Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Los amantes cotidianos
Revista 7 Días
22 de junio de 1965

 
Sucesos Argentinos narrado por Eduardo Rudy

por ERNESTO FRERS
El galán de TV vive prisionero de su propia fama. Dormir tres horas diarias y no ser demasiado distinto del hombre común, son fórmulas imprescindibles para estos ídolos de entrecasa que se saben efímeros y domésticos.
Todas las tardes, en miles de hogares argentinos, miles de mujeres lloran y suspiran ante el televisor. La telenovela, heredera directa del radioteatro, introduce en la penumbra del living su cuota de escapismo y de ilusión. El tema es siempre el amor. Un amor depurado de las escorias de la vida cotidiana, pero lo suficientemente doméstico como para ser admitido en la intimidad del hogar. Esa inmensa platea femenina tiene también sus ídolos. Un grupo reducido de protagonistas que se reconocen en el título de "galanes de televisión".

Los ídolos de entrecasa
Hace una década, un Club de Admiradores de Gary Cooper proponía seriamente a su héroe la candidatura a presidente de los Estados Unidos. En 1963, un humorista argentino con vocación de sociólogo sostenía que la fórmula presidencial Luis Sandrini - Tita Merello sería imbatible. El público, necesitado de héroes y prototipos, adjudica a los actores las virtudes intelectuales y morales de sus personajes.
La televisión, obligada al ámbito hogareño, no puede permitirse el exotismo ni el despliegue erótico del séptimo arte. A mitad de camino entre el cine y la radio, sus héroes son más cotidianos, menos excepcionales, más identificables con el novio o el hijo. Atilio Marinelli se autodefine como "el galán de las viudas". Muchas mujeres le escriben o lo paran por la calle para decirle que les recuerda al marido muerto. Tanto él como Eduardo Rudy, Langlais o Guillermo Bredeston, son galanes sin misterio, fácilmente asimilables al hombre común. La imagen más "torturada" de Alberto Argibay —excepción de la regla— es, de algún modo, el otro rostro del porteño, una versión moderna del "hombre que está solo y espera" en el que a muchos argentinos les gusta reconocerse.
Los propios galanes admiten esta humanización de su imagen, esta necesidad de no ser demasiado distintos. Ignacio Quirós sostiene que el público femenino aprendió a reconocer nuevos valores (carácter, fuerza, ternura, etc.), otros imponderables del sexo masculino. "Se olvidó de la cara bonita y los ojos soñadores, para buscar al hombre, incluso en sus defectos".
Pero un rostro armónico o por lo menos simpático sigue siendo imprescindible. Alberto Argibay lo reconoce cuando dice que no se siente galán "porque no tiene los atributos necesarios".

El oficio de galán
La escena se filmaba por octava vez. Los reflectores se encendieron y el director dio la voz de rodaje. Todos los ojos se concentran sobre el galán Atilio Marinelli, cuando ubicado frente a las cámaras, rodó por él suelo. Estragado por el cansancio, su cuerpo había cedido. Los médicos diagnosticaron exceso de trabajo y le recetaron una semana de reposo.
Esto sucedió a principios de año. Pese a esa experiencia, Marinelli trabaja actualmente 20 horas por día, duerme apenas tres y come una sola vez, a la madrugada. No es una excepción. El video parece ser una especie de monstruo devorador que esclaviza a sus propios ídolos. Bredeston ha descansado sólo dos días en lo que va del año: para las elecciones y el 1º de Mayo. Duerme de 3 a 6. Entre ensayos, pruebas, salidas al aire, memorización y grabaciones en "tape", los galanes no tienen tiempo de vivir.
"Es un suicidio —dice Ignacio Quirós—, uno está atormentado por las cámaras, por las luces, por la dirección, por los libretos... Pero pagan bien". Quirós ha puesto el dedo en la llaga: aunque la mayoría de los galanes hablan con cierto tono despectivo de la televisión, añorando el cine y el teatro, ningún otro medio les provee sueldos tan elevados y continuos. (Marinelli gana 500.000 por mes, Rudy 250.000, Quirós 80.000.)
La excepción es Guillermo Bredeston. Se sabe el prototipo del galán televisivo, pero no le molesta ese papel. Acusa a sus colegas que desdeñan la TV de "estar en pose" o ser snobs. El se siente más espontáneo en el video que en el teatro. "Las cámaras de TV me subyugan —dice—, me causan un placer indefinido". A José María Langlais, fe sucede todo lo contrario: "La televisión es fría, no se tiene contacto con lo que se está haciendo". No obstante él, como otros, es un típico producto de ese medio que desprecia. Y se atiene rigurosamente a sus reglas.
La carrera de Argibay es una larga peregrinación. A los 14 años "pegó el salto" desde Santa Cruz, porque quería ser actor. "Era bastante ridículo, con la pinta que traía", dice. Ingresa a Radio Splendid y pese a la advertencia de González Oliva ("Mirá pibe, es una tarea ingrata, ¿por qué no te ponés de sonidista?"), insiste en ser actor. Hizo TV en los primeros años de Canal 7, algo de teatro y bastante cine. De nuevo en TV, sostiene con cierta nostalgia que sus primeros sueños, idealizando a la profesión, ya no tienen sentido.
Eduardo Rudy trabaja en teatro desde hace 24 años. Desde 1956 a 1962 vivió, en Estados Unidos con su familia, trabajando en Hollywood como narrador en "off" de todas las documentales y "colas" que producía Walt Disney, destinadas a los países de habla hispana. Pero un día su hija viajó a Italia donde conoció a un joven con el que quiso casarse. Como no podía hacerse en EE. UU. vinieron todos a Buenos Aires. El compromiso se rompió una semana antes del casamiento, pero Rudy ya había perdido su posición en Norteamérica y no pudo volver. La televisión argentina, gracias a la inconsecuencia del italianito, recuperó a uno de sus mejores galanes. Rudy empezó en Canal 13 con su reiterado éxito teatral "El galleguito de la cara sucia" y su éxito fue tal que en 1963 llegó a trabajar en los cuatro canales simultáneamente.
Para triunfar en este rutilante y agotador oficio de ser galán de televisión, la suerte juega un papel preponderante. Salvo las figuras consagradas por otros
medios, como Rudy o Quirós, la mayoría de los galanes han debido su ascenso a circunstancias fortuitas. "Estoy en televisión porque entré con el pie derecho", declara Langlais con su empeñosa iracundia. Cuando Marinelli se presentó por primera vez ante las cámaras en el teleteatro Palmolive, los ejecutivos del canal no tenían mucha fe en ese muchachito de rostro aniñado. Fue el público el que lo impuso a través de cientos de cartas y amadas telefónicas que desconcertaron a los "cerebros".
"Los comienzos son siempre tristes y accidentales —dice Argibay— el azar o la suerte suplen generalmente a las condiciones personales". Pero una vez adentro, la maquinaria del video, los atrapa y los obsesiona. Ignacio Quirós nos confesó que, cuando descansa, su diversión favorita ... ¡es ver televisión!

