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crónicas del siglo pasado

 

El mejor del mundo

Con su aplastante victoria ante Jimmy Connors (2-6, 6-3, 7-6 y 6-0) el marplatense se convirtió en el número uno del tenis mundial.



Revistero

 




 

 

La pelota picó pocos centímetros fuera de la línea lateral. El juez de raya vaciló un poco, Tiriac (muy cerca) gritó afuera y Guillermo levantó los brazos en señal de triunfo mientras el juez confirmaba el fallo en medio de un griterío impresionante y de un centenar de aficionados que se lanzaban a la cancha como un malón. El más entusiasta lo levantó a Guillermo sobre los hombros, los demás empujaban desde todos los ángulos tratando de tocar, de ver de cerca al mejor tenista del mundo, al argentino que había hecho polvo al temible Jimmy Connors en su propio reducto, en la sofisticada cancha de Forest Hills, donde el norteamericano lo había eliminado fácilmente en la semifinal del año pasado.
Cuando el partido se había puesto más difícil, con un Connors agrandado que parecía no dar señales de menguar en el envío de sus impresionantes balazos, y el score indicaba 4-1 en el tercer set y los puntos del próximo prácticamente en manos de Jimmy, Guillermo apretó los dientes y sacó a relucir el repertorio tenístico más brillante que le hayamos visto. Con una combinación de vigor y golpes precisos. Con pasmosa solvencia tanto desde la base como cuando iba a la red, y con un saque impresionante y cada vez más eficaz a medida que avanzaba el partido, el argentino remontó un set imposible y lo definió en un desempate tan emocionante que tuvo a la tribuna de pie aplaudiéndolo y súbitamente volcándose en un ochenta por ciento a su favor.
Cuando Vilas entró a jugar el cuarto set, ya no era un extranjero, ya no era uno más de los que querían compartir fama con Connors o Borg en el candelero americano. Vilas surgía como número uno, el campeonísimo. Los resultados estaban bien a la vista en el progreso del tablero electrónico que iba acumulando game tras game a su favor; y ese cuarto set, en la frialdad numérica del 6-0, reflejó la demostración de superioridad. De pronto, Forest Hills servía de marco para la exhibición de un maestro frente a un anonadado alumno.

La algarabía
El impertinente —aunque no por eso menos gran jugador, como el propio Vilas lo reconoce—, el desenfadado Connors que entró al estadio como si fuera el "Dueño del Circo" se vio prácticamente masacrado y terminó amargado y con bronca, mientras la algarabía y el caos final impedían que Guillermo se acercara a estrecharle la mano. Connors, de cualquier forma, no estaba como para saludos. Sí, en cambio, como para lanzar una trompada hacia un desubicado que parece que lo fue a cargar. El norteamericano hizo honor a su fama de mal educado y no se quedó para la ceremonia final, ni cambió una sola palabra con el periodismo. Sólo se le oyó mascullar mientras recogía sus raquetas: "¿Quién es el próximo?", como una advertencia de que seguiría repartiendo trompadas si se le acercaban. En honor a la verdad, el extremismo de los hinchas llegó a afectar también al propio Vilas. Una cosa es euforia y otra es desatino. "Bájenme, no me aprieten, no me enloquezcan", pedía Vilas entretanto a los cien fanáticos que se habían lanzado tras el final del match, se sumaban varios cientos más. La masa humana lo fue empujando contra la red. Decenas de manos se extendieron hacia su raqueta, su ropa —y preferentemente— su vincha. De pronto, Guillermo lanzó un grito, fue un "ayy" casi salvaje y de un tirón logró desprenderse de los más cargosos ... "Por poco me arrancan la cabeza", nos dijo después, en la tranquilidad del vestuario, mientras recibía el masaje de rigor y recuperaba la presión. Ese grito en medio de la cancha había sido su señal de defensa. Por fin, se acercó Tiriac, se confundieron en un abrazo interminable. Varios guardias de azul los rodearon y la protección le permitió recoger las ocho raquetas (menos una que había sido robada por un oportunista).

Los nervios y los elogios
Luego de tres horas y 16 minutos de esfuerzos, el abierto de Estados Unidos había pasado a manos de Vilas. Eso si, un susto en el último game no dejó de recordarle su pasaje más amargo por Forest Hills, algo que ya comentáramos semanas atrás: su derrota frente al español Manuel Orantes en la semi de 1975. "Estaba 5-0, tenía el último game 40-0, y de pronto Connors empieza a levantar. Por un momento me puse a pensar en lo que había sucedido con Orantes, por un momento cruzó por mi mente el temor de una repetición. El recuerdo me puso un poco nervioso, pero finalmente decidí olvidarme del pasado y concentrarme en lo que estaba haciendo... Y llegó el 6-0".
Este ha sido el último año del abierto para Forest Hills y el capítulo no se podía cerrar en forma más gloriosa. Fue un partidazo para la historia y tuvo un ganador que no vaciló en señalarle al periodismo norteamericano, en la posterior conferencia de prensa: "Ahora sí que nadie puede dudar de que soy el número uno". No necesitaba aclararlo mucho: al día siguiente, el Post proclamaba en su comentario del partido: "...Guillermo Vilas catapultado al más alto nivel en el mundo del tenis". El New York Times —que desde un principio lo identificó como el poeta del tenis— calificó la victoria como "un adiós para recordar en Forest Hills". añadiendo que el match tuvo los ingredientes dramáticos "de una pelea entre pesos pesados". Por su parte, el Daily News decía: "Ahora nadie podrá poner en tela de juicio su confianza, su corazón o su talento".

