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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

Serie de notas
sobre teatro
(6)
Revista Comoedia
1930
un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

Hay que depurar el ambiente
Dijo en uno de sus magníficos artículos aquel profundo pensador que se llamó Barret, que merece mayor castigo el ladrón de ideas que el que se expropia un objeto que no le pertenece. Efectivamente, el robo de un valor significa a veces la muerte o la vida, una vez que el hombre necesitado de verdad no razona, y hasta se comprende que en un momento dado deje de reconocer el derecho de propiedad, exponiendo su vida si es preciso; en cambio, nada hay que disculpe el robo literario.
Sin embargo, reconozcamos que si hay leyes que condenan al que roba un objeto, por insignificante que sea su valor, el robo literario debía ser más penado, una vez que obedece a una vanidad estúpida de figurar no teniendo condiciones o al deseo de lucrarse con el trabajo ajeno.



 

En nuestro ambiente teatral — mercantilizado hasta el infinito — abundan esos vivillos que, incapaces de crear, se expropian piezas enteras firmándolas como cosa propia cuando consiguen sorprender la buena fe de algún escritor ingenuo que creyó en la caballerosidad de esos piratas.
¿Que quiénes son los que proceden tan incorrectamente?... Larga sería la enumeración, y están perfectamente catalogados. Pero siguen abusando porque nadie toma medidas represivas escarmentándolos de una vez por todas.
Son — y no los individualizamos todavía — autores que figuran en primera línea, a quienes se han descubierto más de una vez sus manejos turbios comprobando el calote, y que, sin embargo, siguen realizando nuevas fechorías, porque nadie toma medidas radicales para reprimir sus abusos.
Son directores artísticos que se han impuesto por un golpe de audacia, y que aprovechando ese encumbramiento, han convertido algunos teatros en sucursales de Sierra Chica.
Son los que denigran la escena argentina convirtiéndola en un mercado de vanidades desvalorizadas y que ocupan puestos que nunca debieron ocupar, pues como hombres de teatro son la negación absoluta del arte.
Son los que han arrebatado el puesto a muchos actores conscientes; que viven al margen de toda actividad teatral porque no pueden transigir con ciertas mezquindades, o que, obligados por las circunstancias, tienen que realizar la odisea del bosque.
Son los que dicen: 'Se vamo', 'trompezón' y 'vedera'; que no tienen capacidad para redactar una mala carta, porque se lo priva el desconocimiento del idioma, pero capaces de estrenar, con su nombre y apellido, una tragedia en tres actos escrita en correcto castellano, pues dicho teatro es muy rico, y en él hay infinidad de obras maestras desconocidas para el público actual, porque no se representan hace muchos años.
Con esto no queremos decir que el director artístico sólo debe limitarse a representar o dirigir; todo lo contrario. Actores hay en nuestro ambiente capaces de construir una obra perfecta, y a la farándula pertenecieron autores insignes que inmortalizaron su nombre, escribiendo para el teatro. Lo que condenamos es el robo descarado, el abuso de confianza que cometen esos autores sin pudor y esos directores artísticos, que todavía no queremos nombrar, expropiándose trabajos que no les pertenecen para lucrarse con ellos, remarcando que si el trabajo muscular está perfectamente reglamentado, obligando las leyes a pagar a quien produce, en las mismas condiciones debe colocarse el trabajo mental creando leyes protectoras para que recoja el fruto aquel que se quemó las pestañas dando finalidad a la obra literaria.
No hablamos tampoco de valores literarios -que ese es ya otro asunto- sino de literatura en general, mala o buena, haciendo hincapié en la teatral que es donde roban más descaradamente determinados audaces que en vez de estar comiendo el pan del teatro, estarían mucho mejor deglutinando el rancho de Sierra Chica.
J. M.

