Azucena Maizani
Carlos Gardel

Azucena la Grande
"Yo soy el tango, señores", dice Azucena Maizani, con fondo de guitarras, en el comienzo del histórico longplay que acaba de consagrarle el sello Show Records. Y es cierto: ella es el Tango, con mayúscula, la musa final del lamento porteño, la voz que resume, como ninguna, esa cosa entre arrastrada e inocente de un suburbio que ya no existe. Esta admirable antología —recopilada por el erudito Oscar del Priore (h) — era absolutamente necesaria, como homenaje a la mujer que, entre muchas otras cancionistas, mantuvo la constancia de una pasión y un estilo interpretativo que, si pueden ser comparados con los de alguien, es sólo con la inmensa Rosita Quiroga.
La Ñata Gaucha (un apodo que cariñosamente le otorgó la Lamarque en 1935 y que desde entonces se convirtió en la marca de fábrica de Azucena) nació en el Hospital Rivadavia, de Buenos Aires, el 17 de noviembre de 1902, hija de Luis José Maizani y Margarita Capizzano. Fue en 1921, cuando la muchacha trabajaba en un taller de modas, que Francisco Canaro, que actuaba en el Pigall, descubrió sus aptitudes para la canción popular y la presentó, con su orquesta, en 'El rebenque plateado' y 'Lo verdolaga'.
Pero Azucena Josefina (nombre completo), que se hacía llamar Azabache, por la negrura de su pelo, deberá pasar todavía por el Apolo, en 1923, como corista, antes de que Enrique Delfino la escuche en una reunión y le confíe su tango 'Padre nuestro', escrito para el sainete de Alberto Vaccarezza 'A mi no me hablen de penas', en el Teatro Nacional. Es el delirio: aquel 23 de julio de 1923, la cantante debe repetir cinco veces 'Padre nuestro' (que lamentablemente no figura en esta placa), y es contratada para grabar por el sello Nacional Odeón.
¿Qué no ha estrenado, qué no ha cantado la Maizani? Vestida, increíblemente, de gaucho o de malevo, fue la creadora de Cascabelito, Organito de la tarde, Langosta, Siga el corso, Esta noche me emborracho. El 7 de abril de 1928, los arranques pasionales de Azucena estremecen los micrófonos de Radio Prieto. Desde entonces, la radio será, junto con los discos, su vehículo fundamental de penetración, aunque su generosa silueta siga surcando los escenarios del sainete y la revista, y se arriesgue —con merecido éxito— a la composición: es la autora de Pero yo sé y, con Orestes Cúfaro y Manuel Romero, de la inmortal Canción de Buenos Aires, que abre el film Tango (1933).
Aquí está, para siempre, la voz desgarrada, melancólica, hasta trágica, de la ciudad. El disco encierra tesoros que pueden, a fuerza de improbables, caer en la comicidad más delirante, como el tango Venganza, de Rubinstein, o elevarse hasta el cielo de la más radiante poesía: Malevaje, Che bandoneón, Mano a mano. Alejada por razones de salud, la Maizani no cesa de cantar en estos surcos que ya pertenecen a la historia (Show Records, LP2 Serie La Ciudad).

Un fantasma del viejo pasado
Armando Defino: Carlos Gardel — En junio de 1962, a los casi 67 años, murió el último apoderado de Gardel, Armando Defino, cuyos recuerdos enhebra este volumen bajo el subtítulo "La verdad de una vida". No se sabe a cuál se refiere, si a la del cantor o a la de él, porque transita las dos y sólo parcialmente. Hay algo cierto: tras las memorias de José Razzano (1947), y ahora después de las que suscribe Defino, ya no quedan esperanzas de contar con un libro definitivo y equilibrado sobre personaje tan esencial.
Defino conoció a Carlos Romualdo Gardes en las bambalinas del Nacional, en enero de 1914, y lo frecuentó, en seguida, en la tertulia del Café de los Angelitos, donde Gardel repartía bromas y canciones. Por aquel entonces, Defino trabajaba en una escribanía (un momento acerca del cual se demora en anécdotas innecesarias) y gastaba las noches en devaneos teatrales, una afición que le transmitió su hermano junto con la amistad de Pablo Podestá.
La historia de sus relaciones con Gardel es retomada, sin embargo, hacia principios de la década del 30. Entre tanto, Defino se empeña en dejar sentado que su amigo nació en Toulouse, Francia, hijo natural de Berthe Gardes, el 11 de diciembre de 1890, y que ambos llegaron a la Argentina en marzo del 93. Se indigna ante quienes dudan de esas fechas o insisten en adjudicarle ciudadanía uruguaya; no explica, pese a todo, por qué la libreta de enrolamiento de Gardel (cuya fotografía adjunta), emitida en Buenos Aires con el número 236.001, lo declara oriundo de Tacuarembó, el 11 de diciembre de 1887. Otros datos menos divulgados alcanzan para saber que la madre era también de Toulouse, donde nació el 14 de junio de 1865, y que expiró en la capital argentina el 7 de julio de 1943. 
Ya a partir de 1931, Gardel pide a Defino que administre sus negocios, una tarea que manejaba Razzano desde seis años antes. Pero el cambio se opera en 1933, cuando Gardel rompe con su antiguo compañero; a la muerte de doña Berta, única heredera del hijo, Defino, a su vez heredero de la anciana, traslada la cuantiosa fortuna de Gardel a Razzano, pese a la distancia que había crecido entre ellos.
Defino se explaya en datos demagógicos, en la pintura de un Gardel de cromo que, aunque verídico, suena a imagen fácil, sensiblera. Habla de lo que Gardel "creyó un gran amor", y no da nombres, si bien se esmera en puntualizar que el cantor "no dejó de dormir en su casa ni una sola noche". Revela después que detestaba el juego, salvo su pasión por los caballos de carrera; que era un hombre ordenado (menos en sus finanzas), y que la leyenda de su tristeza es pura fantasía. El resto se diluye en un fatigoso acopio de cartas entre Gardel y su amigo (la última está fechada en Barranquillas, Colombia, el 20 de junio de 1935, cuatro días antes del accidente en Medellín), informes, testamentos e inventarios, sin valor histórico (Fabril, 1968; 295 páginas, 790 pesos).
11 de junio de 1968
Primera Plana

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Azucena Maizani
Azucena Maizani

Gardel junto a Muiño
Gardel junto a Muiño

 


 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

 

 

 

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