Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

TRADICIONES
La gloriosa caducidad

tienda James Smart

Hace quince días, un anciano alto y enjuto entró en James Smart, y después de merodear un rato por el local preguntó tímidamente: "¿Les quedaría un par de polainas? No hay nada que me proteja mejor del frío". La negativa del empleado y la confirmación de que "ya no se fabrican polainas en el país" entristecieron al cliente. A modo de consuelo, compró una caja de jabones de sándalo y se marchó. Seguramente, la casa James Smart afronta una árida prueba cada vez que no puede saciar las inquietudes de sus adeptos más conservadores: ese apego incondicional a la tradición y a la sobriedad son los pilares sobre los cuales se erigieron James Smart y The Brighton, dos bastiones de la moda masculina inglesa que sobreviven en Buenos Aires.
En 1851, un escocés joven y empecinado, que había emigrado a Londres, abrió una sastrería en Walbrook Street. Menos de tres décadas de prosperidad convencieron a James Smart que había llegado el momento de seducir a los elegantes de otras ciudades. Tres años después, en 1888, el hábil comerciante envió a su hijo, John Lamont, al remoto puerto del Río de la Plata. Apenas Lamont cruzó los umbrales de la Aduana Vieja, un grupo de curiosos agotó la mercadería; un centenar de cortes de casimir. Tanto fervor apresuró los planes y unos meses después la casa James Smart abría sus puertas en la calle de La Piedad (Bartolomé Mitre). La mudanza —a Florida y Lavalle— se produjo en 1929, cuando ya Smart gozaba de una vasta fama entre los argentinos ansiosos por lucir una apariencia británica y austera.
A principios de siglo, Roca y Mitre solían darse la espalda cuando se tropezaban en la puerta del local: los dos se hacían planchar las galeras a la salida de la misa en la Catedral, un rato antes de marchar hacia el hipódromo. Años después, el inmutable Hipólito Yrigoyen comenzó a encargar los sombreros de hongo, y Marcelo de Alvear los frascos de colonia. El refinado Alvear recibía la colonia Atkinson (importada) en su casa, todos los meses, hasta un catastrófico día de 1925. Esa tarde, Smart decidió hacerle probar el extracto nacional y se lo mandó sin decirle una palabra. El Presidente destapó el fraseo "y cuando la olió, la nariz se le trepó a las cejas de la indignación; tiró el contenido en el lavatorio y devolvió, furioso, el envase". La anécdota sigue regocijando al director John Smart (66 años, nieto del fundador).

The Neighbor House
Si James Smart puede pavonearse con su escudo sostenido por tigres del Sultán de Johore —un noble cliente que condescendió a compartir sus blasones—, The Brighton ostenta un emblema de cuna aún más elevada: la cresta de tres plumas de pavo, del Príncipe de Gales, escoltada por su divisa 'Ich dien' (yo sirvo). Curiosamente, The Brighton —con su aire impecablemente inglés— es la obra del milanés José Filippini y el catalán José Balie. Quizá por no ser hijos del Imperio, sino sólo sus devotos admiradores, el celo que pusieron en ceñirse al gusto eduardiano soslayó hasta el más mínimo error. Lo cierto es que fue imposible detectar la más ligera atmósfera peninsular en el reducto de estos empeñosos inmigrantes. Las galeras de Lock, los chambergos de Stethson, bastones y paraguas Brigg, impermeables Cording, perfumes de Floris, invadieron los salones de San Martín 118. El arrebato de los admiradores, que triscaban fascinados entre esas exquisiteces, los obligó a buscar un lugar más amplio: fue el edificio Cuyo, especialmente construido en Sarmiento 645, según los planes del arquitecto Manuel Quintana, hijo del Presidente.
Ahora, ese esplendor sobrevive intacto. Es el mejor escamoteo al presente, un viaje a la época de oro de la moda masculina. Los visitantes ingresan bajo la mirada de una guardiana andrógina que sostiene las lámparas. Y parece que los propietarios desconfían de la electricidad: por la iluminación se puede sospechar que hace pocos días que las lamparillas reemplazan la luz de gas. Bajo estos tibios esplendores, el segundo salón alberga las fotografías de quince Presidentes que se engalanaron en The Brighton. Aunque el sitio de honor está reservado para su Alteza Real, Eduardo VIII, Príncipe de Gales y Duque de Windsor, quien se pasea en un petiso de polo, se sienta en el césped y mira la cámara fijamente, en una secuencia de tres fotografías ornadas de letras góticas y un aire de elegante nostalgia.
Con una fidelidad conmovedora, los propietarios de The Brighton se afanan para que su actual mercadería no desentone en ese santuario, aun a costa de un éxito comercial vertiginoso pero, quizás, efímero. Es que ciertos productos son mantenidos por sentimentalismo. Como los envases de las colonias, por ejemplo, soplados a mano y con un tapón cuyo costo se eleva a casi la mitad de lo que cuesta el frasco al público. Cada mes salen unas 600 botellas de Gotas de oro (1.100 pesos, 100 gramos), la célebre colonia que convive en los estantes con Imperial, Reina Mary y Monarca En cambio, los sombreros casi no tienen adeptos: cuestan 3.900 pesos, y el fieltro viene de Londres.
Otros artículos importados tienen una acogida más afortunada: los incomparables cepillos de dientes Kent (550 pesos), gorras inglesas a 3.900 pesos (las nacionales, 1.500). Las mantas de viaje, importadas de Escocia, se cotizan a 42.000 pesos, pero los expertos saben que vale la. pena. Un juicio semejante merecen los pullovers Pringle of Scotland (27.000 pesos si son lisos y 36.400 los de rombos). Las camisas con tela importada y hechas a medida trepan a 10.500 pesos; las nacionales pueden adquirirse por 8.300 y las de confección a 4.500.
Para las noches de gala, The Brighton ofrece camisas para frac a 7.500 pesos (venden 130 por año); los cuellos palomita (390 pesos), a su vez, tienen 500 interesados cada temporada. Las fajas de smoking son de seda natural azul, negra y bordeaux (4.500 pesos) y las corbatas palomita —notorias por el arte que exige lograr el nudo— 890 pesos. Sólo 30 clientes al año se deciden por las galeras (8.000 pesos).

