Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


ROSARIO
LAS REPRESIONES PELIGROSAS
Revista Periscopio
07.07.1970

En la Avenida Wheelwright, las moscas rondan desde mediodía un caballo muerto. El vigilante saca una libreta, chupa el lápiz, se rasca nervioso; guarda la libreta, toma al equino de una pata y lo arrastra hasta Güemes, calle de mayor transparencia gramatical. Recién ahí se atreve con el parte.
Durante la tarde del martes, los rosarinos se empeñaban en desempolvar la anécdota. En aquellos momentos la ciudad vivía un episodio sobrenatural: desde la azotea de la Jefatura, los vigilantes espolvoreaban sobre gendarmes y soldados —que habían llegado para reprimirlos— insultos propios de estudiantes universitarios.
Minutos antes de la medianoche del lunes, rompiendo todo precedente, más de 2.000 oficiales y subordinados tomaron la sólida fortaleza —vieja de 70 años— que cobija a las fuerzas de seguridad. En el corredor principal, 68 ex Jefes se salían de los marcos, temblando de indignación.
En la secretaría privada sonó un teléfono:
—Habla Druetta [Adolfo Tomás, Jefe de Policía de la Provincia]; ¿qué pasa ahí?
—Que se ha tomado la Jefatura.
—¿Por qué hacen esto?
—Porque tenemos hambre.
—Aténganse a las consecuencias.
Ocurrió después de la partida del Jefe, coronel Arturo Remo Feria. Al parecer, el movimiento fue inspiración de los oficiales jóvenes, pero ninguno de los 61 comisarios puso reparos, y sus hombres se sumaron en carros de
asalto a los revoltosos de la Central.
"En la Policía, los charros están de guardia": la versión circuló entre los escasos habitantes que durante la madrugada del martes se atrevían con los 4º de temperatura. Pero no eran delincuentes sino policías, con el rostro cubierto con pañuelos para no ser reconocidos.
La charla "corazón a corazón", propuesta por Feria a los rebeldes, no arrojó resultados; fue despedido, en cambio, por una fuerte silbatina. A las 17, Gendarmería Nacional comenzó a rodear el edificio.
"Esto será memorable", comentaron tres estudiantes de filosofía —reprimidas en mayo 1969— aprestándose a gozar del espectáculo en Plaza San Martín. "Si compráramos coca y sánguches", sugirió una. No alcanzaron a hacerlo: el Ejército las desalojó. "Pobre los policías, con apenas unos revolvitos", fue el comentario de una enfermera, también espectadora en la terraza de un sanatorio cercano.
Estaba mal informada: los ocupantes de la Jefatura, además de 3.000 Colt y Ballester Molina reglamentarias, contaban con 250 FAL, 1.000 pistolas ametralladoras PAM, 100 ametralladoras Halcón, 1.000 fusiles Mauser, 50 carabinas Beretta, 100 tromblones lanza-granadas, 100 pistolas lanza-gases calibre 40 y una cantidad no determinada de ametralladoras Thompson y fusiles ametralladoras Colt Monitor.
Nada, de cualquier modo, frente al refinamiento que presentó el Ejército: aparte de un cañón, sus hombres estaban provistos con armas antitanques capaces de atravesar 300 milímetros de acero o un metro de hormigón. El nuevo Jefe de Policía, teniente coronel Juan Carlos Duret, los conoce bien: dirige su elaboración en la Fábrica Militar Fray Luis Beltrán.
El mayor Ángel José Gómez Pola ya había entregado a los amotinados el ultimátum del Ejército.
Los rosarinos no llegaron a creer en una guerra, pero el apagón de las 17.30, el martes, acongojó al vecindario: además, los sitiadores habían decidido cortarles a los vigilantes el agua, el gas y el teléfono. Pero ellos contaban con grupo electrógeno propio y abundantes vituallas (la Jefatura aloja a 400 detenidos). Nadie sabía aún si cumplirían a ultranza su promesa de resistir.
La noche no estaba para pactos: "Nada de ofertas, estamos en pie de guerra", manifestó Roberto Fonseca al capellán Eugenio Zitelli, cuando éste llegaba al Comando del 29 Ejército con propuestas policiales. Tan nervioso estaba el capellán que no había reparado en dos periodistas (Oscar Pezzelatto, de La Capital, y Justo Palacios, de La Tribuna) que viajaron en su auto y arribaron con él al comando. "¿Ustedes también son curas?", averiguó alguien allí. "Y, más o menos", evadieron. Treinta segundos después eran echados cordialmente.
Guillermo Bolatti, Arzobispo de Rosario, accedió a mediar, después de preguntarse si no había de por medio alguna "doctrina política". Pero no se entreveía mejor conciliación que la promesa de un aumento; esto al parecer, fue concedido por Feria en una nueva entrevista con los sediciosos. El subjefe, Francisco López, distribuyó a la prensa las bases del acuerdo (aumentos, actualización, no aplicación de represalias) ; a las 22.30 del martes era abandonada la Jefatura.
El día siguiente, un comunicado del nuevo Jefe desconocía cualquier convenio, subrayando que la entrega fue incondicional: treinta minutos antes de la desocupación, en Buenos Aires, Rodolfo Baltiérrez, portavoz del Gobierno, declaraba: "... No existió, en momento alguno, intención de pactar con los sediciosos, quienes serán sometidos a la Justicia, para que allí se determine la responsabilidad que les cupo".
Es comprensible el empeño del Gobierno en negar toda transacción. En el último año, con el auge de la violencia, hubo enormes inversiones en equipamiento policial; aumentaron también los gastos de mantenimiento: muchas comisarías de campaña conocen ahora, por primera vez, servicios tan esenciales como el agua, la luz eléctrica y el teléfono. En cambio, los reajustes de sueldos no siguieron la misma progresión: en todo el país, se acordaron con cuentagotas y tardíamente. Son muchas las Policías provinciales que reclaman el equiparamiento con la Policía Federal, a la que consideran privilegiada. Si los agentes rosarinos obtenían una victoria, quién sabe en cuántos puntos de la República los imitarían.

