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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


El testimonio de Beatriz Guido

Revista Mercado
20 de diciembre de 1979

un aporte de Riqui de Ituzaingó


 

 

 

"La acción transcurre en el Sur: una cacería de ciervos jóvenes enredados en un conflicto; un traficante de armas y una toma de conciencia. Todo esto sucede en un escenario despojado, un verano violento de 1973..." Beatriz Guido ha resumido, casi telegráficamente, su última novela La invitación, escrita en la soledad a que se vio enfrentada después de la muerte de su marido: Leopoldo Torre Nilsson. Guido es la novelista de ciertos temas, donde el encuadre social, la requisitoria política, el angustiado mundo de los adolescentes, surge anudado a un ámbito que no le es ajeno: la clase alta argentina, protagonista de fulgores y caídas. La madurez la ha alcanzado ahora, sostenida sobre la sólida formación de su juventud: literatura en la Universidad de Roma y filosofía en la de París. Sus incursiones como guionista de cine, junto al director Leopoldo Torre Nilsson, ampliaron un panorama profesional al que se enorgullece de pertenecer y al que confiesa deberle la impecable mecánica del oficio. "Cuando estoy inmersa en una obra —dice— paso hasta quince horas olvidándome de cuanto sucede fuera de mí: podría usar como descripción el término enajenada. Una enajenación casi feliz".
Su novelística no la desmiente: "La casa del ángel", "La caída", "El incendio y las vísperas", "Fin de fiesta", "Escándalos y soledades" sugieren mundos densos y personajes complejos y difíciles. Esta obra, pausada pero incesante, la ubica en un primerísimo plano entre las escritoras más leídas y consideradas. Sin embargo, ella refutaría esta apreciación diciendo: "No hay escritoras hay escritores. Si alguien notase en una obra la personalidad de una mujer o de un hombre (determinante y definidos) es porque la obra no ha sido lograda. Un escritor, cuando escribe, es un individuo bisexuado,salvo que escriba sus memorias". En su casa de la calle Vicente López, rodeada de recuerdos que la impregnan de una atmósfera "obsesivamente barroca", la escritora se zambulle en el diálogo. Zambulle es la palabra adecuada, porque Beatriz Guido frente a las propuestas de la charla muestra una inocultable excitación: como si un río de adrenalina estimulara e iluminara cada una de sus espontáneas y aceleradas respuestas.
MERCADO —Su reciente novela "La invitación", de Losada, figura en la nómina de best sellers. Los intelectuales, en general ven con desagrado este tipo de records de lectores y sospechan que para lograrlo se usan estratégicos golpes bajos. Siendo usted una best seller argentina, ¿cuál es su opinión acerca de este tema?
GUIDO —Best seller...siempre le temo a esta palabra y más ahora en que las listas de ventas me colocan en idéntica situación de Forsyth, una compañía que no me enorgullece. En este sentido me hubiera gustado competir en un primer plano con Graham Greene, por ejemplo, quien también es un best seller. No obstante no puedo renegar de la atracción que significa para un escritor ser leído para el mayor número de lectores. Con Adolfo Bioy Casares hemos tratado muchas veces este tema. El tuvo su experiencia con 'Diario de la guerra del cerdo', una de las grandes novelas de nuestro tiempo, que apenas salió llegó a vender 30.000 ejemplares, una cifra inusual para Buenos Aires. Con Bioy tenemos nuestras dudas, claro. Nos preguntamos si ser un escritor mayoritario no significaba haber concedido y haber sido complaciente con el lector. Yo, respecto de La invitación, dudaba de si no había despojado tanto a mi lenguaje que finalmente era accesible a todo el mundo (se agotó la primera edición de 10.000 ejemplares en ocho días). Pero también reconozco que no debo alarmarme demasiado: antes que yo hubo otros best sellers más importantes que no sé si se cuestionaron esta circunstancia. Dostoievsky, Balzac, Shakespeare, vendían libros a carradas y no creo que lo considerasen sacrílego: por lo menos la historia no los ha despreciado ¿verdad?. Por lo demás, y no he fabricado ninguna receta, (un poco de sexo, un poco de violencia, un poco de intriga) como se nota en ciertos best sellers que llevan la marca en el orillo. En mi novela el sexo surgió imprevistamente: yo misma mientras me adentraba en la atmósfera de "la brama" del ciervo, iba descubriendo asombrada cuánta pasión, cuánto delirio había en esa ceremonia animal. Pero aún así pienso que hay otras razones para que un libro salte a primer plano: el enfoque de una época determinada, por ejemplo. Mi novela transcurre en el verano de 1973, con todo lo que sugiere de violencia, de intriga, de confusión, ese tiempo. Creo que también puede ser un atractivo extraliterario. Así que se abre el abanico de posibles lectores y no sólo se circunscribe al de los puros intelectuales. Un best seller no es sólo el libro que leen los que nunca leen sino el que leen todos.