La alegría de Guillermo
Para quienes estuvimos allí, escuchar a la muchedumbre gritar "VI-LAS, VI-LAS, VI-LAS" ... con acento extranjero, fue suficiente para empañar los ojos. Mientras, Connors se esfumó en la noche, escoltado por un par de guarda espaldas y sin parar a cambiarse siquiera. Vilas comenzaba a darse cuenta —en la tranquilidad de la sala de masaje— de lo que había hecho. Con sonrisa serena, sin exuberancia, sin gritos, hablando articuladamente, razonando poco a poco los pasos que lo encaminaron a esa espectacular victoria en cuatro sets.
Dos horas después, fuimos a cenar con un grupo muy reducido de amigos a un restaurante de Queens ("La Vuelta de Martín Fierro"). Entre vivas, bifes y vino tinto, se hizo la madrugada. En determinado momento, Guillermo hasta tomó el micrófono que un rato antes había servido de vehículo a la voz de un aflatado cantor, y entró a rememorar pasajes de su vida, de cuando sus padres lo obligaron a empuñar la raqueta para que no anduviera jugando al fútbol en la calle. De sus amigos. De sus triunfos. De sus frustraciones. De la gente que no creía en él. "¿Se acuerdan cuando decían que yo llegaba a todas las finales pero no ganaba una? Claro, me cargaban. Decían que yo sólo servía para llegar segundo, que era como River, o como Reutemann ... o como Balbín", ironizó.
"Soy un argentino más"
La reunión terminó a la madrugada y de allí se fue a dormir al Country Club de Westchester (Tiriac había volado hacia Italia después del partido). Lo de irse a dormir fue figurativo. La tensión tardaría en disiparse, quizá varios días. A la mañana siguiente, los llamados caían en aluvión y tuvo que pedirle a la telefonista que los parara. "Es una cosa increíble —nos explicó—, hay gente que con tal de hablarme hacen decir que son mis padres.
Apenas si le quedó tiempo para cumplir con sus obligaciones comerciales con la firma que fabrica sus raquetas, grabar un programa de TV con uno de los comentaristas más famosos de Estados Unidos y llegar a cargar las valijas rumbo al aeropuerto.
La Copa Davis está ahora a la vista. Un gran campeón, el mejor jugador del mundo, estará al frente para defender los colores del equipo argentino. "El triunfo en Forest Hills se lo dedico a mi país —había dicho Vilas poco después de ganarle a Connors—, porque yo me considero un argentino más, con todas las virtudes y todos los defectos, pero argentino".

Los preparativos del triunfo
"Como tenista mi aspiración es ser el número uno del mundo. Como persona también es ser el número uno en el mundo."
Así definió el sábado —precisamente el día en que Claudia Casabianca conquistó el torneo en la categoría juvenil— Guillermo Vilas sus metas ante la admirada prensa norteamericana que de los tres últimos años ha seguido muy de cerca el progreso del argentino y que de pronto lo erigió en noticia prioritaria de Forest Hills, por encima de Borg, Connors y otros ases. En 1977, Vilas fue señalado desde el vamos como el hombre del torneo. El jugador al "que había que ganarle", para poder quedarse con la copa.
La fama no es cosa nueva para el marplatense, quien durante los últimos años probó que no se mareaba con los elogios y que su "altillo" pensante no se le llenaba de humo, pero indudablemente las presiones y responsabilidades de gran figura han ido cambiando alguno de sus hábito y ciertas actitudes. Vilas llegó a Forest Hills con un plan predeterminado, pensado y elaborado con su inseparable amigo-entrenador Ion Tiriac. "Desde enero que nos trazamos un camino con los torneos en que debía participar y los períodos de descanso que serían necesarios para coordinar mi avance en el Grand Prix con la Copa Davis y, fundamentalmente, un óptimo estado físico para el momento de comenzar Forest Hills", nos decía Guillermo en una de las frecuentes conversaciones que fuimos manteniendo durante las últimas dos semanas. Como una sombra, hablando poco pero escudriñando todo con sus penetrantes ojos, Ion Tiriac fue figura omnipresente en cada paso. Desde la hora de ir a comer hasta el cambio de táctica en pleno partido, desde la decisión de negocios hasta la elección de la película con qué disipar la tensión en un día libre, Vilas y Tiriac intercambian pareceres y el diálogo —aún cuando no se crucen muchas palabras, como en la cancha— parece perfecto. Los triunfos son la mejor prueba, esos triunfos que eslabonan todo un record y que a veces despiertan habladurías no siempre bien intencionadas. Vilas sale al paso de las críticas:
"La gente ya no sabe de qué hablar con tal de voltearlo al que está arriba. Ahora andan diciendo que soy el hijo de Tiriac y macanas por el estilo. Mañana se les va a ocurrir que soy el hijo de Fulano o el protegido de Mengano. Yo siempre les digo lo mismo: ¿por qué no se preocupaban de mi relación con Tiriac el año pasado, cuando mi juego no andaba tan bien?"

