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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Los idiomas de Sirya Poletti

Revista Mercado
4 de enero de 1979

un aporte de Riqui de Ituzaingó


 

 

 

 

Sirya Poletti es italiana y escribe en argentino, es dueña de un personal estilo donde se enlazan secretamente las raíces de su lengua primitiva y las reverberaciones de este otro idioma que ha abrazado desde hace ya treinta años. Aunque su primera obra, "Gente conmigo", distinguida en un certamen auspiciado por la editorial Losada, pareciera —con su éxito y permanencia— encasillarla en un solo libro, Poletti se ha ido encargando de esclarecer y expandir el importante territorio de su creación literaria. "Línea de fuego", "Extraño oficio", "Historias en rojo", y una original producción de obras para chicos, lograron paulatinamente situarla dentro del no demasiado extenso itinerario de mujeres que escriben y que trascienden. Traductora, periodista, maestra, "orienta a los que se inician en la literatura a través de un ya clásico y reconocido taller de escritores". Esta italiana-argentina, sin proponérselo, ha sabido reunir en su visión onírica de la realidad dos vertientes que confluyen: una, la desgarrada etapa de su herencia europea; otra, el enriquecimiento que siempre produce el desarraigo en quienes, más que vivir de la melancolía, aceptan el reto de renacer.
Una charla con ella reconoce algunas características: firmes convicciones, lenguaje preciso y didáctico, capacidad de síntesis para envolver en palabras un pensamiento habituado a la elaboración y el análisis. Permanente viajera, amiga de grandes artistas —Cogorno, Soldi, Sábato, María Granata—, no mezquina el elogio de las mujeres a quienes admira y de las que Simone de Beauvoir es quizá su arquetipo. El comienzo del año la encuentra trabajando en un nuevo libro, "El Misterio de las valijas verdes", cuyos originales todavía inconclusos se amontonan ordenadamente sobre su escritorio en su casa de la calle Rincón.
MERCADO —Una curiosidad Sirya: ¿"El Misterio..." es acaso un libro policial?
S. POLETTI —Es una obra para adolescentes, de trama policial, impregnada de un tono humorístico y escrita, en lo formal, como si fuera una serie de televisión. Creo que, desde este punto de vista, es un libro original. Usted sabe que yo no hago diferencias en cuanto a literatura infantil o para adultos, no hago diferencias de calidad o de importancia porque encaro a ambos géneros con la misma dedicación y hondura. Pienso que existe una cierta ligereza o desconocimiento cuando se afirma que la literatura infantil tiene que ser didáctica o entretenida como si en esos objetivos se agotase su influencia. Didácticos son los libros de lectura escolar, y entretenidos son los cuentos, pero lo que yo llamo literatura infantil se propone situar al chico ante la realidad. Y esa realidad, reflejada con profundidad o poéticamente en una obra, puede ayudar a que tome conciencia. Es un gravísimo error pretender que la literatura infantil tiene que ser "linda" o proponer mundos felices con exclusión de cualquier otra posibilidad. La literatura infantil y cualquier otra, tiene que ser literatura. Finalmente, cuando antiguamente los chicos se entregaban a los libros de hadas y de brujas sólo estaban participando de un mundo que, en ese momento, era real.
MERCADO —¿Usted cree que la literatura tiene que servir para algo? ¿Qué tiene que tener algún fin, ciertos objetivos?
S. POLETTI —Toda gran obra de arte sirve para reinstaurar valores o transformar ciertos aspectos de la condición humana. No es un solo libro o un solo cuadro lo que produce esa transformación secreta y silenciosa sino que esos nuevos valores han sido fijados por todas las grandes obras de la humanidad. Creo que en este sentido lo que no sirve a estos fines no es arte.
Pero esto no quiere decir que un escritor sea el indicado para solucionar los problemas inmediatos de la sociedad como, aquí en nuestro país, se llegó a confundir.
MERCADO —Usted seguramente está refiriéndose a un momento muy próximo de nuestra historia literaria —diez años atrás— cuando el escritor era continuamente convocado o acosado a verter opiniones acerca de situaciones sociales o políticas. Esa época, la década del sesenta, fue sin embargo muy importante para el auge de nuestra literatura.
S. POLETTI —Fue una verdadera eclosión de escritores pero a la par de esa circunstancia, hubo una gran confusión respecto de lo que era una obra de valor estético, con otra de exclusiva significación psicológica. La toma de conciencia del escritor argentino coincidió con su preocupación por la problemática social que lo circundaba. Pero sucede que no siempre esa visión se circunscribió al campo de la literatura, sino que se contaminó de fuertes influencias ideológicas muy vinculadas con la situación inmediata. De manera que fue un momento de aproximación entre el escritor y el lector —especialmente joven— que depositaron su fe en él, como si el escritor fuera un iluminado que fuera a resolver los grandes conflictos sociales y políticos de la humanidad. Esa aproximación, entonces, hecha sobre esos fundamentos no literarios, creo que fue un error. Porque eso significa exigir del que escribe un papel protagónico diferente al que en realidad está destinado. El escritor puede reflejar el corazón humano pero no puede solucionar sus crisis. Todo esto pareció colocar en un primerísimo plano a nuestra literatura pero luego que pasó esta etapa se comprendió el malentendido. Finalmente, el lector argentino había sido, cómplice del escritor pero no a través de su arte sino a través de las ideas que profesaba. Frustradas las expectativas de los lectores al no concretarse soluciones inmediatas en el campo socio-político, los libros dejaron de venderse. La literatura volvió a su cauce normal.