MERCADO —¿A usted le parece que la literatura, el arte han ido perdiendo aquel sentido casi secreto, de secta, de lenguaje críptico, sólo restringido a una minoría oculta?
GUIDO —Los medios de comunicación, este fenómeno contemporáneo, lograron transformar eso. Yo creo abiertamente en ellos, en la prensa, en la televisión (con sus defectos y carencias) porque a través de ellos la obra de un autor se difunde más allá del círculo áulico, alcanza cotidianeidad. Para mí, los medios de comunicación catapultaron al libro, le dieron validez masiva. Si hoy Borges podría llenar de público el Luna Park es sólo gracias a ellos. Muchos dirán que existen autores no masivos— Kafka o Proust— digamos, pero también ellos dejaron de pertenecer a un limitado número de críticos para ir trascendiendo a diferentes niveles cada vez más.
MERCADO —En ese sentido, cuando alguien se refiere a un intrincado problema burocrático lo califica de "kafkiano" con lo cual está aceptando una situación creada por Kafka, aunque no haya leído su obra. De todos modos, Beatriz, existe una lectura de minorías.
GUIDO —Sucede que yo soy una descreída de los elegidos: no me refiero a los libros, claro. Pero me pregunto si el Facundo de Sarmiento, que es una obra sin par, no es acaso accesible a cualquiera. Yo creo en los escritores que se zambullen y se ensucian en la vida, compartiéndola con los demás. El otro día Manucho Mujica Láinez me contó que había ido a una farmacia a comprar unos medicamentos con el carné de Pami y que como no lo reconocieron tuvo que firmar para demostrar su identidad. Bueno, que eso le pase a él, lo hace más humano, lo integra a las vicisitudes de todo el mundo. En ese momento uno de nuestros más grandes escritores era igual que un jubilado de la Plaza Lavalle. Es cierto que el escritor es sobre todo, un rebelde. Pero esa rebeldía debe estar agarrada a lo cotidiano, de ninguna manera le da patente de elegido o mesíanico. Ortega decía que el mesianismo terminó con la segunda guerra.
MERCADO —Escribir quizá sea una forma de esculpir, de darle forma a esa rebeldía. Hubo quienes reflexionaron acerca de ésto y concluyeron en que si un escritor no escribe vaya a saber en lo que termina, ¿no?
GUIDO —(sonriendo) quizá en un tipo más feliz. El español José Cela, después de escribir tantos libros, observó que era como haber ido entregando su vida a los personajes de sus novelas. Como haber arrendado fragmentos de su alma en otras almas, las de sus personajes de ficción. Por eso cada vez que él concluía una novela necesitaba sumergirse otra vez en la realidad, en la vida: "mucho sol, mucho vino, muchas..." eso dice él y es cierto. Yo siento que en este mi último libro estuve encerrada en una gran obsesión durante meses.
MERCADO —No sé si la pregunta tendrá deseos de contestarla: ¿Es ésta la primera novela que escribe sin la compañía de Torre Nilsson? ¿Cuál ha sido, fuera de lo afectivo, la diferencia esencial?.
GUIDO —Fue una experiencia solitaria que nunca antes había tenido. No estaba él para escuchar las lecturas de los capítulos y alertarme sobre algunas cosas que sólo él veía como yo. Además la última parte la terminé en Madrid.
Los directores de Losada me habían visto un poco detenida y me dijeron: "¿qué lugar elegirías para concluir esa novela fuera del país?" Yo respondí sin vacilar: "España". Y ellos me pagaron todo durante un año. Un hotel magnífico en la calle principal, donde cuando llegué me esperaba en el cuarto una máquina de escribir y resmas de papel. Al cabo, cuando estaba por venirme, los amigos habían puesto en mi cuarto otras dos máquinas de escribir, por si "inventaba" alguna excusa para no terminar el libro. Ellos me cuidan desde la muerte de Babsy. Así que terminé la novela. Probablemente me ayudó el parecido de muchos bares de Madrid con los de Buenos Aires. Sí, porque yo no escribo en la soledad sino entre la compañía y el murmullo de bandejas y vasos. En Buenos Aires tengo un recorrido de cinco o seis bares, una mesa habitual, mozos que ya me conocen y me dejan escribir sin molestarme. Mi sitio de escribir no es un cuarto sino toda la ciudad.
