Revista Siete Días Ilustrados
12.04.1978 |
Vive en Santa Fe y es uno de los artistas plásticos
argentinos más codiciados
A cinco décadas de que esbozara su primera obra, goza de un
inmejorable prestigio en el orden internacional. Sus comienzos, los
que lo ayudaron y el mágico encanto del paisaje litoraleño que no
deja de atraparlo y al que dedica la totalidad de sus pinturas
Es sencillo, locuaz y trabajador empedernido. Se encierra en su
estudio cuando las primeras luces de la mañana penetran por el
amplio ventanal que da a la calle, y se marcha cuando cree que su
halo de creatividad lo ha abandonado. Sus amigos más íntimos lo
llaman por el cariñoso apodo de "Don Supi". Pero aquellos que
deambulan por las galerías de arte y saben de su dilatada
trayectoria lo conocen como Ricardo Supisiche, uno de los pocos
pintores radicados en el interior argentino —más precisamente en
Santa Fe— que gozan de fama internacional.
A pesar de que sus obras se cotizan, en la actualidad, con los
precios más altos de plaza, Supisiche parece no querer asumir esa
condición de pintor de primera línea: "¿Sabe lo que pasa?, no puedo
olvidar mis comienzos. Cuando no le podía vender un cuadro a nadie,
cuando pasaba hambre y trataba de acercarme a los pintores de
renombre para recibir consejos. Entonces, todos esos recuerdos me
obligan a seguir trabajando humildemente, como si nada hubiera
variado en mi vida".
Spilimbergo y Castagnino, dos buenos amigos
No tarden en llegar el café y el whisky (ideal para hacer más
llevadera la charla con un periodista, según confiesa Supisiche).
Consigo trae una carpeta en la que están impresos algunos de sus
últimos trabajos: "Para llegar a esta etapa de mi obra tuve que
cambiar mi forma de ver la pintura. En los comienzos hacía una
pintura naturalista, pero después me fui soltando y comencé a
experimentar con el expresionismo. No obstante, me costó mucho
mostrar mis trabajos a la gente. Los hacía para mí porque los
consideraba simples ejercicios".
Sin embargo, los consejos de algunos pintores ya consagrados
hicieron cambiar la posición de Supisiche: "Ya estaba un poco falto
de entusiasmo porque creía que mi obra no era buena. Pero resultó
ser que durante una visita mía a Buenos Aires mantuve una charla con
Spilimbergo y me dio algunos consejos que me sirvieron de mucho.
Después, lo mismo pasó con Castagnino. Los pintores que no tardaron
en convertirse en buenos amigos míos".
Cien obras en el desván
La magia de sus pinturas no siembre logra convencerlo. Parece
guardar aún resquicios de sus primeras épocas, cuando nada de lo que
hacía lo conformaba. Lo único que sí lo atrae, lo reconforta y hasta
le brinda las mayores satisfacciones es el hecho de seguir pintando
temas de su tierra natal: "Me gustó siempre reflejar lo que yo amo,
lo que más conozco. Y entonces no puedo dejar de mostrar al río, a
sus silenciosos moradores, a toda la magia que lo rodea".
Pero no siempre esas obras alcanzan a tomar contacto con el público.
Porque Supisiche no siempre está de acuerdo en que algunas pinturas
deban trascender: "No es tan sencillo — asegura—. En algunas
ocasiones termino una pintura y después, cuando pienso fríamente, me
doy cuenta de que no es lo que yo hubiera querido hacer. Y entonces,
de la manera tan mágica como plasmé la obra, aparece durmiendo en el
desván. Allí deben de descansar un centenar de ellas que, quizás,
nunca vean la luz del día".
No caer en la tentación
No fue fácil y él lo reconoce. Desde allá, desde la provincia que
inspiró toda su obra, no le resultaba nada fácil acceder a los
primeros planos de la pintura en Argentina. Pero nunca se dejó
tentar. Continuó trabajando callado, se mantuvo alejado de los
círculos pictóricos de Buenos Aires y esperó la oportunidad. Tardó
un poco, pero llegó. "Fue por la década del 40 —recuerda—, en la
galería Peuser. Nadie, ni yo, lo podía creer. Vendí 5 cuadros y
tocaba el cielo con las manos. Pero ello no se repitió con las
exposiciones siguientes. Me habían quitado el dulce."
Se confiesa algo melancólico, tanto como los paisajes que imprime en
sus telas. Asume también su admiración por los sabaleros, por sus
rostros quietos que envuelven el drama de vidas duras. De ellos
justamente se ocupa cuando aborda la pequeña embarcación que
hábilmente comanda: "Me interno por el Paraná y cuando encuentro
algún lugar que me gusta largo el ancla. Así puedo encontrar temas
para mis obras".
De ayer a hoy
Para ocupar el sitial al que ha llegado, Ricardo Supisiche desoyó
los consejos de algunos integrantes de su familia que le auguraban
un final nada grato y se olvidó de la trágica jugada del destino que
—contaba apenas 10 años— lo privó de su brazo izquierdo. "Nunca le
presté atención a esa circunstancia. Yo sabía que mi vida era la
pintura y a ella quise dedicarme de cualquier manera. Por suerte las
cosas salieron bien y, después de mucho trabajo, ahora puedo decir
que me gano la vida gracias a mi pintura. Pero ello no es lo
importante. Lo más significativo es que haya podido llegar sin pisar
a nadie, sin necesidad de crear falsas imágenes."
Los grises, azules, ocres y violetas son los colores que emplea
actualmente. Son los tonos que expresan su estado de ánimo, su forma
de ver las cosas. Una nueva etapa en la vida de Ricardo Supisiche
que encara como si recién comenzara.
Texto: Juan Carlos Porras
Fotos: Carlos Colace
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