MERCADO —No sé si nos puede dar un indicio, ¿pero este declive dentro del desarrollo literario no obedece a otras causas; la económica, por ejemplo?
S. POLETTI —Sí, claro. La abrumadora importación de best-sellers extranjeros por parte de las grandes editoriales produjo una saturación y quién sabe, una deformación del hábito de lectura. Además ese tipo de comercio masivo ha acostumbrado a las editoriales a ganar muchísimo dinero en muy poco tiempo y con menos riesgos. Contra esos libros, amparados y lanzados desde grandes países con imponentes aparatos publicitarios y promocionales, es muy poco lo que puede hacer un autor argentino. Como resultado, sólo pueden defenderse (soy uno de los pocos casos) los poquísimos autores que logran superar la cifra de 30.000 ejemplares. Desde ya que esta venta no significa una valoración literaria. La otra cara de la moneda, es que por este motivo hemos perdido a muchos escritores. Son pocos los que encuentran impulso a seguir escribiendo sabiendo que no serán publicados ni leídos.
MERCADO —En su caso, Sirya, para lograr trascendencia debe haber habido obstáculos como los del idioma, o su condición de mujer...
S. POLETTI —Tuve tres, y más importante que esos dos fue el hecho de ser pobre. Más que las iniciales dificultades idiomáticas, más que mi situación desfavorable en una sociedad donde la mujer para ser valorada tiene que tener talento y después demostrar que tiene talento a pesar de ser mujer. Ser pobre recluye a una en un puro ámbito individual, sin posibilidades de amigos influyentes, de relaciones interesantes.
MERCADO —Ahora, desde hace tiempo, usted parece haber logrado ampliar ese ámbito individual. El taller literario que funciona en su casa (Rincón 731, por si alguien siente interés) está considerado respetuosamente, por los mismos intelectuales que, en principio, dudaban de que se pudiera "aprender a escribir".
S. POLETTI —No, no se puede aprender a escribir si no se trae consigo esa carga vital, ese necesario cargamento... pero la atmósfera del taller, gente que se comunica a través de las mismas inquietudes artísticas, la apertura hacia nuevas lecturas, un nuevo enfoque crítico entre otros que escriben, producen en el que se inicia un estímulo mayor que el que suele negarse en la soledad o en otro medio ajeno a estas inquietudes.
De todas maneras no todos quienes vienen al taller serán después escritores. Algunos —los más— una vez agotada la carga emotiva que los impulsa a venir se encauzan hacia otras disciplinas o simplemente, se convierten en fervorosos cultores del arte. Claro, que la experiencia de la vida en el taller los ha dotado de otras facetas culturales, de otros argumentos para desentrañar el significado de una obra o para sentirla. Pero aun así, cada tanto de esta casa surge alguien que deja una obra, o que promete hacerla. Recuerdo algunos nombres que merecen ser atendidos: Nora Andrade, Martha Braier, Eleonor Alonso, Angelita Vaquero, Edurne Urrutia, Lilia Guerrini...
En cuanto a mí, el taller me enriquece porque en esa diversidad de seres que lo van poblando, de toda edad y formación cultural, componen un universo muy vasto de inquietudes, me van trayendo a mi casa el mundo que está allí, en la calle.
MERCADO —¿De esa experiencia con jóvenes escritores argentinos y de su reciente viaje a Estados Unidos, pudo obtener algunas referencias comparativas?
S. POLETTI —Es cierto: el viaje me ha producido esas referencias y me ha modificado bastante. El contacto real con aquella sociedad altamente tecnificada y tan profundamente deshumanizada, la proximidad con estudiantes hispanoamericanos, me dieron un nuevo enfoque. Comprendí, por ejemplo, sobre la experiencia misma, que aquellos estudiantes eran menos abiertos, menos curiosos, menos inquietos por la cultura que los nuestros. Comprendí también algo acerca de la literatura: que la que se produce en otras partes de Hispanoamérica, tan teñida de exotismo, se encuentra en franco declive y muestra su precariedad ante las nuevas estocadas del progreso. Esas situaciones — dictadores eternos, etcétera— tan en boga hace diez años atrás, están destinadas a desaparecer. Los problemas de los países y las sociedades son otros, el tema aparece como agotado. Esa literatura pintoresquista, costumbrista, se muere en cuanto desaparece la forma de vida que la originó. En cambio, en el caso de la literatura argentina —que no es como se dice por ahí, europea— percibo su permanencia porque se sustenta sobre bases también permanentes. De todos modos, de mi paso por Estados Unidos extraje otras conclusiones: pienso que la humanidad, a medida que el progreso técnico científico se va acelerando (en Estados Unidos ésto se produce vertiginosamente) corre el peligro de distanciarse de otros valores espirituales. Cuando regresé a Buenos Aires, permanecí unos meses sin escribir nada, llena de desaliento. Me preguntaba: ¿para qué escribir si nadie va a leer dentro de unos años? Sin embargo, el ser humano está siempre lleno de esperanza y entonces pensé en los más jóvenes, pensé que tenía que seguir escribiendo, quizá para ellos o por ellos. Y aquí estoy, escribiendo, orientando, viviendo...