Revista Periscopio
10.03.1970 |
Desde París escribe César Fernández Moreno.
¿Está en París el cuerpo de Eva Perón? En todo caso, se trataría de
la sólida y peluda humanidad de Facundo Bó, actor del grupo teatral
TSE, fundado y dirigido por Alfredo Rodríguez Arias quien acaba de
presentar en el 'quartier latin' la última pieza de Copi titulada,
precisamente, Eva Perón.
"El hecho de que el papel de Evita esté representado por un hombre
(un travesti, como habitualmente se dice en Francia) no tiene sino
una finalidad artística —dice el director Rodríguez Arias—: señalar
la importancia de un personaje histórico a través de la
desproporción y del efecto que produce en el espectador la mutación
de sexos."
El martes de la semana pasada las 110 butacas del teatro de l'Epée
de bois desbordaban de público. La sala, ubicada en una esquina de
la tumultuosa rué Mouffetard —una especie de pequeña calle Florida
de la zona— acumula a su alrededor mercados, librerías, tiendas,
bistrós y algunos teatros de ensayo (uno de ellos funciona en un
viejo autobús estacionado en un baldío), todo lo cual contrasta con
la cercana y pétrea iglesia de San Medardo.
En París, las figuras de Evita y Perón fueron puestas de moda el año
pasado, con motivo de la proyección de 'La hora de los hornos', el
film de Pino Solanas. También, hace algunas semanas, un documental
de la ORTF (Organización Radio Televisión Francesa) difundió
antiguas fotos de Eva Duarte tomadas cuando aún era actriz.
Días antes del estreno corrieron rumores de que ciertos grupos se
aprestaban a causar desórdenes durante el estreno aunque no se sabe
si las demostraciones eran tramadas por peronistas, antiperonistas o
partidarios de la heterosexualidad. (El jueves pasado la Juventud
Peronista dio un comunicado repudiando el estreno por constituir
"una de las más infames afrentas a la memoria de la compañera
Evita".)
"La pieza —alega fervorosamente Copi— carece de toda intención
política. No es ni peronista ni antiperonista. Trata de mostrar una
tragedia, la agonía de una enferma condenada a muerte, nada más que
ubicada en el centro de una situación contemporánea: la que enfrenta
todo ídolo de masas. Podía tratarse de Marilyn Monroe o Jackie
Kennedy. Lo importante era mostrar el mito desde adentro."
Si se le pregunta por qué eligió entonces a Eva Perón, Copi se
encoge de hombros como para significar una evidencia: como argentino
es el único mito de masas que ha vivido y experimentado. Sin
embargo, también es claro que la elección de ese personaje crea, si
no un equívoco, por lo menos un suspenso político.
Tal vez, la génesis de la pieza tenga algo que ver con la
fraseología peronista de la década del 40. Si bien era común
escuchar de bocas fervorosas "Perón es el más macho", nadie atribuía
a la consorte del ex Presidente una calidad de hembra total. ¿Lo
era? Testimonios recogidos entre quienes la frecuentaron hablan, más
bien, de una criatura menuda y hasta inmaterial pero de un carácter
férreo, quizá la razón que indujo al metteur en scéne a confiar su
rol a un travesti.
Copi es el seudónimo de Raúl Natalio Roque Damonte. Hijo de Raúl
Damonte Taborda y nieto de Natalio Botana, fundador de Crítica;
nació en 1940. En 1962 se fue a París, donde vivió un tiempo del
dinero que le enviaba su padre. Cuando se agotaron las partidas tuvo
que vender sus dibujos en la calle. Pero no por mucho tiempo: Le
Nouvel Observateur le aceptó una tira cómica, la de la mujer sentada
que dialoga con un pato, con la cual fue lanzado a la fama. Antes de
abandonar Buenos Aires, Copi había escrito una obra teatral, Un
ángel para la señora Lisa. En París pergeñó otra, El diario de una
soñadora: dirigida por Jorge Lavelli e interpretada por la
protagonista de Hiroshima, Emmanuelle Riva, constituyó uno de los
éxitos de 1969.
