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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

Serie de notas
sobre teatro
(7)
Revista Comoedia
1930
un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

Por Jorge Nicandro Achaval
DE LA FAUNA TEATRAL
LOS PARÁSITOS

Afortunadamente esta especie, a pesar de contar con un abundante número de ejemplares, no está tan difundida como otros géneros de la fauna farandulera.
Existe, si, algún exponente típico que transmite su ejemplo y su enseñanza a los demás seres de la colonia, pero como éste es el último estado de una evolución que abarca tres manifestaciones primarias, las eliminaciones que impone las dificultades de la vida ordinaria, van limitando el número de los convertidos y son pocos los que llegan en relación a la cantidad de entes.
Se dividen en dos familias denominadas Ínfimos y Ostentosos, que dentro del mismo orden presentan fundamentales diferencias de aptitud mas bien que de configuración física. Se distinguen los Ostentosos por su conversión propendiente al estado completo, mientras que los ínfimos no experimentan evolución alguna.
Una pereza milenaria y unas fauces enormes para el logro de la mayor pitanza con el despliegue del mínimo esfuerzo, es la característica principal de esta especie. Por la disección de un ejemplar calificado, se ha llegado a comprobar que posee cuatro estómagos como los rumiantes y la fortaleza estomacal del avestruz para digerir toda clase de substancias nutritivas o no, aun la de las más variadas procedencias.
Los Ostentosos son los que generalmente asimilan mayores rendimientos usufructívoros, puesto que están entronizados en lo más frondoso del árbol teatral, absorbiendo cómodamente su fecunda savia.
Posee domo cualidad esencial, una hiperestesiada vanidad; gusta anteponer el yo a los demás pronombres y es muy afecto a exhibirse en su cómoda posición.




Enrique Muiño

 

Llegaron hasta allí, después de sucesivas metamorfosis. Nacieron como abejas laboriosas, pero bien pronto trocaron su condición en Trepadores hasta que la oportunidad les brindó alas de crisálida, con las que volaron a encaramarse al sitial, donde efectuada la postrera conversión, vejetan ahora, perdidas las garras y las alas, con obesidad pantagruélica.
Esta clase está representada por el menor número de ejemplares.
Los hermanos menores de esta especie, comprendidos en la familia denominada ínfimos, son insignificantes gusanillos que medran a la sombra de alguna figura prominente.
Para poder subsistir se incrustan en las materias vivas o se adhieren a una fuerza orgánica, y como en ello les va la existencia, puesto que sin la protección ajena perecerían irremediablemente, una vez prendidos no se despegan más, aceptando todos los vejámenes y disponiéndose a los más desdorosos menesteres.
Como la metamorfosis no se manifestó en ellos, permanecen en estado embrionario.
Nunca dejaron de ser larvas; la Naturaleza no se mostró pródiga como en sus hermanos mayores, privándoles el desarrollo de sus cambiantes fases.
Se arrastran miserablemente en el ambiente, sirviendo para todo lo subalterno. Careciendo de cualidades propias no tienen, por consiguiente, ninguna aplicación práctica o utilitaria dentro del arte, pero en cambio su incapacidad los habilita a desarrollar admirables condiciones en cualquier negocio sucio y en toda acción donde el deshonor o el proxenetismo tenga alguna atingencia.
Como sus congéneres frutales, señalan un mal. Donde ellos están no existe pureza y algo hay podrido como en Dinamarca; podredumbre que no llega a dañar ni contaminar, debido a su misma insignificancia.
Igual que los inofensivos vermes que produce la fermentación de las materias primas de cierto queso, contribuyen a darle a la masa, una pequeña agrietud, pero nada más.
Son lo que son, como pudieron ser otra cosa.

