Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Un rey de la Pampa destronado
Revista Caras y Caretas
julio 1907

Jacinto Primero Segundo, de la dinastía araucana de los Coliqueos es un viejo señor de la pampa. Llora la derrota de su tribu y siente con dolores salvajes el escarnio de su raza. Está desamparado. Es un monarca de la llanura desterrado en su propio imperio, en el imperio que hace medio siglo le pertenecía y cuyo suelo temblaba al paso de sus huestes vandálicas. Su tez cobriza conoce el fuego do batallas heroicas y en su rostro casi centenario se ha cansado un gesto de fiereza. Es quizás el más viejo cacique que nos queda de los indios pampeanos. En su ser parece vivir la leyenda de un raza castigada ruidosamente después de haber poseído dominios ancestrales. Es el tipo del indio indómito y ágil, dueño de los campos, de la selva y de los montes, que ha caído en el ostracismo, deparado por la civilización y por el apetito conquistador del inmigrante. Jacinto Primero, nieto de Paraná Calviso, señor que hizo vacilar el empuje calculador de Rozas é hijo de un guerrero invencible de las llanuras argentinas, ha venido á la capital para implorar no se le desaloje de la tierra que habita. No ha invocado su vejez centenaria. Tampoco ha pedido gracia en tono misericordioso. Ha dicho que esa tierra le fué dada por don Juan Manuel de Rosas en premio á los servicios guerreros de innúmeras batallas en las cuales su cabello flotante fué abrasado por la pólvora. Ha pedido con la dignidad de un rey y con la valentía del fuerte.
Invitados á conocerle por David Peña, fuimos á escuchar las palabras de Jacinto Primero. Habla despacio. Las palabras salen de sus labios emitidas con la serenidad de tus grandezas caídas. A pesar de sus noventa y cuatro años, conserva una memoria lúcida y evoca con expresiones vivas los combates de Caseros y de Pavón. Describe a Rozas, de quien fué amigo y capitán. Habla del general Pacheco, de Bartolomé Mitre. Narra las hazañas de su tribu á través de la llanura. En sus palabras y en todos sus gestos fatigados vimos evocada la época confusa de la anarquía argentina. Al general Mitre lo recuerda con regocijo. Junto luchó con él. A su lado cayó herido...
—"Toda la frente y la cabeza la tenía colorada do sangre, me acuerdo bien, sí..."
Luego nos habló de la injusticia que se quiere cometer con su gente. Hace sesenta años que cultiva doce cuadras de campo en Los Toldos: á ellas le ha entregado todas sus fuerzas viriles, todos sus bravos sudores. Y ahora
tratan de echarlo á la calle en plena ancianidad, fatigado, después de haber esgrimido medio siglo la lanza al servicio del gobierno, después de haber poseído toda la llanura, adquirida hoy por empresas inglesas ó súbditos italianos...
Jacinto, leyenda de una raza gloriosa, monarca de tribus invencibles, tipo americano con derechos augustos, se ve lleno de oprobio. No sólo se le olvida, se le desatiende. También se le desalojará de sus lares, se le obligará á pedir una limosna ó á clavarse una lanza en el pecho, como correspondería á un rey araucano caído...
* * *
Jacinto ha venido á la capital acompañado por su hija María, mujer fuerte que ha heredado la vivacidad de su progenitor y la entereza de su raza. Ambos han vuelto á Los Toldos des pués de confiar su petición al lirismo elogiable y generoso de David Peña, que sueña en conseguir para el cacique las tierras que ocupa. Nosotros no somos tan líricos. Estamos seguros que Jacinto tendrá que marcharse á llorar en silencio el recuerdo de su pasado poderío. La civilización moderna tiene poco tiempo para ser amiga de la poesía de las razas indígenas, de la misericordia y del patriotismo.
— Restaurar la libertad de un indio de estirpe dominadora, sería un pasatiempo harto inocente para nuestros intereses. Los indios representan todo un grado de regresión y de barbarie que se avienen muy poco con los progresos materiales de la capital. Hay que marchar hacía el triunfo de la liberación de todo asunto que moleste á la cultura moderna. Los indígenas son seres inútiles. Apenas si valen la pena de citarlos en un comentario. Todo está contra sus causas. La inferioridad sentimental de sus espíritus está demostrada há largo tiempo por la ciencia y por los antropólogos. . .
Esto nos decía nuestro inseparable amigo Juan Pérez, hablándonos de Jacinto Primero.
Sin embargo, viendo regresar a su tierra al cacique centenario, hemos recordado que su raza con su salvajismo y su empuje avasallador, avezado á luchar con los rigores más adversos de la naturaleza, tuvo en su época la misma grandeza épica de aquellas falanges de guerreros que luchaban con bravura y denuedo, y que el poema homérico nos presenta marchando hacia la muerte en hervores tan bélicos como precipitados.

Alberto TENA

 

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Cacique Jacinto
 
Cacique Jacinto

 

 

 

 

 

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