Revista Siete Días Ilustrados
30.06.1969 |
Las asambleas son escenario del debate
Acosado por irreductibles divergencias internas, el movimiento
estudiantil continúa su interminable debate ideológico. Sin embargo,
sus principales líderes parecen encarnar una fuerza nueva ligada al
movimiento sindical.
El frío taladraba cuarenta espaldas ateridas, casi temblorosas, como
si cada uno de los reunidos en ese cavernoso corralón de las afueras
de Rosario estuviera penando las consecuencias de una larga condena.
Pero no estaban en la cárcel. Envueltos en la neblina trasparente de
los cigarrillos (se fumaron 43 atados), abrumados por las
sinuosidades de una discusión infinita, las cuarenta espaldas
correspondían a otros tantos líderes estudiantiles, representantes
de absolutamente todas las tendencias universitarias enfrentadas al
gobierno: por primera vez, después de muchos años, aceptaron viajar
miles de kilómetros para verse las caras e intentar la
instrumentación de un plan de lucha común. El corralón, amueblado
sólo con tinos largos bancos de madera y una tarima desvencijada,
era el salón de actos de un sindicato rosarino.
Exactamente a las 11.45 del domingo 15, el integralista Carlos
Azócar, un cordobés diminuto arrebujado dentro de un sobretodo
grisáceo, dio comienzo a la ceremonia clandestina: "No estamos acá
para discutir líneas —se atajó— sino para coordinar la lucha". Todos
sabían, sin embargo, que a partir de ese momento iba a
desencadenarse una tormenta de posiciones irreductiblemente
contrapuestas; pero, al mismo tiempo, cada uno de los grupos se
esperanzaba con el predominio final de su tendencia o, por lo menos,
imaginaba la aprobación de un acuerdo común sobre la acción a
desarrollar durante los próximos hitos de la escalada estudiantil:
tercer aniversario del actual gobierno y visita del emisario
norteamericano Nelson Rockefeller.
Ninguno de esos objetivos fue alcanzado. Después de más de siete
horas de discusiones, y cuando la reunión estaba a punto de
disgregarse, acribillada de divergencias sin remedio, afloró un
documento que, por su hibridez, no fue objetado por nadie. Fue
apenas "un acuerdo de almanaque", según lo definió uno de los
asistentes. Así, las coincidencias se limitaron a la elección de una
semana (la que acaba de pasar) durante la cual debieron
desarrollarse acciones cuyas características y contenido ideológico
no fueron especificados. El acuerdo se esfumó con una declaración
significativa: "Aclaramos que de esta reunión no surge organismo
alguno —admite— y que este acuerdo no significa abrir juicio sobre
los organismos existentes"; a continuación se estamparon las firmas,
un rosario de más de 40 siglas que ocuparon el triple de espacio que
el texto del documento.
LA FUA, EL FEN, LA UNE Y LAS TINIEBLAS
Es que acaso la ristra de grupos, subgrupos, de sectas minúsculas y
tendencias organizadas a nivel nacional, sea la consecuencia directa
de la nueva generación estudiantil, surgida después de la
intervención a las universidades y la liquidación de su autonomía y
gobierno tripartito. También la súbita radicalización de casi todas
ellas: parece una consecuencia obvia que, arrinconado por la
desaparición de los canales representativos tradicionales,
enchalecado por la presencia policial en las aulas, el alumnado se
vuelque a la oposición frontal, al cuestionamiento mismo del
sistema.
Esa característica tiñe, por ejemplo, la posición del Integralismo,
un movimiento de origen católico, cobijado en la Unión Nacional de
Estudiantes —UNE—, que inclusive otorgó cierta cuota de confianza al
actual gobierno (el 28 de junio de 1966) y que después giró hacia lo
que denomina el socialismo nacional y la adhesión al peronismo de
izquierda; en la otra punta del espectro, la tendencia de extracción
marxista dominante en la Federación Universitaria Argentina —FUA—
rompió con el Partido Comunista tradicional, acusándolo de pacifista
y aburguesado, y proclamó su embanderamiento con la insurrección
armada, descartando los caminos electorales.
Esa creciente izquierdización de los activistas estudiantes no se
erigió, pese a todo, en un punto de coincidencia entre los grupos.