Por José Marañon
Los valores positivos y los valores negativos

Aunque producimos con exceso y surgen cada día nuevos intérpretes, perjudicando, si se quiere, la cantidad a la calidad, sería injusto negar que hay valores positivos que pueden colocarse sin desmedro al lado de los mejores comediógrafos y actores extranjeros.
Podrán decirnos que son casos de excepción y que se producen de tarde en tarde. Perfectamente de acuerdo; pero también de tarde en tarde surgen en el extranjero la obra de mérito o el intérprete genial.
Sin embargo, es ya sistemático el ataque a todo lo nuestro. Muchos no conciben que una obra o un actor nacional puedan ser buenos... ¡Argentinos y basta!... Aquí faltan cerebros para crear e ingenios para interpretar. ¡Cómo vamos a comparar nuestras cosas con las cosas que vienen valorizadas con el sello extranjero!... Esto en parte tiene su explicación, por la forma precipitada que tenemos de realizar todas nuestras cosas. Si hace falta un actor, se improvisa de la noche a la mañana. Si es necesario renovar el cartel de un teatro, el autor de la casa escribe la pieza al correr de la pluma en la mesa de un café. Y así se estrenan ciertas piezas que no merecen la pena de ser ensayadas, y así se malogran muchos actores que con un poco de disciplina podían ocupar puestos más prominentes.
Pero no olvidemos que al lado de un equivocado u otro que se anula a sabiendas por esa misma precipitación que ya hemos indicado, surge cada tanto uno de esos hombres que con su talento imponen y universalizan el nombre de la tierra que los vio nacer.
Al lado de un mediocre, aparece la figura de un Pablo Podestá, que recién cuando desaparece comprendemos el inmenso vacío que ha dejado. Junto a un payaso que repite inconscientemente lo que le dicta el apuntador, un Guillermo Battaglia ilumina la escena con sus inimitables creaciones. En el mismo elenco donde actúa una nulidad que sólo tiene la audacia de presentarse al público desconociendo el valor de su responsabilidad de actor, se destaca netamente un Jerónimo Podestá, cuyos méritos interpretativos no supo valorizar exactamente aquella generación que tuvo la suerte de poderlo aplaudir. Y en la nueva generación se está incubando un nuevo plantel de artistas que se preocupan de evolucionar, buscando nuevos derroteros para dar orientación a un arte que si bien pasa un mal momento, tiende a encauzarse nuevamente hacia sus verdaderas fuentes.
Sobre la chater de obras sin orientación ni finalidad, flota la concepción elevada que cincela el gran Sánchez en sus mejores momentos de inspiración, y unido a sus hermanas mayores, queda ese teatro chico, todo verdad y observación que nos legó Pachequito, quien unido a comediógrafos de selección como Iglesias Paz y Laferrere, nos brindaron un testamento literario que será gloria imperecedera de las letras argentinas. Y hoy que el mercantilismo más descarado ha invadido todo, hay todavía un grupo selecto de silenciosos que trabajan para el mañana con el entusiasmo de los que defienden una buena causa.
Serán los menos, pero son los más enteros. Son de los que no claudican, son los que no empuñan la pluma con miras a la boletería, y que si algo estrenan, lo hacen por vía de entrenamiento para ir acostumbrando al espectador a que saboree manjares más delicados de los que se le sirven actualmente.
No es, por lo tanto, que aquí estén incapacitados para crear ni que falten hombres de elevación entre los cultores del arte escénico. Es que pasamos por un mal momento de servilismo intelectual, retardando como consecuencia el desarrollo escénico que tan bien se inició.
El día que se forme un frente único para evolucionar en pro del buen teatro, se impondrá de verdad esa fuerza intelectual que si bien parece derrotada, es porque se recoge en sí misma para luchar más tesoneramente que nunca, hasta conseguir que el triunfo sea más rotundo y definitivo, logrando como consecuencia el reconocimiento de unos valores que ahora se nos niegan por nuestra propia culpa.


