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crónicas del siglo pasado

 

 

Veraneo en Buenos Aires
¡Arréglese como pueda!

 

Revista Siete Días
03 de enero de 1967

Veraneo porteño
Carpas por vestuarios en Saint Tropez.
Y piedras, botellas rotas, basura. ALPI quiere un playa en serio

por Carlos Aguirre - fotos: Osvaldo Dubini
¿Cuántos porteños pueden ir al mar o a la montaña? No más del 25%. La mayoría
de 8 millones de agobiados deben vivir en un infierno ¡con 60km.de costa inutilizables..!

El porteño es un pegajoso durante el verano, un ser atormentado por el parte meteorológico que sube al colectivo-spiedo y se asa, que se asa en su oficina-spiedo y termina el día dando vueltas sin poder a veces cerrar los ojos en su spiedo-dormitorio. Le falta agua, le falta sombra, le faltan brisas; le sobra ropa traspirada y más que nada ganas de mandarse a mudar.
Pero la ciudad, que en el verano parece un gigantesco chicle, lo retiene, con su asfalto blando, los infaltables 40 grados, las bebidas calientes y esas famosas tres duchas diarias que han convertido al porteño en el hombre que más se baña... infructuosamente: el calor húmedo triunfa siempre. Dentro de este horno gigantesco 8 millones de personas se revuelven nerviosamente, sueñan con escapadas de 10 días que cada año resultan más difíciles, se descontrolan y blasfeman. Ellos quisieran que Buenos Aires tuviera durante tres meses un toldo gigantesco a su medida. No entienden por qué la ciudad es así, hostil, insufrible y no de otro modo. ¿Por qué Buenos Aires no está capacitada para hacer su propio veraneo?

COPACABANA MARRÓN. — De un lado de ésta, que es una de las concentraciones urbanas más importantes del mundo entero, está el río. Descartando el Tigre, que tampoco ha sido preparado a la medida de la necesidad de Buenos Aires, son unos 60 kilómetros de costa teóricamente útil, pero que en su mayor parte resultan inservibles. Hay piedras, cascotes, más piedras, botellas rotas, botellas sin romper, juncos, malezas desperdicios. Con imaginación, una inversión no muy alta y además rendidora; con una nutrida cuadrilla de topadoras que trabajara, por ejemplo, día y noche durante un invierno y una posterior urbanización adecuada, Buenos Aires podría tener su Copacabana. Una Copacabana de agua marrón pero refrescante al fin. Un lujoso y gigantesco cuarto de baño para el verano del porteño, desde San Fernando a Quilmes. En Quilmes hay que parar. Más allá y aunque desembocan lejos de la costa, están las cloacas. Y a nadie le gusta darse un baño de esa naturaleza.
Nada de eso se hizo, aunque todavía hay tiempo, claro. Lo último, lo novedoso en la costa, data de una quincena de años: son las piletas populares de Núñez y Quilmes. En el río propiamente dicho, sólo una media docena de playas —y no exentas de riesgos— esperan al porteño. Olivos, El Ancla, Saint Tropez, el Balneario, el viejo, el clásico Balneario Municipal del centro que todavía admite sus adeptos, y las playas del sur, bastantes sucias también.
Hay un modesto, tibio, precario proyecto que está en vías de realización. Es elogiable, por supuesto, aunque su incidencia en la necesidad general se hará sentir escasamente. Pero por algo debe empezarse. ALPI ha tomado a su cargo Saint Tropez, una playa en declive con 40 palmeras y un público más o menos homogéneo: clase media con preocupaciones formales y alguna disponibilidad de dinero. Saint Tropez está ubicado frente al comienzo de la pista central de aterrizaje del aeroparque. Son 600 metros de playa no muy trabajada, como es de rigor. "Todos los días llevamos dos o tres niños con los pies abiertos; hay que atenderlos urgentemente porque son heridas importantes provocadas por filosos restos de botellas", dijo a 7 DÍAS uno de los marineros de la Prefectura que ahora tomó la guardia del lugar en horarios permanentes.. Pero esto va a cambiar, aseguran los quiosqueros contratados por ALPI para el expendio de gaseosas. (Hubo una pequeña lucha allí con los particulares pero ya terminó; todos los quioscos, pintados de blanco, son de ALPI.) Hay señales evidentes de progreso. Se eliminan las piedras, se limpian los terrenos, se colocará arena, habrá vestuarios y juegos infantiles con propósitos de recaudación y una lancha con bañero navegará frente a la playa para evitar imprudencias, o solucionarlas.
Las botellas han sido tan importantes en 'Saint Tropez' que el juego de moda, allí, es, justamente el de "La Botella", una especie de ruleta rusa amable; cuatro parejas ubicadas en círculo, alternando hombres y mujeres. (¡A veces no se alternan!). En el medio y sobre la tierra la botella gira: los que quedan apuntados por cada extremo entonces se besan.
Saint Tropez es un buen lugar para pasar calor de otra manera. Arreglada, será una playa decorosa. Pero lo que no se ha hecho salta a la vista: sólo 600 metros aprovechados en 60 kilómetros.

