Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Televisión
El escándalo de los contratos

 

Revista Primera Plana
17 de diciembre de 1968

A lo mejor no es más que una crisis de adolescencia, 17 años después de que la televisión argentina obtuviera su partida de nacimiento. Pero las últimas semanas presenciaron una tormenta más o menos inédita, que sacudió a los cuatro canales porteños, aunque el epicentro podía detectarse en los dominios de Alejandro Romay y Darío Castel (canales 9 y 11): de pronto, la solapada guerra iría para seducir figuras y programas de probado éxito pasaba a convertirse en una batalla escandalosa , y la ATA (Asociación de Teledifusoras Argentinas) se veía forzada a emitir un comunicado con la firma, de Alberto C. Gollán y Juan Carlos Sánchez; (presidente y secretario de la entidad), procurando reglamentar una tambaleante ética no escrita, que regía hasta entonces las palaciegas relaciones competitivas entre las empresas que la integran.
Otras pautas del proceso —el avance de los libretistas-productores como verdaderas estrellas del sistema, el progreso de los programas de tipo periodístico y la declinación de los teleteatros, la permanencia de algunos nombres míticos al margen de su mayor o menor producción— que sufre la televisión argentina, a caballo de dos temporadas, fueron analizadas por Primera Plana, durante diez días y más de dos docenas de entrevistas. De ese análisis se desprende por lo menos una evidencia: la política interna de las teledifusoras parece dispuesta a pulir y a legalizar la mayor parte de sus reglas del juego.

Los infieles 
Como siempre, el liderazgo del ruido nimbó la figura de Alejandro Romay, el zar del Canal 9. La oferta que tentó a los hermanos Gerardo y Hugo Sofovich, de Operación Ja Ja, y se convirtió en el detonante de la explosión, empalidece ante la desmesura con que se habría apelado a la sensibilidad financiera de Hugo Moser, productor ejecutivo y gerente de deportes de Canal 13; 80 millones de pesos se le habrían susurrado para que emigrara al 9 con su "paquete" de programas (La Familia Falcón, Mis hijos y yo, Matrimonios y algo más). Al parecer, Moser desdeñó el canto de sirenas, ratificando la confianza de sus amigos: "Hugo prefiere el tranquilo poder de que disfruta en Proartel", arriesgó un allegado.
Entretanto, Orlando Guglielmino, gerente de programación de Teleonce, confirma la contratación, para su canal, de Telecómicos (ex 13), Galanterías (ex 7) y niega ("hasta mayo no contaremos con las instalaciones del nuevo estudio, que le permitirían desarrollar su estilo") las versiones que daban como seguro el pase de Héctor Coire, a razón de dos millones de pesos por cada uno de sus programas "ómnibus" (Sábados de la bondad).
En realidad, la difícil pubertad de las televisoras, agravada por dos desmayos —el de las inversiones, que mermaron considerablemente este año, y el del talento, que no consiguió elucubrar en los últimos doce meses más que la sensiblería organizada de Sábados de la bondad—, parece condenarlas a la repetición de esquemas y a los "pases" más o menos previsibles. Por otra parte, la política de contención inflacionaria enunciada a fines del año pasado por el Gobierno, a la que adhirieron la mayoría de las televisoras, frenó los aumentos que caracterizaron la temporada del 67 (año en el que Canal 11 aumentó sus tarifas en un 44 por ciento, y el 9 y el 13 treparon con las suyas hasta el 50 por ciento en relación al año anterior).
Ahora, en cambio, los canales han mantenido sus tarifas desde el 1º de enero (con módicas excepciones: la del 9, que aumentó tres veces el costo de sus "rotativos" —avisos alternados en tandas—, y la del 13, que se permitió elevar el precio de las participaciones fijas —spots en programas—), un cuadro que podría sintetizarse más o menos así: de 16 a 52 mil pesos los rotativos, en lapsos de diez a sesenta segundos, cubriendo todos los horarios; de 8 a 30 mil pesos por los spots en programas matutinos, un costo que se empina hasta el cuarto de millón cuando transita los horarios centrales de la noche (20 a 22), con elevada audiencia.