Irigoyen y su obra nefasta en el Colón
Al caudillejo de la calle Brasil no le quedó nada sin manosear: aun en las actividades del arte cuyo desconocimiento y compenetración le eran completamente ajenas por su virtual incapacidad, tuvo que intervenir para satisfacción de sus seniles caprichos. El teatro Colón, que fuera siempre respetado por todos los mandatarios anteriores, pues su organización era un motivo de orgullo para los argentinos, sintió el paso nefasto del octogenario ignorante. Las veladas de gala "organizadas" según su criterio, dieron origen a los más risueños comentarios de parte de los técnicos y los muchos aficionados inteligentes que abundan en nuestra ciudad. Irigoyen formuló el programa de esas veladas con el mismo sentido artístico que si se tratase de una vulgar compañía de revistas, colmando la medida al agregar números propios de "colmaos" madrileños, donde se juntan los hampones y las mujerzuelas en comunidad de bajas pasiones. Fué así que nuestro teatro municipal tuvo que albergar a cuatro cantaores desafinados de flamenco. A una recua de bailarines populares, verdaderos exponentes como negación de arte, que dieron en el glorioso escenario su buena nota grotesca. A malos cantantes, dignos de un teatro lírico de las barriadas, que por su orden terminante fueron incluidos en el elenco, por simple hecho de estar afiliados a un comité de genuflexos.
El señor Irigoyen permitió que cierto bardo que figuraba como ministro, interviniera en favor de artistas para hacerles gozar de sueldos fabulosos, artistas que sólo merecen ser consignados en el nomenclátor del servicio doméstico.
Y como si todo ese desquicio que nos ha cubierto de ridículo en los centros artísticos europeos, fuera poco, mandó de su puño y letra órdenes al actual empresario exigiendo por ejemplo, que un tenor dramático cantara "Barbero" y que una voluminosa contralto jugara el rol de la delicada "Mignon". Para terminar, "culminó sus nítidas probidades" ordenando en 24 horas la inclusión de "Guillermo Tell" en el repertorio, para que se luciera una insignificante partiquina.
Apadrinó autores en desgracia; procediendo descabelladamente, prohibió ciertas desnudeces en los coros por tildarlas de inmorales. De no haber estallado la revolución que echó por tierra tanta vergüenza y oprobio, hubiéramos llegado a contemplar en el teatro Colón, no ya un refugio de pésimos cantantes, sino un comité político de artistas contratados para las veladas de los múltiples genuflexos y adulones que a fuerza de encorvarse habían convertido la espina dorsal en un mueble con bisagra; entonces, nuestra culta ciudad hubiera contemplado asombrada que el primer coliseo se había convertido en uno de los teatros de ínfimo orden.
Estamos seguros que, ahora., las cosas vueltas a su cauce natural después de la poda higiénica del nuevo gobierno, la temporada de primavera resultará superior en muchos espectáculos a los de la oficial, pues el señor Enrique Bonachi, un hombre de sólida preparación en la materia, libre ya de las funestas imposiciones del doctor, podrá libremente imponer su sano criterio.

Bonachi y una soprano agradecida
El señor Enrique Bonachi, que fuera por muchos años director técnico de la Scala de Milán, tiene un concepto de los espectáculos líricos ceñido a rígidos principios de arte como resultante de una sólida cultura. Por otra parte ha demostrado una honestidad intachable, virtud ésta que no abunda por cierto en el gremio de empresarios. Bonachi, al hacerse cargo este año del Colón tuvo que aguantar los desmanes del señor Irigoyen, al extremo de que en ciertas ocasiones jurara no retornar nunca a Buenos Aires, aun cuando se le ofreciera el Colón regalado. . .
Días antes de terminar la temporada oficial tuvimos la oportunidad de escuchar un diálogo entre dicho director y una soprano apoyada por el "doctor", muy sabroso.
Decía la "diva" al cobrar su paga:
—Señor Bonachi, le agradezco mucho la gentileza de haberme hecho cantar "Guillermo Tell'.
Y Bonachi, cuya educación y tacto es proverbial, no pudo contener su indignación. En tono subido contestó a la presunta artista:
—¡A mí no tiene que agradecerme nada! ¡Vaya a la presidencia y dele las gracias a Irigoyen!
—Pero, señor Bonachi...
—Nada, nada. Su capricho y el del señor Irigoyen nos ha costado treinta mil pesos, para una sola representación...
La soprano, muy fresca, recibió su cheque e hizo mutis.
A ella y al "dotor" no les interesaban los intereses de nadie... Lo esencial era cantar una vez, aun en detrimento del arte y de los dineros ajenos...