Insistiendo sobre la opción del repertorio
En uno de nuestros números anteriores hemos comentado desfavorablemente la resolución de la Junta Ejecutiva de autores que, pretendiendo velar por la existencia de la producción nacional dictó una acordada a todas luces atentatoria contra esa misma producción.
Los empresarios, con mayor tino y con más inteligencia, al enterarse de que debían optar por la producción extranjera o la nacional, respondieron: "Bueno, entréguennos antes del 30 de octubre el repertorio nacional que hemos de explotar en la próxima temporada, y nosotros eligiremos lo que más nos convenga".
Eso es hablar con claridad meridiana y demostrar un conocimiento profundo y práctico para resolver con exactitud una situación, dando al mismo tiempo a los autores la oportunidad de probar como apuntábamos en nuestro comentario anterior, que ellos son capaces de producir igual o mejor que el autor extranjero, poniendo así de manifiesto que la resolución adoptada no era ni caprichosa, ni falta de fundamentos. Sin embargo, estamos muy próximos al 30 de octubre, fecha fijada por los empresarios, y aun no se han recibido las obras nacionales que les permitirá la comparación con las extranjeras y resolver la actitud que corresponda.
¿Qué hacen los señores autores que no entregan sus obras a las empresas? ¿Es que no trabajan? ¿Es que no se sienten capacitados a afrontar esa comparación, o es que no les interesa la resolución que adopten los empresarios?
Si fuera esto último, pueden ya adivinar sin mayores esfuerzos cuál ha de ser el resultado. Las empresas, teniendo en cuenta el éxito obtenido con "El proceso de Mary Duggan", "Los criminales", "Fin de jornada" y "La araña de oro", no titubearán en elegir el teatro extranjero en lugar del nacional.
Podría sospecharse que algunas empresas optaran por el repertorio puramente nacional y otras por el extranjero si aquéllas hubieran recibido las obras esperadas; pero es que ninguna ha recibido nada nuevo. Los señores autores no se han dado por notificados y, en consecuencia, pasará lo que debe pasar: que los teatros que exploten el repertorio en tres actos — que han, de ser muy pocos, pues no es un misterio ni para los autores ni para nadie la gran inclinación del público por el teatro por horas — optarán por la explotación de obras extranjeras.¿Qué habrán ganado entonces los señores autores nacionales? Tendrán que repetir una y mil veces aquello de que : " estábamos mejor cuando estábamos peor".
Entendemos que ha de ser muy conveniente y muy juicioso que la Junta Ejecutiva recapacite sobre esto, y ya que no hay otra cosa que hacer, y siempre con la base de su acendrado amor al teatro nacional, resuelvan autorizar a las empresas — a lo sumo — la producción mixta al 50 por ciento de cada repertorio, si es que no llegan a la conclusión — que tal vez fuera lo más acertado—dejar libertad absoluta en la elección de ese repertorio.
Eso es lo que conviene que resuelvan los autores, y cuanto antes mejor; de esa manera empezaría con más entusiasmo la formación de los repertorios para la próxima temporada con un horizonte más claro y amplio para todos; haciendo así ni más ni menos lo que se hace en todos los teatros del mundo; representar las obras que más convengan, sean de la nacionalidad que fuera.
Los autores deben llegar a esa determinación y buscar de combatir la traducción deshonesta y de coima; para ello tienen mil medios a su alcance. Es necesario imitar al nuevo gobierno: limpiar, higienizar el ambiente de todos los elementos que deshonran al teatro nacional.
LA DIRECCION
1 de octubre de 1930
(Nota: Irigoyen es derrocado por un golpe militar el 6 de septiembre de 1930. El presidente de facto del "nuevo gobierno" a que hace referencia es Uriburu)

