La generación de Rita Pavone

 

Aunque no cesaba de sonreír, lo primero que se le notó es que estaba fastidiada, quizá porque el rito, que estallaba al entrar ella, se había repetido cien veces en los últimos dos años, desde que Teddy Reno la descubrió en la Fiesta de los desconocidos y el público empezó a adorar su voz chillona, penetrante, su desparpajo de muchacho.
Una conferencia de prensa parece algo qué no le va ni le viene a Rita Pavone, italiana, próxima a cumplir
19 años. Pero la que dio en Buenos Aires hace diez días tuvo un aroma especial: en primer lugar, por la gente —casi 400 personas a su alrededor— formándole coro, pugnando por compartir un jirón de su fama cada vez que los fotógrafos disparaban sus flashes; y después, por la edad de esa gente, todos o casi todos mayores de 20 años, un alud de adultos a los que ella, Rita, parecía mirar por encima del hombro.
Cuando se la veía allí era fácil advertir un hecho simple y que, sin embargo, pocas veces ha sido analizado: esta muchacha es, para los chicos y las chicas de 13, 14, 15 años, el símbolo de una libertad bastante agresiva; la libertad de tener los propios gustos y vivir la propia adolescencia. Cuando la generación anterior alcanzó los 15 años, debió admirar a Frank Sinatra y bailar con Benny Goodman, la música y las canciones que preferían los mayores; estos chicos, en cambio, pueden tener sus propios ídolos y llenar de espanto a los ancianos mayores de 20. Todo esto, claro está, tiene un trasfondo.

Las caras del ídolo
Es que esta muchacha ajena a toda inhibición es un poco la síntesis de su propio mundo: un ser gregario que dice lo que piensa y vive como piensa, sin planes para mañana, leyendo novelas policiales o creyendo que su libertad es también una forma de superioridad.
En los bailes de Ferrocarril Oeste y Huracán, a los que Rita Pavone llegó entre la una y las dos de la madrugada, hace un par de sábados, sus fanáticos se entregaron a una adoración casi de logia, como si lo que la 'urlatrice' cantaba perteneciese a sus reinos privados, fuese una fórmula vedada a los mayores.
La actitud fue diferente entre los muchachos de las clases media y alta: ellos no veneran a Rita, no se fatigan yéndola a esperar al aeropuerto de Ezeiza; se contentan con verla por televisión o prolongarla en sus tocadiscos. "Es muy fea", definió tajantemente Ricardo Martelli, de 14 años, hijo de un abogado y voraz comprador de discos.
De todos modos, la imagen de libertad que Rita transmite es común a toda la gente de su edad.
¿Cómo son estos chicos a quienes sus padres respetan de un modo que los abuelos hubiesen reprobado? Esa pregunta, que la llegada de Rita Pavone hizo otra vez acuciante, fué escudriñada la semana anterior por PRIMERA PLANA. Durante horas, una veintena de adolescentes cuyas edades límites eran los 13 y los 16 años fueron interrogados en sus casas, en sus lugares de reunión, durante caminatas por la calle; se trató de penetrar en sus gustos, en su concepción del mundo, en lo que quieren y en lo que no quieren ser.

Un mundo propio
Una primera comprobación es que el joven idealista, torturado, afanoso por imponer reformas a una sociedad siempre en crisis, está desapareciendo, si es que queda alguien así todavía. Los cambios políticos no los conmocionan, quizá porque tampoco los entienden. "El mundo camina bastante bien —declaró con soltura Daniel Mazullo, de 16 años, hijo de un contador público, a quién se lo ve guarecerse tras sus anteojos de aros gruesos—. Aunque el país debiera ser gobernado por políticos ricos, para que no sientan la tentación de robar."
Esa despreocupación por los problemas de la comunidad irrumpió como un estribillo en todas las respuestas.
Jimena Dávalos, de 15 años, hija de Jaime—el poeta salteño—, se sorprendió de que la estuviesen aguardando para que opinase sobre sí misma cuando volvió del colegio, sin un asomo de pintura en la cara; hablaba arrastradamente, con un dejo dulzón en la voz: "Siempre estoy a la espera de las cosas —dijo—. Tengo algo de árabe en eso. No me gusta forzar nada, todo tiene que ser natural."
Casi la imagen inversa —pero en el fondo coincidente— dio Guido Martelli, de 13 años, hijo de un ministro del gobierno anterior, en quien la infancia parece sobrevivir, a través de su cara regordeta y curiosa. Para él, la política es meramente una forma de la acción, "me interesa cuando tiene suspenso, en las revoluciones. Cuando uno no sabe lo que va a pasar". Y eso, dicho por un chico que quiere ser "director de fábricas, para divertirme en ver cómo se hacen cosas, cómo se construyen casas y lo demás".
Básicamente, al menos en esta primera aproximación, los chicos de 1964 parecen no más conformistas pero sí mejor adaptados que los de quince o veinte años atrás. El padre de uno de los encuestados lo definió así: "En nuestras épocas no nos conformábamos con ser chicos. Nos daba vergüenza. Teníamos que hacernos los grandes, tener preocupaciones de grandes, ropas de grandes, ideas de grandes, vicios de grandes, música de grandes, lecturas de grandes; ahora se sienten con derecho a ser plenamente adolescentes, con toda la despreocupación, el egoísmo y el candor: ellos son más sanos."