MERCADO —¿De su experiencia española puede extraer conclusiones?
GUIDO —(sonríe) ¿Qué raro que no empezamos por el destape no?...Lo que vi en España me produce miedo y esperanza a la vez. Miedo, en el sentido de que todo allí pareciera moverse en un caos. La noche se cierra allí llena de violencia. Pero a la vez, con la seguridad de que esa peligrosa inquietud está siendo dirigida inteligentemente hacia una verdadera democracia. Quiero decir: también en el caso de la cultura existe un campo abierto, sin censuras, sin miedos mojigatos. Nadie le teme a la palabra cultura como quizá se la temió durante años. Los españoles se han vuelto de pronto Sarmientinos y eso es lo serio. En el otro aspecto, el del sexo, creo que el destape es hasta cierto punto infantil, aún en sus grandes barbaridades. No se trata en ellos de decadencia sino de ingenuidad, de chicos en asombro del descubrimiento.
MERCADO —Volvamos a su obra Beatriz. ¿Qué sucede con el lenguaje? en toda su obra la palabra cobra características determinantes, incluso hay una novela donde participa usted de una búsqueda técnica evidente. O, si me permite decirlo, donde la técnica está por sobre cualquier otra apreciación de lectura.
GUIDO —Seguramente usted se refiere a mi anterior novela,'Escándalos y soledades' donde expongo un estilo sostenido a través del estructuralismo. Y también a algunas obras anteriores claro. Pero, en este caso, en 'La invitación' trato de hallar una escritura despojada, una narración lineal, tan difícil de escribir y tan fácil para leer. Porque ¿cuál es, finalmente, la importancia del lenguaje para un escritor? la misma que tiene para un cirujano la búsqueda de la perfección técnica a partir del bisturí. Tratar de hallar un resultado óptimo sin alardes. Para el que escribe, el instrumento es la palabra y esa palabra debe y tiene que comunicarse con los demás a través del texto literario; la novela, en este sentido, es el camino que me parece más vasto y de mayores posibilidades. Creo, firmemente, que escribir novelas es un acto de humildad. ¿Sabe por qué? Porque en un territorio tan complejo el escritor no sale siempre bien parado: hay imperfecciones, hay pasos en falso. Y eso no sucede en un cuento donde generalmente se tiende a la perfección. Sin embargo, entre ambos géneros, creo que es la novela — precisamente porque es imperfecta— el arte de nuestro tiempo, el más humano por decirlo de alguna manera. Porque es un género que tiende a reflejar en su totalidad al hombre, aún sacrificando belleza. Que me perdone Borges, que la niega porque tiene esas virtudes.
MERCADO -Ahora que lo ha mencionado ¿recuerda el informe de Brodie? Recuerda que Borges buscó en él desarrollar también un estilo despojado?.
GUIDO —Sí, claro. Fue él quien dijo que al final el escritor se vuelve dueño de una secreta complejidad: quiso decir más modesto, menos ostentoso... fue él también quien escribió que si la tragedia de Julio César y Bruto hubiera sucedido entre gauchos, la frase de César al morir en vez de ser "¡tu también Bruto!", hubiese sido, "¡pero, che!", sin embargo, a pesar de que nosotros los argentinos nos inclinamos por naturaleza hacia un lenguaje austero, existe una crítica desde afuera que pretende aislarnos del resto de Latinoamérica. Como si por usar nuestra personalidad, nuestro carácter, estuviéramos traicionando el folklore americano. El de ellos, claro.
MERCADO -¿Podríamos ampliar o explicar mejor los alcances de esa observación crítica hacia nuestro lenguaje? ¿De dónde proviene? ¿por qué?.
GUIDO —Los resultados del reciente congreso de escritores realizado en Canarias parecieran desconocernos o aislarnos. Por ejemplo, Severo Sarduy, Manuel Puig, Julio Cortázar, (curiosamente dos argentinos radicados en el exterior) proclamaron que la novela más grande escrita en todos los tiempos es Paradiso del cubano Lezama Lima. Lo que llama la atención es que, precisamente, esa obra es barroca, "jactansiosamente barroca". Por eso yo estoy asustada de haber escrito mi última novela con esta simplicidad argentina (sonríe con ironía). Por otra parte, el contraste: acaba de morir en Cuba, olvidado y, lo que es peor sin haber sido leído ni difundido el escritor Virgilio Piñeira, un verdadero estilista y un talento. Pero, los latinoamericanistas, tan absolutos, veían en él un estilo fatuo, europeizante. Todo esto es un fenómeno de intrigas, un suceso extraliterario que viene pasando hace muchos años cuando tenían éxito Asturias e lcaza,porque según se pregonaba ellos encaraban los grandes temas (tropicales, pintorescos a veces); mientras que nuestro Bioy Casares y Borges los eludían. Me da la impresión de que inclinar la balanza hacia lo barroco proponiéndolo como el lenguaje americano es aislar aún más a la literatura argentina. Barroco no significa América, sino cierto sector de América quizá.