El proceso, en un principio, se desarrolló en la más estricta
clandestinidad: fue en 1967, un año que casi no conoció disturbios,
cuando la tranquilidad reinante disimuló una intensa discusión
ideológica, revertida en la aparición de embriones de nuevas formas
organizativas y grupos tendenciales. Los tímidos coletazos de
insurgencia registrados en 1968 revelaron que el debate no había
concluido: cada sector, aun cuando brotaba a la luz pública montado
en una posición más intransigente, intentaba imprimirle a la
rebelión un carácter metodológica e ideológicamente distinto al de
sus congéneres.
Con el surgimiento de la CGT de Paseo Colón —vertiente sindical del
mismo proceso de radicalización— las falanges universitarias
visualizaron, por fin, la posibilidad de concretar un viejo anhelo:
la unida obrero-estudiantil. Pero también es hecho se convirtió en
un factor de discordia. Las tendencias llamada nacionales
(fundamentalmente el Integralismo y el Frente Estudiantil Nacional
—FEN—, un grupo de origen marxista convertido al peronismo) se
adhirieron sin reservas al ongarismo; la FUA y sus aliados
provenientes del marxismo ortodoxo creyeron ver en Paseo Colón, en
cambio, una corriente gremial inconsecuente y hasta le endilgaron
complicidades golpistas.
De tal modo, quedaron delineada dos de las principales tendencias
del movimiento estudiantil. La tercera gran corriente, de peso algo
inferior a las anteriores, es la que conserva ciertas
características de la época anterior a la intervención y a las que
genéricamente se denomina liberales: la Unión Nacional Reformista
Franja Morada, el Movimiento Nacional Reformista y el Movimiento de
Orientación Reformista (MOR). No obstante, Franja Morada que actúa
en Córdoba, Rosario y La Plata, sufrió los embates de sectores
internos que se inclinaron a la izquierda (en La Plata, el líder de
esa tendencia, Guillermo 'Copete' Blanco giró al anarquismo
libertario), mientras que el liberalismo del MOR depende de los
vaivenes del PC tradicional, que reclama, contra la opinión de las
otras sectas marxistas un llamado a elecciones para reformar la
Constitución.
Estas tres líneas, obviamente, toleran la existencia de varios
sectores internos. El cónclave secreto de Rosario, presenciado por
un enviado de SIETE DIAS, reveló, pese a todo, que en torno a los
problemas fundamentales, esos tres sectores actúan más o menos en
bloque. Ya al despuntar la reunión asomó el principal punto de
divergencia, cuando Jacobo Tieffemberg, representante del Frente de
Agrupaciones Universitarias de Izquierda —FAUDI—, tendencia
dominante en la FUA, enfatizó que se negaba a la firma de acuerdo
alguno que implicara la adopción de un programa heterogéneo, "La
unidad en la lucha —exclamó— no se obtiene con contenidos híbridos y
con trenzas por arriba que buscan romper a los organismos
existentes"; naturalmente, se refería a la FUA, entidad que
reivindica su lustre de otrora, sin admitir que es una tendencia
más. Porfía que buscó atenuar en la Asamblea de Rosario, proponiendo
coordinar con las otras tendencias, "sobre la base de plataformas
claras —dijo Tieffemberg—, pues lo contrario sería la unidad
burocrática, diluida; la unidad que nosotros queremos —apostrofó— es
la unidad de la izquierda revolucionaria."
Fue entonces cuando Roberto Grabois, inspirador del FEN y de la
reunión rosarina, aclaró que sólo se trataba de acordar "la
coincidencia en la lucha" y que esa coincidencia debía efectuarse
"respetando todas las tendencias, sin necesidad de discutir la
vigencia de los organismos existentes; nuestro único objetivo es
discutir compromisos de acción unificada, y los que se nieguen
cargarán con las consecuencias de haber llevado adelante una
política divisionista". En el mismo sentido se pronunciaron Luis
Rodolfo Giacosa, líder de la Agrupación Universitaria Nacional
—AUN—, tendencia mayoritaria en Tucumán, y el Integralismo, aunque
este último adoptó un tono conciliador; los representantes liberales
y los grupos nacionales no adscriptos al FEN y al Integralismo
(Ateneo de Santa Fe) optaron, a esa altura, por guardar silencio.
