por ERNESTO FRERS
El galán de TV vive prisionero de su propia fama. Dormir tres horas
diarias y no ser demasiado distinto del hombre común, son fórmulas
imprescindibles para estos ídolos de entrecasa que se saben efímeros
y domésticos.
Todas las tardes, en miles de hogares argentinos, miles de mujeres
lloran y suspiran ante el televisor. La telenovela, heredera directa
del radioteatro, introduce en la penumbra del living su cuota de
escapismo y de ilusión. El tema es siempre el amor. Un amor depurado
de las escorias de la vida cotidiana, pero lo suficientemente
doméstico como para ser admitido en la intimidad del hogar. Esa
inmensa platea femenina tiene también sus ídolos. Un grupo reducido
de protagonistas que se reconocen en el título de "galanes de
televisión".
Los ídolos de entrecasa
Hace una década, un Club de Admiradores de Gary Cooper proponía
seriamente a su héroe la candidatura a presidente de los Estados
Unidos. En 1963, un humorista argentino con vocación de sociólogo
sostenía que la fórmula presidencial Luis Sandrini - Tita Merello
sería imbatible. El público, necesitado de héroes y prototipos,
adjudica a los actores las virtudes intelectuales y morales de sus
personajes.
La televisión, obligada al ámbito hogareño, no puede permitirse el
exotismo ni el despliegue erótico del séptimo arte. A mitad de
camino entre el cine y la radio, sus héroes son más cotidianos,
menos excepcionales, más identificables con el novio o el hijo.
Atilio Marinelli se autodefine como "el galán de las viudas". Muchas
mujeres le escriben o lo paran por la calle para decirle que les
recuerda al marido muerto. Tanto él como Eduardo Rudy, Langlais o
Guillermo Bredeston, son galanes sin misterio, fácilmente
asimilables al hombre común. La imagen más "torturada" de Alberto
Argibay —excepción de la regla— es, de algún modo, el otro rostro
del porteño, una versión moderna del "hombre que está solo y espera"
en el que a muchos argentinos les gusta reconocerse.
Los propios galanes admiten esta humanización de su imagen, esta
necesidad de no ser demasiado distintos. Ignacio Quirós sostiene que
el público femenino aprendió a reconocer nuevos valores (carácter,
fuerza, ternura, etc.), otros imponderables del sexo masculino. "Se
olvidó de la cara bonita y los ojos soñadores, para buscar al
hombre, incluso en sus defectos".
Pero un rostro armónico o por lo menos simpático sigue siendo
imprescindible. Alberto Argibay lo reconoce cuando dice que no se
siente galán "porque no tiene los atributos necesarios".
El oficio de galán
La escena se filmaba por octava vez. Los reflectores se encendieron
y el director dio la voz de rodaje. Todos los ojos se concentran
sobre el galán Atilio Marinelli, cuando ubicado frente a las
cámaras, rodó por él suelo. Estragado por el cansancio, su cuerpo
había cedido. Los médicos diagnosticaron exceso de trabajo y le
recetaron una semana de reposo.
Esto sucedió a principios de año. Pese a esa experiencia, Marinelli
trabaja actualmente 20 horas por día, duerme apenas tres y come una
sola vez, a la madrugada. No es una excepción. El video parece ser
una especie de monstruo devorador que esclaviza a sus propios
ídolos. Bredeston ha descansado sólo dos días en lo que va del año:
para las elecciones y el 1º de Mayo. Duerme de 3 a 6. Entre ensayos,
pruebas, salidas al aire, memorización y grabaciones en "tape", los
galanes no tienen tiempo de vivir.
"Es un suicidio —dice Ignacio Quirós—, uno está atormentado por las
cámaras, por las luces, por la dirección, por los libretos... Pero
pagan bien". Quirós ha puesto el dedo en la llaga: aunque la mayoría
de los galanes hablan con cierto tono despectivo de la televisión,
añorando el cine y el teatro, ningún otro medio les provee sueldos
tan elevados y continuos. (Marinelli gana 500.000 por mes, Rudy
250.000, Quirós 80.000.)
La excepción es Guillermo Bredeston. Se sabe el prototipo del galán
televisivo, pero no le molesta ese papel. Acusa a sus colegas que
desdeñan la TV de "estar en pose" o ser snobs. El se siente más
espontáneo en el video que en el teatro. "Las cámaras de TV me
subyugan —dice—, me causan un placer indefinido". A José María
Langlais, fe sucede todo lo contrario: "La televisión es fría, no se
tiene contacto con lo que se está haciendo". No obstante él, como
otros, es un típico producto de ese medio que desprecia. Y se atiene
rigurosamente a sus reglas.
La carrera de Argibay es una larga peregrinación. A los 14 años
"pegó el salto" desde Santa Cruz, porque quería ser actor. "Era
bastante ridículo, con la pinta que traía", dice. Ingresa a Radio
Splendid y pese a la advertencia de González Oliva ("Mirá pibe, es
una tarea ingrata, ¿por qué no te ponés de sonidista?"), insiste en
ser actor. Hizo TV en los primeros años de Canal 7, algo de teatro y
bastante cine. De nuevo en TV, sostiene con cierta nostalgia que sus
primeros sueños, idealizando a la profesión, ya no tienen sentido.
