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Era el 10 de julio de 1866. Faltaban 24 horas para que el ejército argentino y el paraguayo se desangrasen en Yataytí-Corá, después de haberlo hecho, unos días antes, en Tuyutí. En un Caserón de la calle Bolívar, en Buenos Aires, un revuelo de levitas y patillas se alborotaba alrededor de una mesa, cuya cabecera ocupaba el anfitrión, José Martínez de Hoz. Contando al dueño de casa, eran 13 hombres; pero ningún temor supersticioso, ni las dificultades de la guerra con el Paraguay, los arredraron para constituir, en ese punto y hora, la Sociedad Rural Argentina, un proyecto que hostigaba al ingeniero Eduardo Olivera desde que visitó una exposición internacional de ganadería en Birmingham, durante un viaje a Inglaterra. En realidad, cuatro décadas atrás Bernardino Rivadavia había patrocinado una asociación de propietarios rurales, con idéntico nombre, pero que era de carácter comercial y por acciones, y que apenas subsistió hasta 1829. Entretanto, en 1858, Gervasio Antonio de Posadas organizó una muestra agropecuaria en San Benito de Palermo; pero nada deslumbró tanto a Olivera como la feria de Birmingham.
La Argentina vivía tiempos complicados y por eso, en una mañana porteña de 1870, las levitas volvieron a alborotarse (esta vez acompañadas por ceremoniosas galeras de copa). Eran prácticamente los mismos hombres de aquel 10 de julio; los mismos que, el 16 de agosto de 1866, realizaron la primera asamblea de la Rural y eligieron una comisión directiva presidida por José Martínez de Hoz. Pero ahora sus voces no resonaban en el portón de la calle Bolívar únicamente porque hubiera cambio de mano en la Sociedad (Olivera se convertía en su segundo presidente), sino porque el gobierno nacional les pedía, angustiosamente, que colaborasen a fin de formar una tropa de caballería capaz de contener a los indios, desatados en el Sur de la provincia de Buenos Aires. Los señorones enviaron mensajeros urgentes a sus estancias y, a poco, 1.500 caballos reclutados por la Rural ingresaron eh las cuadras del Ejército.
Este hecho es simbólico de una tradición que durante algo más de tres décadas iba a adquirir carácter semi-oficial, hasta que el Presidente Roca creó, en 1803, el Ministerio de Agricultura (confiándolo a un hombre de la Rural, el doctor Emilio Frers), la Sociedad actuó como asesora del gobierno en cuestiones del agro. También los problemas de la conservación de las carnes, el cultivo del lino y hasta la fabricación de papel, la conmueven, mientras va gestando la magna exposición rural de 1875, inaugurada el 11 de abril en un terreno baldío, propiedad de Leonardo Pereyra, en la esquina de Florida y Paraguay, donde hoy se alza un edificio-torre de cristal.
Las 18 mil personas congregadas por la muestra, la cesión oficial de un sector del Parque 3 de Febrero para las venideras, la euforia de los 85 expositores, se diluyen, no obstante, con la exposición del año siguiente ("pobremente instalada y pobremente concurrida", según un ácido cronista de la época). Fue quizá por eso que, al planearse la exposición de 1878, uno de los miembros de la Sociedad, Jaime Lacroze, protestó que el terreno de Palermo no servía "para los fines a que se piensa dedicarlo, por la gran distancia a que se encuentra del centro de la ciudad y porque estando el lugar cubierto de bañados, la inconsistencia del suelo imposibilitará la construcción de cualquier edificio."
Pero es la industria del frío la que preocupa esencialmente a la Rural por aquellos mismos días de 1877. Los viejos saladeros criollos, sede de una primitiva —y relativamente próspera— industrialización de la carne, declinaban día a día. Los nombres de la sociedad, avezados ganaderos, intuían que el descubrimiento hecho el año anterior por el químico francés Charles Tellier (la preservación de carne a cero grado) alumbraba con nuevos fulgores las posibilidades de la ganadería argentina. De ahí su prédica empeñosa (cuando ya la técnica de Tellier había sido superada, llegando a los 30 bajo cero, por otro francés, Carrié Jullian) en favor de la River Plate Fresth Meat, una empresa anglo-argentina que, con 200 mil libras de capital, se propone dedicarse a exportar carne congelada de Buenos Aires a Europa, para lo cual solicita —en 1882— que el gobierno renueve la ley de 1877, que liberaba de impuestos a esas exportaciones. El Congreso no parecía decidido a acceder, y la Rural, presidida entonces por Leonardo Pereyra, presentó un memorial en el que demostraba la necesidad, no de otorgar un privilegio a la River Plate, sino de proteger a una industria naciente que reemplazaba a la del saladero. A comienzos de 1884, el primer frigorífico argentino entró en funcionamiento y zarparon rumbo a Inglaterra dos barcos que conducían 20 mil carneros helados. Porque aún no se exportaba la carne vacuna, y la propia Rural promovió la creación de una sociedad anónima que se ocupara de ella (pese al fracaso de su primer intento, La Congeladora Argentina); hasta culminar, en 1889, con la exportación de ganado en pie a Francia.