Las flores del rating
"No es un melodrama, sino una comedia costumbrista que reúne tres épocas clave del teatro nacional; Discépolo, Gorostiza y Cossa, o el paso del realismo al neorrealismo." Esa es la imaginativa tesis, que Angélica Palomero de Bellomo —'detta' Celia Alcántara, una maestra y abogada de 42 años, que alcanzó el éxito inventando libretos de televisión— esgrime para defender Simplemente María, su más provechosa receta.
En realidad, la tira —que ya ha cumplido un año y medio, y amenaza eternizarse— fue ascendiendo hasta los 30 puntos de rating gracias a los más arcaicos recursos del radioteatro, género en el que nació. Hace 15 años, la misma idea hizo una tímida incursión por Radio El Mundo bajo el rótulo de 'Querer es una palabra' (su autora la había bautizado 'Cabecita negra', un título que la emisora rechazó sin apelaciones), pero naufragó al, mes de su puesta en el aire. Ahora, desde Canal 9, se ha convertido en el caballito de batalla de quienes prefieren imaginar que nada nuevo hay bajo el sol en materia de cursilería.
Ese inusitado éxito, sin embargo, no alcanza a disimular la decadencia de las tiras de la tarde. Encasillados en la fosilidad esquemática (por el estilo de "las madres son buenas y el adulterio no existe"), obligados a repetir caras y a dilatar situaciones, los libretos acabaron por saturar al público. Casi el mismo diagnóstico podría aplicarse a los teleteatros nocturnos, cuya única modificación al respecto consiste en el tímido agregado de un "erotismo para mayores". Tres abominaciones sobreviven, solitarias, después de las nueve de la noche: 'Su comedía favorita' y 'Mujeres en presidio', de Alberto Migré, e 'Historias en la noche', el último engendro de la inefable Nené Cascallar. "La tira inteligente y ambiciosa —delira Migré (36)— interesa a todos los públicos, sin descarte: aun al más selectivo." La realidad —tiras hechas con todos los trucos posibles para estirar el metraje— desmiente esas ensoñaciones culturales del prolífico guionista.

