Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REGLAMENTOS
Mis harapos y tu smoking

Desde hace una semana, el mirar ausente y la copiosa figura de Aníbal Troilo resta holgura a los despachos oficiales: sus amigos —una docena de rutilantes músicos y bardos populares— lo izan como estandarte, porque saben que Pichuco se codea con el Presidente.
Ellos utilizan la influencia de Troilo para que se reglamente la Ley 17648, sancionada a principios de año: contempla la transformación de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (sadaic) en una sociedad anónima que apelará al voto calificado en función de la celebridad de sus miembros. Tras la campaña se mueve, sigilosamente, el actual interventor en sadaic, el abogado Ricardo Gardey; los coligados tratan, en cierto modo, de copar el manejo de la entidad. No les falta razón: a ellos, a los más famosos, les corresponde el más nutrido aporte a los beneficios de SADAIC. Claro que los intentos de reforma chocan con la mayoría de los afiliados, unos 13.000, quienes, por su escasa producción anual, serían espectadores con pocos votos y escasos dividendos. 
"No queremos ni Ley ni reglamentación, SADAIC es una organización civil y no precisa de tutorías extrasocietarias",: clama el bandoneonista Osvaldo Fresedo, embanderado —curiosamente— en el núcleo mayoritario. "Que se nos entregue la administración de nuestra casa y nosotros decidiremos su rumbó mediante una asamblea", añade.
Para un exitoso folklorista, que pidió el ocultamiento de su identidad, la nueva conducción de SADAIC no puede surgir de un comicio liso y llano. "Es absurdo —se quejó a Primera Plana— que un peluquero aficionado al tango, que alguna vez silbó una tonada y la hizo registrar, tenga derechos iguales a los de otras, cotizadas figuras que mensualmente traen, con sus triunfos, muchos millones a la entidad". Para él, como para Troilo, las acciones de SADAIC deben ser proporcionales a los ingresos producidos.
No es este el único motivo que esgrimen: la Sociedad estuvo manejada hasta ahora —proclaman— por "trenzas" de compositores mediocres, fiados de su número para señorear. "Si hasta fraguaron planillas de liquidaciones", acusan; por su parte, una empleada de los escritorios mencionó a Santiago Adamini como tutor de ese caciquismo. Otra argucia que proliferó, según los amigos de Troilo, en los tiempos de "la democracia": poner letra a partituras anónimas para atrapar, así, los porcentajes correspondientes.
Es que, según las disposiciones en vigor, cada pieza musical que se ejecute, o que se transmita por radio y televisión, cotiza una suma determinada de dinero a SADAIC. La zarandeada reglamentación establecerá, básicamente, categorías de votantes en las asambleas (como en cualquier sociedad anónima) sobre la base de la calificación que arrojen las cifras en cada ejercicio.
El proyecto, que aún se demora en la Casa Rosada, fue postergado una vez por la defenestración del sociólogo Raúl Puigbó. Tiempo después, las oficinas de la Presidencia devolvieron el esquema pretextando que una Ley no puede mencionar, a secas, una sigla (el texto aludía a SADAIC, por inexperiencia de su redactor, sin explicar qué significan esas iniciales); por fin, las cuartillas tropezaron con la intransigencia del actual Secretario de Asistencia y Promoción de la Comunidad, Pedro Martínez Segovia, quien temía repercusiones políticas.
El jueves último, alentados por las palabras de Federico Frischknecht (24 horas antes prometió reimplantar en ciertos medios la obligación de transmitir un 50 por ciento de música nativa), los folkloristas creían saludar ya, además, la nueva reglamentación. Los opositores adelantaron su voluntad de tomar el edificio de la calle Lavalle al 1500, y gestar un motín.
PRIMERA PLANA
9 de octubre de 1968

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Aníbal Troilo
Aníbal Troilo

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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