Revista Panorama
10 de mayo de 1973 |
Un reciente longplay lanzado por Music Hall, en el cual el
ecuatoriano Julio Jaramillo canta exclusivamente temas de Charlo, ha
reactualizado, si fuera necesario, el nombre de este singular cantor
y compositor del tango. El disco traslada los tangos de Charlo a un
estilo de bolero, previsible en el intérprete; además, incluye,
expresamente elegidos, algunos boleros que integran la amplia gama
de ritmos no porteños a que también se dio el artista argentino. El
autor se ufana de esa prodigalidad y recuerda que, si en tren de
compositor se remontó al folklore de tierra adentro, al folklore
español y latinoamericano, e inclusive al canario, de difícil
penetración, como cantor fue tal vez el primero que aquí grabó, casi
en serie, a través de letras que solían adaptar Cadícamo o García
Jiménez, los éxitos cantables del inicial cine sonoro
norteamericano.
En el nuevo departamento céntrico que habita desde hace dos años,
luego de su separación de Sabina Olmos, el veterano Charlo está
rodeado del piano de sus fervores y de algunos recuerdos esenciales:
dos caricaturas que le dibujó Ermete Meliante, fotografías
autografiadas (Gardel con el gacho gris, Cátulo Castillo y Enrique
Cadícamo harto juveniles, un González Castillo adusto), plaquetas,
diplomas, muchos cuadros. Sobre el piano está depositado, todavía
sin encuadrar, el diploma de honor que, con un botón de plata, le
acaba de conferir la Sociedad Peruana de Actores.
El galardón aparejó una invitación especial. Charlo se alegra al
contar detalles de la reciente estada en Lima. En un día asistió a
tres homenajes distintos. Sonríe al testimoniar que no fueron actos
comercializados. Sin pagar entrada, los espectadores eran artistas y
público fanático del tango. Allí pudo comprobar que la gloria de
Gardel sigue inconmovible, que las peñas tangueras pululan, que
inclusive se conocen cantores (Armando Moreno, Alberto Podestá)
supuestamente privativos del público argentino. Charlo revivió así
sus éxitos limeños de 1955 y 1958, aunque por falta de visa de
trabajo ("la cuestión sindical es muy estricta", acota) no actuó por
televisión. En relación a su repertorio, comprobó que Lucho Barrio y
Marco Antonio, dos voces peruanas muy populares, han grabado cosas
suyas. El primero obtuvo el disco de oro con su pieza Rondando tu
esquina.
NADA DE NOSTALGIAS. Esta incursión por el Pacífico puede memorar las
giras de Charlo por casi toda América (inclusive Estados Unidos, en
1938), o por España y Portugal. Pero no es hombre de nostalgias y
está en plena actividad, en faenas que no quiere publicitar por
anticipado. No hace presentaciones públicas desde 1966 (cuando sus
éxitos en el Special, de Canal 9), pero tiene en carpeta "cualquier
cantidad" de composiciones inéditas y prepara un longplay que no
tendrá su voz, sino sus solos de piano. Toca varios, pero éste es su
instrumento madre, desde que a los 9 años ("hace un tiempo",
ironiza, ocultando pertinazmente la edad) comenzó a estudiar música.
El diálogo con Charlo es un mentís a la cronología: alterna los
tiempos con el vértigo de un film de la "nouvelle vague". Es posible
evocar que Juan Carlos Pérez de la Riestra (nombre y apellido
legales) se inició profesionalmente en 1925, en el desaparecido
Teatro de la Comedia, de la calle Carlos Pellegrini, y comprobar que
en tantos años de ambiente artístico tiene en el medio más conocidos
que amigos
(Ochoa, Cadícamo, Cátulo, "lo son", en prieta nómina que no quiere
omitir al recordado Homero Manzi). O incursionar graciosamente en
anécdotas irreverentes (una vez ocupó el vacante sitial de la
Maizani en el Hipodrome, otra fue más aplaudido que Gardel en un
festival de beneficencia), para saltar a sus preocupaciones de
productor cinematográfico. Desde 1965 no ha logrado estrenar Un
sueño y nada más, no obstante que la película obtuvo premios
oficiales (entre ellos, el de mejor actriz: Virginia Lago). Antes
había producido Pesadilla, con López Lagar, y más pretéritamente
actuó con Soffici (El alma del bandoneón, Puerto Nuevo) y Manuel
Romero (Carnaval de antaño, Los muchachos se divierten). En otro
film (Los troperos, 1953), su cometido fue mayor como músico.
Recuerda ese capítulo "con cariño, pero pienso que al cine debí
dedicarle mayor atención". Sin ser actor, tenía fogueo de teatro (en
la revista, cantando) y prestancia de galán, a partir de la
preocupación eterna de hacer boxeo, gimnasia y esgrima "para no
engordar".
EL DIFICIL IDEAL "De las anécdotas, las esenciales", está diciendo
Charlo. Las que refiere son rigurosamente ubicativas. Único varón
entre siete hermanas (sólo una menor), ingresó en la escuela de
Puán, provincia de Buenos Aires, donde se lo anotó a pesar de haber
nacido en La Pampa, a los 6 años; y el primer día pasó de primero a
tercer grado. "Ya era vanguardista", ríe. Y lo fue como cantor (voz
entre barítono y tenor), cuando sus presentaciones trajeron una
modalidad opuesta a la arrabalera que era habitual. Es que Charlo,
sin proponérselo, ejemplificó un nuevo estadio social del tango. De
muchacho, estudiante de abogacía (carrera que plantó en segundo
año), usaba galena, bastón y guantes patito. Así incursionó en el
barrio de San Cristóbal, cuando la caída económica paterna los mudó
del centro, y la intervención de un noble guapo (retiene el nombre:
Severino Alesio), se enteraría después, lo salvó de la agresión
esquinera.
De aquellos tiempos bohemios restan muchos trajines, pero sobre todo
una carrera artística empinada. Suficiente con citar sus tangos
(Horizontes, Tormento, Fueye, Rondando tu esquina, Zorro plateao,
Rencor, Cobardía, son algunos), o sus numerosos registros vocales
(los de Odeón en particular, aunque también grabó para Elektra,
Víctor y, en plena madurez, para Music Hall), para advertir la
justicia de corroborar su ubicación en una tendencia de avanzada que
podría tener mojones límites en Cobián y en Troilo. De ahí a la
última vanguardia del tango hay un paso estrecho. Charlo no elude el
tema, lo aborda con entusiasmo, feliz de comprobar la cultura
musical de los instrumentistas de hoy en comparación con la
generalizada intuición de la época de sus comienzos. Reverencia el
talento de Piazzolla y dedica largo párrafo a la calidad de las
orquestaciones de Atilio Stampone. Con rigor crítico, dice la
contracara: "El virtuosismo es el riesgo de la actualidad; esa
tentación determina que, a pesar de la culturización, no aparezcan
composiciones tan definitivas como las de las generaciones
precedentes".
Otros muchos temas que Charlo sigue conversando se estrellan en el
límite de su tiempo y del espacio periodístico. Es terminante al no
querer prometer que volvería (o no) a cantar en público. "Me sé
quisquilloso y, a pesar del nuevo boom del tango, dudo de Las
circunstancias ideales que deseo... y también del cachet ideal",
confiesa.
Jorge Couselo
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