Televisión
Los herederos de Fray Mocho


Crespi, Carella, Pintos, Porcel y Altavista

 

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crónicas del siglo pasado

 

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Hugo y Gerardo Sofovich


Altavista

 

 

Si el Buenos Aires de 1900 tuvo su cronista más fiel y pintoresco en Fray Mocho, con sus diálogos inmortales, el de la década del 60 ha encontrado su equivalente en un programa de televisión del Canal 11: Operación Ja-Ja. La intención es la misma: capturar al paso, sobre la realidad desnuda, el rasgo definitorio, la reflexión marginal pero aguda, la suma de gestos, palabras, anécdotas y comentarios que constituyen, en una época determinada, el folklore de los porteños.
El impacto mayor de este boom cómico (que acumula 226 programas consecutivos en cuatro años y medio de historia) es la mesa del café, la secuencia más tensamente aguardada por los espectadores. Alrededor de ese mueble que pertenece ya, para siempre, a la historia de la ciudad, se trenzan las conversaciones de cuatro personajes típicos: el pequeño burgués dilettante de óperas y que por eso se considera superior a sus compañeros (Rodolfo Crespi); el mediocre maestro primario que presume de gentleman (Carlos Carella); el solterón calavera y conformista, aislado en el espesor de una comodidad que él estima inviolable (Jorge Porcel), y Minguito Tinguitela, el hombre del montón, "diplomado en la calle", suma y cifra de la orfandad espiritual, entre patético e insoportable (Juan Carlos Altavista), que sólo atina a lanzar el anatema sobre lo que no entiende: ¡Estranjero!, con muchas eses y sonidos huecos.
Quizá, melancólicamente, un índice de la calidad de Ja-Ja esté en su rating mesurado, pero considerable: sobre un total de 25 programas de éxito, en la semana del 11 al 18 de julio, ocupaba el puesto 20, con 23 puntos (897 mil espectadores); en la semana del 18 al 25 de julio, el puesto 20, otra vez, con 23,35 puntos (911 mil espectadores). Su rival más encarnizado (y que, en realidad, surgió del éxito de Operación) es La Tuerca, del Canal 13, que en los mismos lapsos acaparó, respectivamente, el tercer puesto, con 38,95 de rating y 1.519.000 espectadores, y el primer lugar, con 41,15 de rating y 1.605.000 espectadores.
Los autores del programa, Gerardo (30 años) y Hugo (27 años) Sofovich, se recuestan, con la voluptuosidad apenas nostálgica de los triunfadores, sobre la crónica de su gran triunfo. En un comienzo, Operación Ja-Ja fue un trémulo ensayo, con diez actores y media hora de duración; en los últimos tiempos ha llegado a diecinueve intérpretes y una hora de extensión ( de los primeros no quedan, en el elenco, sino tres).
Los hermanos Sofovich (hijos de Manuel, un periodista argentino que a los 30 años ocupaba un estante particular en la enciclopedia Espasa-Calpe, y sobrinos de Luisa, la viuda de Ramón Gómez de la Serna) son tan distintos en su manera de ser como si fuesen mellizos. Gerardo es "el que manda", el expansivo, extravertido, que vende el producto y ejerce las relaciones públicas con infalible olfato. Hugo consiente, y tan solo interfiere con alguna acotación oportuna. Mientras, en el intervalo de un ensayo, sorben despaciosamente una sopa de cabellos de ángel, ambos coinciden en la definición de Gerardo: "Nuestra única diferencia es que yo soy mayor, y él menor".
Entre ambos, en horas de la mañana, escriben el programa, del que además hacen la producción y la puesta en escena. "Nosotros no fabricamos el humor como Telecataplum —filosofa Gerardo—: lo extraemos de la realidad, arrancamos las situaciones de lo cotidiano, copiamos los esquemas de la vida." Este procedimiento correría el riesgo de convertirse en un pobre calco fotográfico, si no fuera porque de por medio brota la corrosión de la sátira. "Pero con cuidado —sugiere el prudente Hugo—, porque nuestro programa es de alcance masivo y cualquier audacia excesiva se paga con protestas. Por ejemplo, un personaje repetía constantemente una tos nerviosa y tuvimos que suprimirlo porque en varias cartas y llamados telefónicos nos acusaban de burlarnos de los asmáticos." Tal vez no haya precisión mayor, para declarar qué es Operación Ja-Ja, que ésta de Gerardo: "Hacemos lo no figurativo, a partir de lo figurativo".
Las grabaciones se hacen desde las 8 de la mañana, "dentro de un clima ideal —cabecean al unísono los Sofovich (se refieren, claro, al clima anímico)— y mediante una improvisación controlada". Y concluye: "Ningún actor hace carotas o muecas grotescas: con nosotros se acabaron las payasadas y los chistes de un minuto. Queremos situaciones, una carcajada, una sonrisa, y otra carcajada". ¿Qué es esa "improvisación controlada"? El que lo explica es el propio Juan Carlos Altavista, convertido en el actor a quien los espectadores de Operación siguen con más simpatía y atención.