No hablo ni con mi novia
Su determinación para Forest Hills llegó a los extremos y cumplió con lo que nos había comentado un mes antes: "No quiero a mi familia alrededor durante el torneo. Bastante tengo con mi propia tensión para encima deber percibir los nervios de los demás. A mi novia, la última vez que la llamé por teléfono fue después de ganarle a Nastase en Westchester —dos días antes de comenzar Forest Hills—, y le avisé que no volvía a hablar con ella hasta que terminara el torneo".
La regimentación se extendió al propio periodismo: estrictamente conferencias de prensa al terminar el partido, dictaminó Tiriac. Así fue como después de cada match primero Vilas enfrentó a la prensa norteamericana (en un inglés cada día más fluido) y después dialogó en un aparte con los numerosos periodistas argentinos que convergieron sobre Forest Hills. Cuando un par de europeos se quejaron a Tiriac de que Vilas no hacía charlas aparte con ellos, Ion, puso esa cara de pocos amigos que es un poco su "marca registrada" de Conde Drácula y les espetó: "Habla con los argentinos aparte porque muchos de ellos no hablan inglés y no pueden seguir la conferencia de prensa general. Además así lo hemos dispuesto y así será... Y si no les gusta me escriben una carta."

Su relación con Tiriac
Ogro o no, el rumano colaboró bastante y el propio Vilas flexibilizó un poco su determinación y se avino periódicamente a breves charlas privadas con los que fuimos hilvanando su estado de ánimo: nervios en los primeros partidos, más afirmado a medida que se acercaba el final.
Si sobre el final del partido Vilas comienza a dar saltitos al esperar el saque del contrario, esa es una señal de peligro. Es que se está quedando sin piernas y salta para no quedarse duro. Si un juez de línea se equivoca demasiado obviamente sabe cómo pelear un fallo con la psicología más conveniente, que generalmente consiste en "matonear" al juez y señalar enfáticamente la marca dejada por la pelota. Guillermo sabe que los puntos decisivos no se regalan. "Un partido no está ganado hasta el último game", repite con frecuencia. El muchacho que era toda dulzura con la prensa de USA hasta el año pasado ahora muestra impaciencia ante preguntas que considere flojas e ironía ante las intencionadas.
Cuando una periodista de un diario neoyorquino le preguntó antes del partido con Solomon como le había ido contra él la última vez que se enfrentaron, Vilas le contestó secamente: "Usted debiera saberlo". Ante la infaltable cuestión de como veía sus chances de ganar: "Si no pensara que puedo ganar no estaría aquí, me hubiera ido a Buenos Aires a comer bifes".
Sus respuestas a veces llegan a diferir, por unos momentos se acordó de la derrota ante Connors el año pasado —"un recuerdo muy malo"— y al siguiente expuso su mentalidad actual "si me pongo a pensar en derrotas pasadas es mejor que haga las valijas y me vaya". Sin querer arriesgar demasiado (y hablando aún antes de que Connors jugara con Barazzutti) Vilas no dejó de ocultar su certidumbre de que Jimmy sería su rival de la final y hasta nos adelantó 24 horas antes del partido su impresión de lo que podría pasar: "Las finales son siempre partidos raros. Va a tener mucha más presión Connors que yo porque siempre se lo ha animado mucho y con razón, pero evidentemente este año no ha sido brillante para él y sabe que si no me gana va a quedar muy relegado y eso sería difícil de sobrellevar ante su público. Del partido pasado no quiero acordarme (en 1976 Jimmy lo batió muy fácil). Trato de vivir el presente y en todo caso pienso hacia el futuro, pero prefiero no mirar más hacia atrás ...". Eso sí, un poco como abriendo el paraguas, y mientras se dirigía hacia el vestuario con Tiriac por delante abriéndole el camino, agregó: "Si pierdo no es el fin del mundo, el año próximo estaré mejor preparado". Ahora no será preciso esperar doce meses. Forest Hills ya se rindió a sus pies. 
Juan Abraham (Corresponsal en EE. UU.)
revista siete días ilustrados
09/1977