En Eva Perón, Copi toma el momento más dramático de la vida de
Evita: sentenciada por su enfermedad, espera morir de un momento a
otro. Se encierra, entonces, en un pequeño departamento con Perón,
su madre, una enfermera e Ibiza, un Ministro mezcla de Juan Duarte y
Borlenghi, aunque el nombre, quizá, sea una reminiscencia
inconsciente de Román Subiza.
Usando de su poder, irresistible aún en la agonía o, tal vez,
redoblado por los estertores, Evita no dejará salir a nadie de este
nuevo huis-clos, hasta el momento final.
Las alternativas de esta agonía, una situación límite, hacen que los
otros personajes muestren sus rostros verdaderos: la madre, sólo
anhela apoderarse de los cofres de seguridad que su hija tiene
diseminados por el mundo; Ibiza es una figura ambigua que actúa como
vínculo entre las restantes dramatis personae y la enfermera es un
ser pasivo (¿el pueblo?) que, finalmente, morirá en reemplazo de
Evita.
Si bien Copi excluye de su obra el planteo político, en ella expone
una idea central: en un momento dado, la "Señora" había absorbido
toda la sustancia política de Perón. Quizá, por ello, el general
circula a lo largo de toda la pieza, casi sin hablar y aduciendo un
permanente dolor de cabeza (¿la culpa?).
"Evita —aclara el autor—, significa algo así como la convergencia de
la comodidad de los argentinos. A todos les viene bien que haya
existido y que haya sido como fue, ya sean peronistas o
antiperonistas. A unos les sirve de fetiche y a los otros, de chivo
emisario. Tanto sus virtudes como sus defectos son utilizados, una
razón por la cual mi obra es políticamente neutra."
Sin embargo, cuando a Perón le llega el momento de hablar, lo hace
en forma elegíaca, casi romántica. Recuerda tiernos detalles de su
amor por Evita, y le anuncia: "No me presentaré a elecciones.
Abandono el poder... No siento ningún sufrimiento. Ni siquiera sufro
por tu muerte. Estoy vacío. Hace mucho que estás sufriendo en mi
lugar, y eso me permitía gobernar. Cuando no estés más, ya no habrá
nadie más en el poder".
En la obra, Evita no muere: su muerte es, también, una impostura. Se
fuga con Ibiza y deja en su lugar a una falsa muerta, ataviada con
sus mejores galas. Quizá, sea la traducción teatral de la metáfora
de Perón en su alocución fúnebre: "Eva está más viva que nunca". El
final deísta de una pieza sin piedad, deja flotando un interrogante:
la madre venal repite diez veces las palabras "Dios mío", un recurso
rendidor para cubrir un final bastante inseguro.
Las ideas formales del director Rodríguez Arias (Drácula, 1966;
Aventura, 1968; Futura y Goddess, 1969) tienden a transformar la
obra, parte en una pantomima, parte en un ballet, una forma de
enriquecer el texto que a veces pierde gravitación y por momentos
desaparece en el maelstrom de la acción física. Sin embargo, la
reiteración de recursos provoca fuertes pozos de monotonía.
El popular actor Jean-Claude Drouot se hizo cargo de Ibiza, un rol
cuya importancia dramática está por debajo de sus méritos. Para
compensar tal déficit, Rodríguez Arias lo recarga de gesticulaciones
y excentricidades: ni el actor ni el personaje salen beneficiados.
En cambio, Facundo Bó, actúa con un equilibrio preciso.
El decorado de Mario Stoppani representa a Buenos Aires visto a
vuelo de pájaro. En cada esquina, al fondo se levantan pequeñas
maquetas del edificio Atlas y del Congreso. Al frente, el Cabildo y
el cine Opera; y, en el medio de la escena exigua, un obelisco donde
los actores se esconden. La gigantesca Eva Perón circula a través de
estos elementos, besa el Congreso ruidosamente y se sienta en el
techo del cine Opera.
"Hemos querido presentar a Evita como una especie de King Kong,
dueña de la ciudad", explica el autor.
Terminada la premiere, muchos argentinos se arremolinan
preguntándose qué ocurriría si Eva Perón se diera en Buenos Aires,
aunque la respuesta es fácil de prever.
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Evita según Copi |
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