EL FUEGO INTERRUMPIDO
De acuerdo con las viejas tradiciones parlamentarias, se acordó
entonces un cuarto intermedio, durante el cual se sucedieron los
interminables conciliábulos en busca de un acuerdo. Cuando se
reanudaron las deliberaciones, dos horas después, casi nada había
cambiado: el FAUDI insistió con insertar en la declaración un
párrafo en el que se afirmara que las coincidencias allí logradas no
implicaban cuestionar a los "organismos existentes" (es decir, a la
FUA y los "centros únicos"), y que los presentes debían juramentarse
en "respetar a esos organismos"; además, junto con las tendencias
trotskistas y chinoístas, proponía "bregar por un paro
obrero-estudiantil-popular". Inmediatamente, el FEN respondió que a
los "organismos existentes" no les guardaba ningún respeto y que los
estudiantes no debían imponerle al movimiento obrero la realización
de ninguna medida de fuerza. A esa hora (las 7 de la tarde), las
divergencias eran insalvables, con el agregado de que los libéralas
pendulaban entre uno y otro sector: apoyaban al FAUDI en la defensa
de los organismos, pero negaban su adhesión al paro.
Fue necesario que interviniera el estudiante encargado de vigilar la
puerta ante una eventual irrupción policial ("si siguen vociferando
así vamos todos presos", alertó) para que los gritos se esfumaran y
surgiera, ante la certeza del descalabro, la inocua resolución
final; para ello, en realidad, no hubiera sido necesario movilizar a
cuarenta personas de todo el país: todos los grupos ya habían
resuelto salir a la calle para humillar a Rockefeller y aguar el
tercer aniversario de la Revolución.
Es difícil que el látigo de la división, sin embargo, debilite la
capacidad de agitación del movimiento estudiantil. Cuando el ex
ministro Guillermo Borda se aventuró a afirmar que los protagonistas
de las peleas callejeras no tenían programa, se equivocó:
justamente, lo que abundan son los programas. Sólo la falta de una
síntesis es lo que preside ese vacío a que apuntaba el defenestrado
Borda. Pero así y todo resquebrajado como ningún otro sector de la
oposición (¿o tal vez como su ineludible remedio?), el movimiento
iniciado por los estudiantes tumbó a ministros como al propio Borda,
obligó a la movilización militar, generó, en suma, una crisis
impredecible. Hasta tanto el gobierno no consiga dibujar una opción
atractiva para el estudiantado, la paz social en las universidades
será sólo un recuerdo del pasado, la nostálgica evocación de la
época anterior a las rabiosas semanas de mayo.
DE DONDE SON LOS REBELDES
Hasta una década, los estudiantes que se destacaban en la dirección
de los movimientos universitarios eran, generalmente, potenciales
candidatos a diputados: la presidencia de la FUA, el liderazgo de
algún centro importante, implicaba el primer escalón de una carrera
política enmarcada en los grandes partidos de entonces.
La Revolución Argentina acabó con las agrupaciones políticas
tradicionales y terminó de cristalizar un proceso de creciente
distanciamiento de los estudiantes hacia esas instituciones.
Provocó, además, dos cosas: el desdibujamiento de la vieja discordia
entre reformistas anticlericales y humanistas católicos, y la
radicalización, a la vera de las novedades posconciliares, de los
grupos socialcristianos.
Carlos Azócar, jefe cordobés del Integralismo y su figura nacional
más conocida (ese movimiento es hegemónico en Córdoba), explica el
fenómeno afirmando que "a partir de 1966 las banderas universitarias
pasan a segundo plano y las banderas políticas concretas al primero:
nosotros levantamos a partir de esa fecha las banderas del
nacionalismo revolucionario".
La tonada cordobesa de este sanjuanino que cursa el 5º año de
Abogacía se desliza sobre una voz suave, casi débil, del todo
inapropiada para las maratones oratorias. Sin embargo, a los 26
años, el católico Azócar no vacila en afirmar que en la lucha
callejera los estudiantes son invariablemente vencidos por la
represión y que, por lo tanto, "es necesario pasar a formas
superiores de lucha: levantamientos armados en distintos lugares y
en distintas formas". Porque Azócar proclama la necesidad de
desterrar "el espontaneísmo" —que a su juicio señoreó en las
recientes algaradas— y de encarar la organización del impulso de
rebelión que flota entre los estudiantes.
