorge
Raúl Carcagno —actual titular del Quinto Cuerpo— como comandante del
arma. Si la designación se concretase, abandonarían los cuadros
activos —además de López Aufranc y Sánchez de Bustamante— los
generales de división Mariano de Nevares, Juan Carlos Uriburu, José
María Díaz, Elbio Anaya y Jorge Orfila; además, por primera vez en
los últimos once años, asumiría la conducción del Ejército un jefe
de Infantería.
En cuanto al nombramiento del nuevo comandante de la Armada, las
opiniones son divergentes. Algunos observadores creen, de acuerdo a
las recientes declaraciones de Perón, que Cámpora optará por aceptar
a Eugenio Fuenterosa como sucesor de Coda; si ello ocurre, ningún
almirante pasará a retiro. Sin embargo, otros observadores piensan
que el presidente electo —con el consejo de Mario Cámpora— se
decidirá por el almirante Carlos Álvarez Rivero, titular del Estado
Mayor Conjunto.
Debe recordarse que Álvarez Rivero, antes de reemplazar a Quijada,
se desempeñó como representante de la Armada en Washington y que,
años atrás, participó de los lineamientos institucionales fijados
por los almirantes Benigno Varela y Pedro Gnavi, ex comandantes de
la fuerza. Si Varela capeó el temporal luego de la derrota del bando
"colorado", en el cual los marinos se encuadraron, y si Gnavi fue el
comandante de la "concordia" durante la emergencia que inauguró Juan
Carlos Onganía, ¿acaso Álvarez no puede continuar ese proceso de
"cura" al frente de la institución más irritada por la victoria
frentista? La respuesta es afirmativa. Por eso, Álvarez Rivero
cuenta con el apoyo de los capitanes de navío "legalistas" que
criticaron, en los últimos días, la posición del almirantazgo.
Circula una tercera hipótesis: informa que Cámpora designará
comandante a Emilio Massera, actual jefe de la flota, teniendo en
cuenta "la "flexibilidad" del marino demostrada en las reuniones de
la Comisión Coordinadora del Plan Político. Pero la hipótesis, por
el momento, parece descabellada; es razonable pensar que Massera
quede en Puerto Belgrano y que, dentro de un año, represente a la
Armada en Gran Bretaña o Estados Unidos. Con respecto al cargo en la
Fuerza Aérea se menciona a un solo candidato: el brigadier Héctor
Luis Fautario.
Dentro de quince días, pues, las Fuerzas Armadas iniciarán el
repliegue a los cuarteles luego de siete años de emergencia
política. A partir del 25 de mayo muchos afirmarán que ese repliegue
fue, en realidad, "una retirada al compás de una marcha fúnebre";
empero, los que saben ver aseguran que los militares
profesionalistas tendrán a su cargo la delicada misión de cuidar la
democracia, una robusta criatura que renació, el domingo 11 de
marzo, protegida por 12 millones de votos. Quienes no creen en la
democracia entienden que la Argentina se desliza hacia un desenlace
trágico, semejante al de la última república española; esos
observadores olvidan la promesa de Onganía de gobernar durante 20
años y algunas otras lecciones de la historia. Los demócratas sólo
entienden que "no habrá retornos al pasado".
Jorge Lozano
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Lanusse, Coda y Rey luego de reunirse con Cámpora |
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