Poco antes, en 1885, la Rural "se puso de moda", como lo proclama su historiador más asiduo, Emilio Frers. La razón fue el triunfo clamoroso de la Exposición Internacional de ese año que consagra a la entidad frente a la opinión pública y le abre un insólito costado de prestigio, al margen del agro: "más de una vez —asegura Frers—, los hombres políticos del país fueron a buscar popularidad o cuando menos notoriedad en sus filas". Sin embargo, ese prestigio no depende de camarillas ni "comités" que actúen sigilosamente dentro de la entidad, sino del peso natural de su acción y del brillo y la capacidad de los hombres que la forman. De ahí que, en el más oscuro período de su historia, la Sociedad fuese víctima favorita de las arbitrariedades peronistas. En agosto de 1945, su sede de la calle Florida fue allanada; en setiembre, su presidente, el ingeniero José María Bustillo, y uno de sus directores, el doctor Adolfo Bioy, pasaron unos días en la cárcel de Villa Devoto. En 1947, el local de Palermo fue cedido por el Gobierno al Ejército, hecho oficializado en 1948; en 1951, las instalaciones de Palermo se transfirieron a la Fundación Eva Perón y no volvieron a la Rural hasta 1956.
Pero no fue ése el único cimbronazo que la institución soportó a pie firme y sin abdicar de sus principios, ni la primera vez que el Ejército ocupó sus predios. En 1890, en plena crisis económica, la Exposición Rural fue un éxito e incorporó dos elementos que se harían tradicionales: la exhibición de maquinarias y productos agrícolas (puesto que la entidad, contrariamente a lo que podría imaginarse, abarca todas las explotaciones que tienen al campo por escenario) y los concursos hípicos. Dos meses después de la muestra de Palermo, estallaba la Revolución del 90 y las fuerzas nacionales se instalaban en el local de la Sociedad (al que se había incorporado el vasto pabellón que da sobre la Avenida Santa Fe), para quedarse allí varios años.
Las consecuencias de la Revolución, al agudizar la crisis que venía arrastrándose de tiempo atrás, colocaron a la Rural al borde de la bancarrota. Hubo una dramática comunicación al Presidente de la República, Carlos Pellegrini, suscripta en 1892 por la comisión directiva (presidida entonces por Manuel José de Guerrico), donde se detalló él deterioro de las arcas de la entidad por múltiples factores, entre ellos, los gastos causados por la muestra del 90 —de los que fue en gran parte responsable el Gobierno, dándole carácter oficial a la Exposición e invitando a ella a muchas naciones— y, a raíz de la Revolución, una merma de dos tercios en los ingresos calculados. Pero, en un gesto insólito, la Rural no pidió a las autoridades que solventaran sus deudas mediante un préstamo o subsidio, sino que les ofreció en venta el pabellón sobre Santa Fe. Nada se logró y, en 1893, la Sociedad enfrentó, con total carencia de fondos, una deuda de 400 mil pesos, más 250 mil pesos oro (garantizados estos últimos por la seda social, que estaba entonces en la calle Cangallo).
Lo mismo que en las horas iniciales, la decisión enérgica es lo que salva a la entidad. Los directores actúan como simples empleados administrativos, en reemplazo de los que hubo que despedir; se logran prórrogas de los acreedores; y se lanza una campaña publicitaria —asombrosa para la época— que muestra la obra realizada y la que se proyecta, a fin de conseguir nuevos socios en lugar de los que habían desertado. Por momentos, sólo tres socios respaldaban al presidente, Emilio Frers, y lo secundaban hasta en las tareas más mínimas: Heriberto Gibson, Celedonio Pereda y Enrique Lynch Arribálzaga. La recuperación es lenta, pero en 1900 se asiste a la más resplandeciente de las muestras de Palermo anteriores al Centenario, con la presencia del Presidente del Brasil, Campos Salles, y su canciller, Quintino Bocayuva.
En 1916, las bodas de oro instalaron a la Sociedad en otro edificio —Maipú 470 al 480— al costo de 250 mil pesos, y consagraron la vigencia definitiva del Registro Genealógico de animales de raza, creado el 4 de octubre de 1893 y compuesto de seis secciones, para otras tantas especies. Levitas y patillas se deslizaron hacia la leyenda, los coches de caballos fueron reemplazados por los automóviles, pero los hombres de la Rural parecían siempre los mismos, en el fervor y el impulso, aunque fueran renovándose con las generaciones. También iba cambiando la sede social: en 1923, la casa de la familia Peña, en Florida 450, pasó a la entidad, por 1.250.000 pesos (más 100.000 pesos de refacciones). Hoy es todavía el hogar de los 9 mil socios y de la Fundación Social Rural Argentina, creada en 1964 para encauzar a la juventud hacia el agro,
A su frente actúa, desde hace seis años, Faustino Fano, un hacendado y comerciante de 51 años, dedicado —con el éxito que señala su rosario de premios en las muestras de Palermo— a la cría de Aberdeen Angus y Holando Argentina. Fano deseaba alejarse esta vez de su cargo, aprovechando la renovación de los mandatos, el 30 de agosto próximo, pero no le resultará tan fácil: ningún otro candidato en la entidad suscita parecida conformidad. Es posible que tenga que aceptar su cuarto período consecutivo y que él mismo influya en la designación del futuro vicepresidente y sucesor si, como se cree, insiste, dentro de un tiempo, en retirarse. Por ahora consuma su sacrificio personal porque admite que, frente al cambio de autoridades nacionales, "no conviene cambiar de caballo en medio del río".
28 de julio de 1966
revista Primera Plana