Eduardo Rudy trabaja en teatro desde hace 24 años. Desde 1956 a 1962
vivió, en Estados Unidos con su familia, trabajando en Hollywood
como narrador en "off" de todas las documentales y "colas" que
producía Walt Disney, destinadas a los países de habla hispana. Pero
un día su hija viajó a Italia donde conoció a un joven con el que
quiso casarse. Como no podía hacerse en EE. UU. vinieron todos a
Buenos Aires. El compromiso se rompió una semana antes del
casamiento, pero Rudy ya había perdido su posición en Norteamérica y
no pudo volver. La televisión argentina, gracias a la inconsecuencia
del italianito, recuperó a uno de sus mejores galanes. Rudy empezó
en Canal 13 con su reiterado éxito teatral "El galleguito de la cara
sucia" y su éxito fue tal que en 1963 llegó a trabajar en los cuatro
canales simultáneamente.
Para triunfar en este rutilante y agotador oficio de ser galán de
televisión, la suerte juega un papel preponderante. Salvo las
figuras consagradas por otros
medios, como Rudy o Quirós, la mayoría de los galanes han debido su
ascenso a circunstancias fortuitas. "Estoy en televisión porque
entré con el pie derecho", declara Langlais con su empeñosa
iracundia. Cuando Marinelli se presentó por primera vez ante las
cámaras en el teleteatro Palmolive, los ejecutivos del canal no
tenían mucha fe en ese muchachito de rostro aniñado. Fue el público
el que lo impuso a través de cientos de cartas y amadas telefónicas
que desconcertaron a los "cerebros".
"Los comienzos son siempre tristes y accidentales —dice Argibay— el
azar o la suerte suplen generalmente a las condiciones personales".
Pero una vez adentro, la maquinaria del video, los atrapa y los
obsesiona. Ignacio Quirós nos confesó que, cuando descansa, su
diversión favorita ... ¡es ver televisión!
Ellos y el público
Eduardo Rudy relata una anécdota que cuesta creer, pero que parece
ser cierta: Una joven señora paralítica sentía admiración por el
maduro galán, al que escuchaba todos los días en una radionovela.
Postrada en su sillón, esperaba ansiosa la grave y tierna voz de
Rudy que la transportaba a un mundo de amores imposibles, una tarde
quedó sola en su casa, y la madre se olvidó de dejar la radio a su
alcance. La joven inválida llamó tratando de atraer a los vecinos,
que no la oyeron. Finalmente, desesperada, se arrastró hasta la
radio. Este esfuerzo de voluntad fue el comienzo de una curación que
ahora es definitiva.
A partir de este caso extremo, los galanes de TV gozan y sufren un
constante asedio de sus admiradoras. Un promedio de 100 cartas
diarias, llamadas telefónicas, persecuciones callejeras, son el
barómetro de una admiración tan importante para el prestigio
profesional como los omnipotentes "ratings". "El público es el que
manda —dice Langlais—. Puede hacerme o deshacerme". "El público es
magnifico y diabólico", expresa Bredeston. Los galanes reciben esta
admiración con una extraña mezcla de orgullo y temor: "Cuando nos va
bien nos buscan y nos piden autógrafos; cuando pasa nuestro momento,
se dividan de nosotros con una facilidad asombrosa". La nota
discordante la proporciona Argibay, fiel a su imagen rebelde: "Nunca
pienso en él público, porque esa no es la misión del actor, que debe
cumplir consigo mismo". Tal vez sea una manera de hacer que el
público piense en él.
Pero la admiración por los galanes de TV ha descendido de la
idolatría a una afectuosa confianza. Las mujeres se desmayaban ante
Valentino. A ellos los saludan cariñosamente por su nombre de pila
o, cuanto más, les dan un beso en la mejilla.
¿Cómo toman los hombres la constante presencia de estos "novios
eternos" en sus hogares?
"Cuando voy a los barrios o los clubes —dice Marinelli— los tipos me
miran de costado. Es lógico que se sientan así, cuando acompañan a
sus novias que vienen a verme a mí".
En cambio, Eduardo Rudy es menos competitivo: "Yo tengo el apoyo del
hombre. Cuando el galán gusta demasiado sensualmente, el hombre lo
rechaza. A mí me reciben sin celos en su casa". El más veterano de
los galanes termina con una fórmula que define su éxito: "Hay que
parecerse lo más posible a un hombre normal."
Casados, con hijos, entregados a un trabajo agotador pero bien
remunerado, los galanes del video son esencialmente eso: hombres
normales. Nadie enloquece ni se suicida por ellos. Nadie tampoco,
llega a odiarlos. Benévolamente, el público acepta a estos "amantes
cotidianos" que se introducen todas las tardes en el living. Como un
pariente o un amigo, producen más afecto que admiración. Ellos lo
saben y tratan de ajustarse a esa imagen común y doméstica. Quizá
impugnan a la televisión no permitirles ser más "ídolos" o hacer
grandes papeles. Pero, como reconoce Quirós, "Ella nos ha salvado".