Revista Periscopio
9 de diciembre de 1969 |
"Escribo desde hace mucho: hice poemas, relatos y
hasta piezas cortas, pero jamás me imaginé que mi primera obra
importante iba a ser un libro cinematográfico", dice Norma Aleandro
mientras toma asiento en un sillón seudoisabelino del living, en su
departamento de Malabia al 3200.
Las posibilidades de hacer un film surgieron antes" de que Gente de
Teatro, el grupo que comanda David Stivel, tuviese en sus manos un
argumento potable: los numerosos ofrecimientos de producción
comenzaron a llover sobre las cabezas del Clan, desde mediados de
año, cuando el rating de 'Cosa juzgada' comenzó a trepar y sobrepasó
los codiciados índices reveladores de una popularidad estruendosa.
"Desde ese momento —confiesa la Aleandro y lanza una bocanada de
humo lenta y voluptuosa— nos fuimos poniendo cada vez más nerviosos,
hasta que una noche el «espíritu» me sopló en la oreja, me senté a
la mesa y en dos carillas hilvané el meollo de una anécdota."
La visita del daimón tuvo lugar a principios de setiembre —"luego de
obtener una dispensa especial para escribir mis cosas"—, cuando
Norma acababa de abandonar a sus camaradas que, en el San Telmo
batían varios records con '¿A qué jugamos?', de Carlos Gorostiza.
"De un tirón —recuerda— llené las cuartillas y cuando terminé eran
las dos de la mañana." A esa hora, tanto el segmento del San Telmo,
como la fracción del Clan que en el SHA recitaba 'Todo en el
jardín', de Albee, acostumbraban reunirse en torno a una mesa de Zum
Edelweiss y hasta allí corrió la novel argumentista.
"Una vez que hice la lectura —dice y sonríe con aire felino—, todos,
menos Federico Luppi que esa noche no había ido, comenzamos a
delirar, no tanto con mis ideas sino con la posibilidad de hacer
cine, como si esos devaneos nos sirvieran de estímulo." A tal punto
los delirios se apoderaron del Clan que, a partir de ese momento,
cualquier cosa, cualquier pretexto y hasta la menor idea eran
aportados al molino común.
El molino común tenía un tema caudal de corte humorístico, y su
autora, con la cooperación recibida, veía crecer los infolios
peligrosamente. Entonces, lanzó un SOS dirigido a Juan Carlos Gené,
quien acudió presuroso. "Nos reunimos casi todos los días —memora— y
nuestra primera preocupación fue cortar la maraña de lianas y raíces
que le habían crecido a la historia; luego comenzamos a darle una
forma." Y asegura que el actor-comediógrafo y ella se divirtieron a
mares con el trabajo compartido. Una segunda visita del daimón
interrumpió las sesiones de poda y reescritura y causó un nuevo
argumento, "esta vez de corte dramático, que nada tenía que ver con
el otro".
NO HAY FANTASMAS A DUO
Cuando al día siguiente Gené acudió a trabajar como siempre, se dio
de manos a boca con la nueva fábula enraizada en las propias
obsesiones de la Aleandro. Y le aconsejó seguir sola: "un tema de
humor se puede compartir, pero un fantasma no se puede interpretar a
dúo".
Cuando Gené y Norma terminaron de rellenar con humor todos los
vericuetos del primer engendro, los miembros del Clan ya no estaban
tan entusiasmados con las ideas. "Sin embargo, yo creo que siguen
siendo válidas —las define su autora con centelleos de orgullo en la
mirada— y que algún día, con Juan Carlos, las reflotaremos sea en la
pantalla o transformada en pieza teatral."
El Clan tuvo su segundo acceso de entusiasmo cuando la
novel-fabulista les susurró el segundo intríngulis dramático. Por
unanimidad, sus compañeros la proclamaron redactora absoluta del
libreto, una carta de confianza suscrita también por Gené quien, a
su vez, ofreció sus servicios de guardavida para el caso en que la
marejada de diálogos y situaciones llegaran a ahogarla.
"Tenia miedo de largarme sola —confiesa Aleandro mientras arregla la
bocina de un descomunal gramófono finisecular, uno de los tantos
chirimbolos abigarrados que pueblan el living-—, sobre todo, porque
los futuros distribuidores ya nos habían emplazado con fechas de
entrega y comienzo de filmación."
A partir de ese momento, para Norma dio comienzo una verdadera
maratón contra el reloj, todo un record: en veinte días, a razón de
doce horas por jornada de trabajo, escribió un libreto que se lee en
seis horas. "Algo tan largo como La guerra y la paz, de Tolstoi
—dice, y estalla en una carcajada que termina en una especie de
gorjeo—. Stivel me había dicho que prefería tener mucho material
para seleccionar y yo me lancé a fabricar una especie de novela
dialogada."
Cuando terminó sus lucubraciones, convocó al Clan de nuevo, esta vez
para una lectura total y en voz alta. En un solo día hubo dos
sesiones: la primera antes de que los telones del San Telmo y del
SHA se levantaran; la segunda, después de las funciones y hasta que
el vidrio de la ventana "comenzó a ponerse pálido". "A pesar de que
el cansancio los corroía —recuerda la redactora delegada—,
aguantaron a pie firme: unos a otros se despertaban a codazos o con
humeantes tazones de café mientras yo devoraba línea tras línea y
página tras página."
Después de semejante hazaña, la Aleandro se marchó a Mendoza para
recuperarse y, de paso, presenciar la filmación de las escenas
bélicas de El santo de la espada. "Poner distancia, luego de tanto
ensimismamiento, me hizo bien —comenta y lanza un suspiro de
alivio—, y pude así ver los pequeños y grandes defectos que todavía
se escondían en los intersticios de la trama."
