Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

SERGIO DENIS
Iracundo y estanciero
Revista Siete Días Ilustrados
27.08.1973

"No soy una cosa intocable. No quiero permanecer ajeno a las necesidades de la gente. No quiero ser usado". Estas y otras urticantes afirmaciones fueron el eje de la charla en la cual el popular cantante denunció las limitaciones de su carrera artística. Una primicia: próximamente se dedicará a la ganadería
Su fama aún continúa siendo objeto de las más acaloradas pasiones juveniles: mientras sus incondicionales admiradoras (y admiradores) lo consideran como el más dotado de los cantantes de moda, otros —quizás menos fanatizados —aseguran que toda su celebridad proviene de una bien orquestada campaña publicitaria. Es que Héctor Hoffman (24, soltero, más conocido por su nom de guerre, Sergio Denis) siempre cosechó aplausos de una nutrida masa de seguidores que Jo aclaman como a un temperamental exponente de la nueva canción melódica.
Ajeno a las ebulliciones de sus fans, ausente en los corrillos donde se lo critica, SD comprendió, sin embargo, que todo debe cambiar y no precisamente para que todo siga igual: "No hay que subestimar al público —polemiza—; la gente ya está cansada del cantante con moñitos y jaquet, del que no dice nada en sus canciones, del que no habla de política, de la sociedad, de los problemas del hombre; harta, en fin, de los cantantes que escapan a la realidad." Rebelándose contra eso, aunque reconociendo que durante mucho tiempo "estuvo confundido", Denis emprenderá ahora una etapa que él mismo define como de búsqueda de nuevas fuentes testimoniales. De esa era que comienza, de su naciente hostilidad hacia los mecanismos que rigen la popularidad del artista, de la posibilidad de liberarse de las presiones de las compañías que regentean el negocio del espectáculo, versó el diálogo que Denis mantuvo la semana pasada con un redactor de Siete Días.

EL ALMA QUE CANTA
Su álbum de recortes se parece bastante a los tres tomos de la guía telefónica: abrumado por reporteros de revistas frívolas, la mayoría de las notas que le publicaron sólo divulgaron los aspectos., intrascendentes de su vida. Sobre ese tema, y precisamente hojeando aquel recopilarlo publicitario, nació la primer pregunta:
—Después de todos los reportajes que te hicieron a lo largo de tu carrera, ¿tenés realmente cosas importantes que decirle al público?
—Mirá ... hablar de cosas nuevas sería decir que estoy viviendo un cambio. Pienso que ahora estoy pasando por un proceso de madurez, como el que seguramente le toca vivir a la mayoría. Y eso me lleva a preocuparme por el contenido de lo que estoy haciendo.
—¿Y dónde estaría lo distinto?
—En lograr con mi trabajo cierta paz como ser humano y volcar lo que hasta ahora no brindé al público. Se trata de sentirme mejor conmigo mismo, como persona.
—¿A qué te referís, exactamente?
—Al hecho de que por ser cantante he debido ajustarme a un montón de cosas preestablecidas. Y rebelarse contra todo eso me hace sentir en paz conmigo mismo y, también, más sincero con el público.
—¿Podés denunciar cuáles son esas cosas preestablecidas?
—Sí. Todo eso tiene que ver con la forma en que hacen trabajar a los cantantes en nuestro país; una rutina que anula al artista como individuo: no se pueden dar cosas, no se puede crear. Los cantantes estamos metidos dentro de una vorágine que nos obliga a entregar canciones de la misma manera en que salen las salchichas de un frigorífico. Cuando hay que cumplir, en una noche, cinco representaciones en otros tantos locales, no se le brinda al público el espectáculo que se merece.
—¿Y eso cómo se evita?
—Uno de los primeros pasos a dar: no sentirse un estafador, lograr mejores condiciones de trabajo, salas apropiadas, equipos de amplificación de buena calidad. Y sobre todo la posibilidad de que uno pueda difundir todas las canciones del repertorio, no solamente dos o tres éxitos.
—¿Pero tenés un repertorio qué no podés usar?
—Sí. Pero el problema es que yo también estaba metido dentro de eso que critico. Pero he comprobado que cuando las condiciones se dan, el público sabe escuchar, comprender verdaderamente quién soy a través de una canción.
—¿Y podrías decirlo ahora, sin cantarlo?
—Para ser breve te voy a decir que soy un tipo que un día se vino desde Coronel Suárez (provincia de Buenos Aires), con la intención de ser famoso, ganar mucho dinero y salir en las tapas de las revistas. Pero toqué fondo y decidí ponerme en contacto con la realidad