EL BOOM SALADO. — La restante posibilidad de agua que se le ofrece masivamente al porteño está detrás de la ciudad. Debajo de 3.600 hectáreas, un mar interno de agua fuertemente salada, dormía tranquilamente hasta hace tres años, que es cuando comenzó el boom de las piletas. Allí, a ambas márgenes del río Matanzas, un río y un nombre de escasa connotación turística, surge una Mar del Plata de entre-casa. Esta explotación comercial alimentada en la imprescindible necesidad de matar el
calor es, globalmente considerada, insuficiente.
A uno y otro lado del camino de Cintura, especialmente desde la autopista de Ezeiza a las instalaciones de Transradio, brotaron piscinas de distintas formas, gustos y precios. Los nombres de algunas de las calles explican que la vocación "marplatense" del lugar es previa al boom: Viña del Mar, Palmbeaoh, Miramar, Atlántida, Punta del Este, etc. Una cincuentena de establecimientos fueron puestos a punto allí. La capacidad oscila entre 500 y 6.000 personas. Los hombres tienen una intención igualmente refrescante: Miami Beach, Isla de Capri, San Remo, El Faro, Danubio Azul, la de formas más rebuscadas, otean Atalaya, Frontera, etc. La más importante de todas es Ruta Sol. Allí hay una inversión de 70 millones de pesos que se ha valorizado rápidamente a juzgar por la oferta que una importante organización gremial efectuó al comenzar el año: 170 millones. Ruta Sol está instalada en 16 hectáreas. Para entrar allí hay que pagar $ 200 los días de semana, $ 300 los sábados, domingos y feriados. Es un lugar muy bajo y el agua surge, rápidamente, salada. Alcides Dewey, paisano, capataz de 46 años que hace 25 está en esas lagunas, explica que a 1 metro y medio ya se encuentra agua salada. Ellos tienen pozos de 50 metros y hay agua surgente desde 110 metros. La única diferencia con el agua de mar es la falta de olas. Pero si la entrada es asequible a uno de estos lugares la permanencia no lo es tanto. Hay que contar mil pesos por persona para obtener parasoles, una mesa con sillas, y un almuerzo clásico. Cinco mil personas a mil pesos hacen una fortunita. Esto explica por qué en el camino de Cintura se aguarda más que en ninguna otra parte un verano "comme il faut": con 16 sábados y domingos calurosos se puede obtener un bruto de 60 millones de pesos, o más.
Hay que irse a pasar el invierno argentino en alguna playa europea...