El pueblo quiere saber
Para equilibrar el panorama, otro estilo de libretistas-productores arrebató audiencias durante el año: los empeñados en ofrecer vastas humoradas, con nutridos y notorios elencos. La fórmula, esgrimida desde 1963 por el ahora discutido Gerardo Sofovich y su Operación Ja Ja, se extendió a partir de enero sobre dos novedades: Vivir es una comedia, "una superproducción asentada en la experiencia de Operación", según la define Sofovich, y Matrimonios y algo más, un programa que para su autor, Hugo Moser, es simplemente "una fórmula para desinhibir".
En la línea del menor esfuerzo, Héctor Maselli ingresó a Canal 13 dé la mano de La Tuerca; un ensayo de módico talento para repetir los esquemas de Operación Ja Ja. Después de tres años, algunos aciertos (la pesadilla burocrática del dueño de una maceta) destellan en la producción de los cinco libretistas que aglutina el staff del programa. Pero, a pesar de un rating continuo y elevado, La Tuerca no alcanza a redimir su delito natal de imitación.
Sin excepciones, los consultados por Primera Plana (directores, productores, libretistas, ejecutivos, actores) estuvieron de acuerdo en señalar una tendencia, que habría signado la temporada que finaliza en estas semanas: el vuelco hacia la información, en detrimento de las ficciones.
Diversas formas de periodismo —deportes "en vivo", reportajes, noticieros— produjeron una invasión paulatina hasta en los mastodontes sabatinos y dominicales. "Lamentablemente —se condolió un ejecutivo—, no existen verdaderos periodistas televisivos." Los animadores serían, según esa opinión, los encargados de suplir a duras penas la carencia.
A juicio de José Nicolás Pipo Mancera (38), el más empinado exponente del género, "el periodismo en televisión es, todavía, absolutamente deficitario". Adolfo Haimovicz (58), un antiguo secretario de redacción de Crítica, quien cumple el mismo papel en MAN S.C.A. —la empresa de Mancera—, especifica que "una nota como la de Blaiberg, por ejemplo, cuesta diez millones de pesos y es invendible, pero mejora el rating y cosecha avisadores". Al cumplir siete años sin alterar su esquema —en el que conviven el periodismo, el show y la publicidad, a un costo aproximado de siete millones de pesos por programa—, Mancera no parece alterarse por la puesta en órbita de Sábados de la bondad, su más reciente competidor: "También en otros años —pontifica— hubo programas que superaron, esporádicamente, el rating de Circulares: ya han desaparecido". Según algunas versiones, los ingresos de este dinámico zar oscilarían en la actualidad en los 14 millones de pesos mensuales; su olímpica confianza, y el aire de fastuosidad que revolotea por las instalaciones de sus oficinas de Uruguay al 1200, parecen acordes con esa apreciación miliunanochesca.
El Canal 13, por su parte, para aprovechar la brecha abierta por los corazones de Coire, revitalizó una idea lanzada por el 7 cuando aún no existía la competencia; 'La campana de cristal', comandada por Nelly Francisca Aldunate de Fernández Unsain —33, un hijo, líder de un equipo de siete productoras—, más conocida como Nelly Raymond, su nombre de batalla, significó un esfuerzo de imaginación por acercar los programas "de panel" —célebres en los Estados Unidos— a la beneficencia. La Raymond —no repuesta todavía de la emoción que le provocó un telegrama de Pablo VI, felicitándola por una reciente emisión— excusa algunas desprolijidades de 'La campana' en nombre de "la espontaneidad con la que se realizan las tareas".
A otro nivel, la adhesión desatada por los fervorosos sábados de Héctor Coire fortaleció la confianza de Romay en los full-time para el fin de semana; tras el fracaso de una de las peores invenciones de su carrera (Domingos de la amistad), se resignó a recurrir a un conductor probado para rellenar la tarde dominical. René Jolivet (38), que anima Yo y un millón en el Canal 12, de Montevideo, inventó 'Domingos insólitos' a pedido de Romay y Villamor. Imprevistamente para muchos, Jolivet consiguió dotar de autenticidad sus escarceos periodísticos. La experiencia uruguaya ("allí no hago más que notas, sobre todo en exteriores"), su rechazo a la presencia del público en el estudio ("no trabajo para halagarlos, entonces se aburren y no vienen"), le permiten moverse con una soltura inédita. Sin embargo, su contrato.—un millón de pesos por programa— finaliza este mes, y no sabe si el Canal se avendrá a sus condiciones para renovarlo: el doble de pago, el despeje de ciertos elementos que considera inútiles, la obtención de un equipo periodístico, de un camión de exteriores y el envío asegurado de corresponsales a Biafra y Vietnam, en los primeros meses de 1969.

Una cierta psicosis
Confuso y sin resolver, el estallido entre Canal 11 y el equipo de Operación Ja Ja sirvió, sin embargo, para aclarar el panorama real del negocio televisivo, y reveló las fisuras, que minaban el environment empresario. El comunicado de la ATA, que procuró reglamentar la situación, no fue más que una salida retórica: suscripto sin vacilaciones por todos los socios menos uno el proyecto permanece inocuo. El socio remiso, como parece lógico, es Alejandro Romay.
Entretanto, Canal 11 sigue emitiendo repeticiones de Operación y Vivir, mientras coordina un equipo de cuatro libretistas para suplir a los Sofovich y conjetura los alcances de la deserción entre los intérpretes. Descontados Pepe Soriano y Gogo Andreu —cuyos contratos expiraban a fin de año—, los restantes actores fueron citados para conocer sus intenciones: algunos —Marcos Zucker, Fidel Pintos, Jorge Luz— ratificaron su decisión de respetar el contrato; otros alegaron los mismos propósitos legalistas, pero ya habrían firmado un nuevo compromiso con el 9, anterior a ese juramento de lealtad.
Pero, con fecha 6 de diciembre, el juez en lo civil, doctor Noé Quiroga Olmos, dictó una medida precautoria (comunicada a las partes el miércoles 11) para el entuerto: "No innovar". Así, Telerama depositó un aval bancario de 20 millones de pesos y los Sofovich fueron apercibidos de que cualquier violación, total o parcial, de su contrato con Canal 11, les acarreará una multa de 2 millones, incrementada en un 50 por ciento a cada reiteración.