EL PRECIO DE LA FAMA
Los comienzos de Sergio Denis, como el de todo cantante popular, debieron subordinarse a los avatares del éxito discográfico: "Pegarla con un disquito, mandárselo a los padres para que vean que tienen un hijo famoso, y cosas por el estilo." Después, claro, preocuparse por la "imagen", los primeros fans, la promoción. "Pero de pronto —reconoce—, llegás una noche a tu casa y mirás para atrás, comprendiendo que dejaste de ser lo que eras. Y no te queda más remedio que pensar, plantear cosas, enfrentarse con el cambio."
—A eso iba: ¿Cómo nace esa necesidad?
—No te olvidés que después de cuatro años, porque yo comencé a cantar a los 20, uno se da cuenta de todo, conoce la maquinaria ... —¿Qué maquinaria? —La misma que envuelve a todas las cosas de la Argentina: la música, el cine, el arte... Por eso el país no anda bien, aunque no me faltan esperanzas de que andará mejor, a pesar de las cosas malas que se hacen.
—Pero no explicaste cómo funciona esa maquinaria en la canción popular.
—Todo está condicionado por la venta, la difusión radial, los intermediarios. Todo está condicionado por el comercio discográfico. Mejor dicho, todos aquellos manejos que llevan a que el cantante popular sea un instrumento, un autómata.
—¿Cuáles eran las cosas que estabas haciendo, y que ahora sentís como falcas?
—Que sólo se me conozca por uno o dos éxitos ...
—Eso ya lo dijiste.
—Ocurre que al principio no entendés todo lo que pasa. Uno cree que el cantante es un ídolo, una cosa intocable, ajeno a los problemas del mundo, que no puede comprometerse con nada. Esa es la primera lección que se aprende en el ambiente artístico. Y el libreto viene de los encargados del negocio. No de los cantantes o del público. Porque la gente pretende que el artista sea un ser humano, sincero y total. Pero los comerciantes se interesan únicamente por la imagen ... y los mangos.
—¿Y en teoría según la cual esa actitud sobre los ídolos nace del público?
—Si al público le das todos los días dulce de leche, pero un día le das sopa, puede ser que rechace la sopa.
—¿Entonces creés que la calidad no está reñida con la fama?
—¡Por supuesto! Ahora más que nunca estoy convenciéndome de eso. Es que así anda la venta de discos. No hay que subestimar al público; él exige calidad, aunque la costumbre es negársela: las cosas buenas quedan escondidas por ahí. Pero de pronto aparecen tipos que dicen cosas testimoniales como Gilbert Becaud, Joan Manuel Serrat, Serrat, Theodorakis ... y se comprometen.

