Como en los folios de alguna vieja abadía, La Nación de Buenos Aires
asentó en su edición del 3 de noviembre de 1958 el bautismo de la
recién nacida. "En el Concierto número 1 de Beethoven —rezaban los
textos de la liturgia— se ha podido apreciar en calidad de solista a
una joven instrumentista cuyas dotes, manifiestas en modo
inequívoco, nos permiten incluirla entre los más serios valores
pianísticos de su generación." El documento registraba la primera
actuación pública de Sylvia Kersenbaum, una egresada del
Conservatorio Nacional y de los claustros del más afortunado hacedor
de pianistas que tuvo la Argentina: Vicente Scaramuzza. Era la
aparición de una adolescente alta, delgada, de gesto reconcentrado,
que volcaba sobre el teclado una elaboración técnica y temperamental
que difícilmente podía sospecharse en su magra figura.
A 12 años de distancia el retoño floreció. Cuando dejó el país en
1966, becada por el Gobierno italiano, alentaba el propósito de
seguir estudiando, "pero por encima de todo, vivir Europa, que es la
mejor enseñanza que puede recibir un artista, sobre todo cuando es
joven" —subrayó Sylvia cuatro años después, ya de vuelta, para
debutar en el Colón y rendir el segundo examen de su carrera: una
prueba de fuego que superó anoche con la Filarmónica y Pedro Ignacio
Calderón.
En casi un lustro de vivencias europeas, Sylvia Kersenbaum transitó
por las aulas veteranas de la Academia Santa Cecilia de Roma, donde
trabajó bajo el ala del vecchio Carlo Zecchi. También asistió a los
cursos de la Academia Chigiana de Siena. En Ginebra trabajó más
tarde con Nikita Magaloff, un maestro que ya probó la fibra de los
pianistas argentinos cuando, entre otros casos, condujo a Martha
Argerich antes de su consagratorio Premio Internacional. Pero las
vivencias de Sylvia no se limitaron a las gimnasias académicas.
Aceptó el reto de su juventud y se comprometió con su vocación de
pianista. Tocó en Berlín y en Viena, en Madrid, en casi toda Italia,
fue invitada a las Semanas Haydn, que tuvieron como marco
espectacular la sala de espejos del Palacio Esterhazy en Eisenstadt,
cerca de la frontera con Hungría, de donde es oriunda su familia
paterna.
Su primera experiencia internacional es un anticipo de su futuro. En
noviembre próximo volverá a repetirla: ha firmado contrato para
tocar en Roma, Viena y más de 20 ciudades españolas. En Alemania la
esperan para el 72. Toda una bola de nieve que se agranda y avala el
prestigio que están cobrando los pianistas argentinos. Una realidad
que consignó el diario Unterhaltungs Blatter de Zurich: "Es notable
el número de jóvenes y calificados artistas argentinos que en los
últimos años conquistaron al público europeo. Después de Argerich,
Gelber, Barenboin, hay que agregar el nombre de Sylvia Kersenbaum,
que en su debut en Zurich obtuvo un resonante éxito".
Primero, el bautismo. Ahora es la confirmación. Una línea trazada
que está en marcha y espera. "Hay muchos pianistas —memoró la semana
pasada—, pero faltan personalidades." Un teorema que roza el enigma
y que sólo el tiempo, por auspicioso que sea, podrá dilucidar como
lo viene haciendo hasta ahora.