Amigos por la vida
Aunque, en rigor, las relaciones humanas ya no son las mismas que una generación atrás, han perdido su sentido romántico, su entrega a un único amigo íntimo o a tres, cuando más; así como el amor se ha hecho más frágil, a la vez que más importante.
Quizá la síntesis esté dada por Ricardo Mosner, de 15 años, que habla siempre con la cabeza apoyada sobre el codo, no como alguien que piensa, sino como alguien empecinado en demostrar que piensa; un chico inteligente cuya inseguridad se esconde en un aire de suelta indiferencia. Es "un típico inestable", como él mismo dice; afanoso por "vivir tranquilo", le da una increíble importancia a la amistad. Y también, ciertamente, al amor. Pero "nunca le digo a una chica que la quiero, es ridículo. Además que después ellas te lo preguntan".
Sin embargo, el aporte de estos adolescentes al concepto tradicional de amistad es más numérico que otra cosa: "En la barra somos 70 —confiesa Jimena Dávalos—, pero salimos los más íntimos, que somos unos 20." O como dice Diego Olivé, de 15 años ("soy un rebelde, pero eso qué; es lo normal"), "tener un amigo es tonto; lo lindo es una barra de diez o quince". Olivé es de los que saben exactamente cómo hablar con una chica, de qué manera impresionarla. "Jamás le diría te amo —asegura, con ese acentuado sentido del ridículo y de la antigüedad, como ellos dicen, que tienen los adolescentes de estos años—. La mejor manera es hacerle una historia bárbara, empezando con Desde el primer momento en que te vi y todo eso, y después preguntarle: ¿Querés andar conmigo?'' No hubo uno solo de los interrogados que no aceptase la fórmula de Olivé.
Pero esas grandes bandadas de amigos, ¿qué hacen, de qué modo gastan su libertad? Es Adriana Rosenberg, de 13 años, quien primero encuentra la respuesta: "Voy con ellos a fiestas, a pasear por Santa Fe, a tomar algo o al cine. Siempre hablamos de lo mismo, del colegio o de las últimas novedades."
Pero, aunque Adriana no lo diga, el tema del rugby sobrevuela por encima de todos los demás. Otra vez Jimena sale al paso, sostiene que "ahora los chicos están bastante pavos, no hacen otra cosa que ir al rugby", aunque allí esté Olivé para replicarle que "a mí me gusta en serio, pero como ahora está de moda, hay muchos que se meten con el rugby para hacer un poco de camelo".
En síntesis: En el orden afectivo, estos chicos parecen más desprejuiciados y más frívolos que sus padres; no dan la sensación de torturarse demasiado ni tienen cara de suspirar a menudo. O son más insensibles, o son más sinceros. Una madre dijo, sencillamente: "Tienen menos literatura en la cabeza."