Al margen_______________ El dueño del tumulto
Mientras el sol le hace guiñar los ojos y lamenta, reiteradamente, una sombra de barba frente a los fotógrafos, el somnoliento Gerardo Sofovich, 31, avanza hacia su escritorio. Se reclina en un sillón, tras de la mesa inmensa, y ordena el café —con un timbre— a la uniformada mucama. Habla lenta y desganadamente, "es que me dejo vencer por el sueño cuando ya no hay más remedio —bosteza—. Hugo y yo siempre hacemos lo mismo, el resultado es que nunca terminamos de despertarnos". Son las 11 de la mañana y en el segundo piso de Austria y Peña, al que se mudó hace 8 meses, el teléfono, que se niega a atender, suena ininterrumpidamente. Prefiere memorar, con precisión, sus comienzos televisivos: la continuidad para Legión de amigos, "uno de esos programas que dan premios", en el que se aventuró mientras hacía periodismo y relaciones públicas.
Después, todo fue bastante vertiginoso. En dos años, con el libro y la producción de Gran Hotel, un show con humoradas de Verdaguer, se desprendió definitivamente de todo lo que no fuera televisión. Alió a su hermano Hugo ("yo abandoné Arquitectura, a siete materias del diploma; él, Ingeniería, Ciencias Económicas y la subgerencia de una empresa textil") y ambos se precipitaron sobre el medio que los tentaba. El 26 de marzo de 1963 salió al aire, por Canal 11, una idea "en principio, bastante convencional", que se convertiría en la summa de su prestigio: Operación Ja Ja. "Al principio, sin estrellas y con media hora de duración, cada programa insumía 100 mil pesos y 38 páginas de libreto —contabiliza—. Después, a medida que la receta funcionó conseguimos los actores que nos permitieron aumentar costos, dilatar horarios y reducir el guión." Hasta la debacle, el programa empinó sus costos alcanzando el millón y medio de pesos por emisión.
Ahora, dedicándose fulltime a su hobby (la fotografía), Gerardo acumula efigies de la actriz Carmen Morales, con quien se casó hace tres años y medio, y de Gustavo Manuel, su hijo, que acaba de cumplir 21 meses. Si él ha sido el detonante del mayor escándalo televisivo de 1968, del affaire que estalló a principios del mes pasado reconoce algunos antecedentes menos rumorosos. En la temporada 1964/65, Antonio Carrizo y el entonces publicitado Club del Clan mudaron sus huestes, de Canal 9 hacia la emisora estatal. Pero el animador había intimado el pago de 2 millones, que la sede palermitana adeudaba al programa, y Romay, colocado en mora, perdió el juicio. El precursor más cercano es el pase de Osvaldo Pacheco, exclusivo del 13, seducido, en octubre del año pasado, por el reincidente Alejandro Saúl. El actor, rechazando los 300 mil pesos con que la gente de Constitución intentó serenarlo, se lanzó a los brazos protectores que le habrían ofrecido medio millón y los consabidos gastos. Naturalmente, el empecinado Romay ya perdió la primera y segunda instancia de este proceso.
Entre las versiones que explican su actual ensañamiento contra Telerama, los memoriosos esgrimen el riguroso veto a Hugo Stábile, representante de Ramón Bautista Palito Ortega, su mujer, Evangelina Salazar, y los románticos Bebán-Barreiro. El manager, cuya entrada al Canal 9 está absolutamente prohibida, habría gestionado con Telerama, los contratos de sus protegidos, ante las iras de Romay, que los ambicionaba. La vendetta promete secuelas que Sofovich se niega a comentar: "Si no podemos trabajar cómodos aquí —amenaza—, nos iremos a México, de donde recibimos jugosas y continuas ofertas".

Ir Arriba

 

 

Goar Mestre - Darío Castel, Alejandro Romay, Guglielmino
Goar Mestre - Darío Castel, Alejandro Romay, Guglielmino

Alcántara
Alcántara

Sofovich
Sofovich


Mancera, Coire, Jolivet, Maselli, Raymond, Moser


 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

 

 

Búsqueda personalizada