Nuestro teatro y el arte
Extracto de la conferencia que el señor Enzo Aloisi pronunciara en la Universidad Popular la noche del 13 de septiembre bajo los auspicios de la Sociedad Educadora de Liniers, que preside el señor Washington Lalanne.
Empieza el autor por advertir la imposibilidad de desarrollar en toda su amplitud el tema comprendido en el título de su conferencia, que lo llevaría a estudiar el teatro argentino en sus orígenes y desarrollo, en sus múltiples características literarias y técnicas y a analizar sus posibilidades en un futuro más o menos próximo, por lo que deberá limitarse a fundamentar los siguientes postulados: 1.º Que estudiado en sus valores relativos, nuestro teatro no está tan divorciado del arte como se supone. 2.° Que los medios para elevarlo basta ser una más absoluta expresión de arte, están a nuestro alcance y pueden y deben ser objeto del estudio y del interés de nuestras jóvenes generaciones intelectuales.
Empieza por señalar la imposibilidad de que nuestro teatro haya alcanzado un grado de madurez como para confrontarlo con el de otras naciones que tienen tras de sí una rancia tradición artística, y señala de paso, los riesgos que encierra, para países como el nuestro, jóvenes y sometidos al aluvión cosmopolita, la influencia de los elementos extraños a la espiritualidad nacional en formación. Así considera que ha llegado para el teatro argentino un momento de desorientación y perplejidad — lo que explica su estancamiento actual — ante las sugestiones de todo orden que recibe de las escuelas artísticas más opuestas, con quienes se halla en constante contacto.
Analiza luego los términos: "Arte", "Teatro", "Arte de Teatro" y "Teatro de Arte", y trayendo en su apoyo numerosas y diversas definiciones clásicas y modernas, desde el punto de vista del naturalismo o del idealismo y sus numerosas escuelas derivadas, llega a la conclusión de que sus conceptos fundamentales escapan a toda definición y que la alternada supremacía histórica de esta o aquella escuela, parece reducir la cuestión a términos de tiempo, de época, lo que debe tenerse en cuenta al estudiar el teatro argentino, por cuanto éste se ve compelido por circunstancias múltiples, a vivir una época artística para la cual no está aún suficientemente preparado.
Entra entonces a analizar los valores que encierra el teatro argentino en la época en que comienza a contarse en el país con una literatura dramática estimable y que coincide con el encumbramiento de Pablo Podestá.
Expuestas someramente las características de ese período de nuestra dramática y las virtudes esenciales, así como los defectos típicos contenidos en la producción teatral de la época, señala bus causas del brusco estancamiento que se advierte en la, hasta entonces, ascendente marcha de nuestro teatro, causas cuyo origen común hace radicar el señor Aloisi en la degeneración de los espectáculos por horas, que, conjuntamente con el cinematógrafo polarizan la atención de la mayoría del público.
Pasa luego a analizar los aspectos del teatro breve y se lamenta de que algunos comentaristas actuales, estudiando el problema, sólo desde el punto de vista cuantitativo, consideran que el sainete inferior, que hoy alcanza miles de representaciones, adquiera por ello valor representativo del grado de cultura y espiritualidad del público argentino. Sostiene que, en realidad, ni siquiera puede decirse de esas obras que el público las prefiera, por cuanto dentro de una equivalente categoría de espectáculos, es casi lo único que se le ofrece, y que, además, se imponen más que por el contenido teatral, por la labor de los intérpretes, en su mayoría ampliamente dotados y de todos modos superiores a las obras que representan.
Señala luego la acción ejercida por esa triunfante competencia sobre el teatro de tres actos, cuando trataba de defender la categoría de sus espectáculos, y cita los casos de artistas distinguidos como Casaux, Orfilia Rico, Angelina Pagano, Camila Quiroga, que poco a poco, empeñados en atraerse el público que les restaba los teatros por hora, fueron descuidando la calidad de las obras, en busca del éxito económico. Y cita, en apoyo de su opinión, que el teatro argentino está actualmente desorientado y perplejo ante las sugestiones de los progresos alcanzados por el teatro en otros países, el caso de Enrique De Sosas, a quien considera el más inquieto e inteligente de los actores-directores, y que aun siendo el que con más tesón sostiene el pendón del arte, desperdicia sus fuerzas en una búsqueda angustiosa, en un ensayo sin método, de los géneros más diversos al través de las escuelas más opuestas y con resultados tan irregulares, tan contradictorios que justifican, en cierto modo, sus continuos cambios de orientación.
Planteados así los problemas esenciales de la actualidad de nuestro teatro, el señor Aloisi cree que aún puede esperarse una saludable reacción si se empieza por elevar el nivel artístico del teatro breve, por considerar que es por su esencia el más popular y porque indirectamente, su elevación artística traerá un mejoramiento de las condiciones generales de nuestro arte escénico, al capacitar al público para interesarse por manifestaciones cada vez más elevadas de ese arte.
Considera también que por otro camino puede prepararse el avenir de formas más plenas de belleza artística, creando entre nosotros un teatro experimental que, aun cuando sea sostenido por el esfuerzo de un núcleo de escritores de "élite" por y para círculos de público de "élite", puede servir de vivero para que las manifestaciones del teatro moderno lleguen más tarde a la masa.
El señor Aloisi termina con estas palabras optimistas su exposición: "Contamos con los elementos esenciales de un teatro que supo ser nuestro, muy nuestro, cuando menos fácil le era el serlo. Sabemos que contingencias secundarias — y que pueden ser transitorias — han bastardeado ese teatro conteniéndolo en su marcha ascendente,- pero nada nos autoriza a creer que este alto en el camino, ésta, acaso, regresión, importen un estancamiento definitivo y sin remedio.
"Y debemos admitir que nuestras jóvenes generaciones intelectuales, que han sabido conquistar posiciones brillantes en otros diversos órdenes de la actividad literaria, con la debida disciplina y el necesario estímulo han de poder triunfar también en esta robusta rama del arte que es el teatro.
"Por mi parte, me consideraré afortunado si con mi modesta palabra he contribuido a disipar en uno solo de mis oyentes — que sé jóvenes, estudiosos y de levantadas aspiraciones — la sombra del pesimismo con que se nublan muchas miradas vueltas, no obstante, con vivo interés, hacia el porvenir de nuestro teatro."