LO QUE APRENDIÓ MUIÑO PARA LA MAYOR FIDELIDAD DE LAS OBRAS QUE INTERPRETA
Pintor, marinero, escultor, soldado, automovilista, empresario, autor, poeta, torero profesor de idiomas, revolucionario (del 90), profesor de flautín, electricista, etc., etc., etc... Todo esto y mucho, muchísimo más ha sido Enrique Muiño. Ha aprendido, según propia confesión, todos los oficios del mundo y no ha sido cura por no afeitarse la coronilla.
Es un encanto conversar con él. Todo lo sabe; enciclopedia viviente, su vida llena de anécdotas y parlamentos salpicados de furcios y camelos matizados con palabras en inglés, francés, italiano, alemán y latín.
Nos explicaba cómo aprendió tantas lenguas:
—Vean — nos dijo — el inglés lo aprendí en cuarenta y ocho horas. Tenía que hacer un bolo en una sociedad, y ¡zas! compré un libro, y listo; en el término de dos días hablaba a las mil maravillas la lengua del príncipe de Gales; el francés e italiano, en una semana. Ahora el alemán y el latín me costaron más tiempo; por lo menos calculo haberlos estudiado un mes.
Es un coloso este Muiño. Todo lo sabe y lo ha hecho; en España, además de haber toreado seis Mihura, manejó sólito un submarino y se vino hasta Buenos Aires en avión, también manejado por él. Una vez aquí, como llegó en verano, se fué de incógnito a un pueblito a ejercer el oficio de bombero voluntario, donde a los quince días por su valor lo nombraron intendente, llegando a ser gobernador, y, de no haber abandonado este puesto para ingresar otra vez al teatro, ahora sería quizá presidente de la República. Por lo menos poco le faltó para ello; en la República de la Boca lo nombraron ministro de Hacienda. Como se ve, estuvo por aproximación a un paso de ser el primer gobernante.
Sus cuadros — producto de vacaciones bien aprovechadas — son una maravilla. Quinquela Martín le compró dos, y Alfonso XIII lo felicitó pidiéndole una docena para su galería.
En una cacería en que actuara en el África, el gobernador de la región tuvo que prohibirle continuar la caza, pues se temía dejara, las selvas desiertas, a tanto había llegado su matanza de fieras. Con razón se dice por ahí que todas esas pieles que andan en venta son producto de su buena puntería.
Nada hay, pues, de imposible para él; logra lo que pretende, y podemos decir sin temor a
equivocarnos que no ha inventado el movimiento continuo por no hacer rabiar a unos cuantos envidiosos.
Innovador del valor escénico, representa todas las obras que tenga papel preponderante y surja solamente su figura. Por eso su elenco es un conglomerado de partiquinos; él sabe que el público va solamente al teatro para verlo trabajar a él solo, y aunque las estrenadas sean de escaso valor, sabe adornarlas con 'morcillas', y todo sale a pedir de boca. Para terminar daremos este otro dato: como gaucho v corazón noble, hay pocos que lo igualen; todos sus contratados tienen una casita que les ha comprado él y les descuenta una. mensualidad por nómina. Con eso lleva dos ganancias: el tenerlos siempre a su vera, y al que se le subleve, le quita la casa. ¡Es terrible este Muiño!...

 

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