EL PARAÍSO PERDIDO. — Las piletas florecieron por todas partes. En la salida norte de Buenos Aires, donde está concentrado el mayor número de las privadas, no abundan las públicas, salvo las de las instituciones deportivas y alguna que otra de acceso costoso, como son las de San Miguel, Escobar y Pacheco. En el sur, donde las piletas privadas prácticamente no existen, se han abierto algunas de agua dulce. En Los Plátanos fue urbanizado un lago y también hay piletas en el Parque Pereyra. Incluso se abrió una en la ruta 2. Se llama Km. 29 y está ubicada en jurisdicción de Bosques. Uno de sus propietarios, Juan Carlos Dabate, explicó que no hay disposiciones que obliguen a la contratación de un bañero o de algún practicante para control sanitario. De ahí que en muchas piletas, dice, estas precauciones no se cumplan.
En Km. 29 se emplean desinfectantes, además de los controles, y los bañistas chapalean en funguicidas. Allí la pileta es con filtro. Se emplea tierra filtrante de diatomeas y unos botellones que contienen cloro, gotean. El agua se renueva a sí misma, filtrándose. De otro modo, explica Dabate, el agua se pudre en una semana. ¿El costo de construcción actual? $ 11.000 el metro cuadrado. En Km. 29, de la ruta 2, la pileta es de 400 metros cuadrados. Y hecho insólito: exponen pinturas de artistas locales. Pero no está en el norte, en el sur o en el camino de Cintura el paraíso de Buenos Aires, sino en Ezeiza. Se llega por un camino de belleza al estilo europeo. Y allí, a pocos minutos del centro, en automóvil, el porteño dispone del mayor pulmón: 5 millones de árboles plantados hace veinte años. Parece un retazo de la famosa Selva Negra alemana. Pero ése es un paraíso que se ha perdido parcialmente. Detrás del gigantesco bosque se encuentran las piletas-monstruos construidas en aquella época con un avance notable sobre su época. Están descuidadas, bajo administración del gobierno, vía concesiones. Tres de ellas tienen agua salada: la 3 y la 4 miden 2 hectáreas; la más pequeña es la 1 y la 2 mide 300 m por 100 m. La 5, que es circular, está fuera de uso: el calor produjo dilatación y está reventada. No se usará este año. De todos modos, a pesar del descuido evidente y del desgaste no reparado, pueden albergar más de 10 mil personas. El lugar, que es reconfortante, ofrece una alternativa: bañarse en un pintoresco brazo del río Matanza.
La vastísima zona de Ezeiza tiene otras dos opciones extremas. En el aeropuerto, la pileta del Hotel Internacional ($ 180 los días hábiles, $ 300 los sábados, $ 400 los domingos), reservada para clase media arriba. Allí, entre picaflores, algún pecho colorado, un par de moscas solamente y el ruido, para algunos fascinante, de los Boeing, pueden pasar un día calmo quienes dispongan de alrededor de mil pesos. La otra opción está dada por las tradicionales piletas populares de La Salada, mucho más
cercanas a Buenos Aires pero no por ello más fácilmente abordables. Allí va menos gente que antaño. Sus tres piletas de 100 por 50 y el lago artificial de 300 metros, el pequeño zoológico y los gigantescos eucaliptos a los que debe echarse tierra negra de tanto en tanto para evitar que la sal los agote, pueden albergar de 8 a 10 mil personas. "Viene mucho menos que eso. ¡Qué quiere: con viaje de Liniers incluido entrar cuesta cerca de $ 300!", dijo un colectivero que llega al lugar, bastante apartado. Y a La Salada, como a ningún otro lugar, nadie va solo.
Hay dos inconvenientes comunes en la inmensa mayoría de las piletas: el acceso es difícil y al atardecer hay que emprender una estratégica retirada. Los mosquitos también tienen sed y conviene no estar cerca cuando bajan a saciarla.
Las piletas y las playas del río no solucionan el problema del agobiado porteño. El verano es una ilusión, como lo prueban las mujeres que se entrenan en las azoteas para no mostrarse blancas al sol y sobre todo a los demás. Pero también es una necesidad, especialmente después del último día de clases. Descanso e idealmente, mar y montaña, necesitan grandes y pequeños. Sólo el 25 % de los porteños logra escapar. Hay 3 millones de viajes por verano en la ruta 2. Pero son 3 millones repetidos: es la famosa población estable de verano en Mar del Plata, integrada por jugadores o poseedores que van y vienen dejando su familia junto al mar. Además, muchos de los que van de vacaciones solo pasan 10 días en el mar o en la montaña. Y el verano es largo.
Lo es sobre todo para ese porteño que no sale. Para algunos, el único veraneo posible es abrir la heladera, sentarse frente a ella mientras lee envidiosamente el aviso de un diario: "Alquilo en Tortuguitas. Fabulosa casa quinta. Enero y febrero. $ 450.000".

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Veraneo porteño
Ancla, una bikini con perro.


 

 

 

 

 

 

Veraneo porteño
Siempre es agradable cuidar al nieto. Fin de clases y largada feliz para los niños

 

 

 

 

 

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