LA CALLE, EL MUNDO, LAS COSAS
Denis no teme que lo acusen de francotirador; tampoco, a que lo que él mismo bautizó como "nueva actitud" pueda provocar escozores entre aquellos con los cuales tiene que seguir alternando: representantes, promotores, compañías grabadoras. Tampoco se cree iniciador de ningún movimiento de protesta: "Simplemente me pienso jugar siguiendo un ejemplo que para mí es razonable —explica—; trato de seguir a quienes han querido renovar las cosas."
—¿Ahora?
—Sí. Porque cuando empecé, yo no sabía nada de nada. Pero después de mucho tiempo me rodeé de gente, de amigos, que me obligaron a poner los pies sobre la tierra. Me abrieron los ojos y me hicieron entender que no era necesario salir maquillado al escenario. Ahora, por ejemplo, salgo a la calle, camino y me doy el gusto de ver a la gente de cerca.
—¿Y antes te lo impedían? —No es que me hayan manejado para que no lo hiciera: simplemente creía que un cantante no lo tenía que hacer, que su trabajo era el que lo obligaba a permanecer en la jaula de cristal. Viajar en colectivo ... ¡qué gusto! Yo antes creía que hacerlo era un pecado.
—¿Te pasó algo especial viajando en colectivo?
—Sí. Te cuento algo, pero no lo publiques, porque no quiero hablar mal de nadie. Hace un tiempo, cuando mis padres cumplieron las bodas de plata, sentí necesidad de estar junto a ellos. Entonces dije que iba a viajar en micro. ¡Para qué! Todos los que me rodeaban en ese momento, aquellos a los cuales sentía mis amigos (pero en realidad no lo eran), me prohibieron, por así decirlo, subirme a un colectivo. Decían que un cantante que tenía fama no podía cometer esa torpeza. "¿Qué va a pensar la gente?", argumentaban. Y ellos mismos trataban de contestarlo: "Seguramente, Sergio Denis se está viniendo abajo", mentían.
—¿Existió algún detonante para que ahora aceptes decir estas cosas?
—Sí. Te dije que era ese proceso de tocar fondo. Pero cuando te volvés consciente, tratar de cambiar es doloroso. Hace falta estar preparado. Uno se da cuenta de que es necesario enfrentar mayores responsabilidades. Un día, hace muy poco, me pregunté si seguiría o no cantando, a pesar de que me iba muy bien. Me dieron ganas de incorporar más cosas a mi repertorio, ¿sabés? Lo veía cada vez más pobre, más paralizado, poco creativo.
—Sin embargo, tu repertorio siempre fue una mezcla de...
—... de eso te quería hablar. Yo salía con un tema de Becaud, Cuando salga el sol, después de una canción de Francis Smith. Pero ahora decidí rebelarme contra los temas de Smith. No es que me tire contra Francis, porque él está en su cosa. Pero ahora siento la necesidad de escribir mis propias cosas: Por la simpleza de mi gente, Un día crecerá, Si me hablan del trigo..., y otras que no se conocen. Por ejemplo, 14 de abril de 1973.
—¿Y esa fecha?
—Es una fecha cualquiera, simbólica.
—¿Simbólica?
—Sí. Como la del día en que compuse Si elegí cantar (un tema que tampoco se conoce) y donde reflejo mis cuestionamientos.
—Alguien podría acusarte de que vos te lanzás a esta nueva modalidad en forma oportunista, luego de haber ganado fama y fortuna.
—No. Eso no, ni loco. Esto es de verdad. Además, yo no gané como para pasarme el resto de mi vida despreciando al dinero.
—¿Qué hiciste con todo lo que ganaste?
—El efectivo que tengo no me alcanza ni para un año. El resto lo invertí en tierras y ovejas. Tradición familiar, ¿sabés?
—¿Qué cosas descubriste a partir de ese proceso de cambio?
—Sentí emociones que no se pueden explicar. Ya no importa vender un disco o un millón. Se descubre que lo importante está en la gente. Gente que piensa y siente como propia la época que le toca vivir.
—¿La situación política del país influyó en esas modificaciones?
—¡Claro que sí! Cuando empecé a escribir temas de corte social fue por reflejo de la calle, de ver con los ojos bien abiertos lo que estaba pasando entre la gente. Eso me hizo sentir obligado con todos ellos. Durante mucho tiempo la gente me dio afecto, ayuda. A partir de eso surge la necesidad de entregar lo que uno siente adentro. Y eso trato de volcarlo en mis canciones. Por eso pienso que las grabadoras son parte del negocio de la canción, que fomentan aquellas cosas que se venden en un día, para que al siguiente se pueda vender otro producto, también sacándole el máximo de provecho. Y ni qué pensar que todo ese dinero que la gente gasta se va. fuera del país.
—Es muy probable que no te coloquen más en las tapas de las revistas frívolas. ¿No las vas a extrañar?
—¡No! Ni falta que me hace. ¡Por favor!
—Una última pregunta: ¿por qué en el reportaje nunca mencionaste la palabra "pueblo"?
—¿Pueblo? Es la falta de costumbre, ¿sabés?
Jorge Goldszer

 

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