MERCADO —Tal vez haya que revalorar —históricamente— a la gran novelística argentina. Seguramente en los catálogos seudo americanistas se olvidan de algunos nombres surgidos de nuestra literatura. ¿Usted podría, ahora, calificar a nuestros más grandes novelistas y explicar por qué lo son?
GUIDO —Empecemos por Sarmiento, sin duda. Facundo fue la primera gran novela americana que trasciende la descripción anecdótica del paisaje y se sumerge en el mundo sicológico. Mallea, en "Bahía del silencio; "Historia de una pasión argentina", donde traza un encuadre sociopolítico y sicológico del país y de sus protagonistas: nosotros.
MERCADO -Usted dice, Mallea ¿no cree ha sido olvidado en los últimos años? Precisamente MERCADO está intentando hace tiempo lograr un reportaje con él, aún no concretado...
GUIDO —Está muy enfermo, muy enfermo...Si puedo intentaré colaborar para que puedan entrevistarlo. Con respecto al olvido, es cierto y es inexplicable, injusto. Lo mismo ha ocurrido con Martínez Estrada con su Radiografía de La Pampa. Ambos pagaron con el olvido o la omisión el haber diagnosticado tan bien nuestros males. A nadie le gusta mirarse en el espejo para gozar sus defectos. Ah, siempre recomiendo leer las cartas del "Manco Paz", cartas llenas de dramática humillación, muestran al desnudo el corazón acosado de un hombre. Por primera vez en la argentina aparece el antihéroe, tan de moda ahora en las series de tevé. Y más adelante los Siete Locos, de la que ya se ha dicho todo;
Sobre Héroes y Tumbas ; los cuentos de Borges, sí, que en conjunto conforman una gran novela; y Bioy, sin duda el más importante novelista argentino... ¿Marechal?. No, nunca lo he comprendido, nunca ha logrado llevarme a su mundo.
MERCADO -Antes de venir a esta casa me habían advertido que me iba a enfrentar con un mundo diferente, barroco. ¿Como ve usted a su propia casa? ¿También sorprendente?
GUIDO —No, para mí es natural y espontáneo este barroquismo que a los demás les parece un exceso o los impresiona. A mí en cambio me espantaría tener que vivir entre muros blancos y asépticos. Usted lo ve: no hay más lugar para poner más cosas; sin embargo siempre llega algo nuevo: un cuadro, una fotografía, una porcelana, un libro y cada cosa va ocupando un lugar aunque ya parezca imposible. Es "nuestra casa" que hicimos con Leopoldo. Muchos de los objetos son recuerdos de familia, de mi vieja casa en Rosario, hoy convertida en restaurante. Seguramente mi casa abrume a un visitante casual, pero no a quienes empiezan a convivir con la vida que surge de cada uno de estos objetos animados. Y además agregue a eso la permanente visita de los discípulos de Babsy, que vienen aquí a continuar su obra, a seguir haciendo funcionar el corazón de esta casa, a charlar, a hacer proyectos sobre cine.
MERCADO -¿Qué espera ahora?
GUIDO —¿De qué? Sí, ya sé a que se refiere: a todo. Lo único que quiero hacer es contar y contar. A la manera de los nuevos y grandes escritores norteamericanos, como esa milagrosa Mary Gordon. Me gusta sentir que cada uno de mis libros, si no tuviera mi nombre, nadie sabría si fue escrito por una mujer o un hombre. Esa bisexualidad, esa ambigüedad tan imprescindible en el arte. Ninguna obra es totalmente masculina ni femenina, salvo un libro de memorias o una mala literatura destinada a satisfacer a un sector. Creo haber logrado mi identidad de escritor. Quizá mucho le deba a mi imborrable amor por William Faulkner. A mi padre, por sus enseñanzas hacia el arte. A mi marido, casi todo. Pero ahora en la soledad, siento que soy la responsable de esa propiedad y la asumo. Creo que debo decir: todo lo que tengo es mío.
MERCADO —También su visión de la sociedad en la que vive, Beatriz. En el último párrafo de su novela, hay como una trágica resignación respecto de una circunstancia que es fácil asociar a un trágico momento político.
GUIDO —Usted se refiere al entorno que rodea a la novela: la violencia, la misma que rodeó la llegada de Perón en el otoño de 1973. El día en que la recepción se transformó en masacre. El chico que narra dice en la novela, hacia el final, "Ninguno de ellos había cumplido aun veinte años; ninguno de nosotros habíamos cumplido veinte años. Sé que el llorar da sueño, buenas noches". Yo también digo:buenas noches, es todo.
Orlando Barone