Music-hall: Los Lobato son dos


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pie de fotos
-Vedette Lobato: una nueva reina para la noche Buenos Aires
-Eber (izq.), Gladys y un compañero
-Eber y Nélida at home: un matrimonio apacible que no se separa nunca
-Visitas ilustres: Rey Hussein

 

 

Nélida Lobato es modosa, simpática, tranquila; la antivedette, la chica de su casa, la muchachita buena de Parque Saavedra: el pelito amarillo y cortón, una nariz respingada, unos ojos redondos, lindos labios. Cuesta imaginarla subiendo los treinta y nueve escalones luminosos en el tablado de El Nacional, coronada por una palmera de plumas rosadas, arrastrando un manto de diez metros de largo, bordado con esas mismas plumas; y, una vez arriba, soltarlo, y dejar que se desparrame a sus pies como una espuma lujosa; pisarlo, desnuda (apenas ribeteada de brillantes), e inclinarse, balanceando la palmera imponente, en el saludo más perfecto del mundo.
¿De dónde le viene el aplomo? ¿De dónde la gracia? "Aquí pasé años sin salir del anonimato, nadie creía en mí. Sólo Eber..." Nélida, 35 (1,65 de estatura, 90-48-90: "La cintura más chica que he visto en mi vida", según Maurice Chevalier), vedette del espectáculo 'Corrientes... casi esquina Champs Elysées', que produce Carlos A. Petit, recién llegada de triunfar en Las Vegas y en París, rinde permanentes homenajes a su marido: "Eber 'hizo de mi lo que soy. Eber consiguió que nuestro ballet tuviera éxito en Las Vegas. Todo lo que pasa en El Nacional, desde la música a la coreografía, lo creó Eber; y sin embargo —suspira—, a mí me toca cosechar los aplausos".
Eber Lobato no se conforma para nada con esta situación de desventaja. Apoya con insistencia las declaraciones de Nélida, se queja (con bastante gracia) de las equivocaciones de los periodistas: "Dicen que soy uruguayo, y he nacido en Pigüé, provincia de Buenos Aires; confunden mi trabajo; no me nombran en las crónicas", se entristece, se enfurece y se calma.
Por el departamento (un piso trece en la esquina de Corrientes y Esmeralda, que alquilan por 170 mil pesos mensuales y que sobrenada con placidez los monumentos de la noche porteña), Reina, Lido y Candy, tres Yorkshire Terriers que cuestan 700 dólares cada uno, se persiguen jugando: "Están de moda en Hollywood; Liz Taylor y Audrey Hepburn también tienen su casalito". Nélida los arrebuja entre sus pechos deslumbrantes y posa para una foto, pero cumple esos requisitos, mínimos de divismo sin excesiva convicción.
"Nací en Parque Saavedra —informa— en una familia española e italiana, mi padre era dueño de una industria de encerados. Se murió cuando yo tenía nueve años y nos encontramos en la miseria; su socio se había quedado con todo. Mamá se casó de nuevo y yo, como no me llevaba bien con mi padrastro, en cuanto terminé la primaria me puse a trabajar. Era técnica radióloga en una clínica privada, en esa época ni se me ocurría bailar."

Los cómicos de la legua
La infancia de Eber fue distinta. Hijo de cómicos trashumantes, que peregrinaban por las provincias en pos de "la rascada", fue anotado en el registro civil de Pigüé como Eber, porque el empleado no supo escribir el nombre inglés de Herbert, exigido por su abuela inglesa. Mientras sus padres cantaban en las confiterías polvorientas, él dormía en una valija detrás del telón ("una cortina de cretona que era lo único nuestro, junto con los trajes").
A los tres años hizo su primera aparición en el escenario, en calzoncillos, bailando un malambo, por equivocación de su padre; hizo tanta gracia que el número se repitió durante toda su infancia. A los seis, añadió al show a su hermanita Gladys, una guitarra y algunos cantos; después de la función vendían su foto autografiada y remataban una botella de sidra. A los veinte, ingresó al ballet de Alfredo Allaría, y éste fue quien le presentó a Nélida (entonces llamada Haydée Nélida Menta), que estaba ingresando en el mundo de la publicidad. Salieron juntos durante 15 días y él la emplazó a que se casaran; "Yo tuve que aceptar, si no se iba", comenta ella. Tenía 18 años y él 21; desde entonces (era en 1954) su historia se convierte en una sola.
Nélida se acomoda la peluca ("tengo el pelo deshecho por los postizos, vive mojado") y empieza a enumerar sus primeros fracasos: "Eber quiso que entrara con el en el ballet de Allaría, pero nos echaron a los quince días porque Alfredo decidió que yo nunca tendría gracia, y Eber puso como condición para quedarse que yo viajara a Europa con la compañía. Por supuesto que Allaría dijo que no". Después, comenzó la peregrinación desoladora: la boite Flamingo, donde Eber organizó un ballet; un dancing, que prefieren olvidar y donde no les pagaron durante tres meses. En esa época dormían en el suelo, y el pobre Adrián, el hijo del matrimonio, recién nacido, tuvo que repetir el destino de su padre: cobijarse en una valija. Con menos suerte, sin embargo, porque una vez se le cerró la tapa encima y casi muere asfixiado.
Pero la armonía artística del dúo comenzó a deshojarse: Eber fue nombrado coreógrafo del Maipo, y no conseguía sacar a Nélida del grupo de las partiquinas. "Yo me sentía cada vez más insegura; la gente me ponderaba, mi marido seguía creyendo en mi, pero no había caso, no subía.". Mientras tantos, Eber hacía lo imposible para promocionarla: la colocaba de vedette cada vez que dirigía un espectáculo; en 1957 la hizo aparecer como estrella de su show de televisión Música y Fantasía, donde también actuaban Tincho Zabala, María Vaner y Pepe Soriano; cuando salió al aire el Andy Russell Show, con coreografía de Lobato, Nélida volvió a codearse con los astros. Pero estaba escrito que sólo en el extranjero nacería a la fama Haydée Nélida Menta: y el parto se produjo en Chile, en setiembre de 1959.