Ellos y el público
Eduardo Rudy relata una anécdota que cuesta creer, pero que parece ser cierta: Una joven señora paralítica sentía admiración por el maduro galán, al que escuchaba todos los días en una radionovela. Postrada en su sillón, esperaba ansiosa la grave y tierna voz de Rudy que la transportaba a un mundo de amores imposibles, una tarde quedó sola en su casa, y la madre se olvidó de dejar la radio a su alcance. La joven inválida llamó tratando de atraer a los vecinos, que no la oyeron. Finalmente, desesperada, se arrastró hasta la radio. Este esfuerzo de voluntad fue el comienzo de una curación que ahora es definitiva.
A partir de este caso extremo, los galanes de TV gozan y sufren un constante asedio de sus admiradoras. Un promedio de 100 cartas diarias, llamadas telefónicas, persecuciones callejeras, son el barómetro de una admiración tan importante para el prestigio profesional como los omnipotentes "ratings". "El público es el que manda —dice Langlais—. Puede hacerme o deshacerme". "El público es magnifico y diabólico", expresa Bredeston. Los galanes reciben esta admiración con una extraña mezcla de orgullo y temor: "Cuando nos va bien nos buscan y nos piden autógrafos; cuando pasa nuestro momento, se dividan de nosotros con una facilidad asombrosa". La nota discordante la proporciona Argibay, fiel a su imagen rebelde: "Nunca pienso en él público, porque esa no es la misión del actor, que debe cumplir consigo mismo". Tal vez sea una manera de hacer que el público piense en él.
Pero la admiración por los galanes de TV ha descendido de la idolatría a una afectuosa confianza. Las mujeres se desmayaban ante Valentino. A ellos los saludan cariñosamente por su nombre de pila o, cuanto más, les dan un beso en la mejilla.
¿Cómo toman los hombres la constante presencia de estos "novios eternos" en sus hogares?
"Cuando voy a los barrios o los clubes —dice Marinelli— los tipos me miran de costado. Es lógico que se sientan así, cuando acompañan a sus novias que vienen a verme a mí".
En cambio, Eduardo Rudy es menos competitivo: "Yo tengo el apoyo del hombre. Cuando el galán gusta demasiado sensualmente, el hombre lo rechaza. A mí me reciben sin celos en su casa". El más veterano de los galanes termina con una fórmula que define su éxito: "Hay que parecerse lo más posible a un hombre normal."
Casados, con hijos, entregados a un trabajo agotador pero bien remunerado, los galanes del video son esencialmente eso: hombres normales. Nadie enloquece ni se suicida por ellos. Nadie tampoco, llega a odiarlos. Benévolamente, el público acepta a estos "amantes cotidianos" que se introducen todas las tardes en el living. Como un pariente o un amigo, producen más afecto que admiración. Ellos lo saben y tratan de ajustarse a esa imagen común y doméstica. Quizá impugnan a la televisión no permitirles ser más "ídolos" o hacer grandes papeles. Pero, como reconoce Quirós, "Ella nos ha salvado".

 

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Eduardo Rudy
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José María Langlais
José María Langlais
Atilio Marinelli
Atilio Marinelli


 

 

 

 

 
Guillermo Bredeston
Guillermo Bredeston
Alberto Argibay
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