Revista Periscopio
16.06.1970 |
Todos los años, 50 mil braceros golondrinas concurren a la cosecha
de maíz y se enfrentan con uno de sus peores enemigos: el virus de
Junín, también mal de los rastrojos o fiebre hemorrágica. La temible
enfermedad, que ataca sólo en la Argentina (en el noreste de la
provincia de Buenos Aires y el Sur de Córdoba y Santa Fe), mata al
diez por ciento de sus víctimas; de los 331 casos ocurridos en los
primeros cuatro meses de 1970, 22 fueron fatales.
A principios de este año, dos investigadores del Instituto Nacional
de Microbiología Carlos Malbrán —la viróloga Isabel Berría, 36, y el
patólogo Eduardo Lascano, 61— alcanzaron un objetivo perseguido
desde 1966: con la ayuda del microscopio electrónico, luego de
pacientes estudios, visualizaron por primera vez el virus de Junín.
Este descubrimiento es el primer paso hacia la solución de uno de
los principales interrogantes que ofrece el mal de los rastrojos: su
desarrollo a partir del ingreso en el hombre. Se completa, así, el
panorama básico de la enfermedad.
Berría y Lascano se esfuerzan por aclarar los alcances de sus
experiencias: "A menudo se confunde aislamiento con visualización.
Para identificar a un virus —alecciona Lascano, un investigador
tenaz que se especializó en microscopía electrónica en USA— no es
necesario verlo. Basta con detectarlo a través de sus efectos.
Nosotros, en cambio, podemos ver con la ayuda del microscopio
electrónico".
Los ratones maiceros que rondan la zona contaminada son los
reservorios crónicos de la fiebre hemorrágica; estos roedores se
multiplican en forma incontrolable entre las malezas tardías que les
sirven de alimento. "La tarea preventiva es prioritaria", coinciden
los especialistas. Eliminar los ratones, sin embargo, es difícil y
costoso. La cantidad de focos afectados es abrumadora: los ratones
han llegado a invadir centros urbanos.
Por primera vez, además, aparecieron casos en Balcarce, Azul y
Tandil, es decir, fuera de los límites habituales. Es que los peones
rurales, probables portadores del virus, se trasladan durante el año
de un lugar a otro; su trabajo es transitorio. Las mejores
esperanzas descansan, tal vez, en la elaboración de anticuerpos
eficaces. Por ahora se está utilizando una vacuna ideada por el
profesor Armando Parodi —ex titular de la cátedra de Microbiología
de la Facultad de Medicina—, que promete excelentes resultados.
Los síntomas del mal de los rastrojos son comunes a todas las
enfermedades virósicas: fiebre, cefalea, fatiga, dolores musculares,
falta de apetito. Pero al cabo de seis o siete días afloran (por
todos los orificios del cuerpo) las primeras hemorragias; el virus
ataca los vasos sanguíneos y, a veces, el sistema nervioso central.
Como no existen remedios específicos, el único tratamiento posible
consiste en reforzar las defensas del paciente: durante tres semanas
se libra, en el organismo, una batalla sin cuartel. "Todavía no se
conocen bien los métodos de defensa naturales contra la enfermedad
—explica Lascano—. Mueren tanto los viejos como los hombres fuertes
y jóvenes."
La imposibilidad de desarraigar al virus provocó, alguna vez,
remanentes declaraciones oficiales. Hace un mes, un matutino porteño
denunció "que se trata de disimular la verdadera importancia de la
enfermedad, calificando a las peticiones locales para que se
perfeccionen las medidas profilácticas de psicosis colectiva o
actitud polémica".
EL ENEMIGO INVISIBLE
"Para poder ver cualquier virus en el microscopio —teoriza Lascano—
es necesario obtener mil millones de partículas virósicas por cada
centímetro cúbico de materia." Sin embargo, luego de intentar
numerosas variedades de cultivo, la viróloga Berría —pediatra en sus
comienzos— logró cultivar sólo diez millones de partículas en
fibroblastos (embriones) de ratón. Esto, sin embargo, fue toda una
hazaña: "El Junín se reproduce muy poco", asegura.
Lascano, mientras tanto, realizaba comparaciones y estudios
constantes sobre los preparados de células normales y contaminadas.
Después de dos años de experiencias infructuosas, los investigadores
accedieron a los primeros indicios de la presencia del virus. "Pero
todavía no estábamos seguros —recuerda Lascano—. Recién en enero de
este año, cuando logramos cultivar las células en un tejido distinto
[riñón de conejo] tuvimos la certeza. Varias horas extra frente al
microscopio me permitieron detectar las pequeñas esférulas de núcleo
moteado."
Durante sus trabajos, Berría y Lascano recibieron el estímulo de un
colega norteamericano: el microscopista electrónico Frederick
Murphy, que —en octubre del año pasado— visualizó el virus Machupo,
de la misma familia que el Junín. "Todo sucedió al mismo tiempo
—afirman los investigadores—: Murphy publicó en octubre, nosotros en
noviembre. Sin embargo, las experiencias se realizaron por
separado."
Todavía queda, sin embargo, una incógnita por develar: la forma en
que el mal de los rastrojos se filtra hasta el hombre. Este campo,
por supuesto, no corresponde al área que abarcan los expertos del
Malbrán. El trabajo de investigación es, no obstante, rutinario. "Ni
siquiera hemos tenido tiempo de festejar", se lamenta Berría.
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Isabel Berría
Eduardo Lascano |
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