Por José Cerdán Aranda
La mala educación del público
Si una cosa está destacando a la mayoría del público porteño, — y me refiero a éste porque en su ambiente vivo —, es la mala educación que parece complacerse en poner de manifiesto.
Un tanto rutinario, se concreta a ver — la generalidad — distraídamente la obra, a cuya representación asiste, y aunque ella sea demasiado mala, no protesta en forma franca y juiciosa — salvo excepciones —, y como debiera ser siempre de rigor, sino que se limita a silenciar la ineficacia de la producción, por no perder la línea del buen tono y mostrar una incultura que no solamente cree no poseer sino que asegura no poseer en absoluto.
En los teatros europeos se estila mostrar la disconformidad hacia una obra con ruidosa protesta. Derecho justo que le asiste a aquel que abonó su localidad, ya que también ruidosamente batiendo palmas, se manifiesta la conformidad por una producción. Aquí no. Una insinuación de "pateo", (rara vez se ha producido), es sofocada por los acomodadores o fuerzas del orden público, si es menester. ¿Cómo, entonces, puede el público manifestar su opinión propia, absoluta? ¿Acaso vale sólo la crítica periodística, más si tenemos en cuenta que la de muchos órganos de publicidad, es bien interesada, por cierto ?
Pero ésto me aparta del tema principal, el de la mala educación de nuestro público, — esto es generalizando, pues bien entiendo que hay excepciones — y de la cual me voy a ocupar de lleno en breves líneas.
Para solucionar aquello de que por empezar los espectáculos a temprana hora, muchos eran los que llegaban demasiado tarde por diversas causas, se optó por dar comienzo a la función a una hora más avanzada, y lo que obliga a salir de los teatros tarde en demasía, lo que resulta por demás molesto en pleno invierno y en perjuicio de los que a la mañana siguiente tienen que levantarse más o menos temprano para cumplir con sus obligaciones.
¿Se corrigió con esta medida el mal hábito de los que antes llegaban tarde, molestando a los que ya se habían ubicado en sus respectivas localidades? No tal. Porque hay una gran mayoría que está convencida que es de buen tono el llegar al teatro cuando el telón ha sido alzado y los espectadores que gustan oir la obra desde su principio se encuentran cómodamente sentados, concentrada su atención en lo que se desarrolla en el tablado.
Y, precisamente, éstos que observan la mala costumbre de llegar después de hora, fastidiando a los otros, son los que ponen de manifiesto un segundo aspecto de mala educación, cuando revelando una prisa para marchar, que no tuvieron para llegar, se levantan precipitadamente de sus localidades, faltando tres o cuatro minutos para terminar la representación, atropellando a medio mundo y pisando con fuerza, dando la sensación de que los que salen son simples equinos y no personas.
Aquí se demuestra, y bien claramente, la diferencia que existe entre civilización y cultura. Evolución externa la primera y proceso interno la segunda. Manifestación de civilización que les permite entrar a un teatro y darse el tono de ello y hasta demostrar un cierto interés por una obra, que las más de las veces no comprenden, y carencia absoluta de la segunda, puesto que posesionándose de todos los derechos no saben respetar los ajenos, y ocasionan al prójimo molestias que a ellos no les agradaría recibir.
Y es un espectáculo desagradable en extremo el que se nos brinda a nuestra mirada crítica, cuando la barra de la claque, revelando un interés, — aunque éste sea tan sólo hijo de su obligación — pide la presencia del autor en el proscenio, o bien requiere la palabra de los intérpretes más destacados, y al adelantarse aquél o éstos con tal fin, encuentran, no un auditorio atento, sino a unos cuantos espectadores que, ya en pasillos, de espaldas al escenario y con el sombrero puesto, van en dirección a la salida.
Efecto sensacional, digno de verse y estudiarse, y cuya comprobación se puede llevar a cabo asistiendo a cualquier teatro de la Capital.
Tal es la educación del público selecto que asiste a los teatros y que tan pomposamente se titula civilizado.

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