La izquierda, sin embargo, si bien se congratula por los brotes de
social-cristianismo radicalizado, supone que estos nuevos sectores
aspiran a disputarle la dirección del movimiento para desviarlo
hacía posiciones ambiguas. El presidente de la FUA, Jorge Rocha,
otro alumno de Derecho en la Universidad de Buenos Aires (a quien
sus antiguos cofrades políticos apodaron Tarzán), es tal vez el más
añoso de los dirigentes: tiene 29 años y un hijo. A la posición de
las corrientes nacionales —según la cual la FUA caducó como entidad
representativa de todo el estudiantado, por lo que corresponde
promover una coordinación de tendencias—, Rocha responde que hay dos
orientaciones en el problema de la unidad: "Una, que la promueve en
función de afirmar una perspectiva de lucha liberadora que parte de
las masas, y de las organizaciones existentes, con un contenido
revolucionario tendiente a instaurar un gobierno popular encabezado
por los trabajadores; y otra que tiende a desdibujar ese contenido,
sustituir las organizaciones existentes mediante el acuerdo de
tendencias; naturalmente, en un acuerdo de este tipo el máximo
programa político posible es el de la tendencia menos combativa
(porque si no no habría acuerdo)—. Por lo tanto, la lucha queda
maniatada al arbitrio de los sectores no revolucionarios".
En cambio, Ricardo Campero, un rosarino de 25 años, dirigente de la
Unión Nacional Reformista Franja Morada, si bien coincide con Rocha
en la oposición a los acuerdos tendenciaIes en el movimiento
estudiantil, admite la posibilidad de crear una "organización de
todo el pueblo, incluyendo a los partidos políticos, los sindicatos
y los universitarios, para luchar contra la dictadura". Para
Campero, quien cursa Ciencias Políticas y Diplomáticas, lo
importante no es determinar a priori el contenido de esa pelea, sino
asegurar la participación masiva de la población. A medida que el
proceso avance —declaró a SIETE DIAS, la semana pasada— irá
surgiendo una salida que puede ser electoral o armada; por eso, es
necesario elaborar un programa que sintetice las aspiraciones de
todos los sectores dispuestos a combatir".
Esta posición de Franja Morada es casi una isla en medio de la gran
mayoría de sectores que proponen el enfrentamiento armado. En ese
sentido, Roberto Grabois, creador y jefe del Frente Estudiantil
Nacional —FEN— postula que la instauración del "socialismo nacional"
sólo podrá conseguirse mediante la "violencia popular"; Grabois, de
26 años, estudiante de sociología y encuestador, discípulo del
historiador nacionalista J. J. Hernández Arregui, inició su
inmersión en la política por el socialismo; cuando este partido
desapareció, se apartó de la militancia para dedicarse al estudio y
llegar a una conclusión: "No existe un sector universitario que
luche junto a la clase obrera. El peronismo revolucionario
—ejemplifica— nunca pudo conectarse con un sector
nacional-revolucionario de las capas medias intelectuales; por eso
la intelectualidad peronista provino del nacionalismo oligárquico".
En 1966 ese convencimiento lo impulsó a crear el FEN, un grupo que
se define como "nacionalista, revolucionario, antiimperialista, y
cuya política en el movimiento estudiantil es de apoyo al peronismo
revolucionario", y que rompiendo definitivamente con su pasado
izquierdista ortodoxo se suma a las corrientes nacionales; en 1968,
además, se incorpora al denominado "peronismo combatiente".
Nada más improbable que estos cuatro dirigentes, representantes de
las principales tendencias que actúan a nivel nacional, con peso
real, pretendan que su fama actual entre los estudiantes sea el
pivote de una futura carrera política limitada a las instituciones
conocidas hasta ahora. Ese hecho acaso simbolice uno de los cambios
más profundos producidos en la Universidad en los últimos tres años.
Pero nada más demostrativo de la radical trasformación de los
dirigentes estudiantiles que la decisión adoptada por Julio Bárbaro,
un católico militante de 27 años, inspirador del Integralismo y
estudiante de ciencias políticas en la Universidad del Salvador, de
Buenos Aires: junto a su mujer y otros 15 matrimonios más irá a
habitar un conventillo ubicado en un barrio de la Capital Federal,
en donde el dinero será socializado. Propósito: "Hay que romper con
el individuo para armar el grupo —aclaró—; queremos vivir como
pensamos".
Acción callejera
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Jorge Rocha, presidente de la FUA
El Integralista Carlos Azócar
R. Grabois del FEN |
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La acción policial
Ricardo Campero de Franja Morada |
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