To be Britain
En James Smart han soplado algunos vientos renovadores que no alcanzan, obviamente, a las vestimentas: como en The Brighton, la mayor audacia de los últimos tiempos consistió en exhibir una camisa rosa pálido y alguna remera de tono subido. Sin embargo, Smart se esfuerza por sorprender a sus clientes con algunas fantasías e introducir, de a poco, las últimas novedades. Por otro lado, la sección femenina inició una etapa que los primeros compradores hubieran desaprobado, indignados por sentirse invadidos en sus dominios por representantes del otro sexo. María de las Mercedes Galarza, encargada de este sector, se entusiasma: "Hasta ahora la fama masculina de la casa impedía aproximarse a las chicas, pero nos estamos dedicando a cambiar la imagen, y la colección de primavera será juvenil y lo más moderna que se pueda". Mientras tanto, la sección se abastece con faldas escocesas de todos los clanes y conjuntos Ballantyne (nacionales, a nueve mil pesos el sweater y el kilt).
La lista de clientes oscila entre el mundo oficial y la high porteña: el Embajador de Colombia, Sáenz de Santamaría, se viste allí de pies a cabeza; el canciller Costa Méndez encarga trajes (35 mil pesos; 80 mil si es tela importada) y camisas de medida (6 mil pesos); San Sebastián compra remeras a sus hijos varones; Helena Olazábal de Hirsch es habituée de la sección niñas y perfumería; Amalia Lacroze de Fortabat adquiere la ropa para sus nietos. 
Una docena de fracs (61.000 pesos) y otra de smokings (53.000) por año, demuestran que también el público de, James Smart adoptó el sistema del alquiler. Pero otros accesorios de gala atraen más fervores: a la inversa que en The Brighton, "recibimos bastantes pedidos de camisas de etiqueta; con volados y también algunos chalecos de brocato con flores y firuletes". Desde hace tiempo, Smart renunció a los artículos importados "para no aumentar demasiado los costos". Solamente llegan del exterior la seda para corbatas y unos pocos sweaters Braemer o Saint Michel (35 mil pesos).!
En el rubro perfumería, además de los codiciados jabones de sándalo (480 pesos), la colonia Anbrée (610 pesos) trepa a la cima de las ventas: 3 mil frascos mensuales. En agosto, James Smart cumplió 80 años y los festejó con una rebaja del 20 por ciento.
La estrategia de cumpleaños cosechó un buen regalo: 40 por ciento de aumento en las ventas, un boom que hizo recordar lejanas épocas de esplendor. En The Brighton no hay peligro de una avalancha semejante: "Jamás hicimos ni haremos una liquidación", asegura Martha Cúneo de Rodríguez Zamboni, nieta del fundador Filippini. Un modo de despreciar los halagos de la clientela masiva, "que no nos interesa". Esa vocación por aferrarse a las tradiciones mantiene a mujeres y sastrería fuera de los rubros de The Brighton. También cultiva una discreción exagerada que clausura toda curiosidad sobre los habitúes de la tienda. Nadie puede ignorar, sin embargo, que los visitantes se recluían entre las cumbres de la pirámide social y la burocracia gubernamental. Uno de los más recientes, y bien venidos, fue Juan Carlos Onganía, quien eligió media docena de discretas remeras para sus vacaciones cordobesas de julio pasado. También lo sedujo un coqueto chambergo que protege la testa presidencial.
24 de septiembre de 1968
Primera Plana

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James Smart

 

 

 

 

 

 

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