Sin padres terribles
• Viéndolos hablar con soltura de lo que quieren y de lo que no, oyéndolos opinar libremente y sin tapujos el uno del otro, se puede advertir que no hay generación más segura de sí que la de estos adolescentes despreocupados por el país y por el mundo, pero entusiasmados consigo mismos y con sus amigos.
Eso se advierte con nitidez en Marcelo Maffei, de 16 años, hijo del gerente de una empresa de navegación, que se sabe distinto de sus mayores y no se avergüenza por eso. Por lo contrario, es la certeza de su juventud la que lo mueve a reclamar su propia vida, "quiero hacer lo que yo planeo, no lo que mis padres han planeado por mí. Un chico de 16 años ahora equivale a uno de 18 en la generación anterior".
Ricardo Martelli se ve "diferente de los viejos; ellos eran muy rígidos", y ante "un país que no anda bien, y en el que impondría la religión católica a todo el mundo, si pudiera", piensa que los jóvenes "vamos a ser superiores a nuestros padres. Ellos fracasaron". Otra vez tercia Olivé: "Si somos distintos de nuestros padres, es porque a ellos los trataban como si fueran más chicos de lo que realmente eran."
Los propios padres opinan que eso es cierto, que si dan libertad a sus hijos es, quizá, a causa de que ellos padecieron en carne propia el no tenerla. Quien explica el cambio es Olga M. de Maffei, la madre de Marcelo; ella ha visto a sus hijos "patalear, aunque a les diez minutos me cuentan todo. Marcelo, por ejemplo, tenía un problema amoroso. La chica con que anda lo estaba por largar. Yo lo desperté a la noche para preguntarle cómo le había ido. Así somos de amigos".
Rodolfo Guido Martelli, de 46 años, el ex ministro, halla una explicación sociológica para que esa amistad prospere y se acentúe: "Se ha roto ya el esquema patriarcal de la vieja casona con toda la familia adentro, sometida a reglas y a futuros bien determinados. Ahora la familia se fluidifica, los hijos se liberan. El imperio británico era poderoso porque los hijos se educaban fuera del medio familiar. La batalla de Waterloo se ganó en el colegio de Eton. Y a los 20 años, los muchachos se iban a las colonias. Argentina nunca podrá ser un país imperial con los hijos pegados a las polleras de sus madres."

Años y pesos
En la semana pasada, mientras Rita Pavone ululaba equívocamente desde los escenarios de Buenos Aires, era posible extraer, de cara a la clientela de esta muchachita, algunas conclusiones bastante impresionantes.
Los adolescentes de 13 a 16 años, al menos en los estratos menos maltratados de la sociedad argentina, han logrado ya constituir —como en USA y en Europa— un sector bien nítido dentro de la comunidad. En ese mundo propio, ya no rige la compulsión a copiar el mundo de los grandes, sino que todo se juega con leyes y modalidades específicas: desde una declaración de amor hasta la elección de una corbata.
Estos chicos imponen sus propios gustos y sus propias modalidades de consumo. Tienen en los bolsillos más dinero que sus antepasados y mayor desparpajo para usarlo: monopolizan casi —según los expertos, hasta en un 80 por ciento— el mercado de discos, donde todos los años giran centenares de millones; la gigantesca industria de las gaseosas, cocas y refrescos los tiene ubicados en el centro de la mira; ellos compran y eligen sus propias ropas —ya han caído en desgracia el pantalón "Oxford" y los mocasines—, aceptan o rechazan las modas, frecuentan sus propias confiterías, bares y clubes, llegan inclusive a influir decisivamente sobre el consumo de sus padres ("papá, ¡pero mira qué camisa te has puesto!").
Según los entendidos, cada año se invierte más dinero en publicidad para el "Día del Padre" (el domingo pasado) o el "Día de la Madre", y cada vez la publicidad está más dirigida a captar el enorme poder consumidor de estos adolescentes. Antes, era frecuente ver avisos de sastrerías donde aparecían padre e hijo, ambos vestidos por la misma tijera; las ropas para grandes se hacían en medidas menores para jovencitos, y eso era todo. Esa publicidad vendía porque, sencillamente, el hijo quería parecerse lo más posible a su padre; ahora, dicen los sastres que muchos clientes adultos llegan al mostrador... asesorados por sus hijos de 15 ó 16 años. Consecuencia: nunca como ahora hubo en las agencias de publicidad tanta demanda de modelos adolescentes, para ser presentados en avisos destinados a venderles cosas a los adolescentes. "Estos chicos —dijo un publicitario— sólo quieren parecerse a sí mismos."
Un satisfecho padre de familia resumió así la situación: "Me hubiera gustado ser, de joven, como son mis hijos. Se dan el gusto de ser chicos cuando hay que ser chicos; no tendrán necesidad de hacer chiquilinadas cuando sean grandes." 
PRIMERA PLANA
23 de junio de 1968

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Rita Pavone en un show


 

 

 

 

 

 

Rita Pavone bajando del avión

 

 

 

 

 

 

 

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