LA CASA DEL RECUERDO
Cuando volvió, la esperaba David Stivel con un par de tijeras y un
frasco de engrudo. Entre ambos, comenzaron a armar el guión
despiezando el libreto original.. "Trabajamos como si estuviéramos
en la moviola —dice llena de malicia—; cortábamos un párrafo de aquí
lo pegábamos allá, trasplantábamos una acotación veinte páginas más
adelante y hacíamos retroceder diez carillas a un par de réplicas."
El primer armado del puzzle le llevó veinte días y les sirvió para
descubrir muchas cosas nuevas, especialmente, el comportamiento de
todos y cada uno de los personajes. Stivel colaboró codo a codo
aportando su enfoque, no sólo visual, sino conceptual. "Descubrimos
—dice la Aleandro— que teníamos obsesiones gemelas: de otro modo, no
habríamos podido trabajar a dúo, de acuerdo a las teorías de Gené."
El solo anuncio de una nueva lectura, despertó en el grupo flamantes
oleadas de curiosidad: cada uno quería saber qué pasaba con su
personaje, algo cuyo secreto había sido conservado celosamente por
Stivel para mantener la disciplina y evitar posibles fisuras. "Sin
embargo —comenta la hermosa argumentista y se muerde el labio
inferior como si tuviera un lejano remordimiento—, confieso que no
pude aguantarme: de tanto en tanto, como en la escuela, les iba
soplando lo que pasaba con el trabajo."
Cuando se develó el misterio, el libreto fue aceptado por el
cónclave, tanto en general, como en particular. Antes de mandarlo a
la copistería Borghini, la autora y el director todavía aceptaron
algunas sugerencias e introdujeron ciertos retoques.
"El personaje que, como creadora, creo conocer más a fondo —afirma—,
créase o no, no es el mío sino el confiado a Federico Luppi.'" El
reservado a ella por la dirección, es una joven aristócrata venida a
menos, algo que la obligará a cumplir un largo esfuerzo de
información e instrospección porque se trata de una criatura "cuyo
trato no he frecuentado hasta ahora ni en la escena ni frente a las
cámaras de TV o cine". También, la guionista revela un nuevo
secreto: a medida que lo dibujaba, tomaba distancias para medir sus
posibilidades como actriz. "Cuando vi que mis compañeros aceptaban
de buen grado sus papeles —dice—, recién me di cuenta, también, que
había ido elaborando mis personajes de acuerdo con las
características actorales de cada miembro del grupo."
Si se le pregunta por el título del film, cita cinco o seis
posibles, pero ruega que se guarde el secreto: como aún no está
registrado, algún aventurero desaprensivo podría provocar una
situación desagradable.
Tampoco es muy explícita en cuanto a los altibajos de la línea
argumental. Con tonos de pitonisa y ademanes de tiradora de cartas,
desliza los hitos principales de un argumento lineal cuyo desarrollo
será absolutamente cronológico, sin racontos ni otros artificios
necesarios para hacer saltar el tiempo hacia atrás: un grupo
familiar, al comienzo de la historia, a raíz de haber recibido una
herencia, tiene que convivir. A partir de ese momento, se desatan
los conflictos: cambios de relaciones, enfrentamientos como si los
personajes, a medida que avanza la acción, revelaran una oscura
vocación no sólo por la destrucción del otro, sino también de ellos
mismos.
"La acción está ubicada aquí y ahora", dice la guionista y enmudece.
Ese aquí y ese ahora, supone una vieja casona semiderruida que los
cancerberos de la producción se han lanzado a buscar por todos los
barrios de Buenos Aires. En su interior y en sus jardines carcomidos
por los matorrales, el 16 de febrero de 1970 los "herederos"
instalarán el infierno. Dos meses antes, David Stivel ensayará
escena por escena y secuencia por secuencia, "el único modo
—confiesa— de lograr el máximo de ajuste en filmación y evitar que
el presupuesto de 45 millones, trepe más allá de ese límite.
También, un método inédito en las prácticas cinematográficas
argentinas, dirigido a lograr una elaboración del personaje en
continuidad por parte del intérprete.
La semana pasada, cuando los integrantes de Gente de Teatro
reunieron en el Embassy a periodistas y amigos personales para
anunciar la firma del contrato de distribución con Argentina Sono
Film, una nueva etapa se abrió para el Clan: el año próximo no sólo
harán sus programas de televisión y rodarán sus películas sino que
tentarán una nueva experiencia: con un grupo de escritores que
aportarán situaciones cómicas o dramáticas, inaugurarán el primer
seminario autoral. De todas las sesiones a realizar durante 1970, es
posible que logren destilar una o dos piezas renovadoras de mohosas
estructuras realistas, en las que se ha empantanado el teatro
argentino: quizás el aporte más valioso desde la fundación del
grupo.
Tales experiencias fueron anunciadas por el gurú del Clan y la
argumentista durante los trabajos de prospectiva teatral realizados
por Jean Vilar en el San Martín. Si bien la idea ronda por la cabeza
de muchos cómicos desde hace más de dos años, el Grupo Stivel será
el primero en llevar adelante la tarea. Para ello se ha impuesto un
receso en materia teatral: durante 1970, ninguno subirá a un
escenario que no sea el del seminario de autores.
"Necesitamos escritores con imaginación, con ideas, aunque nunca
hayan escrito nada para el teatro. Las técnicas las irán aprendiendo
con nosotros", dice la Aleandro. convencida.
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