LA RAZON DE MI VIDA
B. M., agente del Batallón de Infantería Motorizado, vive hace diez años en Villa Manuelita, un deplorable suburbio rosarino. Los días en que trabaja (12 horas cada 24 de descanso) debe levantarse con tiempo para acarrear dos baldes de agua de la canilla pública. A esa hora, sus dos indeseables vecinos todavía duermen: de uno, conoce sus procesos por hurto y estupro. Del otro, sólo tiene profundas sospechas.
Casado y con un hijo, cobra alrededor de 23 mil pesos mensuales. El año pasado le tocó intervenir en todo tumulto importante, incluidos los del miércoles 21 de mayo y los de setiembre en Empalme Graneros. No tiene demasiado cariño a su trabajo; pero, actualmente, el de policía es fácil de
conseguir en Rosario. De cualquier modo, persistirá en el oficio: "Pero en la Federal, porque ahí uno gana 40.000 pesos. Lo he visto en un aviso; nos iremos varios".
En cambio, el oficial subayudante M.O. es un policía vocacional, si bien siente miedo —confiesa— cada vez que le toca reprimir. En mayo de 1969, arrojaba gases desde un helicóptero. Gracias al salario familiar, su sueldo se remonta a 32.000 pesos; pero no pasa penurias: otras actividades (honorables) colman sus necesidades. Por eso, tal vez, su visión es casi idílica:
"Ayer, todo el pueblo estaba con nosotros. En setiembre la gente se reconcilió con la Policía; mientras ella actuó, no hubo muertos. Desde entonces he visto cosas increíbles, como estudiantes de medicina ayudando a levantarse a agentes caídos".
Resulta mayúscula su equivocación acerca de la simpatía popular; el movimiento del lunes, a lo sumo, habrá despertado una débil adhesión entre los descontentos, debido a su carácter antigubernamental. Desde el 14 de junio de 1968, cuando el Juez Armando O. Frávega resultara apaleado por agentes, la Policía no ha hecho más que aumentar su desprestigio.
La huelga del lunes no fue la primera, ni la única: en su edición del jueves, La Razón registraba por lo menos seis a partir de 1958; su gravedad, sólo cede ante los hechos del 1º de julio de 1961, cuando buen número de uniformados —acompañaban el cortejo fúnebre de tres compañeros ultimados por malhechores— tirotearon a discreción el Congreso Nacional.
Aunque se comprende su indigente condición, la sublevación de Rosario tiene que haber mutilado la confianza de los ciudadanos en su Policía. Los muchachos de La Calera son "delincuentes comunes", según les llama el general Cáceres Monié (ver pág. 14). ¿Qué calificación merecen los vigilantes rosarinos, alzados contra la ley que deben guardar y hacer cumplir?
El jueves comenzaron los pagos de junio y medio aguinaldo; los aumentos anunciados por el Poder Ejecutivo Provincial, quedarían para fin de mes. El malestar que el día anterior invadió a los oficiales —ante la negativa gubernamental acerca de la existencia de pactos—, preocupa a ciertos funcionarios : malquistarse con la Policía es algo que ningún Gobierno puede soñar.
EDUARDO BELGRANO RAWSON

 

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