Así se escribe la historia
"Nos contrataron por un mes y nos quedamos ocho. El Teatro de Revista Bim Bam Bum, de Santiago, nos dio la libertad para hacer lo que queríamos. Los periodistas chilenos hablaban todas las semanas del espectáculo. Pero lo bueno fue que allí nos descubrió un enviado del Dinah Shore Show, de Los Ángeles, que recorría América del Sur para incorporar elementos exóticos al programa. Nos fuimos, muy pobremente, cuatro chicos, cuatro chicas, un modista, Nélida, Adrián y yo, con la idea de quedarnos diez días. Nos quedamos cinco años."
Eber no es como su mujer: se mueve, se agita, se estremece de gozo cuando recuerda que en México salieron los diarios con un gran cartel que decía: Eber Lobato presenta a Sammy Davis Junior ("Te das cuenta lo que es eso para mí, lástima que no tengo el recorte para mostrártelo"), enumera sus propias habilidades sin cesar. Vestido con un pantalón y un turtle-neck, blancos y apretadísimos, con el pelo negro echado sobre la cara, parece diez años menor (tiene 38); menudito y nervioso, es difícil ubicarlo con jopo engominado y smoking, bailando con su hermana Gladys "zapateo americano", hacia el final de los años 40.
"De la televisión pasamos a Las Vegas, con un contrato para actuar en El Rancho Hotel. La noche que llegamos, se incendió; Nélida siguió durmiendo a pesar de mis aullidos de desesperación, yo me puse a recorrer las ruinas y a contarle a todo el mundo, en español, que hubiéramos debutado en ese lugar al día siguiente. Me acuerdo que uno de mis oyentes fue Red Skelton.
La riqueza de Las Vegas los deslumbró, y al mismo tiempo se dieron cuenta dé que no podían competir con tanto lujo. Eber decidió arreglárselas con toques de ingenio. Les puso barba a los bailarines; engominó el pelo de las girls hasta dibujarles un triángulo de laca negra en la frente, y salpicó sus rodetes con mechas verdes; como no había plata para plumas, la vistió a Nélida con tiritas de género. Los bailarines no bailaban demasiado bien, entonces ocultó sus defectos con las luces ("Esto dio buen resultado, tanto, que un tiempo después, cuando los cambié por otros mejores, los Lobato Dancers conseguían trabajo sin examen, lo que hacía ensartarse a los agentes".
La apoteosis llegó con el estreno de la película 'Once a medianoche', en el hotel Sand's. El parterre de invitados resplandecía con Kirk Douglas, Janet Leigh, Judy Garland, Henry Fonda, Tony Curtis, Sinatra y su clan. "Cuando se encendió un spot y apareció Nélida parada sobre una mesa, de espaldas al público, con el traste al aire —nosotros importamos a usa un slip mucho más exiguo que el que se usaba allí, y que había entronizado en Buenos Aires Nélida Roca—, Shirley Mc Laine, que estaba en primera fila, gritó ¡Bravo! y al segundo toda la sala se vino abajo de aplausos", recuerda Eber, complacido. Al día siguiente, Dean Martin los llamó para que actuaran antes que él en su show porque "le entusiasmábamos la gente, y así tenía menos trabajo".
La plata comenzó a llover; compraron una casa que tenia un jardín dentro del dormitorio y otro jardín dentro del baño ("para mí el baño siempre debe ser sensacional", sentencia Nélida). Los contratos empezaron a diluviar: Puerto Rico, México, Nueva York, Miami (donde compartieron el cartel con Mickey Rooney), Houston, el Ciro's y el Moulin Rouge, de Los Ángeles. Pero Nélida quería sentirse una reina de verdad, quería plumas, cascadas y brillantes; para eso hay un solo lugar en el mundo: el Lido de París. Y consiguió lo que nadie, que la contratasen allí como vedette, y a Eber como su coreógrafo. Fue en noviembre de 1964, la primera vez que el Lido tuvo una vedette en 'titre'.
Ahora están de vuelta en Buenos Aires, después de diez años de ausencia. "Nos fue a buscar Carlos Petit y nos ofreció trabajar en El Nacional con el 17 y medio por ciento de la venta de entradas, lo que redondea unos 4 millones y medio por mes. La oferta era buena; además nos moríamos de ganas de volver. A la ciudad la hemos encontrado lindísima, la gente alegre, bien vestida, la vida nocturna más intensa del mundo."
La pareja casi nunca sale de noche; durante el día se quedan en el departamento con la televisión encendida aunque no la miren ("porque da ambiente"); cuando Nélida va a la peluquería, lo llama a Eber dos o tres veces por teléfono para contarle lo que hace; luego vuelve a su casa a leer biografías —Mae West, Bette Davis—, o a mirar cómo su marido cocina; y está Adrián, que ya tiene 15 años y los aturde con la música beat (y que quiere ser modelo publicitario) ; y está la quinta que han comprado en Moreno y el departamento nuevo de Viamonte y Ayacucho.
¿A qué más puede aspirar Haydée Nélida Menta, de Parque Saavedra, a quien dejaron inmutable los homenajes de Maurice Chevalier y de Hussein de Jordania, que a estas deliciosas tranquilidades domésticas?
25 de marzo de 1969
Primera Plana