En casa de Minguito
Altavista acaba de mudarse, hace una semana, a una vieja casa de Olivos, a la que está remodelando (antes vivía en Flores). Tiene 38 años y dos hijas pequeñas; su mujer es española y fue, hasta hace poco, dama joven de la compañía de Manuel de Sabatini y Pepita Martín. Juan Carlos aparece primero envuelto en una bufanda idéntica a la de Minguito; después se la saca, de mala gana, a instancias de la mujer, y asegura: "Mi carrera está llena de altibajos y a veces tuve que aceptar trabajos que no me merecía. Pero hay que admitir esa lucha, que forma parte de nuestra profesión, donde nos colocamos y descolocamos tan fácilmente".
Pese a su aparente espontaneidad, hay en Altavista una especie de traba, que a lo mejor nace de una timidez. Con trabajo surgen las palabras de su boca ancha y apretada, como si le costara enhebrar las frases o encontrar los términos adecuados. Fuma incesantemente cigarrillos importados, juguetea con sus hijas y, con cierta suave ferocidad, le dice a la más chica, que le incrusta un pie sobre el muslo cuando la alza para una fotografía: "Pone los pies sobre el pantalón, ¿eh, amor?".
El rescoldo de varias amarguras transita fugazmente por su cara angulosa: se ha repuesto de las heridas que recibió en la lucha, pero no olvida las batallas, desde aquel triunfo suyo inicial (¿ya pasó un cuarto de siglo?; él no parece recordarlo con exactitud) en Vivir con papá, con la compañía de Josefina Díaz y Manuel Collado.
"Nunca deje de hacer teatro —comenta, mientras un electricista "de la casa" hace ruido instalando las luces de la nueva residencia—, salvo ahora, porque la televisión es absorbente". Silencio. Nueva andanada de recuerdos: "Yo cometí varios errores, muchos. Una vez quise hacer teatro popular, pero bien hecho, en Pompeya. Perdí todo, todo. Pero yo las he pasado de todos los colores, no me asusto. Hice radioteatro con mi gran amigo Juan Carlos Chiappe, padrino de una de mis hijas: Por las calles de Pompeya llora el tango y la Mireya. Ahí aprendí muchas cosas: a hacer rascadas, a actuar sobre escenarios improvisados con mesas de billar, en pleno campo, en galpones. A veces parecía que no iba a venir nadie, pero a las nueve y media se escuchaba tacata, tacata, hico, hico, y se llenaba la sala".
Los altibajos lo empujaron una vez al Perú: "Pasé hambre, comía pan duro y bananas. Mi mamá me mandó la carpeta con los recortes de mis actuaciones en Buenos Aires, me presenté a una radio y sobreviví. A mí se me cortan las rachas, pero vuelven, porque soy trabajador". ¿Y ahora? Ganó el Martín Fierro de 1966, trabaja en cuatro programas del 11, en Radio El Mundo, con D'Arienzo, y en Calle Corrientes, con Roberto Gil: "Dicen que el personaje que hago ahí, Solino, se parece al Minguito. Pero se parece por fuera, porque Solino es pícaro, vivaz y tiene una filosofía propia; en cambio, Tinguitela es tronco, tronco, y hace chistes idiotas".
Y resume la técnica de Operación Ja-Ja: "Consiste en improvisar sobre temas dados, como en la 'commedia dell arte'. Los Sofovich nos dejan en libertad, pero vigilan cómo lo hacemos. Al fin de cuentas, eso a veces vale más que escribir los libretos. ¿No le parece?" 
revista Primera Plana
01/08/67